Relato ganador primer desafío: «H» de humano
Autora: Honne
Usuario de Wattpad: @imyndun
Por la noche duermo fatal; basta con pensar en todo lo que quiero hacer para que mi mente empiece a dar vueltas causándome dolor de cabeza. Años de televisión me han enseñado que demasiada avaricia y ambición no son recomendables, y sé que intentar abarcar tanto no me va a llevar a ningún lado. Vamos, que estoy perdido. Pero mi inicial no es una P, lo sé.
Antes de que den las seis de la mañana salgo de la cama y me dirijo al patio de atrás, consciente de que César debe estar durmiendo de resaca y mi padre... a saber. Camino hasta el límite del muro con el vecino, a un pequeño matorral que nadie ha podado durante años. Aparto las ramas secas y las hojas mustias y empiezo a quitar la tierra con las uñas, ya que no me apetece buscar una pala en el cobertizo viejo y descuidado. Centímetros después mis dedos rascan la superficie de una caja metálica y, cuando tiro de ella para sacarla, suelto una maldición. El candado.
¿B de burro, quizás?
Tapo el hueco que ha quedado descuidadamente y vuelvo a mi cuarto, rehaciendo el camino silencioso hasta mi puerta. Una vez dentro busco una y otra vez la llavecita que años antes había usado: en los cajones y los armarios, bajo la cama y en los zapatos. ¿Y si la tiré? Busco lo que parecen horas, rindiéndome cuando tengo que prepararme para ir a clases. Genial, así no voy a llegar a ningún lado.
¿I, de irresponsable e idiota?
Una vez la puerta del instituto donde tantas veces saqueé a los otros alumnos me recibe, de nuevo, yo suelto un suspiro derrotado. NO, me digo levantando la cabeza. Hoy voy a ser yo mismo, de mi única e inútil forma, y voy a comenzar de cero. Respiro y me interno, sonriendo; paso de ser la basura que los alumnos restriegan en el suelo nada más entrar tras soltar la pasta a los bravucones de turno. No más, hoy voy a ser simplemente yo.
Las clases hasta el descanso pasan siendo un suplicio, un lento e interminable castigo, donde me esfuerzo terriblemente en atender sin conseguirlo del todo. Aún así, apunto lo que los maestros dicen, sorprendiendo a los que me conocen. Ya, lo sé, todos esperaban que me dedicara a salivar papel.
Cuando finalmente llego al almuerzo tras horas de clase, me dirijo al comedor. Me detengo ante la entrada al ver a María y Edgardo sentados en la misma mesa donde el séquito del mal —basta repetir el nombre para que me quiera dar de bruces contra una pared— nos burlábamos de él. Quizás están mejor sin mí cerca, pienso mientras doy pasos hasta ellos. Pero no, lo que necesitan es una disculpa, tanto si la aceptan como si no. Y me he prometido volver a empezar, a intentarlo, y a dejar de no hacer las cosas por miedo. Así que deposito mi pequeño almuerzo improvisado que hice tras buscar la llave y no encontrarla —un pobre bocadillo de queso— en la mesa, enfrente de ellos, y me siento en el banco. Se quedan mirándome. Cuando María abre la boca yo levanto una mano y la silencio con un gesto.
—Ya, lo sé, ya me voy. Me sé el discurso —suelto. Cojo aire y vuelvo a hablar—. Sé que creéis que soy un bravucón sin neuronas, con razón, porque te he amargado los cursos, Edgardo, y yo también lo creo. Pero... —Intento encontrar las palabras que imaginé en clase de Literatura, pero no encuentro nada—. Yo... eh... bien, dejo el discurso. Yo... también tengo sueños —suelto en voz alta, como llevo años sin hacer, sintiendo un molesto sonrojo en el rostro. Genial—, me encantan los videojuegos y los comics. Soy mal estudiante, he sido muy idiota y seguramente lo seguiré siendo. No tengo amigos y creo que nunca los he tenido —Las palabras salen en borbotones en frases desordenadas y sin sentido. Solo quiero callarme, pero se lo debo. Les debo una disculpa—. Y... soy el chico malo de la historia que ha perdido, que ha metido la pata hasta el fondo. Yo... eh... Bueno, todo esto viene a que... es porque quería deciros que lo siento —acabo con un hilo de voz, viendo el rostro tímido y el imperturbable ante mí. Un calor violento me sube a la cabeza. ¿En qué estaba pensando? No les importo, y no les debo importar. Me levanto con bochorno y cojo el bocadillo, me doy la vuelta y salgo de allí. Los alumnos que me conocen por las veces que los hostigué me miran extrañados y se apartan demasiado visiblemente, pero yo voy al baño y me siento en el lavabo para comer.
¿C, de cobarde?
Mientras muerdo el bocadillo pienso en lo que puedo hacer. Disculpa inútil hecha, sigo solo y con un sueño por los suelos encerrado en una simple caja de hojalata en el fondo de mi armario. Quizás me equivoqué, quizás estoy destinado a estar pegado a la suela del zapato para la eternidad.
Salgo de allí cuando toca la siguiente clase. Con la cabeza alta camino por los pasillos hasta el aula de latín. Minutos después, cargado de ejercicios para hacer al día siguiente, y tras otra clase soporífera más donde escribo garabatos sin sentido, me dirijo a la biblioteca. Sé que en casa no voy a hacer nada, así que nada mejor que sentir la mirada del bibliotecario que me odia en la nuca para animarme a hacer los ejercicios.
¿O, de odiado?
Una hora y media después, los problemas de matemáticas siguen ante mí, riéndose, las traducciones de latín sin hacer y la redacción de inglés mal acabada con tachones en cada línea. Hinco los codos y respiro, cogiendo el bolígrafo. Cambio, cambio, cambio... ¿Y si cambiar solo es peor? Sé que no soy así, malo, pero quizás es el papel que me toca, el que debo desempeñar, el triste guión del gamberro, del despojo, de mí... que algún Unamuno escribió en una hoja violeta.
Sacudo los pensamientos y, minutos después de descifrar una declinación latina, unos libros se estampan ante mí, haciendo un ruido sordo que el bibliotecario acalla. Subo la mirada y me encuentro a María —la que debe de haber dejado caer los libros— y Edgardo, el cual porta un cómic entre sus brazos.
—Diccionario, ¿sabes lo que es? —inquiere la primera apuntando mis ejercicios y luego los libros. Yo asiento, confundido. Ella bufa y me examina con su mirada, mientras Edgardo se remueve incómodo a su lado—. Bien, sabemos que eres idiota. Y sabemos que quizás es una treta desesperada tras haber perdido a los pringados de tu antiguo séquito. Pero en fin, que has conmovido el tierno corazón de Ed, el chico del que te has burlado millones de veces. Hemos decidido que puedes sentarte con nosotros y hablarnos mañana. Es una oportunidad. ¿Capisci?
—Ho capisco tutto —digo, dejándola estática. Luego sonríe imperceptiblemente, y yo agradezco las horas de televisión de la cadena italiana.
Después se van, dándome una fuerte palmada en el hombro. Edgardo, antes de irse, se para para tenderme el cómic que llevaba entre los brazos, dejándome asombrado y enternecido, consciente de lo mala persona que he sido durante tanto tiempo. ¿Pero qué pasa si soy así?
Recojo una hora después, cuando acabo los ejercicios. En casa mi padre me increpa donde he estado, pero me deja pasar a mi cuarto tras enseñarle los deberes hechos, pensando a quién pude haber engañado para que me los hiciera. ¿Será este mi papel? ¿El chico que no puede hacer algo bien sin que desconfíen? ¿Y si no es posible que cambie?
Miro la caja en el armario una vez estoy en la cama. Después de la cena busco la llave, de nuevo, tras convencerme de que el primer día no fue tan mal. Tiempo después un recuerdo asalta mi cabeza y corro al baúl de los viejos juguetes guardado en el cobertizo viejo, buscando una cajita de música. Cuando la encuentro y la abro y veo a la bailarina custodiando la llavecita, sonrío. Decido no abrir la caja de hojalata y meterla en la mochila del instituto. Si consiguiera... De repente una idea me viene a la mente. ¿Y si la solución para cambiar es, precisamente, no... cambiar?
Una vez tomada la decisión duermo de forma reparadora y vuelvo a madrugar. Voy a hacerlo bien como todos esperan que lo haga: mal. Si todos piensan que soy un sinvergüenza... no tendría que darme miedo estar ante las miradas de todo el instituto, ¿no? Me pongo ante el espejo y sonrío antes de ponerme a recortar papel en el escritorio. Recuerdo los pasos como el día en que lo practiqué por última vez hace años, antes de enterrarme. Voy a ser yo, tanto si lo toman como si lo rechazan. ¿Qué más da si es lo que quiero hacer? Total más prejuicios no pueden tener sobre mí.
Por ello corro al instituto y me coloco en la puerta, en la misma posición que el bravucón que esperan. Se paran al verme pero, acostumbrados, meten la mano en el bolsillo para pagar. Yo niego y le tiendo el papel más rudimentario que pude haber elaborado, una de las fotocopias que corrí a hacer. Sonrío ante sus miradas perplejas. Estoy actuando como esperan, algo diferente, ¿por qué les extraña? Y es que al final se resume a que da igual lo que hagas o cómo, los prejuicios siguen ahí. Esto no sirve para nada, como yo... ¿verdad, Goytisolo? No sirvo para nada.
Por ello, sentado en clase, tiro papeles a los demás, como quieren que haga, con mi guión, pero con un mensaje diferente. Después, en el comedor, me acerco a María y Edgardo. Cuando la primera me pregunta sobre los rumores que se andan susurrando, yo saco la caja de hojalata y se la enseño.
—Chica Prohibida y chico con el corazón más Edgordo que alguien ha tenido jamás —digo, dando una palmada en la caja, inclinado sobre la mesa—, ¿me ayudaríais?
—¿Qué pretendes? —inquiere María. Yo sonrío.
—No cambiar, para que todos vean que este soy yo —Ella me observa seria y, tras intercambiar una mirada con Edgardo, asiente. Genial.
Cuando todo el salón de actos está completo al finalizar las clases, yo ajusto las mallas en mis piernas, rechazando los recuerdos de los golpes centrándome en el cometido. Bien, allá voy. Hago una señal a Edgardo y otra a María, que se mueve para presentarme aún reticente. Ed pulsa el play y salgo a la luz del escenario, sin ver las miradas del público. Pero yo igualmente sonrío con orgullo. Después, cerrando los ojos, me dejo llevar por la música moviendo los brazos como mi antigua profesora de ballet me mandaba, como yo practicaba una y otra vez ante el espejo cuando nadie miraba. Vuelo por el pequeño escenario, sintiéndome entonces realmente libre, pensando en los héroes de las películas, aquellos que fueron ellos pese a todo. Aquellos que acallaron a los que intentaron cambiarlos.
Porque yo no tengo que cambiar, yo soy así. Solo estoy dejando la etapa con el error más grande de mi vida atrás; esa en la que me dejé llevar por los demás, en esa en que me encerré, pero donde siempre seguí ahí: cuando veía la televisión, cuando odiaba los comentarios de los demás, cuando fui malo... Cuando fui yo de la manera incorrecta, pero que forma parte de mí igualmente. Por eso, cuando para la música y la sala queda en silencio antes de prorrumpir el primer aplauso, tengo claro que he cerrado una puerta. Porque al igual que no importa si he bailado mal, no importa que haya cometido grandes errores en mi vida mientras no los vuelva a cometer, mientras luche por arreglarlos.
Porque esa es mi inicial, la letra de los errores: la H, de humano. Este soy yo.
Palabras: 1992
Tema E: simplemente decide no cambiar
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