005 ┃ violeta.
Después de ese fin de semana, mi rutina diaria cambió por completo, girando alrededor de un sol conocido como Dylan. Me levantaba y le escribía, comía y le escribía, estudiaba y por desgracia apagaba el móvil para no distraerme, pues tenia que sacar el primer año de secundaria sí o sí, que para algo me la estaban pagando mis padres. También iba a verle todos los días posibles, cada vez que tenía suficiente tiempo y en coche de mi madre libre, pues era una hora en él y casi tres sí cogía el transporte público, pero realmente merecía la pena todo el interminable trayecto con solo verle.
Yo ya había terminado mis últimos exámenes del curso, y en cierto modo, aunque aún no hubiera recibido los resultados, me sentía libre. Nada me obstaculizaba hablar con Dylan por horas y horas.
—¿Y tú qué piensas hacer?— pregunté recostándome en mi cama, con una mano sosteniendo mi móvil junto a mi oreja y la otra jugueteando con los pliegues de la sábana. Llevaba las últimas sos horas al teléfono con Dylan, y aún así se sentían pocas.
—Ahora voy a bajar a ver a Bruno— ese era el nombre de una de las ovejas de su granja. Sí, Bruno, un nombre masculino a pesar de que el animal era claramente hembra, porque según Dylan, veía en su mirada que se sentía hombre y no mujer—. Últimamente se comporta raro conmigo, casi lo hablamos.
—Me refiero a tus planes de estudio, a tu futuro, idiota.
—Oh, eso, no lo he pensado.
—¿No tienes nada en mente? ¿Algo que quieras estudiar?
—Mmm...— se hizo silencio, únicamente escuchándose el rebote de la pelota contra la pared, esa con la que Dylan llevaba jugando desde que me había llamado—. Me gustaría estudiar Arte.
—¡Aquí en Londres hay muchas universidades!
—Ya lo sé, pero no quiero dejar a mi abuela sola...
—...
—Y la granja también me gusta, así que quizás me quede aquí...
—Oh, entiendo...— intenté disimular el desánimo de mi voz, el cómo me había roto en pedacitos las ilusiones que tenía de que Dylan se viniera a vivir aquí, conmigo. Ahora que yo tenía un piso propio podríamos compartirlo, a pesar de no ser muy grande—. Supongo que lo que decidas estará bien.
—¡TOMMY!
—¿Qué? ¿Qué pasa?— pregunté alarmado por el cambio de tono, sorprendiéndome al escucharle y pegando un pequeño salto en el colchón.
—¡Acaba de salir un anuncio en la tele y uno de los caballos es idéntico a ti!
—...
—Voy a hacerle una foto, espera.
—...
—Creo que me he enamorado de un caballo.
—...
—¿Sigues ahí? Era broma lo de enamorarme de un caballo, estoy casi cien por ciento seguro de que me gustan los humanos.
—Dylan.
—¿Sí?
Suspiré derrotado, incapaz de molestarme con él, incapaz de odiar sus tonterías y comentarios extraños, sencillamente porque había terminado por amarlos con el paso del tiempo.
—Que me voy a dormir.
—¿TAAAAAN PRONTO? Apenas llevamos tres horas hablando.
—Mañana tengo clases, me dan los resultados.
—¡A mi también!— respondió emocionado, cambiando nuevamente el sentimiento en su voz sin previo aviso y sacándome una sonrisa por consecuencia—. Me ha dicho la abuela, que si apruebo todo, me llevará al parque de diversiones como regalo.
—¿Regalo por aprobar?
—Regalo de cumpleaños, bobo.
EH.
EH.
EH.
¿Cómo que regaló de cumpleaños? A mi nadie me había informado de eso. Cierto que tampoco se lo había preguntado, pero daba por hecho que si era en una de las fechas próximas, Dylan mismo me avisaría.
—¿Cuando es tu cumple, Dyl?
—El sábado que viene, me muero de ga-
—Iré contigo.
—¿Eh?
—Al parque de atracciones. Dile a tu abuela que no hace falta que ella te acompañe, que yo iré a recogerte el viernes y pasaremos todo el fin de semana aquí hasta el domingo, que te volveré a llevar de vuelta.
—¿EN SERIO?— tuve que apartar unos centímetros el móvil de mi oreja para que no me estallaran los tímpanos por el volumen con el que lo había dicho—. ¡YO QUIERO MONTAR EN TODAS LAS MONTAÑAS RUSAS, DE ESAS QUE VAN TAN RÁPIDO QUE SI SE ROMPEN TE MUERES AL INSTANTE!
—...
—¡Y LUEGO PODRÍAMOS IR A LA CASA DEL TERROR Y-
—Para, para, para, STOP.
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—Ya hablaremos todo lo demás, por ahora solo infórmale a tu abuela que el viernes estaré allí sobre la seis.
—¿De la mañana?
—En la tarde, bobi, que tenemos clases.
—¡Entendido señor!— exclamó con entusiasmo, fingiendo un tono de soldado y sacándome varias risas. De verdad que amaba las tonterías de ese chico—. Llevaré una pañoleta violeta atada al cuello para cuando vengas a recogerme.
—¿Eh?
—Si ya sabes, para que me reconozcas.
—Dylan ya sé quién eres, no hace falta que llev-
—¡Lo llevaré de todas formas, deja... Oh, hola abuela... Sí, sí perdón, ya dejo de gritar... Es por culpa de Tommy, sí, está al teléfono...— rodé lo ojos al imaginar a la abuela de Dylan regañándole por levantar la voz a tales horas—. Dice mi abuela que hola y que tiene ganas de que vuelvas.
—Fui la semana pasada.
—Da igual, te echamos de menos.
—¿Le has dicho lo del viernes?
—¡OH CIERTO! ¡ABUELAA, ESPERA ABUELA, NO TE VAYAS...
Luego de eso escuché un golpe sordo, como si hubieran dejado caer el teléfono, y si por hecho que eso era exactamente lo que había hecho Dylan, dejar el teléfono tirado y salir corriendo en busca de la adorable mujer que tenía que lidiar con él cada día.
—Buenas noches, Dylan...— murmuré sonriente, aún sabiendo que nadie me iba a responder.
Y colgué, teniendo que desbloquear el teléfono nuevamente a los pocos minutos al ver una llamada entrante.
—¿Tommy?
—Sí, aquí estoy.
—Se me olvidó despedirme.
—Lo sé— respondí riendo mientras terminaba de arroparme con más sábanas—. No importa.
—Buenas noches, Tommy. No sueñes con abejas ni lombrices gigantes.
—¿Tú con qué piensas soñar?
—Contigo, obviamente.
De nuevo ese cosquilleo en el estómago al escucharle.
—¿Conmigo?
—Y con el parque de diversiones. Tendré los mejores sueños del mundo.
—Entonces yo soñaré lo mismo— respondí sonriente, deseando con todo mi corazón que mis palabras se hicieran ciertas.
—¿Soñarás contigo mismo?
—Soñaré contigo, idiota.
—Genial, buenas noches, Tommy.
—Buenas noches, Dyl.
Cerré los ojos y no supe si prefería que él me encontrara en sus sueños o yo a él en los míos, porque ambas ideas eran igual de perfectas.
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