40. La ciudad negra

El carro yacía a dirección contraria del lugar donde se suponía que se encontraba mi príncipe azul y cual acababa de convertirse en mi gran prometido.

¿A dónde me dirigía si no era con él? Regresaba a mi antiguo hogar a tomar venganza. Recobrar mis memorias perdidas.

Habían pasado ya dos horas desde que aquel silencio profundo e irrompible había comenzado. Sabía que el abandonar a Alexander no era más que un capricho; que estaba enojada, muy pero muy enojada, pero no podía evitarlo. Necesitaba saber esto. Eran memorias, recuerdos que necesitaba entender para poder vivir tranquila.

¿Y era por esto que lo dejaba? Sí, por esto y por mi orgullo. Haberme agarrado y gritado de aquella forma me había dolido e incluso me había dejado llagas de recuerdo. ¿A qué le temía? ¿Por qué no quería contarme? ¿No entendía lo importante que era aquello para mí? ¡Tal vez, solo tal vez, podría encontrar a mis padres ahora no tan difuntos! Tragué saliva mientras me decidía con cada pensamiento. Aunque Alexander no lo quisiera, aunque me dejase de hablar luego, realmente tenía que ir ahí de nuevo. Haría cualquier cosa para conocer ese lapso de tiempo que se hallaba envuelto en el olvido. Esos dos años de mi vida que no recordaba.

¿Qué había pasado conmigo? Miré el paisaje con una extraviada mirada, intentando descifrar lo imposible. Observé entonces los árboles, pájaros y césped que se movían a una gran velocidad. ¿A qué velocidad iba manejando mi amigo? Lo sentía tan lento, tan gradual.

¿Serían horas o minutos? ¿Cuánto faltaba en realidad para volver a ese lugar en donde trataron de asesinarme una vez?

Entrecerré mis ojos, recordando mi primera y última noche de fiesta en aquel pueblo pequeño que ahora me traía jaqueca al recordarlo. Evocaba aún el amargo sabor de la bebida dentro del pub y aquella música que me acompañó mientras vomitaba por horas en el baño. Sonreí débilmente al recordar lo afortunada que había sido. Si el padre de Alexander no hubiese ido a entregarme aquella copa, ¿hubiese muerto en ese lugar?

La risa de Giselle me golpeó entonces. ¿Se había estado riendo cuando se me cayó la copa? ¿Se había burlado de mí al dejarme sola? Mis puños se cerraron, reconociendo perfectamente aquel sentimiento que hacía mucho que no tenía, ese sentimiento que me había llevado alguna vez a golpear una almohada o gritar una y mil maldiciones al aire. Ese sentimiento conocido como el odio puro.

Oh sí, la odiaba...

Mi peor enemiga iba a conocer lo que una Nicole Whitman, al fin inmortal, haría cuando estaba a cargo de la situación. Ya no era más una niña buena. Acabaría con esto de una buena vez por todas.

Lo que su padre había comenzado, yo lo terminaría. Ese tal Cornelius Black había deseado la guerra entre especies, así que como lo había anhelado, eso iba a tener. Los cazavampiros tendrían que prepararse bastante bien, porque al fin me iban a conocer. Y si estaban listo o no, a mi no me iba a importar en lo más mínimo. Giselle y compañía me las iban a pagar. Todos los que habían osado tocar a mis padres iban a morir. Uno por uno.

—Ya sé que soy divino, deja de mirarme tanto. —Una voz a mi lado me distrajo de lo que pensaba. Era Blake, trataba de aflojar el ambiente mientras veía la carretera—. ¿¡Qué!? ¿No pensabas en lo sexy que soy?

Mi mandíbula se destensó un poco. ¿¡Es que era tonto!? Mis labios trataron de seguir serios, pero una media sonrisa se escapó de mis labios traicioneros. ¡Blake nunca iba a cambiar!

—¿Qué es tan gracioso? —Soltó mi amigo, intentando conocer el por qué de mi inexplicable actitud—. ¿Tengo algo en la cara?
—No, no es eso...
—¿No me digas que me equivoqué de camino?

Dejé de sonreir y le miré hecha una furía. Yo no sabía a donde íbamos.

—Ya, no me golpees —chilló al ver mi rabieta—. Es una broma, solo una broma. Sé perfectamente en dónde vive mi padre.

Suspiré, casi al borde del paro cardíaco. ¿Creía éste chico que estaba lo suficientemente tranquila como para este tipo de bromas? ¡Ibamos a recuperar mis memorias y de paso... matar a un cazavampiros! ¿No entendía esa cosa importante?

—Blake, ponte serio... —dejé de reirme, envuelta de nuevo en mi modo preocupado—. No creo que deberíamos estar así cuando vamos a la guarida de los Black.

Blake dejó de moverse y le sentí tensarse. ¿Tan poderosos eran?

—Lo sé, yo solo quería...

Volví a sonreir, esta vez más tierna que antes. Blake solo trataba de calmarme, seguramente me notaba más paranoica que él.

—Gracias.

Blake me volvió a sonreir, antes de mirarme una vez más y entonces, carcajearse de nuevo. Ahora no pude evitar tener una duda plasmada en la mente. ¿De qué se reía?

—¿Por qué ríes? —pregunté divertida y algo sonrojada.
—¿No haz notado como esta tu cara, verdad?
—¿Qué? ¿¡Qué tiene mi cara!? —Chillé, antes de bajar el espejo e intentar verme aprisa.
—¿No dormiste ayer, verdad?

Me sonrojé ante el alcance de sus ojos.

—Me peleé con Alexander.
—¿En serio? —Soltó sorprendido—. Pensé que estarías gimiendo otra noche, como la pasada.

Mi rostro no pudo evitarse colorarse en miles de colores. Le golpeé casi de inmediato, tosiendo como loca ante su muy inadecuado comentario.

—Me peleé con Alexander, ¿ok? —Me acomodé en el asiento, intentando borrar su último diálogo de mi mente—. No dormí en toda la noche por estar enfadada.
—¿Por no poder tener sexo?
—¡Blake!
—Ya ya, es broma. —Rió una última vez, secándose las lágrimas por tanto burlarse—. Supongo que si quieres, puedes dormir un poco. Tu cara parece la de un zombie.

Pensé en su propuesta un poco, no entendiendo del todo a lo que se refería. Nunca había visto ese tipo de películas, pero si son zombie se refería a que tenía ojeras, entonces sí, me veía como uno. Suspiré sabiendo perfectamente que debía descansar. No podía enfrentarme a Giselle cansada.

—¿Puedo? —Pregunté antes de empezar a bostezar.
—Sí, no te preocupes. Yo te levanto cuando lleguemos.


.

Me encontré en un bosque, perdida y sola. Sola porque en realidad el arbolado estaba en completo silencio, mirándome. Los grillos ni las ardillas cantaban. Nada se hacía presente para exigir su existencia. Solo estábamos los pinos y yo. Nadie más.

Caminé lentamente buscando por algún superviviente en sigilo. ¿Por qué parecía que el mundo se había terminado... que todo había llegado a su fin? No había Sol ni nubes. ¿Aves? No se podía apreciar ninguna en ese manto extraño y de tono grisáceo que cubría seguramente lo que era un reciente amanecer.

Los pinos eran intensos y muy grandes; llenos de una vida opacada por un verde grisáceo. ¿Dónde estaba?

Miré a mi alrededor, sabiendo que incontables troncos iban y venían desde atrás a adelante. ¿No había algún pueblo cerca? Mi pregunta me hizo mirar al cielo, pensando en una buena forma para resolverlo. ¿Y si subía a la copa de un pino? Sonreí débilmente ante mi idea y sin pensármelo mucho, busqué por el tronco más grande y fuerte.

Cerca pero no tan lejos, se encontraba un pino diferente. Uno grande que parecía que me citaba a subirlo. Sus ramas parecían escaleras así que sin mucho esfuerzo, podría llegar a mi meta. Sonreí al poner mi primera mano en aquella dura rama, sabiendo entonces que sería fácil la tarea. Poco a poco, me fui elevando del suelo. Me sorprendí incluso de mis habilidades pero cuando llegué al cielo, no pude evitar abrir los ojos con miedo.

Estaba en un mar verde.

Los árboles se veían infinitamente si miraba a mi derecha, y aún más si miraba a mi izquierda. ¿Cuánto me tardaría en salir de aquel lugar? No había montañas ni lagos, siquiera pueblos o animales. Nada. No había nada.

Traté de gritar por ayuda, pero cuanto me moví hacia adelante para apoyarme mejor, la rama sucumbió por el peso. La gravedad hizo su trabajo y me sentí caer.

Cerré los ojos esperando un buen golpe, pero nunca llegué al suelo. Abrí los ojos extrañada, pero lo que me hizo chillar fue que no había nada a mi alrededor. Sentí la brisa en mi espalda, pero todo lo que yacía a mis costados era un color negro. Negro como la noche y como mis lamentos.

Chillé como loca, cubriéndome los ojos para desvanecerme. Los sonidos volvieron entonces y una luz cegadora atravesó mis manos. Mis ojos me dolieron y solté un quejido de disgusto.

Parpadeé un par de veces, empezando a entenderlo todo.

Había tenido una pesadilla.

Suspiré aliviada, mirando el paisaje que se suponía, tendría que moverse a gran velocidad a mi costado, pero cuando pude ver pinos a mi alrededor y todo en pausa, mi corazón volvió a ponerse frenético. Me giré hacia mi izquierda, esperando encontrar a un Blake burlón; pero no había ninguna risa que me hiciera enojar. Estaba sola. Sola como en mi sueño. Me bajé del auto con rapidez, asustada.

—¿Blake? —Chillé, nerviosa—. ¿En dónde... en dónde estás?

Cerré mis ojos intentando concentrarme. Los sonidos de los animales salvajes ahora me hacían difícil mi tarea. ¿En dónde estaba? ¿Por qué estaba sola? Miré a ambos lados, intentando divisar su rojiza cabellera, pero fue entonces cuando una mano tocó mi hombro. Me volteé hacia atrás, en apuro. Blake sonreía mientras traía consigo seis conejos muertos colgando de su mano.

—¿Estás bien?

Lo golpeé casi al instante.

—¿¡Qué!? ¿Por qué me pegas? —Se quejó este en un tono algo molesto.
—¡Me asustaste! —Le grité al fin aliviada—. ¿Por qué me dejaste ahí?

Arqueó su ceja en señal de triunfo. ¿Estaba bufándose de mí? Con una sonrisa prepotente, pero al mismo tiempo divertida, me miró con cierta complicidad.

—¿Miedo?
—¡No! ¡Claro que no! —Grité, dándole la espalda.
—¿Acaso será que Nicole Whitman me extrañaba? —Dejó salir en un gesto divertido—. ¡Que linda! ¿No quisieras que te canté una canción también? —Sonrío echándome bulla.

Le mostré una mirada de muy pocos amigos, y era porque nunca había sido una persona muy social en realidad.

—¡Ya estoy aquí! —Dijo tranquilizando sus bromas—. No tienes nada que temer, solo quería comer... —se excusó con una sonrisa entre sus dientes, antes de acomodar a los conejos en una parte de atrás del asiento trasero y encender nuevamente el automóvil.

Le miré fijamente antes de subirme en el asiento del copiloto y, tratando de tranquilizarme, respiré lentamente.

Retomamos nuestro camino en silencio. Y esta vez, era yo la que no quería hablar. No tenía sueño pero, al decir verdad, no deseaba que se burlase de mí por lo que acababa de pasar. Además, sabía que estábamos por llegar. Reconocía el olor del aire contaminado de las fábricas y el tabaco.

—¿Cuánto tiempo dormí? —Pregunté de repente para romper aquel silencio que comenzaba aburrirme.

Se quedó pensante un buen rato.

—Unas ocho o nueve horas, diría yo.
—¿Qué? ¿¡Por qué tanto!?
—¿Quién sabe? ¡Déjame le pregunto a tu cerebro...!

Las risas volvieron al auto. Blake siempre tenía algo que decir para ello.

—¿Y cuánto falta para llegar? —Pregunté como a una niña pequeña a su padre.
—Ya pronto llegaremos —me respondió Blake con una sonrisa traviesa.
—¿Cuándo es pronto?
—Si continuó con la velocidad y la masa de la gravedad multiplicada por la física, supongo que en treinta minutos o menos —soltó, tratando de ser cómico.
—¿Treinta minutos, en serio?

Blake río.

—Sí, en serio.

Embocé una débil sonrisa. De alguna forma, le agradecía a Morfeo por haberme hecho pasar el viaje de una manera rápida y sin aburrimiento, pero al mismo tiempo, trataba de revelarme y retrasar lo evidente. El tiempo se me había ido de las manos y con ello, la oportunidad para pensar en alguna buena estrategia. Giselle estaba ahí, a unos cuantos minutos y yo iba sin armas; solo con una sed increíble que acababa de atacar mi garganta seca y maltrecha.

—¿Estás bien? —Blake mordió un conejo, mientras me veía por el rabillo del ojo.
—Sí, estoy bien. —Bajé la mirada al recordar el letrero que acababa de pasar por mi costado derecho. Ese que seguramente anunciaba que el pueblo que se había convertido en ciudad, estaba a unos cuantos metros de nosotros.
—¿Segura? Si quieres, podemos hacer una parada.
—¡Estoy bien! —Le miré con un brillo especial en los ojos. Mis recuerdos estaban justo al frente. ¡Claro que no quería perdérmelos ahora!—. Solo maneja, por favor.

Blake dejó de sonreir y, más serio, accedió con un leve gesto.

Nos envolvimos en un silencio abrumador justo cuando los edificios, casas y las calles adornadas por recientes árboles se plasmaron frente a nosotros. No podía creer que no reconocía mi viejo hogar. En dos años, el lugar en donde me había criado, había desaparecido.
Miles de fábricas se hallaban contaminando el ambiente y el panorama se había transformado con sus horribles maquinas que soltaban humo negro al cielo. Parecía un mundo futurista, de esos que salían solo en cuentos. Suponía que la vida para los niños no era la misma que antes. Las calles estaban llenas de criminales o bandidos que esperaban a cualquier oportunidad para robar. ¿La calidad de vida? Un desastre. Cuando había visto a mi derecha, había sorprendido a varios drogadictos que golpeaban a una pandilla más débil.

¿En serio ésta era mi casa?

—Bienvenida a tu antiguo hogar —soltó de repente Blake con un tono de asco en su voz—. La ciudad negra.

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