Blanco

Contesta, contesta, contesta, pienso impaciente mientras camino de un lado a otro en la sala de estar de lo que solía ser mi hogar años atrás.

—Contesta el maldito teléfono, O'Brien —mascullo y cuelgo al oír la voz monótona de una mujer diciendo que deje un mensaje.

No estoy molesto ni planeo pelear con Dylan por lo sucedido hace casi una semana, solo siento felicidad por las buenas nuevas y quiero compartir ese sentimiento con él; quiero que nos olvidemos un rato del dejo de amargura que quedó entre ambos la madrugada en que salí de nuestro departamento sin decir adiós. Quizás estoy tomando la decisión definitiva de regresar por una despedida, un último abrazo o beso, para después guardar todas mis pertenencias en una maleta con el fin de no volver a mirar atrás y comenzar desde cero. No obstante, ahora solo quiero escuchar su voz, saber que hay un cariño intacto que supera nuestros problemas y me da la certeza de que sería capaz de pretender por un día o dos que nada sucedió... y que se sentirá genuinamente feliz por mí, porque yo también me sentiría feliz por él si intercambiáramos lugares. Sé que podrá compartir mi alegría y darme una grata despedida con días tranquilos, para finalmente dejarme ir con un sabor mucho más agridulce en mis labios, algo que prefiero mil veces más a marcharme con amargura absoluta.

—¿Thomas? —llama mi hermana desde el patio, el ruido de sus tacones golpeando el piso cada vez más cerca de donde yo estoy.

Suspiro y llamo a Dylan por última vez, rogando oír su voz desde el otro lado de la línea y no la de una grabadora.

—¡Ahí estás! —Ava exclama con una sonrisa que se desvanece al ver que mi atención no está enfocada en ella, sino que el celular que acerco nuevamente a mi oreja derecha— ¿Qué estás haciendo? Llevamos más de cinco minutos esperándote para hacer el brindis. ¿A quién llamas?

—A Dylan. Quiero contarle sobre esto —respondo rápido, suponiendo que en cualquier momento Dylan contestará mi llamada.

—Creo que esa llamada podría costarte un poco más caro de lo normal —comenta con una sonrisa, cruzando ambos brazos—. Te recuerdo que estás llamando al otro lado del mundo.

—Me da igual. Solo serán unos minutos y... —La grabadora suena de nuevo, por lo que termino la llamada con un suspiro frustrado—. No entiendo por qué no contesta si siempre tiene su teléfono cerca.

Voy a marcar el número una vez más, pero la pálida mano de Ava se posa sobre la pantalla de mi celular, interponiéndose en mis planes. Levanto la mirada y una sonrisa empática está plasmada en su boca cerrada, el labial color carmín resaltando en su blanca tez.

—Sé que quieres que se entere lo más pronto posible, pero mamá y papá están esperando. Te recuerdo que no todos los días te dicen que irás a la universidad y hay que celebrar.

—Lo sé, pero...

—Es solo un brindis, Tom. Después de eso tendrás todo el tiempo que tardemos de camino al restaurante para llamar a Dylan cuántas veces quieras.

Cuando quita su mano de encima, presiono mis labios y le doy una mirada a la pantalla, el nombre de Dylan y su número escrito sobre ella. Un suspiro más y guardo mi teléfono en uno de los bolsillos delanteros de mis jeans. Luego esbozo una sonrisa débil y asiento.

—Está bien. Vamos.

Ava empieza a caminar y yo la sigo hasta que se detiene de manera súbita, por lo que casi chocamos. Con mi entrecejo fruncido le hago entender lo que estoy preguntando sin la necesidad de utilizar palabras.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Um... ¿Sí?  —replico inseguro.

—¿De verdad está todo bien entre tú y Dylan?

—Sí... ¿Por qué no habría de estarlo?

—Hace mucho tiempo que no venías a visitarnos, Thomas, pero... —Frunce los labios y baja la mirada como si comenzara a arrepentirse de querer decirme lo que piensa por miedo a ofenderme o algo así. Después de unos segundos, me mira—. No lo sé. Es raro.

—¿Qué es raro?

—La última vez que viniste no estabas así. Tal vez soy yo la que imagina cosas o quizás sí estoy en lo correcto, pero... algo anda mal contigo y me preocupa. Tú me preocupas.

Sin saber cómo responder ante eso, la observo con mis labios entreabiertos y paso mi lengua sobre ellos antes de unirlos con fuerza. Una mueca se forma en su rostro y creo que se debe a que confirmé todas sus suposiciones con tan solo guardar silencio.

—Vamos. De seguro ya se estarán preguntando por nosotros —es lo último que me dice antes de girar sobre sus talones y repiquetear sus tacones sobre los azulejos de la cocina. 

En el auto, las luces coloridas de los semáforos y el alumbrado se reflejan sobre las calles de Londres. Veo charcos de agua que quedaron de la lluvia breve que cayó por la tarde sobre la ciudad, y veo gente caminando, la mayoría de ellos con paraguas cerrados en sus manos y abrigos y bufandas que los aíslan del frío nocturno que anuncia la llegada del otoño. Ava y mamá mantienen una conversación animada a la que papá se une, haciendo un par de comentarios y regresando su concentración a la ruta. Trato de integrarme la mayor parte del tiempo, ya que por un lado estoy rebosante de alegría al pensar que al fin podré cumplir mi tan añorado sueño de estudiar teatro; pero a ratos se vuelve complicado y siento ganas de hundirme en mi asiento, mirar a través de la ventana y permitir que el ruido en mi mente triunfe.

Diez minutos más tarde, estamos en la mesa de un lujoso restaurante al que hemos venido un par de veces, razón por la que mi madre me sugirió esta mañana escoger una vestimenta formal para la ocasión, sin decirme con exactitud qué celebraríamos o si solo sería una cena familiar debido a mi visita.

Ordenamos la comida y nos traen algo para beber. Mientras tanto, mi padre da inicio a una nueva conversación en donde confiesa haber hecho la reservación de esta mesa con bastante anticipación, pues la noticia que recibí hace unas horas fue un secreto que mantuvo bien guardado por casi un mes. De ahí en adelante, las palabras fluyen, las risas abundan, la comida es deliciosa, siento una plenitud incomparable y los recuerdos no me abandonan.

De pronto, Dylan está aquí, sentado a mi lado. Está usando el mismo traje que traía la primera y última vez que viajó conmigo para conocer un poco de mi país natal, y también para conocer a mi familia. Es una puntada de dolor que dura segundos y pierdo el hilo de todo el parloteo que se está llevando a cabo en la mesa. Me consume un remolino de recuerdos y todo parece tan real, pero a la vez sé que es tan solo un trozo de mi memoria cobrando vida. Vuelvo a mirar hacia mi lado izquierdo: ya no hay un plato más ni otra silla siendo usada por una quinta persona en la mesa.

—Así que, Tom —dice mi papá, carraspeando y obteniendo mi atención—. ¿Qué planeas hacer?

—¿Hacer de qué?

—La universidad —explica y bebe de su copa de vino—. Porque obviamente todavía falta un poco para que comiences, pero... ¿Hablarás con Dylan y se mudarán a Nueva York o...?

—Creo que... —comienzo y tomo mi copa de vino, meciéndola suavemente en un intento de distracción—. Creo que sí. O sea, todavía no tengo nada planeado, papá, pero... Um... Creo que... debo hablar con él sobre eso y... Sí, tenemos que hablar del tema.

Mi padre asiente y mi madre me contempla sin disimulo, como si su única intención fuera hacerme saber que no puedo ocultar nada de ella. O tal vez al estar consciente de cuánto les he mentido sobre mi relación con Dylan, mi conciencia está comenzado a jugar conmigo y me hace imaginar cosas.

La cena avanza y yo retomo el ritmo de la conversación, y también retomo la faceta llena de felicidad que me ayuda a ocultar el dolor que estoy sintiendo. Cuando la velada se da por terminada, el viaje de vuelta se diferencia al de ida; no me molesto en demostrar interés por hablar de temas triviales y solo me limito a cerrar la boca, apoyar mi codo izquierdo en la puerta del auto y admirar una vez más los reflejos de las diversas luces londinenses sobre el oscuro asfalto. No recibo objeciones hacia mi ensimismada actitud, por lo que es un alivio pensar que no están tan preocupados por mí como yo creía.

Antes de irme a la cama, les agradezco a mis padres por la cena y la gran noticia, y los abrazo como si supiera que mañana no volveré a verlos. Papá se despide de mí y se encamina hacia la escalera, pero mamá no lo sigue. Me conoce como a la palma de su mano y sabe desde el primer momento en el que me vio que algo anda mal conmigo; sin embargo, solo arruga un poco la frente y después me sonríe con cierta melancolía, su mirada alzada debido a la diferencia de altura entre los dos. Acaricia mi mejilla y me rodea con sus brazos, a lo que yo me inclino y apoyo mi cabeza en su hombro, cerrando los ojos con fuerza al sentir que bajo mis párpados las lágrimas abundan. Una lágrima cae por mi mejilla al separarnos y la enjugo de inmediato con el dorso de mi mano. Ella esboza otra sonrisa maternal y no cuestiona el llanto que tanto intento reprimir, solo besa mi mejilla, dice 《buenas noches》 y se dirige a la escalera, dejándome en medio de la sala de estar con una sola luz encendida como compañía.

No pasa ni un minuto y suspiro al concluir que no me queda nada más que ir a dormir, pues fue un día largo. Apago la luz, subo las escaleras de madera y doy pasos entre la oscuridad hasta llegar a mi cuarto, un camino que me sé de memoria.

Cierro la puerta y aunque está todo apagado, las cortinas están abiertas y a través del vidrio penetra la luz natural de la luna y un poco del alumbrado en el exterior. Me quito el blazer y desato el nudo de mi corbata, dejando todo a los pies de la cama antes de recostarme encima de esta y cerrar los ojos, exhalando profundamente y observando la nada.

El tiempo vuela. Al abrir los ojos, todavía estoy en mi vieja habitación en Londres, pero esta vez Dylan me hace compañía y yo me siento contento. Me está besando, los dos murmuramos entre las sombras y yo río, porque él está algo ebrio y no deja de balbucear cosas sin sentido. Le pido que guarde silencio, que mis padres o Ava se despertarán, pero logro distinguir sus hoyuelos y su risa está en toda la habitación, y me besa de una forma tan dulce que no me puedo resistir. Hasta que de repente dice por primera vez las dos palabras por las que uno vive preguntándose cuándo es el momento correcto de pronunciarlas. Es un 《te amo》 sin vacilación, sin inseguridad y el más sincero que jamás he oído.

Abro los ojos y todo lo que encuentro es el mismo escenario, solo que mucho más vacío y silencioso. Mi vista está nublada y seco las lágrimas de mi rostro mientras pienso en que pronto deberé asumir que ya es hora de dejar ir esa importante parte de mi vida. No habrá una vuelta atrás, eso es seguro.

***

—¿Ki Hong? ¿Dónde estás? Llevo más de quince minutos esperando, creí que estarías aquí a tiempo —hablo en el teléfono con la esperanza de que mi amigo recibirá el mensaje lo más pronto posible y, mientras tanto, mis ojos van de un lado a otro en busca de él.

El aeropuerto es algo similar a un caos. Lo que hay frente a mí es gente que habla muy fuerte o corre para no perder su vuelo, y yo estoy sentado en una silla plástica que comienza a volverse incómoda y me hace desear estar sentado en un sofá o mi cama. Ki Hong debería haber estado aquí antes de que el avión aterrizara, listo para recibirme con un abrazo y su sonrisa que siempre, de alguna forma, contagia alegría. Sin embargo, aquí estoy con mi maleta y muchos extraños como mi única compañía.

Supongo que algo le sucedió a Ki, pues ser impuntual no es una característica que lo distingue. Cuando hablé con él horas antes de tomar mi vuelvo de vuelta a los Estados Unidos, había dicho que estaría aquí, listo para invitarme a su hogar y beber algo para darme la bienvenida. Le comenté lo que pasó con Dylan sin entrar en detalles, y creo que ofrecerse a recibirme fue su manera de darme alguna especie de consolación.

El reloj digital en la pantalla de mi celular indica que son las tres y cuarto de la tarde. Suspiro y alzo la mirada, mi semblante serio y mi ceño arrugándose por la preocupación que crece. Pienso en que algo malo le pudo haber sucedido a Ki, y también pienso en que no tengo forma de saberlo, por lo que hay un pánico minúsculo en mi pecho que intento ignorar.

Las personas no se detienen ni por un solo instante y no veo el rostro de mi amigo entre ellas, pero de repente capto una imagen que me confunde y me hace creer que estoy imaginando cosas. Me pongo de pie y busco entre todos esos cuerpos en movimiento la misma cara que vi hace tan solo unos segundos, y allí está: Dylan camina hacia mí y se encuentra a unos metros de distancia, murmurando disculpas cada vez que choca con el hombro de alguien debido a que va en dirección contraria. Cuando al fin llega donde me encuentro, inmóvil y perplejo, tiene una sonrisa en los labios y me observa con expresión expectante, de seguro preguntándose qué pienso al respecto. 

—¿Dylan? —es lo único que sale de mi boca. Mis ojos están clavados en los suyos y estoy seguro de que estoy arrugando la frente mucho más de lo que yo creo.

Él asiente y su sonrisa desaparece gradualmente hasta convertirse en labios que se escondieron en una línea muy fina. Me contempla atento y el tiempo transcurre, hasta que al fin decide responder con algo más que un simple ademán.  

—Hablé con Ki Hong —explica, y su voz suave y un poco rasposa se siente como un sonido nuevo para mí. Vaya que lo extrañaba—. Él me llamó y... me dijo algunas cosas. También me dijo a qué hora llegarías y... Bueno, obviamente sabe que estoy aquí, si es que te lo preguntas, y...

—¿Por qué nunca contestaste? —lo interrumpo sin pensarlo dos veces, dejando a la vista la necesidad de obtener una respuesta a la duda que ha dado vueltas en mi mente por una semana.

—¿Contestar qué? —Se ve confundido y yo ruedo mis ojos, impaciente.

—¿Por qué nunca contestaste el teléfono?

Guarda silencio. Su expresión se transforma en una culpable y baja la vista con ambas manos dentro de los bolsillos de su sudadera.

—Yo... Yo no quería... Quería que estuvieras tranquilo, Thomas —responde y vuelve a mirarme a los ojos, los suyos luciendo vidriosos—.  Después de lo que pasó antes de que te fueras, lo menos que podía hacer para que supieras que lo siento era dejarte en paz y...

—Pero yo no quería eso.

Al oír lo que digo, abre la boca con la intención de replicar, mas la vuelve a cerrar y sus pupilas van de un lado a otro por encima de mi facciones. Quizás lo sorprendieron mis palabras y esperaba cualquier cosa menos saber que lo que más quería era volver a hablar con él.

No quiero discutir. No quiero nombrar las mil y una cosas que siempre esperé de él ni tampoco las que quería el día en que no respondió mis llamadas. Solo quiero establecer un poco de calma en medio del bullicio y hacer las pases, olvidar el rencor y empezar el cierre de este ciclo.

Doy un paso hacia adelante y lo envuelvo en mis brazos, sintiendo el calor que irradia de su cuerpo y el aroma de su perfume mezclado con tabaco. Él tarda en corresponder, pero apenas sus brazos me apegan a él con fuerza y recarga la barbilla en mi hombro, yo escondo mi cara en la unión entre su hombro y cuello, y suelto un largo suspiro. Es un alivio y sé que es algo que extrañaré como un desquiciado.

Después de lo parecen ser minutos, apoyo el mentón en su hombro y susurro en su oído con una pequeña sonrisa, la felicidad regresando a mí.

—Iré a la universidad, Dyl.

—¿Qué? —replica y se separa un poco de mí, sus manos sosteniendo cada uno de mis brazos con delicadeza. Tiene la frente arrugada y yo esbozo una sonrisa antes de repetir la noticia que acabo de dar.

—Iré a la universidad. ¿Recuerdas todo lo que he estado ahorrando? —Él asiente, su rostro todavía denotando cierta confusión—. Postularé a Juilliard en diciembre. Enviaré todo lo que piden para solicitar una audición y cubriré los gastos con mis ahorros. Lo que quede del dinero será destinado a la matricula, si es que soy seleccionado, y mi papá pagará el resto del año.

Sus iris pardos se ven más oscuros de lo común y me observa con los labios entreabiertos. Sabe tanto como yo lo que esto significa. Sé que entiende lo importante que es para mí y que es una alegría inmensa la que me causa el estar cerca de alcanzar mi meta, de cumplir el sueño por el que me he esforzado por años. Creo que también sabe que esto significa un viaje a Nueva York que no será un simple paseo por la ciudad. No tengo idea de qué pensamientos recorren su mente, pero tal vez está concluyendo lo que es cierto: todo está llegando a su fin.

Une los labios y no para de mover la mirada. Mira hacia un lado, hacia otro, el piso y después a mí. Me contempla y no despega los ojos de mis facciones, quizás queriendo grabar mi rostro en su mente como cuando tomas una fotografía. Me recuerda a cuando lo visité en el centro de rehabilitación, porque me veo a mí mismo reflejado en él, en su manera de mirarme mientras sus ojos brillan rebosantes de lágrimas que intenta reprimir.

Y me sonríe. Sus comisuras se curvan lentamente hasta que sus dientes quedan a la vista y me abraza de una forma tan familiar que me lleva al pasado por segundos, para después estar de regreso en el presente. El dolor es intenso, y lo peor es que esta no es una despedida. Al menos no todavía.

—No sabes lo feliz que estoy por ti —dice con voz quebrada y sus brazos me rodean el cuerpo con tal firmeza que quizás podría ahogarme, pero yo me siento cómodo y admito que nunca cambiaría esto por nada en el mundo.

Al alejarnos, me sonríe con melancolía y hay una lágrima que baja lentamente por su mejilla izquierda, la cual se enjuga con una mano. Sus largas pestañas están humedecidas y sus ojos vuelven a cristalizarse, razón por la que no puedo evitar sentir que mi corazón se encoge. Sus iris se aclaran, tonos verdosos que resaltan en medio del color miel, y suspira. Bosqueja una sonrisa débil que no deja a la vista su dentadura y yo le devuelvo una similar al no saber qué más hacer para que se sienta mejor... Simplemente, ya no hay nada más que yo pueda hacer.

—Deberíamos ir a casa, ¿no? —pregunta entretanto seca las últimas lágrimas que cayeron por su cara.

—A no ser que quieras quedarte aquí, creo que sí.

Su risa es el único sonido que destaca en medio del alboroto provocado por la muchedumbre y ahora soy yo el que siente un leve ardor en los ojos. Trago saliva y exhalo una bocanada de aire para calmarme, ya que no quiero llorar y debilitarme. Todavía no.

—¿Llevo tu maleta? —ofrece y señala la maleta azul que se halla a un costado de mí.

Respondo con un gesto afirmativo de mi cabeza y él da un paso hacia adelante, inclinándose para coger la maleta por su manilla y darme una mirada en señal de que es hora de irnos.

***

—Son veinte dolares —anuncia la cajera y yo busco la cantidad de dinero en mi billetera, ya que recuerdo que me queda algo de efectivo de las compras que hice por la mañana. Sin embargo, solo encuentro dos dólares y un par de centavos.

—Um... Pagaré con tarjeta —respondo y ella asiente mientras yo tomo mi tarjeta de débito e intento concentrarme en vez de pensar dónde pude haber dejado el dinero que tenía.

Al salir del supermercado, el viento frío y otoñal me hace pensar que caminar más de cinco cuadras hasta el departamento sería solo arriesgarme a coger un resfriado. Además, son las ocho de la noche, estoy cansado y llevo numerosas bolsas plásticas en ambas manos, por lo que opto por tomar un taxi.

El camino es silencioso y pienso constantemente en dónde pude haber dejado el dinero. Eran más de treinta dólares y estoy seguro de que no hay forma de que los haya perdido en la calle si estaban dentro de mi billetera. Ni siquiera tuve que ir al trabajo hoy, porque es día sábado, así que no hay otro lugar en donde pude haber extraviado el dinero; además, mi billetera estuvo la mayor parte del día en el bolsillo de mi pantalón y yo estuve la mayor parte del día en casa. Nada tiene sentido, así que supongo que todo fue una confusión de mi cabeza y en realidad nunca tuve ese dinero.

El taxi se detiene después de casi diez minutos y el conductor me comunica el monto a pagar. Yo recojo las bolsas que llevo a mis pies y antes de abrir la puerta para bajar del vehículo, le digo:

—¿Me espera un momento, por favor? Subiré a buscar el dinero, no tardo.

El hombre asiente y le sube ligeramente el volumen a la radio. Salgo del automóvil y me encamino hacia la entrada del antiguo edificio que necesita una remodelación con urgencia. Una sonrisa se forma en mi rostro al ver que el ascensor está en funcionamiento después de dos semanas, y llego al piso diez en un minuto.

Apenas abro la puerta y posiciono las bolsas en el piso, veo a Dylan recostado en el sofá con los brazos cruzados atrás de su cabeza. Tiene los ojos fijos en el techo y no veo emoción alguna en su rostro. No me mira y casi creo que perdió la audición, porque actúa como si yo no estuviese aquí.

Busco dinero en mi mochila, pues ahí guardo una pequeña cantidad en caso de necesitar hacer un gasto de emergencia. Bajo a pagar el viaje en taxi y subo de vuelta en el ascensor, esta vez con Dylan y su rostro inexpresivo en mi mente.

Al abrir la puerta, hago ruido a propósito porque quiero provocar una reacción en él. Nada. 

—Hola, Dyl. —Gira la cabeza hacia mí y se ve algo desconcertado.

—Oh, um... ¿Ya fuiste al supermercado?

—Sí, llegué hace un rato. Creo que no te habías dado cuenta.

—Sí, es que... estaba pensando, es todo.

Decido mover mi cabeza de arriba a abajo para hacerle saber que comprendo, no obstante, no quiero ir más allá. Es hora de trazar ciertos límites y hacerme entender que por más que quiera, no puedo seguir ayudándolo y debo tomar mi propio rumbo. Planeo estar aquí hasta la temporada de solicitudes para la universidad, y si no resulta, me iré de vuelta a Inglaterra. No tengo contemplado el seguir atándome a la vida de Dylan cuando lo que debo hacer es zafarme poco a poco de todo lo que tiene relación con él; es un trabajo bastante complicado si se tiene en cuenta que continuaremos viviendo bajo el mismo techo por varios meses.

Antes de dirigirme a la cocina para guardar las compras, noto que se me queda mirando como si aguardara a que yo añada algo más. Me duele, pero tengo que hacerle saber que yo ya no seré la persona que le pregunte qué era lo que pasaba por su mente hace un rato, sin importar si en realidad es algo que me gustaría saber.

Suspiro y me dirijo a la cocina, maldiciendo en silencio el hecho de que mis ojos se están llenando de lágrimas y ahora no es el momento.

***

—No lo sé, Tom. No lo he visto —me responde distante mientras termina de atar los cordones de sus zapatillas.

Día lunes. Un lunes que creí que comenzaría con una sonrisa en el rostro, pero ahora tengo el presentimiento de que esto es solo una parte del horrible día que me espera.

Veo que Dylan se pone de pie y camina hacia el armario solo usando sus jeans. El día está nublado y frío, un clima bastante característico para la estación. Escoge un sweater negro y lo observo en busca de algún desliz, algún error en su forma de actuar: es mi subconsciente otra vez diciéndome que hay algo turbio en medio de su supuesta franqueza.

Creo que puede sentir mi mirada sobre él, pues me da vistazos cada cierto rato y junta las cejas, sus ojos un poco entornados. Con el ceño fruncido y todavía pensativo, doy media vuelta hacia el baño y termino de alistarme, arreglando mi cabello húmedo frente al espejo y buscando por última vez mi collar de oro, pero es en vano; no está en ningún lado.

—¡Dylan! ¿Estás completamente seguro de que no has visto el collar?

No obtengo respuesta y prefiero no molestarme en repetir la pregunta en un volumen más alto. Miro mi reflejo por última vez, me aseguro de no olvidar ningún detalle respecto a mi presentación personal y mis ojos revisan el cuarto de baño de una sola vez. No hay nada.

Camino por el pasillo, mis pisadas haciendo eco. Algunas tablas de madera rechinan y se mezclan con los sonidos que hace Dylan al ir de un lado a otro en nuestra habitación. Utilizo esos sonidos como un método de relajación. Intento que me reconforten, que sean un alivio al saber que solo es una mañana más, otro comienzo de un largo día.

Será un buen día, Thomas. Será un maldito buen día.

Al servirme una taza humeante de café recién preparado, introduzco dos rebanadas de pan en la tostadora y aguardo de pie. Tomo con ambas manos la taza para entibiar mis manos que se sienten entumecidas debido al frío matutino. Las luces están encendidas, afuera el sol no parece tener intenciones de brillar y yo pienso en los posibles lugares donde mi collar se podría hallar, porque es imposible que me lo haya quitado por un día y se haya esfumado.

Bebo un largo trago de café y analizo mi entorno, por lo que me doy cuenta del desastre: en el lavaplatos hay una montaña de loza que no ha sido lavada por días y sobre uno de los mesones hay mucho más junto a unos cuántos envoltorios de golosinas y servilletas usadas. El piso también se ve sucio y cubierto con un poco de basura que seguramente cayó del basurero, ya que ha sobrepasado su límite. ¿Cómo han pasado tantos días y no me he percatado de esto? Ni idea. Así que dejo el tazón en el mesón que está más vacío y limpio, recogiendo con ambas manos todo lo que puedo y arrugando en mis palmas varios papeles para así poder sostener más. Tiro todo dentro del basurero, aunque no tiene sentido si no cabe nada más dentro de la bolsa plástica.

Suspiro y hago una nota mental sobre hacer una limpieza profunda al llegar del trabajo, para luego proceder a tomar los bordes de la bolsa plástica mientras procuro no dejar caer nada al piso; no obstante, cuando voy a atar un nudo, el sonido del pan saltando de la tostadora me causa un gran susto, haciendo que la bolsa se resbale de mis manos y yo vea más de la mitad de la basura desparramada en el piso. Es una mini tragedia y maldigo en silencio, culpando a la tostadora por no hacer más ruido que ese y culpándome a mí por no recordar que había decidido desayunar tostadas. En cuclillas, recojo cosas que no lucen tan anti-higiénicas como para que entren en contacto con mis manos y las devuelvo a la bolsa; sin embargo, me detengo tan pronto mis ojos captan una caja rectangular que tomo de inmediato entre mis manos. Reviso dentro de esta y no hallo nada, pero el extraño nombre impreso en letras grandes y llamativas echa a andar mi memoria.

Todo cobra sentido y dejo caer la caja antes de caminar a zancadas hacia la sala, casi en un acto frenético del que no soy consciente. Me acerco al sofá, lugar donde se encuentra la mochila de Dylan, y la abro con impaciencia, indagando dentro de ella por primera vez después de meses y esperando hallar alguna evidencia de que las pastillas le pertenecen. Si bien todo el contenido de su bolso acaba en el suelo, me percato de un pequeño bolsillo oculto en la parte trasera, el escondite preciso que me lleva a una caja rectangular idéntica a la que yace sobre el piso de la cocina. Dentro hay una tira plástica que debería contener diez pastillas, de las cuales solo quedan tres, y caigo al piso con mi espalda recargada en el sofá y la mirada perdida.

No estoy seguro de los efectos que el medicamento puede causar si se consume en dosis abundantes y de forma prolongada. No estoy seguro de nada. Sé que el nombre de ese  medicamento es familiar y lo reconozco gracias a la información que recibí a través de un folleto que me fue entregado el día en que Dylan entró a rehabilitación.

Mi cuerpo está paralizado y siento que el corazón me late de tal forma que cada latido retumba en mis oídos. Mis ojos divagan por la habitación sin saber qué es lo que realmente quieren ver, aunque sé que en realidad intento encontrar paz en medio del silencio molesto y ensordecedor. No debería desconcertarme tanto si tengo en cuenta que esto es algo que veía venir, o al menos debía tenerlo previsto en un futuro cercano, pero eso es mi culpa por haber decidido bajar la guardia nuevamente.

Cuando bajo la mirada, veo los contenidos de la mochila de Dylan vertidos en el suelo. Hay una pila de ropa que suele llevar al trabajo y su billetera está entre toda esa maraña de tela. Debido a que la billetera no posee broches ni cremalleras, solo compartimentos, muchos de sus documentos se encuentran esparcidos en el suelo: su identificación, una tarjeta de débito, más tarjetas, un par de monedas... pero reparo en algo que se convierte en la pieza que faltaba en el rompecabezas.

Me inclino para sostener la billetera entre mis manos, jalando del plástico transparente que sobresale de uno de los bolsillos. Es una bolsa pequeña llena de polvillo blanco que probablemente consiguió hace muy poco, porque no parece haber sido consumida en absoluto. Pero no solo pienso en el hecho de que Dylan esconde más secretos de lo que yo creía, sino que surgen preguntas como de dónde obtiene el dinero suficiente para pagar todo eso y quién le provee tales drogas. Tal vez es Will o sus amigos en el trabajo... Tal vez yo he sido muy despistado en los momentos que menos debería haberlo sido.

Y duele. Duele como nunca. Es tan intenso y se mezcla con toda la rabia que incrementa con el pasar de los segundos. Pienso en tantas cosas, la cabeza me da vueltas, las lágrimas caen, mas hay algo que me causa un dolor indescriptible: la persona que tanto creí conocer, en realidad es un desconocido.

—¿Thomas? —me llama desde el pasillo, sus pisadas cada vez más cerca de la sala— Tom, escuché que algo cayó y...

Lo veo en la entrada del pasillo. Está de pie y no sé si su expresión es de sorpresa, perplejidad o miedo, o simplemente sabe que lo descubrí y las mentiras terminaron.

—¿Thomas? —repite y yo me incorporo con la billetera y la bolsa de cocaína en mi mano. Tengo los ojos fijos en él y lo único que quiero es no volver a saber de su existencia o que alguna vez lo conocí.

Es una acción impulsiva la que me hace lanzar hacia él ambos objetos que tengo en mis manos, aunque logra esquivarlos. Está con la boca entreabierta, seguramente quiere encontrar las palabras que son capaces de remediar la situación. No hay nada capaz de remediarlo.

—¿Hace cuánto tiempo que consumes esa mierda? ¿De dónde sacaste el dinero?

—¿Qué? ¿Qué co...?

—¡Eso, Dylan! —bramo y señalo la pequeña bolsa que está tras él. No se gira a mirar, pues sabe de lo que hablo—. Quiero saber desde cuándo que compras eso y las pastillas. De dónde sacas el dinero.

—Thomas, yo no sé de qué...

—¡El dinero, por la mierda! —interrumpo impaciente y me paso una mano por la cara, sintiendo mis dedos húmedos debido al llanto— ¡De dónde consigues el dinero para comprar esa droga! ¡Cuánto tiempo pensabas continuar con esto! ¡¿Creías que yo nunca me iba a enterar?! ¡¿Acaso crees que soy un idiota?! ¡¿Eso es lo siempre has pensado de mí?!

No me responde. Sus ojos lucen vidriosos y lágrimas brotan de ellos, cayendo por sus mejillas y directamente al piso. Me mira de una manera que me gustaría entender. Veo miedo. Está asustado, quizá arrepentido, pero el temor predomina en él y distingo un 《lo siento》 entre sus sollozos. Su vista se dirige al piso, para luego enjugarse las lágrimas y observarme, sus gigantescos ojos pardos atravesándome el alma de una sola mirada. Entonces, justo cuando intenta decir algo más que simples tartamudeos, me doy cuenta.

—El collar... —murmuro y lo observo, quizás esperando a que niegue con honestidad lo que acabo de descubrir. Quiero que me diga que no es cierto, pero no da respuesta alguna más que el confirmarlo todo con su reacción.

Otra vez baja la mirada y llora, sus labios presionados y sus ojos cerrados con fuerza. Si bien hace unos segundos creí que esto superaría el dolor ya vivido, mis emociones están adormecidas y creo que ya no me queda mucho por sentir. Ni siquiera lloro, solo pienso en cómo cada hecho se conecta y dirige a un resultado. Nada fue coincidencia, debí haberlo notado antes, menos la repentina pérdida de objetos de valor en el departamento. Por supuesto que mi collar no se encuentra aquí, el dinero extraviado tampoco y...

Una revelación se hace presente en mi mente y en un parpadeo estoy pasando por el lado de Dylan, corriendo por el pasillo y entrando a nuestra habitación. Apenas cruzo el umbral, doy un giro hacia la izquierda y abro una de las puertas corredizas del armario. Hay dos pilas de camisetas y pantalones doblados de forma desaliñada; el lado izquierdo le pertenece a Dylan y el derecho, a mí. Un poco más arriba hay una tabla posicionada horizontalmente que hace la separación, creando una especie de estante en donde se encuentran artículos variados, tales como el perfume que Dylan siempre usa, un cuaderno que dejé allí hace meses y nunca más escribí en él y, al fondo, una caja de zapatos en la que he guardado mis ahorros por más de un año.

Ruego en silencio de que todo el dinero esté allí y estiro los brazos para tomar la caja negra, apoyándola en un espacio angosto que queda de la sección en donde está la ropa y al mismo tiempo sosteniéndola con mis manos. Levanto la tapa plegable y por el rabillo del ojo veo a Dylan, quien está de pie y solloza silenciosamente. Vuelvo a prestar atención a lo que me tiene sumido en un mar de emociones... nada. Prácticamente, no hay nada.

Más de la mitad de la caja está vacía y queda un solo fajo de billetes de veinte dólares. Por lo demás, solo es visible una superficie de cartón color café, la cual alguna vez significó horas de trabajo... y también mis sueños.

—Dylan...   —susurro todavía sin poder despegar la vista de la caja que está casi vacía— ¿Qué... Qué hiciste con el dinero?

Sé la verdad, es predecible. También sé que es una pregunta tonta la que estoy haciendo, pero es todo tan abrumador que no quiero aceptarlo, porque en mi mente una voz me dice que este es el verdadero final... y está sucediendo de la forma que menos esperaba.

—Iba... Iba a decírtelo —contesta él con voz quebrada—. No quería... No tenía opción. Necesitaba el dinero y no sabía de dónde...

Doy media vuelta y me atrevo a mirarlo a los ojos. Las lágrimas caen y caen, no se detienen, y permito que mis emociones ganen la batalla. Todo sucede a una velocidad que le causa dificultades a mi cerebro para ser consciente de mis acciones. Empujo a Dylan una y otra vez, gritándole furioso cosas que la verdad no sé si tienen sentido. Él no cae, solo se tambalea hacia atrás e intenta sujetar mis manos, y yo pienso en que me gustaría darle mil puñetazos hasta hacerle sentir el dolor que yo siento... pero eso es imposible, ¿no?  Además, tampoco soy capaz de hacerle un daño como ese.

—¡Nunca has tenido opción porque nada te importa! ¡Nada! —Lo empujo otra vez y él me mira desesperado, todavía llorando y haciendo su mejor intento por tranquilizarme—. ¡¿Que hay de mí?! ¡¿Te das cuenta de lo que has hecho?! Esa era mi entrada a la universidad, a mis sueños, ¡y tú eres un egoísta de mierda que no piensa en nadie. Más. Que. Él! —Con cada pausa, mis manos lo empujan con más fuerza y él me detiene, sosteniéndome por las muñecas.

—Tom, yo... yo te amo. No quise...

—Quiero que te vayas —digo antes de que termine y lo miro a los ojos con un odio que jamás pensé llegar a sentir por él.

—¿Qué? —pregunta perplejo y destrozado— No... No, no, Thomas... Solo... Solo déjame explicarte...

—¡Quiero que te vayas, Dylan! —al reiterar a gritos lo que acabo de decir, me zafo de su agarre y me acerco al ropero.

Arrastro con mis manos toda la pila de ropa que es suya y después los objetos que están más arriba, aunque esta vez me da igual si algunas cosas son mías. El sonido de cristal quebrándose resuena en el cuarto y las tablas de madera junto a la ropa se humedecen de perfume. Escucho a Dylan, su voz bastante lejana, pidiéndome que me detenga, y yo toso debido al llanto que comienza a ahogarme. Luego me siento en el piso, mi espalda recargada en la cama, y no tengo control sobre nada en absoluto. Lloro desgarradoramente, es todo lo que hago.

***

Los días han transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Hace una semana desperté y lo primero que sentí fue un dolor de cabeza insoportable. Después me di cuenta de que el aroma de Dylan estaba por todos lados y que su perfume había dejado una mancha blanca en el piso de madera. Su ropa estaba allí, humedecida y arrugada, y había un silencio sepulcral. No tardé más de cinco minutos en saber que eran las cuatro de la tarde y que yo era el único en el departamento.

Horas más tarde volví a dormir, esta vez sobre la cama y sin molestarme en limpiar, y la puerta de entrada me despertó por la noche. Recuerdo haber tomado la decisión con tanta convicción que no tuve la necesidad de pensarlo dos veces, solo permanecí sentado en la orilla de la cama con las luces apagadas y las pisadas de Dylan haciendo eco desde la sala.

A la mañana siguiente desperté sabiendo lo que haría. Renuncié a mi trabajo y hablé con mi madre para comunicarle que me iría de vuelta a Inglaterra. Le conté menos de la mitad de lo sucedido, ya que cada vez que hablo del tema las lágrimas aparecen y el dolor resurge, pero por suerte no me pidió demasiadas explicaciones porque supongo que sabía más de lo que yo creí, y me recordó que siempre sería bienvenido si quería regresar.

Todavía debo esperar a recibir mi finiquito, que no es una gran suma de dinero pero será suficiente para un pasaje a Inglaterra. No he visto a Dylan en dos días y su ropa, que yacía amontonada en el piso, desapareció. Todavía tiene prendas de vestir guardadas en el otro lado del ropero, donde hay unas cuántas camisas, chaquetas y abrigos colgados más dos pares de zapatos en un rincón dentro del mueble. En la cómoda que ambos compartimos hay más camisetas y ropa interior, y todo eso se ha mantenido intacto. El aroma de su perfume continúa impregnado en la habitación y hay noches en las que siento el vacío que se hace presente en nuestra cama. Todavía lloro y me convenzo de que en realidad lo odio con todo mi corazón; mas es algo absurdo convencerme de tal mentira si sé que todavía lo amo y extraño.

A lo que he dedicado mis tardes es ordenar y desechar objetos inservibles que no tenía la menor idea de su existencia. Guardo en una caja lo que después echaré dentro de mi maleta y luego me siento a ver televisión o escuchar música, o solo observo por la ventana de la habitación y fumo un cigarrillo. El día de hoy escogí escuchar música, uno de los álbumes de Pearl Jam que Dylan vivía escuchando, mientras me reclino en el sofá y contemplo el blanco techo que posee nuevas manchas y algunas fisuras por la pintura que se ha descascarado. Espero a que las horas pasen y que el tiempo vuele para así poder largarme lo más pronto posible de aquí. No obstante, una pequeña parte de mí todavía espera a que Dylan vuelva y nos veamos por última vez.

Y puedo jurar que es como si el destino quisiera cumplir mis deseos.

La puerta de entrada es abierta por otra persona después de días, y allí está él. Se relame los labios, resecos y mucho más pálidos, y cierra la puerta tras su espalda. Lleva puesta una chaqueta de cuero negra y jeans, y sus mejillas sonrosadas destacan en su blanca piel. Hoy no salí de casa, pero por la ventana el clima parece ser bastante frío y puedo notar que él no llevaba la vestimenta adecuada.

Deja la mochila en el suelo y se frota ambas manos, pasándose una vez más la lengua por los labios, y yo no sé si debería decir algo. Honestamente, ya no siento esa rabia de hace una semana y tampoco quiero hacerlo sufrir hasta que sienta todo lo que sentí. Solo quiero tranquilidad, darle un cierre a esto y terminar de una buena vez.

Hace una mueca extraña y se dirige cabizbajo hacia la habitación. El CD se terminó y el silencio está de vuelta. Suspiro, me pongo de pie y camino a nuestro cuarto sin saber con precisión qué es lo que planeo hacer o decir.

Me detengo en el umbral de la puerta, mis brazos cruzados y un costado de mi cuerpo apoyado sobre una de las superficies. Su maleta está sobre la cama mientras saca su ropa de los colgadores, y por un momento creo que no me ha visto, pero después pienso que quizá prefiere fingir que no estoy aquí. Tiene ojeras prominentes bajo los ojos, sus párpados lucen pesados como si no hubiera dormido bien por mucho tiempo, una pequeña barba de aproximadamente dos días le cubre la barbilla y su cabello se ve algo sucio.

—No sigas —hablo cuando veo que saca una camisa de uno de los colgadores y la deja sobre la cama.

Alza la mirada y frunce el ceño, observándome confundido a traves de sus largas pestañas.

—No es necesario que guardes tus cosas —carraspeo, mis ojos en el piso y después en él, y prosigo—. No tienes por qué irte.

—Pero...

—Me iré a Inglaterra. No sé cuándo... quizás en un par de semanas más, pero será pronto. Así que no te preocupes, no tienes que irte.

Sus ojos brillan y se enrojecen un poco. Están llenos de lágrimas que solo quieren desparramarse sobre su rostro, pero sé que se esfuerza por no permitir que eso pase. Asiente y esboza una sonrisa tan débil que el impulso por abrazarlo de nuevo es casi inevitable. Luego, presiona los labios entre sí y baja la vista, dando media vuelta y tomando su ropa entre sus manos. No vuelve a girarse y supongo que espera a que me vaya o algo, así que con toda la fuerza de voluntad que todavía queda en mí, giro sobre mis talones y escucho sus sollozos mientras camino por el pasillo. Me digo a mí mismo que debo continuar hasta llegar a la sala y no devolverme; una de las cosas más difíciles que alguna vez he hecho, pero lo logro.

Me siento en el sofá, prendo la televisión y le presto atención a la basura de programación que hay en los canales, o al menos eso es lo que intento.

***

Dos semanas. Dos semanas en las que ya recibí mi finiquito, empaqué todas mis pertenencias y mi hermana llamó por teléfono preguntando por la fecha y hora de mi vuelo, solo para saber cuándo llegaría. Tuve que decir que todavía no había recibido mi último sueldo y por eso aún no compraba el pasaje. La verdad es que hace dos semanas Dylan está desaparecido, o al menos para mí lo está, y no podría estar más preocupado.

Ki Hong vive asegurándome que ha de estar bien y me recuerda que más de una vez también desapareció por un par de días, así que en vez de estar preocupado, debería irme (aunque se la pasa diciéndome que no quiere que me vaya y que debo venir a visitarlo. También me recuerda una y otra vez que hablaremos por Skype, llamadas telefónicas y que mantendremos el contacto. Yo siempre río ante eso y hago un ademán de negación con mi cabeza, porque es obvio que así será). Pero cómo no preocuparme si no ha dado ni una sola señal de vida y no se trata de un simple conocido.

Desapareció dos días después de que le dije que no era necesario que se fuera. A veces pienso en que se está quedando con Will porque prefirió eso a tener que continuar viviendo conmigo por tan solo unas semanas más. Quizás no le hacía bien verme todos los días sin intercambiar ni una sola palabra aparte de un《buenos días.》O quizás ese soy yo y él quiso irse solo porque no soportaba la situación.

Ni siquiera sé por qué no está su mochila pero sí la mayoría de sus pertenencias, que están guardadas donde siempre. He tratado de llamarlo y nunca contesta, solo escucho de inmediato la voz que me dice que deje un mensaje. Conocí a Will una vez y no tengo su número telefónico, y ni idea de quiénes son sus amigos del trabajo. Jamás conocí a ninguna de las amistades de Dylan y solo hablaba por teléfono con su hermano menor, a quien nunca conocí en persona pero sí a través de fotografías. A su familia también la conozco a través de una foto que él suele mantener dentro de su billetera pese al rencor que les guarda. Todo esto confirma mi creencia de que no es demasiado lo que sé sobre él y que siempre hubo secretos que sabía perfectamente cómo mantener ocultos.

El día avanza con suma lentitud y yo no hago más que fumar un par de cigarrillos y seguir la rutina diaria. El departamento se siente demasiado solitario y eso me hace pensar demasiado, lo cual empeora todo. Me repito una y otra vez que Ki Hong tiene razón: Dylan se está quedando en la casa de alguien más y se encuentra bien, tal vez mucho mejor de lo que alguna vez pudo haber estado conmigo. No obstante, medito constantemente en la opción de llamar a la policía y declarar que se encuentra desaparecido por más de 48 horas, así comienzan su búsqueda lo más pronto posible. Tal vez son medidas desesperadas y sé que eso podría meterlo en problemas si es que está sano y salvo, ya que lo arrestarían debido a las drogas ilegales que porta. Hasta yo podría ser considerado como un sospechoso o cómplice en algo de lo que posiblemente forma parte; pero me da igual, solo necesito saber que está bien.

Cuando la desesperación y el estrés se vuelven demasiado, camino hacia la habitación e indago entre sus cosas. Busco algún número de contacto de la gente que él conoce, sus amigos, porque ya tengo el número de su hermano y dudo mucho que haya ido a visitarlo a él o a su familia. Me acerco a su mesa de noche y abro el cajón, quitando de encima unos cuántos papeles y reparando en algo que me hace parar en seco. Su celular está ahí. No enciende al apretar el botón de desbloqueo, por lo que supongo que está descargado. Busco mi cargador tan rápido como puedo y conecto el teléfono a un enchufe, viéndolo cargar. Cuando al fin logro prenderlo, reviso los contactos de su agenda, hallando el número de Will y otras personas que no tengo la menor idea de quiénes son. Supongo que es preferible llamar a alguien que conozco y no alarmar a más gente sin tener certeza de nada, así que llamo a Will y aguardo impaciente a que conteste.

—¡Dylan, hermano! —exclama con alegría, aunque la forma en que modula me dice que está borracho o algo por el estilo— ¿Dónde te habías metido, eh? Creí que...

—Will, soy Thomas.

—¿Thomas? No conozco a ningún Thomas. ¿Dónde... está Dylan?

—Soy su no... digo, su ex —me corrijo y exhalo profundamente—. Es lo mismo que quería saber. No he visto a Dylan hace dos semanas y...

—No tengo... No tengo idea de dónde puede estar. No sé de él hace un mes —replica en uno tono despreocupado, como si no se tratara de algo tan terrible para él.

—Pero...

—Lo siento, amigo. Ahora estoy ocupado. Si ves a Dylan, dile que me llame, ¿sí?

Y con eso, la llamada termina y yo me paso una mano por el rostro, sintiéndome abatido. No podría ser peor que esto, ¿cierto?

Al caer la tarde, me siento en el sofá y observo mi celular que está junto al de Dylan en la mesa de centro. Reconsidero llamar a la policía y reportar una desaparición, pero no quiero creer que estoy exagerando cuando Dylan pudo haber dejado a propósito todas sus cosas aquí... aunque eso no tendría sentido, pues cualquier persona que toma la decisión de marcharse lleva consigo sus objetos de valor que son completamente necesarios.

Frustrado, me reclino en el respaldo acolchado y me paso ambas manos por el rostro como si eso fuera a aliviar algo del estrés que siento. Luego de esto, cierro los ojos, sumiéndome en un sueño del que despierto sobresaltado gracias a mi celular. Ava, mi hermana, está llamando, y gruño fastidiado antes de responder.

—Qué quieres, Ava.

—Vaya, ni siquiera un saludo —contesta molesta y yo chasqueo la lengua, otro suspiro saliendo de mis labios.

—Lo siento, es que... Estoy cansado, es todo.

—¿Pasa algo? —me pregunta con voz dulce— Sabes que puedes contarme lo que sea.

—No solo algo. Pasa de todo.

—¿Es por Dylan?

Ni siquiera estoy seguro de la información que Ava posee. No sé qué es lo que mi familia creerá que sucedió, porque jamás les di mayores detalles y planeo hacerlo tiempo después, cuando me sienta preparado y las heridas hayan sanado un poco. Aunque a lo mejor no me vendría mal desahogarme y decirle a Ava lo que realmente pasa.

—Ava, ¿qué es lo que mamá te ha dicho?

—Bueno, que tú y Dylan ya no están juntos y que, ya sabes... —El tono de su voz disminuye, como si temiera sacar a colación temas de los que quizás yo no quiero hablar por ahora—. Lo que pasó con él sobre la droga, y...

El aparato vibra contra mi oído y lo alejo, viendo en la pantalla que hay una llamada entrante de Matt, el hermano de Dylan. Al instante mi estomago se retuerce, mas evito los pensamientos negativos y espero a que sean buenas noticias.

—Oye, tengo que colgar. Te llamo luego, ¿okay?

Tan pronto se despide de mí, termino la llamada y contesto la otra, mis nervios claramente percibidos en mi temblorosa voz.

—¿Hola?

—Thomas... —escucho sollozos reprimidos y guarda silencio por un momento.

—Matt, ¿qué pasa? ¿Está todo bien? —Un sollozo mucho más sonoro llega a mi oído y yo frunzo el ceño, sintiendo un pequeño nudo en la boca de mi estómago—. Hey, Matt, tranquilo. ¿Qué pasó? ¿Es tu mamá? ¿Pasó algo en...?

—Thomas, Dylan... Dylan murió —dice desde el otro lado de la línea en medio del llanto—. Ayer vino la policía a nuestra casa... Fue... Fue asesinado. Nos pidieron reconocer el cuerpo...

Matt continúa hablando, pero la mayoría de sus palabras se vuelven incomprensibles para mí. Mi cerebro quiere asimilar la noticia, sin embargo, mi corazón late peligrosamente rápido y quiero creer que esto es una broma de mal gusto. Cierro los ojos y permito que las lágrimas que nublan mi vista se deslicen hasta caer por mi barbilla.

—La policia debería contactarte pronto.... Dijeron que llevaba un collar de oro en el bolsillo de su chaqueta, aunque estaba roto, y recordé que era el mismo que llevabas puesto en la foto que...

—¿Qué? —lo interrumpo, tragando saliva y carraspeando antes de preguntar con voz quebrada— ¿Qué... qué dijiste?

—Parece que tenía tu collar. Está... Creo que dijeron que era una cadena rota, como si hubieran forcejeado para conseguirla o algo así. Creí que era tuya porque la vi alguna vez en una foto que me enviaste junto a Dylan... ¿Por qué? ¿Es algo importante?

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