004 ┃ gris.
Nos pasamos toda la tarde revolcándonos en el barro, él disfrutando de aquel infantil y sin sentido juego, y yo disfrutando al verle a él de esa forma, tan despreocupado y sonriente como tiempo atrás.
—Va a llover— anunció al poco rato, lo que me extrañó bastante, pues el cielo estaba perfectamente despejado, así que decidí no darle importancia y limitarme a asentir.
Pero llovió.
En menos de un segundo, unas nubes grisáceas aparecieron sobre nosotros, encapotando el paisaje y borrando la sonrisa de mi rostro nada más comenzaron a caer las primeras gotas. Miré a Dylan con preocupación, pero a diferencia mía, a él no parecía importarle en absoluto que nos cayera la tormenta del año, seguía arrastrándome por el capo sin dejar de reír.
—¿Tommy?— se giró al ver que yo me había detenido.
—Está lloviendo— le informé, levantando la palma para mostrar cómo repiqueteaban las gotas sobre ella, como si esa fuera la prueba más concluyente para hacerle percatar del tiempo.
—Ya sé, te dije que iba a llover.
—¿Hablaste con más nubes o qué?— bromeé.
—Claro que no, qué tonterías dices— respondió entre risas, como si no se pasara la mayor parte del tiempo hablando con animales u objetos—. Eran demasiado lejos, no podrían escucharme.
—Tiene sentido— dije con sinceridad, porque realmente lo tenía.
—¿Quieres que vayamos a mi casa?
—¿Está cerca?— señaló la enorme casa que se alzaba tras el campo de girasoles, esa que siempre había llamado mi atención—. ¿Esa es tu casa?— asintió con indiferencia, poniéndose de pie y sacudiendo el rastro de barro de su ropa, el cual estaba empezando a encharcarse y extenderse por toda la tela debido a la lluvia—. ¿Todos estos girasoles son tuyos?
—Los plantó mi abuela y yo la ayudé.
—¿TODOS?— asintió de nuevo, sin darle importancia, y es que quizás para él no la tenía.
—¿Vamos?— esta vez fui yo quien asentí, aunque más débilmente, aún impactado por todo el trabajo que mi amigo cargaba a su espalda. Agarró mi mano y me puso de pie—. Podemos ver una peli en mi cuarto.
—Mientras no sea de terror.
—¿Te gustan las de superhéroes?
—Mientras no sea de terror, por la que quieras— repetí, haciendo notar lo poco que me gustaba ese tétrico género.
Continuamos caminando, esta vez atravesando todo el campo por el medio, dirigiéndonos directo a la casa que se alzaba tras él. Era enorme, con varias casetas a un lado y un establo en el otro, de hecho daba más la apariencia de una granja que de una casa, y quizás así era.
Terminamos corriendo, salpicando en la encharcada tierra con nuestras zapatillas, calándonos hasta arriba de barro y manchándonos entero, pero al menos a mi poco me importaba, y en su caso, no parecía ser diferente. Cuando llegamos pensé que iríamos directamente a su habitación, pero Dylan me guió hasta lo que parecía ser la cocina, todo muy rural y antiguo, destacando desgastada madera y el mármol entre los materiales. En ella había una mujer, bastante mayor, de pelo blanco y fuerte, es decir, no parecía una culturista, pero por la forma en la que ella levantaba una cesta llena de fresas casi tan grande como ella, podría asegurar que precisamente débil no era.
—¡ABUELA!— exclamó el castaño, corriendo a sus brazos y casi tirando a la pobre mujer al suelo por la efusividad, quien se limitó a reír y dejar rápidamente la cesta sobre una encimará.
—Niño, me estás poniendo perdida de barro— se quejó sin borrar esa dulce sonrisa de la cara. Ni siquiera desapareció cuando me vio a mi, a un completo desconocido lleno de barro, de diecinueve años, en medio de su cocina—. Oh, tenemos invitados.
—Es mi amigo Tommy.
—¿Ese Tommy?— al parecer ya se había hablando de mí en esa casa, y por algún motivo me alegró. Dylan asintió efusivamente, con aquel brillo en los ojos de cuando era niño, y la mujer no tardó ni medio segundo en acercarse y abrazarme con total familiaridad, como si nos conociéramos de toda la vida—. Al fin te veo, durante un tiempo pensé que eras un amigo imaginario de Dylan.
—¡Oye, que Tommy existe!
—Ya lo veo, ya lo veo— calmó la mujer a su nieto, acariciando tiernamente su cabeza. Y simplemente me limité a sonreír, arropado por todas estas repentinas muestras de afecto—. Quítense la ropa y dense un baño, vienen calados hasta los huesos.
—N-Nos pilló la lluvia y....
—¡Vamos Tommy, te enseñaré mi cuarto!— me interrumpió Dylan, quitándole importancia a la inmadurez y acto tan infantil con el que habíamos llegado a su casa, manchados como si fuéramos niños.
—¡Dylan, primero a la ducha!
—Vale, vale...— murmuró de mala gana, mientras me arrastraba hasta unas escaleras que daban al segundo piso. Mientras las subíamos, se acercó a mi oído y susurró—. Iremos primero a mi cuarto.
—¡DYLAN, TE HE OÍDO!— recriminó su abuela oír el fondo, sorprendiéndome por el agudo oído que conservaba.
—¡Está bien, está bien, a la ducha!— terminó dándose por vencido el castaño, poniendo un mohín y cambiando de dirección en el último segundo, arrastrándome de nuevo a mí con él, cosa que en el fondo agradecía puesto que no conocía la inmensa casa.
El primero en ducharse fui yo, recreándome lo menos posible, pues me costó horrores conseguir estabilizar la temperatura del agua y aún después de diez minutos conseguí que saliera caliente. Cuando terminé, encontré a Dylan sentado en el suelo al otro lado de la puerta, jugando con varias prendas de ropa que sostenía.
—¿Ya?— asentí, indicándole que ya había acabado e inmediatamente me tendió algunas de las prendas aún sin levantarse del suelo—. Para ti.
—¿Son tuyas?
—Ajá— se puso de pie y entró al baño, pero sin cerrar la puerta para poder seguir hablando conmigo.
—¿Crees que me quedarán?
—Mmm...— tras quitarse la camiseta, me echó una rápida ojeada de arriba a abajo, e inconscientemente me sonrojé, pues yo solo estaba cubierto por una pequeña toalla en la parte esencial, pero eso a él no parecía importarle—. Te estarán bien.
—No sé, yo, eh... ¡AH!
—¿Eh? ¿Qué? ¿Qué pasa?— preguntó el castaño, girándose hacia mi, alarmado por mi repentino grito.
¿La razón de que yo hubiera gritado?
Que Dylan se encontraba quitándose los bóxers delante de mi. Había sido levantar la vista y ver la parte superior de su trasero desnudo frente a mis ojos. No es que fuera feo o verde o algo por el estilo, simplemente me impactó, no me lo esperaba.
—Na-Nada, nada...— respondí apresuradamente, apartando la vista y saliendo casi tapándome los ojos, del baño—. Me-Mejor te espero afuera.
—Como quieras.
Inconscientemente antes de cerrar la puerta no pude evitar echar otro vistazo guiado por mi pervertida curiosidad, encontrándome con la silueta desnuda de Dylan adentrándose en la ducha. Simplemente era precioso, dejando la atracción a un lado, el chico parecía salido de una obra de arte, y no me preocupó en absoluto pensar eso.
En primer lugar en ese momento solo lo admiré, no me sentí excitado o atraído, simplemente maravillado, pero de todas formas yo ya me había percatado de mi orientación sexual hacía unos años, así que tampoco me habría causado ningún problema encontrarme con que Dylan me levantaba.
Sí, efectivamente hacía exactamente cinco años, acepté que me atraía el sexo contrario, y por suerte mi familia también lo aceptó sin problemas, aunque a veces pienso que ya se lo esperaban y les sorprendió menos que a mi. El primer chico con el que salí fue uno llamado Jack que iba a mi misma universidad, pero tras dos años lo terminamos dejando, simplemente porque ninguno de los dos sentíamos lo mismo. Se debió acabar el amor o algo así. Pero de todas formas no sufrí ni un poco con la ruptura y después seguimos conservando la amistad, así que en ningún momento me arrepentí de haber compartido tales momentos con él.
Después de Jack vinieron algunos chicos más, pero jamás volví a tener algo serio, al menos en esos años. Simplemente no surgió, no conocí a nadie especial, además de que estaba bastante liado con sacarme los estudios y la licencia de conducir.
—¿Tommy? ¿Aún no te has cambiado?
Me giré abruptamente hacia esa conocida voz, agachando avergonzado la cabeza y rascando mi nuca en señal de disculpa.
—No iba a cambiarme en el pasillo y pues, tampoco sabía dónde estaba tu cuarto...
—¡Oh, cierto, mi cuarto!
Y sin darme tiempo a responder, volvió a agarrarme de la muñeca tirando de ella y arrastrándome hacia otras escaleras que daban a un tercer piso. Tuve que sostener con fuerza la toalla para que no se me cayera, pues a pesar de que no parecía haber nadie más en la casa a excepción de su abuela, nunca sabía a quien podía encontrarme en el camino.
El tercer piso constaba simplemente de un pequeño pasillo con un ventanal al fondo y una puerta, la cual dispuse que daba al cuarto de mi amigo, y efectivamente supuse bien. Además de que en medio de puerta había un mediado cartel con las letras "DYL DYL" escritas en grande.
—¡Ey, yo te llamaba así!— le dije mientras entrábamos, emocionado por la casualidad de encontrar el apodo que le puse, pegado en su puerta.
—Lo sé, por eso lo escogí— respondió tan indiferente como todas las demás veces, esas en las que me quitaba importancia a detalles que en mi caso, me daban vuelcos al corazón de la ternura que desprendían sus actos—. Puedes cambiarte aquí si quieres, yo iré escogiendo la película.
Fui a explicarle que no me sentía precisamente cómodo desnudándome frente a él, pero cuando me giré, él ya estaba agachado en la otra punta de la habitación, rebuscando en una alargada estantería alguna caratula de su gusto.
—¿Vemos Anabelle?
—¿De qué se trata?— pregunté apurado, intentando abrochar los vaqueros antes de que se girase.
—De una muñeca que tiene dentro el espíritu de una mujer satánica a la que asesinaron a tiros.
—¡Dylan, te dije que de miedo no!— exclamé indignado, ahora más tranquilo ya que solo me quedaba abrochar los botones superiores de la camisa.
—¿Qué entiendes tú por miedo?
—Pues, en género de terror, qué sino.
—A mi me dan miedo las abejas y las lombrices gigantes— confesó girándose, encogiéndose de hombros y sonriendo. Yo rodé los ojos y seguí con el proceso de abrochar la maldita camisa que Dylan había asegurado por diestra y siniestra que me valía—. ¿No te cabe?
—Tengo problemas con los botones de arriba.
—¿Tienes tetas?
—¿No ves que no, idiota?— respondí alterado, aunque incapaz de retener unas risas por su incoherente ocurrencia.
—A mi no me gustan las tetas— soltó de imprevisto, volviéndose a giré de nuevo hacia la vitrina de las películas, buscando alguna que entrara en los requisitos, es decir, sin lombrices gigantes y no de miedo. Yo abrí los ojos, sorprendido por su declaración y con ganas de indagar aún más en el tema, pero por desgracia, antes de que pudiera abrir la boca, lo hizo él, girándose otra vez y levantando una carátula en su mano derecha—. ¡X-MEN!
—Me parece bien.
Me acomodé en su cama mientras él introducía el disco en el DVD, tan emocionado que no podía evitar dar pequeños saltitos mientras programaba la película. Era adorable tenía exactamente el mismo comportamiento que cuando le conocí, pero por algún motivo no podía considerarme inmaduro, en mi opinión, Dylan seguía teniendo más cabeza que muchos adultos que había conocido en mi vida.
—Te vas a quedar a dormir?— pregunto nada más empezó la película, haciéndose un hueco a mi lado.
—¿No te importa?
—¡Claro que no, va a ser genial!— exclamó dando pequeños saltos sobre el colchón, levantándome levemente a mi por el rebote. Reí por su entusiasmo y asentí, acariciándole cariñosamente la cabeza para calmarle.
Después de eso seguimos viendo la película, o bueno, él siguió viendo la película, porque para ser sinceros a mi no me atraía especialmente y terminé distrayéndome con la lluvia que podía apreciarse a través del cristal de su cuarto, dejando rastros de gotas sobre la transparente y frágil superficie.
—¿Qué miras?
Me giré sorprendido a Dylan, quien se encontraba ahora observándome curioso.
—La lluvia.
—¿Te gusta?— asentí, encogiéndome de hombros. No tenía un paisaje preferido, peor la lluvia siempre había sido de mi agrado—. ¿Te gusta el cielo de color gris?— volvió a preguntarme, incorporándose y gateando hasta el extremo de la cama para ver más de cerca el paisaje—. Solo hay nubes de ese color.
—Mis nubes favoritas son las grises, las de la tormenta.
—Parecen enfadadas— reí ante su ocurrencia, acercándome lentamente hacia su sitio y mirando también la ventana—. A veces me da miedo que nos coma a todos.
—Te dan miedo cosas muy raras.
—¿A ti no te da miedo que te coma una nube?— me preguntó extrañados ladeando la cabeza como si ese terror fuera totalmente común entre las personas—. No tendrías luz.
—Me daría miedo estar solo, si estuvieras conmigo no me asustaría.
—Pero seguirías sin tener luz.
—No sé, quizás tengas razón, es realmente aterrador— respondí zajando el tema.
Y mintiendo, pensando en mis adentros que jamás podría estar a oscuras teniendo a Dylan cerca, teniendo aquella sonrisa que iluminaba más que cualquier sol.
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