36. Secretos
No pude articular ninguna palabra más. ¿Qué mi padre era un le-kra? Mis lágrimas habían parado de brotar por la sorpresa aún en el aire. ¿De qué estaba hablando? Si eso era cierto, quería decir que yo era...
—Un le-kra —solté sin pensarlo—. ¿Yo soy...?
Le miré sin entenderlo aún. ¿A qué venía todo esto?
—Nicole, tu eres hija de Michael Whitman. —Tomó mis dos manos, para tranquilizarme un poco—. Tu padre era alguien como nosotros... pero tu madre, ella era una vampira normal.
—No. —Me separé un tanto de él, sonriendo y negándolo con la cabeza—, mi padre me abandonó cuando mi madre murió al darme a luz.
—Eso es una mentira. —Observé como tensaba su mandíbula. Esto no iba a acabar nada bien—. Tus padres no te dejaron por gusto.
Mis manos se soltaron de las suyas, sin creer en lo absoluto en lo que estaba escuchando. ¿Qué no me habían dejado?
—¿Entonces por qué no están aquí? —Mis pensamientos florecieron con una voz rota. Esto estaba siendo demasiado.
—Desaparecieron —soltó atrayéndome a él—. Los Whitman te dejaron con Agatha. Por alguna razón, tu madre vio un futuro que no quiso contarle a nadie más que no fuese su esposo y fue por eso que, dejándote a cargo de mi tía, partieron para erradicar el mal que los perseguía.
—¿El mal? ¿De qué estás hablando?
—No lo sé Nicole... simplemente se los tragó la Tierra. Nadie sabe qué fue de ellos, pero te dejaron encargada con la mejor amiga de tu madre.
Bajé la mirada, intentando asimilar todo eso. ¿Mis padres me habían protegido? Ya veía él porque de la mentira. Si yo hubiese sabido todo esto antes, seguramente sería alguien diferente, sombría. Mis pensamientos hubiesen estado llenos de venganza, tristeza e ilusión.
—¿Pero por qué estaba ciega? —Pregunté de pronto—. Eso no tiene coherencia.
—No sé exactamente por qué. —Me contestó de inmediato—. Los le-kras son vampiros extraños, ni yo entiendo a veces lo que pasa conmigo.
—Alexander, si quieres que te crea, necesito saberlo todo.
Quien yacía frente a mí, volteó a verme. Algo preocupado por lo que estaba preguntando, pero que de cierta forma, ya era necesario que supiese. Si las cosas seguían siendo secretas para mí, no soportaría estar en aquella casa, en cualquier lugar. Necesitaría buscar respuestas, inclusive lejos de aquí.
—Bien, te lo contaré todo —suspiró mirando entonces a la luna—, pero ten por seguro que no te gustará.
Mis ojos se fueron a los suyos que, evitándome, seguían esperando mi respuesta. Pasé saliva algo temerosa, pero sabiendo que aunque escuchase lo que escuchase yo seguiría amándolo con toda mi alma, accedí con una débil palabra.
—Cuando naciste Nicole, yo tenía ya unos ochenta años de vida. —Respiró profundamente, como intentando buscar las mejores expresiones para responderme—. Como debió de pasar, no tardaron mucho para descubrir lo que realmente eras y, sin poder rehusarme, nuestro compromiso fue predicho. Cuando cumplieras los dieciocho años, nos casaríamos.
Me quedé en silencio. Mi casamiento iba a ser como los de las novelas... obligada a casarme con un desconocido sin siquiera haberlo visto. ¿Lo hubiese aceptado? En silencio, fui aceptando el relato que éste estaría por revelarme.
—No tienes una idea de cuánto te odiaba, Nicole.
Aquellas palabras hicieron que voltease a verlo con asombro. Alexander tenía una mano aprisionada en un fuerte puño. Aquello era la verdad.
—No es que te odie ahora, es solo que en ese entonces veía en peligro mi libertad —soltó sin mirarme—. Tú eras la responsable de que eso fuera a ocurrir. Mis pensamientos se habían llenado de rabia, por lo que lo único que pensé ese día fue en ir a matarte.
—Espera, ¿tú ibas...?
—¿Recuerdas aquel día cuando nos conocimos? —Me interrumpió volteándome a ver entonces.
—¡No, no puede ser! ¿En el hospital?
La sonrisa entristecida de Alexander me confirmó mi pregunta. No pude evitar no sorprenderme y alejarme de su lado en un estado de shock, aun sin creérmelo todavía.
—Cuando chocamos en la avenida pude olerte. De cierta manera, te había encontrado por accidente. ¿Cómo crees que me sentí?
—Con razón me hablaste de esa manera...
—No pude controlarme. Traté de acercarme y romper, de una vez por todas, aquel lazo que nos unía —comentó, ignorándome—. Pero claro, las cosas nunca salen como uno quisiese. A tu lado, había un cazavampiros profesional y mis intenciones fueron leídas. La odié cuando me abofeteó para que me detuviese, pero cuando me dijo que no debía de molestarme ya que morirías esa noche, no pude evitarme sentir pleno y contento.
La forma en cómo había imitado a mi ex mejor amiga terminó por romperme el corazón. No pude evitar mover mi cabeza hacia los lados, rechazando aquella agonía y sufrimiento que me estaban tocando en el pecho. Las finas lágrimas se acumularon en mis ojos. Ahora entendía porque Giselle me había invitado a esa fiesta. Había tramado que ahí fuese mi muerte.
Todo encajaba a la perfección. De noche, lleno de gente, sin poderse escuchar ni un grito. Nadie se hubiese enterado. Ese lugar era perfecto para mi asesinato.
—Pero con lo que Giselle no contó, fuese que mi padre también estaba buscándote —Alexander siguió su relato, sin importarle mi reacción.
—¿El señor William?
—Supo cual era mi objetivo y me siguió hacia aquel pueblo en donde vivías. Pude verle entrar al lugar tras castigarme y, como a yo, te encontró con tan solo verte.
"Cortesía de aquel joven, Señorita"
Abrí mis ojos de golpe al recordar aquel momento crítico. El padre de Alexander fue el amable joven que me había emborrachado. Eso significaba que me sentiría mal y que como ende, terminara fuera del antro, dándome la oportunidad de escapar del asesinato.
—Oh Dios mío...
—Aquella noche, te encontré tan mareada sobre aquel callejón que realmente me preocupaste —dijo con una leve sonrisa—. Dejé a lado mi ansiedad para matarte mientras el consuelo llenó mi alma. El tan solo recordar aquella historia triste que me contaste sobre el que el Señor Whitman te había arrebatado los colores en un intento de desquite, me hizo sentirme culpable de mis intentos psicópatas.
—¿Por eso no me mataste?
El de los ojos claros volteó a verme, con la culpa atravesada en su pecho. Si bien me había dolido aquella verdad, su rostro amortiguaba la caída. Parecía realmente avergonzado de lo que había querido hacer.
—Sentí que si llegaba a matarte en verdad, estaría desprendiéndome de algo que me faltaba.
Me sonreí un poco. Esta faceta suya era nueva y, para que me mentía, me encantaba.
—¿Quién me llevo al hospital?
Sentí como me golpeaba un tanto la frente y se hacía a un lado algo cortado por la pregunta.
—¡Claro que te llevé yo, tonta...! —Aclaró sin verme—. Te llevé con mi tío, el padre de Blake y quien tú conoces como el doctor Collins.
Dejé de sobarme la frente cuando había soltado aquello. Ahora creo que estaba más liada que antes. Si Blake era el primo de Alexander y el doctor Collins era su padre, ¿eso significaba que mi oculista era también un vampiro? Respiré con cierta fuerza, intentando no desmayarme. Esta red de verdades me estaba quitando el aliento.
—¿Estás bien? —Alexander me sonrió débilmente, tomándome gentilmente de la mano—. Te dije que no te iba a gustar todo esto...
—Alex, ¿puedo preguntarte algo?—Solté de pronto, sin esperar inclusive si decía que sí o no—. Si mis padres eran vampiros y me dejaron con Agatha, fue para protegerme, ¿verdad?
Por primera vez, Alexander no me amonestó por frenar su relato. Sin embargo, me miró de una manera diferente, tierna y preocupada.
—Lo único que supe fue que cuando naciste, los cazavampiros se vieron en un gran apuro. ¡Dos grandes le-kras iban a ser unidos! Tú y yo, seríamos los vampiros que llevaríamos a nuestra raza a la grandeza, cosa que Cornelius Black no quería aceptar.
—¿Cornelius... Black? —Me pregunté en voz alta.
Al decir aquel nombre en voz alta. La voz de Giselle apareció en mi rostro. Mi frente no tardo mucho en mostrar el enojo y sed de venganza que necesitaba tomar. Posiblemente, el padre de mi ex mejor amiga había tomado la vida eterna de mis padres.
—¡No estoy insinuando que él los haya matado! —Soltó algo alterado al adivinar lo que pensaba—. Solo digo que esa familia puede saber algo que nosotros no.
Dejé de mirarlo, enfocándome en lo que había dicho. Tal vez no los había matado, pero estaba casi segura de que ellos estaban tras lo que había pasado. Tal vez a Alexander no le importaba mucho, pero para mí todo esto era crucial. No solo por mi familia, sino también por cómo habían jugado conmigo. Giselle Black y todos los que estaban en su linaje, iban a pagarla caro.
—Nicole. —Alexander tomó de mi barbilla tras unos cuantos minutos, obligándome a posar de nuevo mi mirada en la suya—, voy a decir esto solo una vez... así que no me interrumpas que para mí es difícil.
—Me estas asustando, ¿qué sucede?
—Se que yo fui el responsable de arrastrarte a este mundo. Inclusive, de despertarte en lo que eres ahora... podríamos decir que maté a tu antiguo yo.
—Espera, tú no mataste a nadie. —Me acerqué, entendiendo el por qué no me había mirado del todo bien en toda la plática—. Este día tenía que pasar tarde o temprano, ¿no es cierto?
Alexander guardó silencio, mirándome incluso algo apenado. Era cierto que me había abierto los ojos a un mundo nuevo, pero no me sentía del todo diferente. Mi cuerpo había cambiado, pero seguía siendo la misma. Nicole seguía siendo Nicole.
—Podría decir que esto era mi destino. —Guardé silencio, sonriéndole para hacerle sentir mejor—. Estar aquí a tu lado, ¿no?
Alexander no pudo resistirse más y, desinteresado de lo revuelta que estaba, tan solo se acercó a mi rostro, regalándome aquel beso que necesitaba para tranquilizarme. Mis manos no pudieron evitar tomarlo de sus mejillas, justo para saber que realmente estábamos aquí.
Me sentía como si estuviese en el aire, un sueño.
—Te amo, Nicole.
Abrí los ojos un poco. A pesar de que no habíamos separado nuestras frentes, pude sentir sus ojos en los míos. Aunque no quería aceptarlo, esa mirada podría ser un castigo o una bendición. Alexander era todo lo que me quedaba y, aquellas palabras, me habían hecho consolidar mis emociones. Mis sentimientos.
—Yo también te amo, Alexander...
Sonrío una vez más, dándome la razón a lo que había dicho. Y bien, aunque fuese un momento muy extraño de su parte, yo realmente le daba las gracias por ser tan cariñoso esta vez. Realmente necesitaba esto. Nosotros, ésta plática. Ahora le tenía más confianza que antes, porque sabía su pasado y el mío en realidad.
—Nicole, sé que esto es algo repentino, pero yo también tengo una pregunta para ti.
—¿Una pregunta? —Me separé un poco, justo para ver su rostro. Por alguna razón, no parecía tan seguro de sí mismo ahora—. ¿Qué pregunta?
El del cabello negro miró hacia su derecha, como esperando que no estuviese nadie y, metiendo su mano en su bolsillo, volvió a poner sus ojos en mi.
—¿Quisieras compartir conmigo tu eternidad?
—Oh por Dios...
Alexander se sonrió a mi respuesta y a como imaginaba, se arrodilló frente a mí. De entre sus pantalones había salido una pequeña cajita, una cajita chica y plateada. Su mirada se fue al estuche y, sin abrirla, tragó algo de saliva. Mi mirada se fue hacía la suya, pensándolo todo una broma.
—¿Estas bromeando?
—No, no estoy bromeando.
Mis manos se fueron a mis labios, por primera vez lo veía ruborizado.
—¿Te quieres... casar conmigo?
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