Azul

Despierto gracias al sonido de la puerta de entrada cerrándose. Entorno los ojos, intentando distinguir algo en medio de la oscuridad. Asumo que sigue siendo de noche y prendo la pequeña lámpara a mi lado, la bombilla titilando unos segundos antes de emitir su cálida luz anaranjada.

Analizo la habitación: Dylan no está a mi lado, mas no es algo que me sorprenda del todo, ya que no podría haber sido otra persona la que saliera o entrara al departamento cuando solo nosotros dos vivimos aquí; sin embargo, mi duda es si se fue o regresó de algún lugar a estas horas de la madrugada y por qué. Nunca lo había hecho antes, sino me habría dado cuenta.

Tomo mi teléfono, el cual luce bastante usado, y miro la hora en la pantalla: tres y veinticinco de la madrugada. Con un suspiro largo me siento a orillas del colchón y marco el número de Dylan, esperando y esperando a que conteste mientras me impaciento al solo oír esos malditos timbres uno tras otro, seguidos de la voz de una mujer en una grabadora. Hago alrededor de seis intentos y, finalmente, dejo furioso el aparato sobre la superficie del pequeño mueble.

Decido fumar un cigarrillo, quizás en el tiempo que tardo en consumirlo él reaparece o me llama de vuelta. Me dirijo a la pequeña ventana rectangular y corrediza, la abro por un solo lado y enciendo el cigarro en mis labios. El humo entra a mis pulmones y deja en mi boca un gusto amargo, pero a la vez delicioso, sintiendo un relajo fugaz dentro de mi mente y cuerpo que apoyo en el marco de la ventana. Diez minutos más tarde, vuelvo a intentar contactarlo sin éxito, así que resuelvo que no tengo otra opción más que dormir y confiar en que aparecerá por la mañana.

Despierto al igual que la primera vez: la puerta de entrada se cierra, llaves que suenan como campanillas y percibo movimiento en la cocina, el refrigerador cerrándose de un portazo —me pregunto si podrá aguantarlo después de lo deteriorado que está—, cajones que se abren y cierran, y un gruñido lleno de fastidio. Me levanto y camino hacia allá, encontrándome con un Dylan molesto que indaga entre cada uno de nuestros muebles.

—¿Qué haces? —pregunto con tranquilidad. No quiero estallar de inmediato, así que intento guardar toda la rabia para más tarde.

—¿No tenemos comida en esta condenada casa? —refunfuña y pongo los ojos en blanco.

—Lo que compré ayer fue lo único que pude pagar, Dylan. Solo alcanzó para la cena.

Dicho esto, cierra la puerta de la despensa y recarga su espalda en el mesón de abajo con sus brazos como soporte.

—Se supone que ayer recibiste tu paga y hoy comprarías lo necesario para el mes, ¿recuerdas? Yo pagaría la renta y tú los alimentos, suministros y cosas que podríamos necesitar aquí. —Ninguna respuesta. Lo observo bajar la cabeza y enterrar los dientes en su labio inferior, luego los junta en una fina línea y mueve su pie derecho a un ritmo constante—. ¿Dylan?

—Gasté el dinero —susurra.

—¿Qué? —Lo oí con claridad, mas formulo la pregunta una vez más solo para asegurarme de que no estoy imaginando cosas.

—Gasté el dinero —repite en un volumen más alto, nunca despegando los ojos del piso.

La ira se arraiga con firmeza dentro de mí y cierro los ojos, posando mis dedos índice y medio sobre uno y el pulgar sobre el otro. Exhalo exasperado, haciendo lo humanamente posible para no gritar, pero no consigo reprimir las intensas emociones.

—¡Te pagan 1.100 dólares, Dylan! ¡Más de 1000 malditos dólares que si no gastaras, nos permitiríamos tener un hogar mucho más decente! —exclamo y él solo me escucha, o al menos pienso que lo hace— ¿En qué mierda te gastaste el dinero?

Pero jamás abre la boca y la sensación de que estoy hablando solo regresa a mí.

—Lo gastaste hoy, ¿no es cierto? Saliste en la noche a derrochar todo en esa basura. De seguro estabas con tu gran amigo Will —digo con sarcasmo evidente y una sonrisa irónica—. Ahora cómo esperas que pasemos este mes, ¿mmh? ¿Acaso voy a tener que robar las sobras en el restaurante para que tengamos un plato de comida?

—No seas exagerado, Thomas —replica indiferente—. Me quedan unos cuántos billetes y no es como si tu salario fuera poco. Alcanza para pagar la renta y...

—¡Y solo alcanzará para eso! Ayer te dije que el dueño subió la renta. Además, ¡por qué mierda soy yo el que tiene que encargarse de todo cuando acordamos dividir gastos!

Lo oigo suspirar y las ganas de escucharlo se desvanecen. Estoy aburrido de su actitud, de la forma en que nos ha ido hundiendo día tras día, siendo una persona egoísta y totalmente opuesta a la que conocí.

—Lo solucionaré, calma. Veré qué hago y...

—¡Joder, Dylan, cuántas veces no te he oído decir eso! —lo interrumpo lleno de coraje y sus ojos se elevan para mirarme. Sus párpados lucen pesados y el color de sus iris resalta gracias al rojo que rellena lo que debería ser blanco— Dos días atrás me prometiste que tratarías, pero ¡vaya!, rompiste el récord de quebrar mi confianza en menos de una semana.

Y es como si le hubiera dado una bofetada: su mirada irradia tristeza, sus labios se unen con vigor y denota agobio puro.

—Tom... —habla y da pasos hacia mí.

—No, Dylan. De verdad, me harías un gran favor si te callaras —repongo serio, para después ir a paso veloz en dirección a nuestra habitación y dar un portazo a mis espaldas.

Inhalo una bocanada de aire para apaciguar el alboroto en mi cerebro, tratando de olvidar los acontecimientos vividos hace segundos atrás y mentalizándome para ir a trabajar en menos de una hora. Mientras escojo vestir los mismos jeans que usé ayer y una camiseta negra, el ruido de vidrio quebrándose contra una superficie y un alarido colérico se oye desde afuera del cuarto. No sé si sentir temor o enfadarme más. Nunca he comprendido por qué Dylan no sabe controlar la rabia y menos solucionar los problemas, prefiriendo descargarse con todo a su paso tal como si así lo malo terminaría esfumándose. Jamás me ha golpeado, y confío plenamente en que no lo haría, mas en momentos así crece un minúsculo miedo en mi pecho que me hace dudar de si es seguro estar en la misma habitación que él.

Abro la puerta con precaución, aunque tengo claro que no debería actuar así por una simple rabieta de mi novio. Entonces, me percato de la poca salubridad de nuestra relación y de su escasa lucidez; no es hasta ahora cuando concluyo que ha estado drogado desde que llegó. Qué estúpido de mi parte no haberlo pensado antes, sus ojos irritados y su actitud al hablarme dejaban todo a la vista.

No consigo quitármelo de la mente en ningún segundo, mientras tanto, el agua corre y baja por mis hombros tensos, aliviando el dolor que los invade gracias a todo el estrés vivido las semanas anteriores. Cada día Dylan se arranca de mis manos e ignoro si su salud mental o física está bien, y a veces creo que no confía tanto en mí como yo confío en él. Estoy seguro de que hay tanto en el trasfondo de la situación, un montón de cosas que oculta de mí y que me llevan a sentir cierto terror, ya que no sé si deseo enterarme de ellas. Cierro los ojos y añoro poder despertar a su lado por la mañana al igual que hace un par de años atrás. Quiero sentir sus dedos deslizándose en mi cabello o acariciando mi piel, sus suaves besos y sus brazos rodeando mi torso, haciéndome sentir a salvo... ahora soy yo quien intenta mantenerlo sano y salvo, incluso si él no me lo permite.

Me duele demasiado saber que no tengo muchas alternativas restantes. Planeo darle un poco más de tiempo y demostrarle las dificultades que está creando para los dos, no solo a mí, pero no puedo dejarlo porque lo amo demasiado y sé que si me esmero en lograr que me abra sus puertas y me cuente lo que realmente hay dentro de su cabeza, podré ayudarlo.

Al terminar, me visto y preparo deprisa para irme al trabajo. Soy mesero en un restaurante frecuentado y, a la vez, tranquilo, el cual se halla a una hora de distancia. Entretanto guardo dentro de una mochila mi uniforme más otros objetos que podría necesitar, mi billetera y teléfono en los bolsillos de mi pantalón, una canción de Pearl Jam suena a todo volumen desde la sala de estar. Y de repente llega a mi memoria el recuerdo vivo del día en que conocí a Dylan, irónicamente, en el mismo restaurante donde trabajo hoy en día. El lugar no tiene demasiados lujos y es bastante casual, por lo que alguna vez fue el sitio perfecto para juntarme con un chico que estaba conociendo. Esperé una hora y media, mas el muchacho nunca llegó y acabé sentado en la barra que está cerca de la entrada, siendo de noche y bebiendo una cerveza. Suelen poner música de fondo en ese sector para así crear un ambiente ameno para todo el que vaya a beber, y cada vez que camino frente a los asientos, revivo el momento mientras escucho la música en un volumen bajo. Me veo sentado con la botella de cerveza barata en mi mano, cabizbajo; entonces, llega Dylan y me habla con la excusa de que le parezco familiar, para luego entablar una conversación con un sinfín de temas y comentar cuánto nos gusta la canción que suena, la cual es Come Back de Pearl Jam, a pesar de ser una canción dolorosa y llena de melancolía. Rememoro ciertas palabras y la forma en que noté que sus ojos me atraparon al instante, haciéndome creer en el destino, en el hecho de que ciertas cosas no suceden porque siempre hay otras mejores aguardando.

Aparto los lindos momentos de mi cabeza e inhalo una buena cantidad de oxígeno para encaminarme hacia la entrada del departamento. Me detengo un segundo al toparme con Dylan sentado en el sofá, un porro de marihuana colgando de sus labios que se mueven al murmurar la letra de la canción y la vista fija en la caja plástica de un CD, parte de la gran colección que hemos creado a través del tiempo. Él parece darse cuenta de mi presencia y levanta la mirada, se quita el cigarro de la boca y sus ojos brillan con un color similar al dorado, resaltando mucho más al estar enrojecidos.

—¿Dónde vas? —inquiere. Su miedo llega hasta a mí, miedo a que lo abandone, supongo.

—A trabajar —contesto con neutralidad. Luego se le nota aplacado y asiente, dando una calada al porro en su mano derecha y dejando escapar el denso humo segundos más tarde. De repente soy yo quien frunce el ceño, presentándose en mi mente la alarma de que algo no está en orden—. Dylan, es lunes.

—Ajá —responde con los ojos pegados a la caja colorida del disco compacto.

—Deberías estar en el trabajo.

—Hoy no iré, ya hablé con mi jefe.

No puedo creer lo que acabo de oír. Trago saliva y cierro los ojos, luego los abro y Dylan continúa distraído.

—Okay, me rindo —declaro con las manos en alto y respiro profundo antes de caminar hasta la puerta. Al tomar la manilla, oigo su voz frágil que me detiene.

—¿Q-qué?

—Eres increíble. En serio —digo al dar media vuelta. Sueno sarcástico y hago un esfuerzo por estar sereno, pero mi voz me contradice.

—Thomas, prometo que...

—Esto es un ultimátum, Dylan: cumple esa maldita promesa que siempre haces. Te juro que si vuelvo a saber que desperdiciaste todo el dinero en esas porquerías... hasta aquí llega todo.

—Tommy, tienes que escucharme —me ruega al ponerse de pie. Yo niego con la cabeza y le miro serio.

—Estoy cansado, sabes. Te he escuchado bastante y creo que es hora de que me escuches.

Apenas salgo y cierro la puerta, siento el picor en mis ojos. Un par de lágrimas caen por mis mejillas, mas las seco de inmediato y me digo a mí mismo que no es el momento de lloriquear. Me dirijo hacia el ascensor mientras pienso en la manera de poder realizar la advertencia dada; sinceramente, no me siento capaz de irme de su lado.

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