50. Nuestro final
La vi convulsionar en el suelo mientras lanzaba mi nombre en el aire. Una, dos... tres veces. Sus golpes sonaron como un tambor enloquecido que reclamaba mi ayuda.
Desvié mi mirada hacia el cielo.
No sabía que me pasaba. Por un lado, deseaba reírme en su cara, bailar al lado de su cuerpo y bofarme de lo que le estaba pasando... pero por el otro, quería llorar a todo pulmón por el monstruo cruel y despiadado en el que me había convertido.
Sabía que simplemente debía esperar a que ese sonido se parara y entonces lo convertiría todo en una más de mis pesadillas. Borraría el encuentro, cerraría el libro y lo recordaría solo en mis noches más trágicas.
Eso haría. Dejaría a Ana como el hermoso recuerdo de mi triste infancia y sepultaría a Giselle Black en cuanto se callara.
El sonido se fue haciendo cada vez más lento y diacrónico. Intenté no mirar hacía el suelo al tenerle miedo al pasado y encontrarme de pronto con misericordia y compasión.
Cerré los ojos esperando a que simplemente estuviera el silencio, mas cuando la curiosidad le ganó a mi orgullo y miré hacia aquella lastimosa mujer, aquellos ojos sin vida lograron hacerme tener un escalofrío.
¿Estaba realmente muerta? Baba le había salido de la boca y sangre se había asomado de su nariz. Aquel cuerpo simplemente estaba ahí, mirándome con una estremecedora sonrisa, pero unos ojos irradiados de tristeza.
Dejé de pensar al sentirme molesta. Enfurecida por cómo me miraba. ¿Qué se creía? ¿Qué había pensado? ¿Por qué se reía? Llegué con furia a su lado y sin importarme nada, la pisoteé.
La pisé muchas veces en la cara y en el estómago. La pateé esperando que aquella sonrisa se fuera de su rostro desfigurado... pero se quedó ahí, burlándose de mí.
Respiré con fuerza pensando en todas las personas que había matado en mi nombre y no pude evitar recordar a Agatha y a mi madre. Reventé su nariz al pensar en que no quería que la reconocieran. Haría lo imposible para que nunca supieran quién era. Deseaba que la encontrasen en miles de pedazos mientras su rostro era comido por cientos de pájaros y ardillas.
Me sonreí con locura al saberme demente, pero no pude evitarlo. Le destrocé las piernas de nuevo y separé sus miembros con felicidad. La otra Nicole también me incitaba. Apoyaba orgullosa la noción.
¿Qué podía hacer? En mi mente me aplaudían y tenían una gran fiesta. Y lo peor de todo, es que yo celebraba con ella. Me sonreía y pensaba en cómo debería de entregarla a la naturaleza. ¿Descuartizada? ¿Decapitada? Las ideas me llenaban de gozo, de dicha. De un deleite tan imaginario que me hacían sentirme bien conmigo misma, inclusive si me había convertido en un monstruo sin alma humana.
Y es que ella se lo merecía. No ameritaba un entierro ni un velorio. Es más, no apremiaba ni que supieran en dónde estaban sus restos.
Respiré con profundidad al escuchar a esa Nicole aceptar cada pensamiento y desvanecer mis pequeñas dudas.
Con un: «si no lo haces tú, lo haré yo», mi cuerpo se puso a trabajar por si solo. Con cada desgarre y golpe, me sentí más liviana, más en paz.
Al final, si no fuera porque no había más cosas que abrir, me dejé caer bañada en sangre en la blanca nieve. Lamí mis manos, mis uñas y esperé que mi cuerpo captará ese alimento que me pareció asqueroso pero hermosamente rojo.
No sabía si era porque los animales estaban estupefactos por lo que había hecho o no querían ser los siguientes, pero todo se sumergió en un silencio que en vez de dejarme satisfecha y alegre, me hizo sentir una tristeza colosal que inundó mis ojos en lágrimas y se desbordaron con locura en mis mejillas.
Lloré y lloré esperando que los desquiciados pensamientos de culpa desaparecieran. Y no era porque le tuviera lástima, no... lloraba porque me había convertido en una asesina y lo había disfrutado. Y eso me daba miedo porque no quería ser un monstruo.
«No eres un monstruo.»
Su voz me asustó, pero aún así seguí llorando.
—Eso no es cierto y lo sabes...
«Al menos lo intenté.»
—¿Nunca voy a poder pensar en privado, verdad?
«Digamos que tu siempre has carecido de la palabra privacidad.»
Suspiré intentando permanecer tranquila, aunque por dentro me atormentara el hecho de que siempre estaría acompañada de alguien que escucharía y opinaría de mis pensamientos y emociones.
«Eres un le-kra, niña. ¿Qué esperabas?»
Me acaricié la sien intentando acostumbrarme. ¿Entonces por qué hasta ahora se le ocurría opinar?
«Era divertido reírme de lo que pensabas en silencio. ¿Nunca has pensado que eres demasiado dramática?»
Enviré mis ojos tratando de ignorarla. Acostumbrarme a eso sería imposible.
«Y ahora que alguien más viene en camino...»
—¿De qué hablas?
«¿No te has dado cuenta aún?» Escuché una risa en mi mente. «¡Qué patética eres!»
No quise contestarle. Me levanté con orgullo antes de volver a caer tomándome de la cabeza. Ese sí que había sido un gran mareo. Volteé mi mirada hacia adelante, observando el cuerpo descuartizado de Giselle y más allá, el de Alexander, que respirando profundamente, no se movía en la nieve.
Traté de ir hacía él pensando si podía hacer algo para salvarlo, pero cuando me levanté e intenté caminar, lo que tenía en mi estómago se revolvió y entonces, vomité tanta sangre que me asusté.
¿Qué mierda había hecho Giselle?
—Mierda...
Me tomé del estómago con cierto dolor, y arrastrándome, me fui haciendo hacia donde estaba Alex desesperada para que me dijera que era lo que me pasaba. El cuerpo realmente me dolía y me sentía arder.
¿Había un veneno ahí?
Escuché, dentro de mí, que ella se reía sin decirme la respuesta. ¿Estaba feliz porque volvería a salir para divertirse? Respiré con fuerza sabiendo que no deseaba eso, ya no quería que ella saliera.
«Solo fueron doscientos, no exageres.»
Ignoré su irónico comentario antes de llegar a Alexander, que más de cerca, tenía un rostro empapado en sudor y afligido por el dolor.
—¿Alex...? —Me olvidé de mí por un momento. Él realmente parecía que se estaba muriendo.
—Muérdeme.
Me quedé sin habla. ¿Morderlo? Si hacía eso él podía. Tragué saliva sabiendo que eso sería el mejor camino. Yo estaba herida y él sufría. No era como si se fuera a morir realmente.
—Alexander, estas delirando. No digas eso.
—No te lo estoy pidiendo —soltó con una voz entre cortada y muy ronca.
—¡No! —Grité—. No quiero separarme de ti. No me hagas esto, por favor.
Su mano débilmente llegó a mi rostro y me acarició con ternura. Aquellos ojos que siempre me habían hipnotizado se posaron en los míos una vez más y así nos quedamos en silencio por dos segundos que me parecieron eternos.
Alex se estaba muriendo y él lo sabía. Era cuestión de tiempo, si no lo hacía yo, se desangraría por las heridas y sufriría aún más de lo que ya hacía. ¿Por eso se aferraba a mi brazo? ¿Por eso me miraba suplicante? Deseaba que lo matara de una vez para acelerar el proceso... para que su otro yo despertase y pudiese descansar.
Una tierna y cristalina lágrima se deslizo en mi mejilla pálida y cayó en la suya. Alexander me sonrió y no pude evitar acercarme lentamente a sus labios. Lo besé llorando, sabiendo que sería el último beso que recibiría de él en un par de años.
Respiré con fuerza cuando le vi cerrar los ojos y esperar ansioso a que lo matará.
—Te amo, Nicole.
Aquello me rompió y no pude evitar llorar mientras le pedía perdón un millón de veces por lo que le había hecho pasar. Por ser necia y orgullosa. Por no escucharle, por dejarle solo y por haberme ido de su lado sin escucharle.
—Te veo en la mañana —me dijo, sabiendo que yo recordaría aquello como un balde de agua fría.
Le besé de nuevo con dulzura, con tanto amor y miedo que sentía que me rompía.
—Buenas noches, mi amor.
Se sonrió al saber lo cómico pero triste que resultaba todo esto. Intenté reírme con él pero no pude, simplemente le vi cerrar los ojos y respirar. Llegué entonces a su cuello y besándolo, encajé con sumo cuidado mis colmillos esperando que aquello no le hubiera dolido. Escuché un suspiro de su parte, pero eso fue todo. Lloré mientras recibía el sabor delicioso de su sangre y comí y lamí tratando de adivinar cuando sería suficiente.
Las manos que se aferraban a mis brazos se fueron haciendo más débiles. Alexander no peleaba mientras yo succionaba cada vez más fuerte.
Seguí y seguí sin detenerme. El exquisito sabor embriagó mis sentidos. Me sentí más liviana y el dolor en mi estómago pasó a segundo plano. Los segundos pasaron y yo seguí sorbiendo hasta que su mano, al caer a la nieve en un sonido abrupto, me hizo abrir los ojos con cierto pasmo.
¿Había terminado? Me separé de Alexander teniendo miedo. ¿Y si había sido demasiado? ¿Y si aún no se moría? Sentí mi corazón palpitando en mi pecho con locura. Algo dentro de mí me decía que siguiera, que aún me faltaba comer. Tragué saliva regañando a la otra Nicole para que se callara y entonces ella se rio.
Suspiré con fuerza esperando a que lo que tenía que pasar, pasara. Pero pasaban los minutos y simplemente él no se movía. ¿Cuánto tiempo me había tardado yo en moverme? ¿Segundos o no? ¿Por qué él aún no se paraba? Volteé a verlo. Alexander no se movía ni respiraba. No daba señales de vida. Me acerqué a su pecho y traté de sentir aquel corazón que debía de latir.
No se escuchó nada. Ni su respiración ni su palpitar. Simplemente, nada.
¿Algo tenían esas balas? ¿Realmente sabían cómo matarnos?
Me quedé acostada en su pecho mientras mis ojos temblaban de miedo. Del shock. ¿Por qué no se paraba? ¿Por qué no se movía? Lloré amargamente sin saber qué hacer. ¿Había matado a Alexander?
—Quítateme de encima, ¿quieres?
Abrí mis ojos con asombro y volteé a verlo con los ojos empapados en lágrimas.
—Quítate de encima, niña.
Él no era mi Alexander.
Separándome de él, no pude evitar bajar la cabeza. El suelo congelado se quedó ahí, justo frente a mis pies y yo no pude evitar pedirle perdón. Ese Alexander no dijo nada, no contestó... simplemente se levantó y se fue alejando de mí. Sollocé con fuerza, sabiendo que esto era mi culpa. Lloré tratando de aguantarlo, pero no quise levantarme por saber que su hermosa silueta se distanciaba de mí.
—Ah sí... se me olvidaba —le escuché decir.
Cuando quise mirarlo, algo cayó sobre mi cabeza y aterrizó frente a mis ojos. Aquel anillo que Alexander me había dado estaba frente a mí. Volteé mi rostro bañado en lágrimas hacia donde él volvía a caminar sin mirarme.
—Él dijo que cuando vuelva, espera vértelo en tu mano izquierda.
.
Ese día, su silueta desapareció en la oscura ventisca y yo me quedé ahí, mirando el camino que habían dejado sus huellas. Esperando, obedientemente, a que apareciera en mi puerta para convertirme por fin en su mujer.
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Continúa en "Colores claros"
¡Sorpresa! ¡Sorpresa! <3
-Nancy A. Cantú
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