Ganadores primer desafío: Finales alternativos


Autora: Nathalia Tórtora

User Wattpad: @uutopica

Nunca he creído en el karma ni en el destino, pero debo admitir que la vida tiende a dar giros inesperados.

En las últimas semanas he aprendido que todo en este mundo es un objeto en 3D. Pongamos por ejemplo una escultura: muchas personas la pueden observar desde distintos ángulos, y cada uno la verá de una forma distinta —en especial si es abstracta—; pero para comprender la imagen completa, tenemos que caminar a su alrededor y apreciarla en su totalidad.

Quizás estoy delirando, pero mi mente lleva casi un mes pensando en ridiculeces. Mi vida ha cambiado mucho desde el comienzo de este segundo último año escolar. Lo que antes veía desde arriba, como si yo fuese un gigante a punto de pisar una hormiga, ahora es tan enorme que podría aplastarme en cualquier momento. El insecto soy yo, y necesito equilibrar los tamaños para poder, al menos, estar a la misma altura.

Es imposible intimidar a una persona que te considera inferior o igual. Mi repetición de año ha hecho que perdiera todo el respeto y el temor que solían tenerme.

La primera semana la utilicé para intentar recuperar mi orgullo y mi posición entre el alumnado, pero todos me tomaban a broma; supuse que esto se debía a que ya no existía un séquito fiel que me respaldara, así que mi plan para la segunda semana fue crear un nuevo grupo.

Fue imposible.

Los chicos más rudos del curso no me tomaron en serio cuando intenté impresionarlos y hasta tuvieron el coraje de escupir sobre mi ropa antes de darme una amenaza. Nadie más parecía interesado en mis palabras, muchos de los alumnos que ahora eran mis compañeros de clase habían sido víctimas en años anteriores. Me detestaban. Bah, todavía lo hacen: me tienen rencor, pero no me temen.

Y supongo que lo entiendo, es como si el terrible dragón que se los quería comer vivos ahora se hubiera convertido en un conejito rabioso. En cualquier momento se unirán contra mí y me darán caza.

Wow, mis analogías son cada vez peores, la desesperación me está afectando.

Golpeo mi casillero con fuerza. Nunca antes me he sentido tan solo como en este momento. Nadie comparte la mesa conmigo durante el almuerzo y hasta han dejado vacío el pupitre junto al mío en el salón. Nadie me molesta ni me insulta todavía, pero me tratan como a un fantasma. Si les hablo, no me responden.

Los odio, pero no puedo hacer nada al respecto.

Todavía me queda una clase antes de que termine la jornada escolar del día, pero creo que no asistiré. Mis ánimos están por el suelo; comienzo a resignarme ante la idea de que nunca me graduaré. ¿Qué importa?

Coloco mis manos en los bolsillos de mi abrigo y camino rumbo al parque frente al edificio central del colegio. Que no quiera asistir a clases no significa que planee regresar a mi hogar. Entre más tiempo pueda mantenerme fuera de ese infierno, mejor.

Acomodo mi espalda contra un árbol y me deslizo hasta quedar sentado sobre el pasto. Observo varias veces hacia ambos lados hasta asegurarme de que no hay nadie a mi alrededor. Luego, tomo mi teléfono entre ambas manos y aprovecho la soledad para seguir las noticias de Isaac Hernández, el mejor bailarín contemporáneo.

Si bien me he desligado del mundo del ballet hace tiempo, este hombre es mi ídolo particular, mi guilty pleasure. Sus movimientos no se comparan a los de ninguna otra persona. Lo admiro. Él es el único nexo que mantengo con la danza.

Encuentro pronto una reseña de su última presentación en París. Hay fotos y videos del evento, ha sido todo un éxito. Sonrío, feliz por sus logros, quizás incluso con un poco de envidia.

—No sabía que fueras gay. —María está junto al tronco del árbol, observa por encima de mis hombros—. Si se lo contara al resto, sería tu perdición. —Deja escapar una carcajada.

—No lo soy —respondo con prisa. Mis torpes dedos cierran la página web—. ¿Qué quieres? ¿No deberías estar en clases?

—¿Yo? A mí no me afecta en lo absoluto perderme de un par de horas de estudios. Mis notas son decentes. Tú, por el otro lado, deberías estar esforzándote si es que no quieres ser estudiante del secundario por el resto de tu vida —reprende. Su tono es casi maternal, parece preocupada—. Te vi abandonar la escuela y pensé que ibas a hacer una de tus maldades, así que quise seguirte. Supongo que me equivoqué.

—Supones bien.

—¿Qué estabas leyendo, entonces? —insiste.

—Nada, revisaba el periódico para enterarme de las noticias —miento.

—Estabas viendo un video sobre un hombre medio desnudo bailando —corrige María. No me he girado a verla todavía, pero los cambios en su tono de voz me ayudan a imaginar su expresión.

—Estaba leyendo noticias sobre arte —reitero.

—No es cierto.

—Sí lo es.

—Vamos, deja ya de mentir. No voy a ir a decirle tu secreto a nadie, no soy como tú, no me gusta hacerle daño a la gente.

Ouch.

Dejo escapar un suspiro. No conozco a María tanto como quisiera, pero tengo la impresión de que no me dejará en paz hasta que le cuenta algo creíble, ya sea verdad o no.

—Me gusta el ballet —admito ya sin más ganas. No me importa nada. Si lo quiere contar, ¡qué lo haga! Las cosas no podrían estar peor de lo que ya están.

—En serio, deja de mentir.

—Esa es la verdad. —Por fin, giro mi rostro y le dedico una sonrisa amarga—. Siempre me ha gustado, pero es uno de esos sueños inalcanzables.

—¿Por qué? —María se sienta a mi lado. Parece curiosa. Todavía no termina de creer en mis palabras, pero está dispuesta a seguir escuchando.

—Primero que nada, porque no tengo el físico ideal —explico—. Segundo, porque tengo menos gracia que un tronco para moverme —añado—. Y tercero, cuando mi padre se enteró de ello, casi me mata. Literalmente.

«P» guarda silencio por un instante, puedo palpar su sorpresa ante mis palabras. No está segura de cómo responder, se muerde el labio.

—Así que mi consuelo es ver cómo otras personas sí pueden vivir el sueño que yo no —finalizo con sarcasmo—. ¿Conforme? Ahora puedes irte.

—La verdad es que no te imagino en el escenario bailando ballet —admite. Luego, estalla en carcajadas—. Lo-lo siento —murmura en medio de su risa—, es que la imagen mental es muy chistosa.

—Me veo bastante bien en mallas, de hecho —bromeo.

Ella vuelve a reír.

—Pagaría por verte —dice «P».

—Lástima que no volverá a ocurrir jamás —murmuro con resignación.

—¿Por qué? Si eso es lo que quieres hacer, ¡ve y hazlo! —me anima.

—Mi padre me mataría a golpes.

—Sí que eres idiota. —María me golpea con suavidad—. Las cosas se tienen que planear bien. Nadie dijo que vayas a ponerte tus mallas y que comiences a bailar por los pasillos de la escuela. Perseguir un sueño es mucho más que el apresurarse y chocar contra todo obstáculo. Primero tendrías que abrir el camino.

—No entiendo. Además, ¿por qué te importa tanto? Si siempre me odiaste.

—No te odio ahora —suelta ella como si se tratase de una obviedad—. Odio los prejuicios y a las personas que hacen daño a otras sin tener un motivo. Pero también creo en las segundas oportunidades, y tú no has hecho nada de eso en lo que va del año, así que estás en zona neutral. Entonces, ¿quieres escuchar mi razonamiento?

Quizás la «P» de Prohibida pueda por fin ser «A» de Amistad.

—Seguro, no tango nada mejor que hacer. —Me encojo de hombros.

—Buscas un trabajo de medio tiempo y empiezas a ir al gimnasio. Dudo que a tu padre eso le moleste, ¿verdad? Sé que te dejará poco tiempo para tus cosas personales, pero a veces hay que hacer sacrificios.

Asiento con un movimiento de mi cabeza.

—Ahorras dinero todo el año mientras terminas el secundario. Tienes que superar esta etapa —remarca con seriedad—. Luego, cuando ya no dependas de tu padre ni de la escuela, tomas el dinero que ahorraste y te vas a otro sitio. Puedes buscar gente que busque compañeros de cuarto, un trabajo de tiempo completo o algo así. No hay una fecha límite, pero entre más pronto puedas hacerlo, mejor. —María hace una pausa—. Y ya sin que tu padre pueda molestarte, empiezas a dedicarte a tu sueño. Nadie te lo puede impedir si vives solo y pagas por tus gastos.

Me quedo en silencio mientras pienso en las palabras de «P», su planteamiento no es descabellado.

—Podría ser —admito, todavía indeciso—. Aunque sería posible que mi padre quisiera matarme de todas formas.

—Escucha, voy a decir algo que va en contra de todo lo que suelo profesar en la vida. Es algo que de seguro no querrás oír —anuncia María—. Yo creo que el vínculo entre padres e hijos es importante, pero también creo que cada persona debe hacer de su vida lo que le parezca correcto sin que otros lo juzguen. Yo pienso dedicarme a la construcción de barcos algún día, aunque sé que no es un campo común para las mujeres, por ejemplo. En mi casa, nadie me lo reprocha, por fortuna. —Se queda en silencio un par de segundos—. Lo siento, me fui de tema. A lo que voy es a que tu padre no tiene derecho a oponerse a tus decisiones de vida, en especial cuando ya no eres un niño. Y si su negativa viene acompañada de violencia, entonces creo que deberías romper el vínculo. Así como no me gustaba cuando tú eras un bravucón, tampoco me agrada que tu padre sea así. Vete cuando puedas, cuando tengas un plan y dinero para sobrevivir. No le digas a donde, y si te amenaza o te golpea, lo denuncias —sentencia. Parece enfadada.

No le puedo contestar todavía, sé que tiene razón. A veces, las personas que están fuera de nuestras vidas tienen la posibilidad de observar la escena completa, mientras los que estamos dentro solo vemos un fragmento.

—Y si puedo ayudar en algo, aquí estaré —añade—. Nunca abandones un sueño. Mi madre lo hizo y todavía se arrepiente.

—¿Cuál era su sueño? —pregunto por mera curiosidad.

—Ser cirujana plástica.

—Todavía podría estudiar para serlo —recomiendo.

—No, no puede por ahora. Porque necesitamos el dinero de su salario. Quizás algún día, cuando yo ya pueda dedicarme a los barcos.

Dejo escapar un bostezo. Siento que mis músculos se relajan por primera vez en mucho tiempo. Nos quedamos sentados así, lado a lado, sin decir más nada. María comprende que tengo mucho en lo que pensar y lo respeta.

Antes de que lo notemos, escuchamos que suena el timbre final del colegio. Pronto veremos a todos los alumnos atravesando el umbral del frente del edificio.

Sin pensarlo demasiado, me pongo de pie y extiendo mi mano para ayudar a María.

—Gracias —murmuro.

Ella se limita a sonreír.

Quizás, y tan solo quizás, haya encontrado la inicial perfecta para mí, para lo que soy y lo que quiero ser: «S» de Soñador.

FIN

Total de palabras: 1872

Tema elegido: D

Autora: Natalia Espinoza.

Usuario: @NataliaEA

Hoy es mi segunda vez en el último primer día de colegio y tengo la mente revuelta, no precisamente por los nervios del último año, sino que está repleta de ideas para lograr mi plan "C" de cambiar. Sin embargo, están mis dos primeros casos: María y Edgardo. No se me ocurre con cuál de los dos empezar, pero me inclino más por María. Analicemos: si me sincero con María, en el mejor de los casos me ganaría su confianza y, por lo tanto, disculparme con Edgardo sin que crea que es otra de mis bromas de mal gusto; en el peor de los casos, María creería que quiero burlarme y me ignore, aunque sea muy buena para ello. Si iba a por Edgardo, en el mejor de los casos notaría la sinceridad en mis disculpas y podríamos comenzar una amistad y por ende me ganaría la confianza de María. No tengo que explicar el peor de los casos. Si fracasara en ello no me daría por vencido. No hay más máscaras, no tengo nada que perder si lo vuelvo a intentar, el olor a caca ya no está, he limpiado fervientemente.

Me encamino a la primera clase del día decido. Empezaré con María, como mencioné, es muy buena para rechazar mi sinceridad. Estoy seguro de que notara que ya no soy el "bravucón sin neuronas" porque, aunque nadie lo haya visto antes, las tengo.

Visualizo a María, se encuentra recostada del tercer pupitre ubicado en la primera fila sonriendo y hablando con una pelirroja que no había visto antes. Tomo una respiración y me regaño al casi obedecer a la orden de bajar la mirada y pasar desapercibido. Me avergüenza ser el repitente, sin embargo es mi momento de redimirme, si quiero retomar mi sueño y aspiro un futuro bueno, debo comenzar arreglando mis errores del pasado y sentirme bien con mi presente.

María luce radiante con su sonrisa sincera, su cabello chocolate por los hombros se mueve con soltura cada que niega con la cabeza riendo, sus pecas resaltan cuando sus mejillas toman color y sus ojos ambarinos brillan. Ella es así, es imposible no fijar la mirada en ella cuando hace presencia en algún lugar. Recuerdo el reproche en su mirada, y si no fuese tan buena ella me odiaría, pero María no odia a nadie. Aunque sí, puede que a mí sí. Sus ojos han reflejado tal disgusto hacia mi persona que podría rozar el odio. Comienzo a considerar si es buena idea comenzar con María.

Un empujón me hace apartar mi mirada de la castaña y volteo hacia el rubio protagonista de cuya acción, una sonrisa burlona me recibe y sigue su camino dentro del aula. No había deparado en que sigo de pie en la puerta, estorbando el paso de los demás estudiantes, por lo que con un suspiro decido apartarme, le doy un último vistazo a María y ella se encuentra observándome, sin la sonrisa en su rostro pero me observa. Mi pecho se infla al notar algo más que desagrado en su mirada; hay compasión, ligera y pura compasión. No busco la lastima de nadie por mi desdicha, es a lo que mis errores me llevaron. Sin embargo, tengo la disposición de remediarlo. Este año no estará ni mi viejo, ni malas compañías, ni mi malhumor con la vida. Sólo estoy yo, mi disposición y las decisiones correctas. Por lo que, sin importar su reacción ni su opinión, le sonrío afable a María.

Una sonrisa rápida, pero suficiente para decidirme que debe saber cuánto la admiro.

Llega la hora del almuerzo y con ella mis nervios. Nervios al prejuicio y a las acciones que estoy dispuesto hacer. Mi mirada recae en un muchacho familiar sentado solo en una de las mesas que, si bien no están al fondo del comedor, no llaman mucho la atención. Me encuentro tomando una bocanada de aire al estar sólo a unos pasos de mi destino. Edgardo levanta la mirada de uno de sus comics y sus ojos se agrandan.

—Hey —digo por lo bajo, levantando las manos para que sepa que estoy aquí con intenciones buenas. Aunque eso sea difícil de creer—. Hola, Edgardo. Uhm... ¿puedo sentarme?

No sé si su incredulidad es por no haber usado su apodo o por pedir su autorización para tomar asiento. Suelta balbuceos que no logro entender, y cuando creo que me dirá algo entendible y coherente, su vista se posa al lado de mí con un suspiro de alivio. Casi quiero sonreír porque sé quién se encuentra a mi lado y pienso que mi plan no puede ir mejor.

—¿Se te ofrece algo?

Me vuelvo hacia la castaña y sonrío sin mostrar los dientes.

—De hecho, sí —suelto y suspiro dejando ir la ansiedad que crece en mi pecho al verla—. Y es muy bueno que te encuentres aquí, por cierto. Por favor, tomemos asiento.

María frunce el ceño, y me parece casi un milagro que no refute. Sólo toma asiento junto a Edgardo que se encuentra igual o más confundido que la castaña.

—Yo... —Me aclaro la garganta en el momento en que mi voz falla. Me acerco a la mesa y tomo asiento dejando mis manos entrelazadas encima de la mesa. Juego con ellas dando ligeros apretones— Lo lamento mucho, por.... Por todo. No espero que tomen mis disculpas a la primera, ni siquiera estoy seguro de que merezca que me disculpen. No te hice pasar un buen rato, Edgardo. La verdad es que no me desagradas, hasta me parece que en otras circunstancias podemos ser amigos. No espero que entiendan mis razones tampoco. Lo que sí espero es que entiendan que estoy sinceramente disculpándome.

Algo en mi pecho parece irse porque me siento ligero cuando suspiro. Levanto la mirada que mantuve todo el tiempo en mis manos y me encuentro con dos expresiones: la incredulidad de Edgardo y el ceño fruncido de María.

—¿E-Estás hablando e-en serio?

Edgardo es el primero en romper el silencio. Asiento ligeramente. Bajo la mirada al comic entre sus manos y sonrío.

—¿Es ese el volumen tres de Runaways? Sólo he leído los dos volúmenes anteriores.

El pelinegro, quien lleva su cabello bien peinado, parece asombrado pero luego asiente entusiasmado con los cachetes colorados. Sonrío ampliamente en el momento que me dice que si prometo con mi vida cuidar el comic me lo prestará. María se mantiene en silencio en todo momento, con el ceño fruncido y pensativa. Después de cinco minutos, se levanta disculpándose por lo bajo en media conversación de Edgardo y yo.

—Le cuesta creerte —poso la mirada en él y asiento distraídamente. Sólo me toma un minuto levantarme e ir tras María.

La alcanzo a mitad del pasillo, el cual se encuentra desierto. Su cara detona sorpresa cuando la tomo por el codo y la giro hacia mí, por poco no logro hablar por quedarme ridículamente tildado con sus ojos.

—No —la hago cerrar la boca antes de que pueda decir algo—. No te dejaré darme tu opinión hasta que me escuches. Sé que cuesta creer que vengo con buenas intenciones, pues ¡mírame! —Extiendo los brazos— No he sido ni lo más mínimo cerca de una buena persona, pero no soy una mala persona tampoco. No soy un santo pero tampoco soy una mierda —me mira con reproche pero no me interrumpe—. Me encantaría ser como tú. Eres tan inteligente, aplicada, amable, buena, alegre, simpática. Te admiro, no sabes cuánto te admiro y pienso que debes ser el vivo ejemplo de humanidad. Sé que parecen pensamientos extremistas y exagerados pero es lo que creo. Quiero ser como tú, en el sentido de que quiero tener la certeza de aspirar a algo grande, a algo que quiero. He decidido por comenzar remediando mis errores. Y —me acerco a ella tomando sus manos— quiero comenzar teniéndote a ti y a Edgardo como amigos, como mis compañeros en este reencuentro conmigo mismo y mi futuro.

Les resumiré qué pasó las próximas horas después de sincerarme. Conseguí mi cometido, por más fantasioso e irreal que sea. Me he ganado dos amigos.

Han pasado un mes desde que estoy bien acompañado. Les he dado un resumen de vida a mis nuevos amigos. María es un apoyo enorme, tengo buenas notas en los exámenes que hemos tenido, me siento casi realizado. Digo «casi» porque aún me queda algo por hacer. Algo que me da temor pero que es necesario, a pesar de que lo he postergado: enfrentarme a mi padre y seguir mi sueño.

Después del día "G", había dejado de pensar en seguir con el ballet. Pero mis amigos —es tan raro y agradable—, me han estado apoyando e incitado a que lo haga.

Tres semanas más y aquí estoy. Me encuentro con María abrazándome y Edgardo diciéndome que no hay nada que un buen comics y videojuegos no curen. Les resumiré el enfrentamiento con mi padre hace dos horas: el viejo se rehúsa con su vida a «tener una vergüenza como lo es un hijo homosexual», argumento que reforzó mi hermano César, quien no quería tener un hermano que se encaminara en el rosado y las mallas, los golpes tampoco se hicieron esperar, pero orgullosamente los esquivé casi todos —mi pómulo y labio son un recuerdo—. Enfrentarme a mi padre y recibir una negativa no es razón suficiente para desanimarme, a pesar de que a una parte de mi le duela, estoy decidido a perseguir lo que quiero porque esas decisiones me pertenecen a mí.

Decido así localizar a mi madre. Me reúno con ella en compañía de María, quien se ha ofrecido voluntariamente a acompañarme. María le cae de maravillas a mamá, también le cae de maravillas saber que soy el tercero mejor de la clase —María va primero y Edgardo le sigue—. Mi madre también se disculpa por no haber hecho nada el día que el viejo amablemente —nótese el sarcasmo—, me sacó mi diente de leche. Luego de lágrimas y disculpas, las cosas no pueden ir mejor.

Dos meses han pasado desde que me enfrenté al viejo y me mudé con mamá, esta última se encarga de pagar la academia de ballet a la que voy después de clases. La palabra amistad ya no me parece un asco, de hecho, es la inicial de esta palabra lo que más me gusta: "A" de apasionado. Pasión para conseguir lo que quiero, pasión para seguir con mi sueño, pasión al entregar mi amistad, pasión para entregarle mi amor a lo prohibido, pasión para redimirme.

Es la "A" la inicial que define a un Don Nadie, la inicial que me define a mí.

El relato posee 1777 palabras.

Tema elegido: A, B, C y D.


De parte de todo el sensual equipo de novela juvenil, nuevamente muchas gracias por acompañarnos en esta aventura.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top