41. Hospital de memorias
Había anochecido cuando el auto se detuvo justo frente al hospital. Blake bajó en silencio, pero yo me quedé aún adentro; observando aquel blanco y pulcro edificio que, en mi imaginación, se pintaba más macabro, negro y ciertamente sucio.
La construcción no tendría más de veinte pisos. Estaba muy bien ubicado y, por cómo podía ver, tenía bastantes enfermos que tenían las luces prendidas.
Suspiré armándome de valor y, con mis puños haciendo una rabieta silenciosa, miré las escaleras que me invitaban a subir. Mi corazón palpitó como lo hacía en mi niñez, ya que mi infancia la había transcurrido prácticamente en aquel lugar.
Giselle siempre me había acompañado para verme sufrir, para burlarse de mis esperanzas quebradas por la monotonía y las lágrimas que a veces soltaba por los malos tratos y la soledad que sentía al nunca encontrar cura.
¿Era eso por lo que no me había matado antes?
El ladrido de los perros que cazaban a los gatos, me alertaron. Parpadeé un par de veces sin saber qué hacer o decir. Una vez más, entraría a ese odiado hospital que sin saberlo, me había protegido de las garras de mi queridísima ex-mejor amiga.
Caminé despacio hacia la entrada, subiendo las escaleras que se encontraban ante mi cuerpo. Miles de sensaciones rodearon mi cuerpo: ansiedad, tristeza, preocupación, enfermedad y, extrañamente, soledad.
Suspiré profundamente antes de dar un paso al frente. Las puertas se abrieron por si solas, mostrándome entonces al ya no tan carismático Blake que se había adelantado para esperarme adentro.
—Hola, Grace. —Blake le habló a la recepcionista como si la conociera de toda la vida—. ¿Qué tal?
—¡Joven Blake! —Sonrió como si su vida dependiera de ello—. ¿¡Por qué no nos aviso que vendría de visitar!? Tengo que llamar a su padre.
—No, no te preocupes, estamos bien.
La mujer volteó hacia donde los ojos de Blake miraban. Pude notar en su rostro sorpresa, cierto celo y de un momento a otro, emoción.
—¿Será posible...? ¿Señorita Whitman, es usted?
Sonreí débilmente, yo no me acordaba de ella pero seguramente la mujer de treinta y tantos años de vida siempre me miraba cuando entraba al hospital echa una momia los primeros de cada mes.
—Hola.
—Oh, cariño. ¡Qué gusto que ya estés muy bien! —Grace sonrió ampliamente—. ¿Qué cuenta la vida?
—La vida pinta bien. —No quise hablar mucho, estaba algo nerviosa de estar de nuevo en aquel lugar—. Solo, usted sabe, salud y esas cosas.
—Eso es bueno, querida. —Añadió antes de voltear a ver al pelirrojo, cual parecía divertido por la situación—. Blake, ¿gustas que llame a tu padre o quieres ir tú por él? Creo que está en consulta, pero si usted quiere...
—Está bien, lo esperaremos. —Le interrumpió sonriéndole, antes de tomar mi brazo y jalarme escaleras arriba—. Gracias, Grace.
La mujer no hizo nada más que reírse y volver a su trabajo, ese que consistía en contestar llamadas, hacer intercomunicaciones para dar anuncios y recibir a los nuevos clientes.
Sonreí débilmente. Si hubiese podido ver antes, hubiera saludado a Grace todos los días del mes.
—¿Estás bien? —Blake pareció entender mi disgusto por el olor al hospital—. Pareces enferma.
—Es el olor a medicina —respondí, algo molesta—. Los hospitales no son lo mío.
Blake se carcajeó.
—Ya te acostumbrarás.
—Créeme... nunca lo hice.
—Bueno, ve al baño y yo te espero para subir al ascensor. Mójate la cara o vomita, eso a veces funciona.
Le miré como si estuviese loco, pero agradeciendo su preocupación, salí corriendo hacia el cuarto de baño. La cosa era que, en realidad, sentía que vomitaba. Era esa sensación como de acoso, de presión que me acompañaba. Los lugares concurridos nunca me habían gustado y menos los hospitales. En estos lugares, siempre había gritos y los enfermeros o personales de la salud corrían de un lado a otro... creo que por eso mismo me sentía observada por todo el mundo.
Pasé saliva y alcé una mueca de vergüenza al fin estando frente al espejo. Todo era tan bizarro. Ni en mis más locos sueños hubiera pensado que estaría de nuevo en este lugar. Miré hacia el frente, topándome con aquellos ojos que ahora portaba. Un ceño de molestia me pegó de repente.
Tal vez estar aquí no era lo mejor, pero era su culpa.
Salí del baño justo después de mojarme la cara. Blake estaba esperándome en donde había dicho y, tras verme, hizo una broma con su mano, en donde me indicaba con su imaginación, un reloj invisible. Corrí hacia él antes de que las puertas de dicho aparato se cerraras tras de mí.
—¿Mejor?
—Mejor —solté con un pesado suspiro—, pero no tenías que hacerme correr.
Blake emitió una pequeña risa, antes de picarle a uno de los botones del ascens
—Necesitas ejercicio.
—Ajá, claro... —bufé al escucharle decir aquello—. Tú eres todo un atleta.
—Y de los profesionales —soltó a pesar del sarcasmo—. Deberías de seguir mi ejemplo.
Sonreí levemente. Si hubiera dicho eso con Alexander seguramente se hubiera molestado o al menos, me hubiese respondido de una mala manera. Que diferentes eran los hombres.
—Cuando lleguemos, ¿podrías esperar unos minutos? Mi padre le molesta cuando interrumpo sus citas.
—Claro.
—Bien.
Un timbre muy agudo sonó entonces. Las puertas se abrieron y los dos salimos al unísono. Blake tomó la delantera, guiándome entonces por los blancos pasillos que se parecían entre sí. Recorrimos varios corredores completamente blancos, en los cuales juraba que me podría perder. ¿Cómo es que se acordaba del camino? Yo ya había perdido el sentido de la orientación.
—Creo que era por aquí... —soltó en un susurro, antes de dar una vuelta a la izquierda—. ¡Voilà!
Aquella sala volvió a aparecer frente a mí. No sabía si era la misma, pero si no lo era, todas eran iguales. Justo a unos cuantos metros, había una sala grande en donde, si bien me imaginaba, había conocido a Diana hacía más de dos años.
—Espera aquí. Llamaré a mi padre, ¿vale?
No respondí y me mantuve en silencio. Blake se fue tras pensar que aquello era una afirmación. Yo tan solo me quedé ahí, re memorizando mi infancia. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última cita que había tenido en ese hospital? Los tristes recuerdos invadieron mis pensamientos, el cómo Giselle me sentaba justo en esos sillones y me dejaba completamente sola para divertirse. Miré mis manos echas puño, Giselle solo se burlaba de mí.
¿Y qué haremos ahora, cerebro?
Tratar de conquistar el mundo pinki, tratar de conquistar mundo...
Giré mi cabeza hacia la pequeña televisión que se hallaba colgada en la pared. Siempre quise saber cómo se vería ese par de ratones que casi siempre podía oír en la radio. Solté un leve suspiro y mojé un poco mis labios resecos. Desesperación e impaciencia, eso era lo que sentía. ¿Extraña sensación? No sonreí ante la caricatura, me mantuve en completo silencio.
Pasó el tiempo lentamente. Se habían ido por lo menos media hora y yo aún me encontraba en aquella sala completamente sola. La caricatura ya se había acabado y había comenzado una serie como de superman, en donde salía un chico muy lindo y con ciertos poderes que me recordaban a la supervelocidad de Alexander. Suspiré. ¿Qué estaría haciendo él ahora?
Miré a los lados. ¿Por qué los corredores del hospital se encontraban vacíos ahora y no parecía haber algún indicio de vida terrestre? Hasta parecía que en cuestión de segundos, algún suicida maniático aparecería por la esquina con un arma para asesinarme, algo así como las películas que había escuchado en donde un hombre loco entra y comienza a desmembrar a cualquier que se le presente.
Todo se tensó. Me encogí de brazos.
Caminé por toda la sala, intentando hacerle tiempo al tiempo. Miré todo canal de la televisión, pero todo me parecía muy ambiguo, soso. Me paré una vez más de donde me encontraba sentada, asomándome entonces a la ventana en donde la luna traviesa me miraba. ¿Qué estaba esperando? El paisaje no era del todo lindo, pero cuando las luces de las calles comenzaban a alumbrarse, aquel pueblo sin sentido, se tornaba en un paisaje ciertamente interesante. El humo se confundía con las nubes grises y aunque los autos contaminaban las avenidas, las luces la hacían lucir bella. ¿Era por eso que se llamaba la ciudad negra? ¡Vaya descubrimiento! En la noche, sí parecía hermosa.
Suspiré al ver a otra banda de criminales dibujar en las paredes. Esto de ver el mundo como lo que en realidad era, aún me impresionaba. No podía creer que el lugar en donde yo había crecido, había terminado ser este tipo de lugar. En mi mente, mi pueblo era bonito y muy limpio. La realidad había superado la ficción y claro, con ello se había llevado mi inocencia. La vida era diferente en el mundo de la oscuridad. Claro que lo era.
Miré más allá, inspeccionando cada rincón del pueblo. Bandas, narcotraficantes, violadores. Eso podía observar. ¿Qué más me faltaba? Enfoqué mis ojos a un lugar que parecía alumbrado, al otro lado de la avenida. ¿Por qué parecía que algo malo iba a pasar?
Respiré con fuerza al verla aparecerse. Esa silueta me hizo tragar saliva. Esa figura que yo tanto odiaba estaba caminando con más personas vestidas de negro. ¿En realidad era ella?
Me asomé aún más hacia la ventana, casi hasta el punto en el que si empujaba mas, la atravesaría. Giselle caminaba con sus amigos del otro lado de la calle. Mis puños se llenaron de ira y mi rostro se mantuvo serio y tenso. No mostraba ningún signo de felicidad al volver a verla.
Yo misma me preguntaba el hecho de si Giselle se imaginaría, de que su objetivo se encontraba más cerca de lo que ella pensaba. Tenía tantas ganas de romper la ventana, salir corriendo hacia ella y romper su vena yugular.
Agité mi cabeza en señal de negación. Aún no podía hacer eso, no con tantos testigos mirándome.
Me dediqué a verla un poco más. Cada vez que ella sonreía, yo enterraba cada vez mas mis uñas hasta el punto de hacerme sangrar. Fue entonces cuando su novio Rogelio, apareció en la escena. Se besaron apasionadamente y entonces pude ver aquel brillo en los ojos de Giselle. Sonreí victoriosa. Ella lo amaba, y él era mi método de venganza.
—¿Nicole?
La voz de Blake me sacó de mis pensamientos sanguinarios y parpadeando un par de veces, volteé a verlo. El Doctor Collins se encontraba detrás de mi amigo. Sonrío al ver mi rostro, acercándose lentamente a verme.
—Señorita Whitman, ¿cuánto tiempo sin vernos?
—Hola, doctor. —Sonreí mientras me separaba de la ventana con cierto enojo reservado.
—¿Cómo has estado?
—Mejor que nunca. —Traté de sonar calmada y no tan alterada como lo estaba por dentro. ¡Giselle estaba ahí!
—Vamos a un lugar más privado —susurró el padre de Blake, justo al saber que no estaba del todo tranquila—. Tenemos muchas cosas de que hablar.
Accedí antes de verlos caminar. El Doctor Collins y Blake se miraban felices de volver a verse, así que no podía desaparecer en las sombras. Suspiré al ver mis planes arrancados de mi pecho y sin decir nada más, les seguí en un silencio de muerte.
—Me contó mi hijo que quieres hablar conmigo, Nicole.
Alcé mi cabeza, justo para ver sus ojos asomados en sus hombros.
—Ah... sí, yo —tartamudeé. Ahora que lo veía bien, se parecía bastante al padre de Alexander—. Quiero pedirle un favor.
—¿Un favor? —Siguió caminando por el pasillo, sin cortar la conversación aún.
—Yo... quiero saber toda la verdad. De mis padres y la familia Black.
Blake abrió una puerta, su padre entró antes que nosotros. El lugar era justo un estudio, en donde me suponía que era el lugar de trabajo del señor que no parecía mayor de treinta años de edad.
—¿Ya te has enterado?
—No voy a aceptar un no como respuesta.
El vampiro frente a mí rio.
—Bien, toma asiento. Esta será una buena plática y no queremos que te desmayes.
Hice caso a lo que había dicho, ya ansiosa por qué me soltara todo y al fin fuese por el plato principal: Giselle Black.
—La familia Black es un grupo de cazavampiros que ha existido desde hace mucho tiempo Nicole, más que desde mi propio nacimiento humano. Las generaciones de cada uno son más y más fuertes, sin embargo, uno de los mayores líderes que llevaron a la familia al triunfo, fue ese que tú ya deberías de conocer bien.
—Cornelius...
El hombre sonrió.
—Cornelius Black fue un hombre... digamos que deseoso de poder —soltó tras pensar bien en sus palabras—. Su meta era el éxito y su deseo, la extinción de todos nosotros. ¿Pero qué no esperaba? Que dos familias diesen vida a dos le-kras en poco tiempo.
Guardé silencio, sabiendo ya bien esa historia. Alexander y yo éramos las joyas de la especie.
—El congreso entre nosotros se lo dijo una y otra vez; que no deseábamos el gobierno absoluto, pero los humanos son recelosos y desconfiados.
—¿Qué le hizo a mis padres?
—Nadie lo sabe.
—¿Cómo es que yo aún estoy aquí? —Me paré del asiento, golpeando la mesa—. ¿Cómo es que yo me salvé y ellos... ellos no?
—Tu tía Agatha había estado en la junta entre nosotros y los cazavampiros.
Me senté de golpeé, haciendo mis deducciones.
—¿Ella me salvó?
—Se lo contó a tu madre y ella, tras escuchar y tomar una decisión rápida, te dejó en sus manos.
—¡Pero ellos me encontraron años después! ¿Por qué no me mataron?
—Nicole... —Blake me interrumpió—. Ellos ya sabían que te cuidábamos. Si te tocaban, armarían una gran guerra que era obvio que perderían.
Guardé silencio, pensando aquello rápidamente. Mi mirada reflejaba el hecho de que no entendía muchas cosas. El Dr. Collins me mostró una sonrisa inocente antes de mover su cabeza de un lado a otro.
—Agatha sabía que te pisaban los talones, así que nunca comió del todo bien. El mismo día en que te marchaste, me llenó el hospital de su comida —dijo el padre de Blake—. Si lo hubiera sabido, no me hubiera quedado hasta tarde tratando de mejorar a sus desperdicios que dejó casi vacíos —dijo metafóricamente.
—¿Si lo hubieras... sabido?
—Ella sabía que iba a morir esa noche.
Mis ojos se abrieron sin entender aquello último. ¿De qué estaba hablando?
—Giselle se enfureció cuando vio que te alejabas con la única persona que su padre intentaba que nunca te reunieras —soltó Blake para terminar con el relato que había comenzado su padre—. Sangre tenía que correr por el suelo.
Nos quedamos en silencio, ya sin saber que decir. Esto era más de lo que esperaba. ¿Agatha se había sacrificado por mí? Bajé la mirada antes de que el padre de mi mejor amigo mostrase una sonrisa encantadora que casi siempre me tranquilizaba.
—No me has dicho el motivo de tu visita, Nicole...
Levanté mis ojos a él. Era cierto, habíamos hablado de tantas otras cosas, que ya se me había olvidado la razón de porque había viajado tantas horas para venir a verlo.
—Yo sé algo de mi pasado —dije después de unos varios minutos de haber pensado en cómo empezar con mi relato—. Sé que soy un le-kra, que estaba destinada a casarse con Alexander para crear un legado de vampiros súper poderosos y lo aceptó, es decir, quiero hacerlo... no me desagrada ese punto que mis padres aceptaron por mí.
—Si ya lo sabes, ¿qué haces aquí? —El doctor aún no comprendía.
Le miré a los ojos y sonreí.
—Esto me lleva al hecho de que pasaron muchas cosas de las cuales nunca fui avisada, ¿sabe? —Dije antes de pasar saliva—. La desaparición de mis padres, el edificio de adopción, el intento de homicidio y junto a todo ello, Cornelius Black y su querida hija Giselle, la cual trata de matarme desde hace más de diez años por mi naturaleza.
Al terminar de decir lo ultimo, nos quedamos de nuevo en silencio. Ya era la hora de volver a hacer esa pregunta que tanto me había atormentado desde que me había levantado en ese bosque.
—Doctor, estuve a punto de morir hace dos años, pero Alexander me despertó en lo que soy ahora. —Tragué saliva—. Sin embargo, no recuerdo nada de lo qué pasó durante el tiempo que estuve inconsciente.
El padre de Blake me miró a los ojos con una sonrisa y a la vez, inspeccionándome de pies a cabeza.
—Nicole, la pregunta correcta es: ¿Quieres recordarlo?
Me quedé en silencio. Nunca me lo había preguntado y era cierto. ¿Que haría después de saberlo? Mil debates desafiaron a comenzar con cierta rapidez, ya saben, esa velocidad con la que siempre me sumergía en aquel mar de preguntas que casi siempre me hacía a diario.
Para ese entonces, yo ya había dejado de hablar y me había enfocado prácticamente a aquella incógnita que parecía llamarme a gritos. De saber de una vez por todas la verdad.
Y entonces recordé las palabras de Alexander. "No quiero que vivas lo mismo que yo". Abrí los ojos con rapidez y firmeza.
—Sí, quiero saberlo.
Blake pareció preocupado de aquella última palabra, ya que casi al instante de decirlo, una sonrisa macabra se asomó por el rostro del padre de mi mejor amigo; ese doctor de mi niñez que siempre recordaba por una sonrisa cálida y imperecederamente confiable.
Recuerdo que retrocedí ante su tétrico rostro y pasé saliva preocupada por aquella respuesta precipitada que había dicho, pues éste se había levantado de golpe de su asiento y tomándome de la muñeca para que no huyera de mi decisión, me sonrío.
Blake me miró con el mismo semblante de miedo con el que yo miraba a su padre, pidiéndole que me salvara de sus frías manos que parecían que se aferraban con deseo de mi piel blanquecina.
Bajó su mirada.
Tragué grueso antes de mirar al doctor Collins que me observaba ahora con una sonrisa prácticamente visible y ancha. Le regresé la sonrisa con cierta inconformidad y nos encaminamos los tres lentamente sobre los corredores. Subiendo escaleras en silencio, atravesando varias salas vacías y obviamente, amplias y blancas.
Collins Maximus caminaba frente nosotros, con un semblante serio, confiado y terrorífico. Así que el intentar huir era imposible. Parecía que si nos atrevíamos a dar un paso hacia atrás, este aparecería frente a nosotros y nos obligaría a que le siguiéramos. Amenazándonos.
—Aquí es.
Engullí saliva con fuerza antes de mirar ante nosotros una puerta grande y de hierro, en donde un letrero yacía forzado con unas letras totalmente ininteligibles para mi. No sabía leer. El progenitor de mi amigo nos miró con complicidad y entonces, rebuscó entre su pantalón blanco, la llave de la cerradura que permanecía estable e imponente.
Aquel objeto que observé solo por breves minutos parecía circular. El Doctor metió aquella cosa extraña dentro del candado y entonces se escuchó un leve sonido. Se había abierto.
Retiró con lentitud la llave que le había ayudado a darse paso a la habitación y entonces giró la perilla con lentitud. La puerta de hierro se abrió tras aquel movimiento y un leve empujón.
Collins entró primero, luego lo hizo su hijo y por último, lo hice yo.
En el interior, una camilla se hizo presente, como de las que se encuentran cuando vas de visita con el dentista. Las paredes en vez de ser blancas como usualmente lo eran en el hospital, están se tornaban de un color celeste. Un color extraño y opaco, algo así como de los cuartos de cirugías.
El padre de mi mejor amigo se detuvo ante la camilla y me indicó que subiese.
Dudé al principio, pero con solo imaginar el rostro de quien ahora me parecía más terrorífico, no me hice mucho del rogar y me recosté en aquel mueble que parecía esperarme desde hacia ya vario tiempo.
Con tan solo recostarme, respiré con profundidad. Me recordaba tantas operaciones, tantos intentos, tantas desilusiones. Siempre a Giselle que se burlaba de mí y que me tomaba de las manos para que sonriera inútilmente.
—Nicole, esta es una maquina en la que he estado trabajando los últimos quince años —soltó el doctor fríamente, secándome de mis pensamiento al escucharle ponerse unos guantes de hule.
—¿Y qué... qué hace? —pregunté titubeando antes de mirar que, frente a mí, se encontraba un brazo mecánico que sabía que pronto se movería hacia mí.
—Podrá llevarte dentro de tu memoria.
Dejé de temblar, mirándole con tan solo escucharle.
—¿Mis memorias?
—Padre, pero eso es peligroso —Blake ignoró mis palabras, gritándole a su padre—. ¡Tú mismo sabes los riesgos que se pueden producir allá dentro!
—Es la decisión de Nicole —sonó molesto y con una voz grave. Blake se calló al instante—. ¿Qué no la escuchaste? Quiere hacerlo, ¿no es cierto? —dijo antes de llevar sus ojos a los míos.
Me mantuve en calma y en silencio. Entonces desvíe mi mirada de los ojos del padre de mi mejor amigo a Blake, dedicándole una de mis mejores sonrisas solo para tranquilizarlo en vano.
—Si la maquina de tu padre me revela el pasado, entonces lo haré —dije con cierta frialdad en mis ojos.
Blake me miró sorprendido por aquella mirada triste que le había lanzado. Su padre, en cambio, pareció sonreír con satisfacción, sacando entonces del cajón los utensilios que necesitaría para comenzar.
—No te preocupes Blake, se que todo saldrá bien —traté de calmarlo, aunque yo misma no supiera que era lo que ocurriría o de qué me operarían—. Regresare pronto.
—Nicole, Alexander me matara si algo te pasa.
—Alexander no es dueño de mi vida, Blake —solté de inmediato.
—¡Aun así...!
Mis dedos se posaron sobre sus labios.
—¿Podrías esperarme afuera, en la sala de espera? —pregunté seria y de cierta forma, amable y cordial.
No tuve respuestas de Blake. Bajó la mirada y me acarició la mejilla en un signo de preocupación.
—No te preocupes, le daremos una sonrisa quisquillosa a Alexander cuando regresemos.
—Pero —me interrumpió.
—¡Promételo! —le interrumpí ahora yo—. Anda, ¡Márchate o ve a comer! Hay mucha gente que podría morir hoy.
—Bien —Sonrió—. Solo prométeme que volverás.
Sonreí y le vi marchar a paso lento hacia unos sillones de fuera de la habitación celeste.
.
Pasaron treinta minutos y yo ya no traía conmigo mis ropas. Vestía, en cambio, una bata de los que usaban los enfermos. Miles de cables estaban conectados a mi cuerpo y la odiada maquina que hacía pitidos ya marcaba a mi intranquilo corazón. Aquellos sonidos horribles me pusieron los pelos de punta.
—¿Te sientes bien? —preguntó el doctor Collins acomodando sus guantes frente a mis ojos.
Accedí con mi cabeza.
—Vas a sentir algo de sueño porque caerás en un sueño muy profundo. Cuando entre en tu mente, tú podrás ver tus memorias como si fuera una película, ¿entiendes? —Preguntó el padre de Blake tras haberme puesto la mascarilla para respirar—. Cuenta hasta diez.
El Dr.Collins comenzó a hacer algo extraño con la maquina y sin querer observar nada más, cerré mis ojos. Respiré lentamente, comenzando así con la cuenta regresiva...
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