12. Mintiendo

La mañana cesó como de costumbre y el atardecer no esperó para verme aún acomodada en la cama, con la pijama prestada y mi cuerpo temblando. No me había movido en todo el día. Tenía hambre, pero al mismo tiempo miedo. Miedo por salir de aquel cuarto. Miedo por toparme con alguien. Miedo de no saber que iba a pasarme o si Alexander volvería para acabar con lo que no había hecho la noche anterior. Miré el atardecer desde la ventana. Dudosa del qué hacer o cómo escapar.

¿A dónde iría si me iba? ¿En dónde estaba? El viaje que había hecho de mi pueblo a la mansión había sido bastante largo. No había estado consciente en todo el recorrido, así que ni siquiera sabía cuanto tiempo había pasado en realidad desde el punto de marcha hasta el destino final.

Parpadeé un par de veces más ya sentada en la cómoda. Intentando despertar mi racionalidad con mayor precisión para entender mi situación actual, pero todo era en vano. Sólo sabía que mi vida había dado un giro inesperado y ahora sólo estaba ahí con todos los recuerdos del día anterior asechando mis próximas pesadillas.

Después de todo, había dormido en la habitación de Alex.

Mi corazón se alteró al pensar que próximamente me morderían. Lo sabía. Podía inclusive jurarlo. Así que volteé de nuevo a la ventana, decidida a escaparme. No iba a dejar que me volviera a tocar o lamer el cuello. No quería volver a sentir aquel dolor punzante. No sabía cómo lo haría, pero pronto me iría por la carretera que se veía a lo lejos. Me tardaría tal vez un día entero. Intenté planear mi ruta de escape. Caminaría mucho, pero le pedía a los dioses que me prestaran fuerza. Intentaba pensar en positivo y confiar en que alguien me ayudaría si alzaba el dedo. Tal vez algún pueblo estaría cerca y podría conseguir algo de comida; pero quería largarme de aquí a como diera lugar.

—Buenos noches —escuché de pronto.

Con el corazón apretándose en mi pecho y un grito ahogado, me paré de la cama cómo si me hubiera caído un rayo. Me eche hacía atrás hasta darme de lleno contra la pared marino de la habitación.

Alexander ya estaba ahí, cerca de la puerta, mirándome de arriba a abajo.

—Bonita pijama. —Sonrió con una mirada traviesa.

No entendí a que se refería, pero cuando recordé que el vestido amarillo que me había dejado para dormir era muy corto y se apegaba bastante a mis pequeñas curvas, no pude evitar gritar avergonzada; atreviéndome incluso a lanzarle una de las almohadas que me había acompañado por la noche.

—¿Qué te pasa? —Se quejó.

—¡Pervertido! ¡Eres un pervertido! —Aclamé tapándome el cuerpo con las manos—. Deja de mirarme.

—Tú para que te lo pones.

Guardé silencio, solamente porque no tenía ni con que defenderme. Estar en esta situación era tan desesperante. Con cuidado, vergüenza y rápidez, me dirigí al baño adjunto a su habitación, tomando no antes el mismo vestido que me había quitado la noche anterior.

Podía escuchar su risa de victoria tras el baño mientras me quitaba aquella bata ceñida a mi cuerpo. ¡¿Y qué iba a decirle cuando saliera!? No podía tan solo ir ahí y hacer como si nada hubiese pasado. Suspiré molesta al momento en que me miraba al espejo y repasaba una vez más mi imagen. No sabía realmente que iba a decir, pero tampoco tenía que pensarle mucho, al fin y al cabo, tan solo iba a salir disparada de aquel lugar tan rápido como me fuese posible.

—Salte de mi baño —gruñó de repente el vampiro tras la puerta.

—¿Te importa? —Grité. Era increíble que ni eso me dejase hacer.

—Sí, para lo que a mí respecta, tus necesidades van en el césped.

Tan solo al escuchar eso, abrí la puerta de golpe. Tenía miedo, claro; pero tampoco iba a dejar que me humillara todo lo que quisiera. Alexander parecía disfrutar de mi rostro enrojecido por la furia, tanto que soltó aquella media sonrisa de victoria.

—¿No habrás ensuciado mi inodoro, verdad?

No contesté. Salí sin mirarlo hacia la entrada de la habitación. Él me observó de nuevo quieto cruzando los brazos; sin importarle realmente mucho lo que hacía o a donde me dirigía. Y eso, muy dentro de mí, me hizo sonreírme. Si no me ponía la suficiente atención, sería muy fácil escaparme de aquí.

Para el momento en que bajaba las escaleras, yo le echaba pestes a su nombre. De igual manera, ¿por qué tenía que ser tan desesperante? Sólo tenía que aguantarlo unos días más para poder cruzar bien mi plan.

Apreté mi mandíbula con el paso de los minutos cuando di cuenta que no sabía siquiera hacia donde iba. Había salido solo por inercia y, justamente ahora, no tenía idea de qué hacer. Estaba ahí entre los corredores y la puerta principal me pareció una idea excelente. ¿Pero cómo llegar a ella? Tan solo había estado en esa casa un día, así que era imposible que la encontrara de inmediato. Divagué entonces por las escaleras, segura que al menos podría llegar al primer piso si seguía bajando. Confiaba que ahí podría toparme con algo o alguien que me dirigiera hacia la entrada a este infierno.

Pero mi destino era cruel. Entre más bajaba, tan solo me confundía más y más. Recordaba las escaleras principales. Sabía que eran grandes y de forma de espiral; pero nunca pude hallarlas. Los corredores eran iguales y no había nada que destacara para poder recordar en mi tétrico viaje que había hecho la noche anterior; cuando ese vampiro me estaba persiguiendo por toda la casa.

Suspiré, bajando mi velocidad. Este escape tenía que salir perfecto. Si notaban algo que no parecía natural en mi caminar, podrían comenzar a sospechar y eso no sería beneficioso para mí. Si me encerraban en alguna habitación o ponían algún guardia, estaba acabada. Me morderían, me torturarían y peor aún, realmente le pertenecería a ese engreído de Alexander.

Temblé del asco, pero seguí mi andar con la mente llena de pensamientos y nostalgia. ¿Quién diría que extrañaría la cafetera del departamento?  Nunca hubiera imaginado que acabaría en un lugar como este. Realmente extrañaba a Ana, sus chistes, su mano, su presencia. Toda la diversión que tenía con ella. ¡Era tan extraño! En serio que nunca había pensado que el destino nos separaría.

Repasé mis últimos momentos que había tenido con ella. La fiesta y el día en que había amanecido tras la terrible mordida que me había dado Alexander. Su silueta en gris y su sonrisa en blanco. Su forma en que se preocupaba por mí y la constante pregunta que me hacía una y otra vez.

¿Quién me había drogado? Mordí mis labios mientras bajaba otras escaleras entre el pasillo oscuro y la luna observándome. Ni yo sabía, pero quería reclamarle por lo que me había hecho porque a partir de esa copa de alcohol, todo se había desmoronado en mi vida.

Me quejé, restándole entonces importancia al asunto. Sea como hubiese sido, yo ya estaba ahí y no podía hacer nada al respecto. Así que, poniendo atención al frente, tan solo miré cómo aquellas escaleras que tanto había anhelado encontrar, se postraban ahí en una esquina del corredor. Sonreí para mí cuando divisé, allá en el primer piso, aquel umbral que me separaba de mi vida libre y esta terrible prisión.

Intenté respirar de una manera normal, a pesar de que mi corazón palpitaba con excitación. Unos cuantos pasos. Sólo unos cuantos. Bajé las escaleras en un ritmo tranquilo, contrariada del saber si alguien me vigilaba o no.

Tragué saliva cuando estuve frente a esa grande puerta de caoba oscura y entonces las dudas comenzaron.

¿Y si se daban cuenta? ¿Y si me atrapaban? ¿Qué pasaría si pasaba aquello? Sentí mis manos sudorosas y tuve un escalofrío. Seguramente Alexander me mordería fuerte si se daba cuenta de mi fuga. Todas los escenarios más posibles pasaron volando por mi mente traicionera. Enloquecida por el miedo, me quedé estática en la puerta.

—¿Nicole?

Giré hacia atrás. Asustada. La niña de pelo corto y negro, Rosette, estaba detrás de mi.

—¡Buenas noches! —Habló al verme—. ¿Cómo estuvo tu primer día? No te vi por la mañana.

Bajé la mirada al suelo mientras me maldecía por mi estupidez. Por aquel momento de debilidad, ahora tenía que aguantar a toda la bola de desquiciados por otro día más.

—Estuvo... increíble —solté desanimada mientras trataba de ahogar mis desilusiones con una sonrisa fingida.

—¡¿En serio?! Que envidia

Rosette era muy ingenua. No podía creer que no entendía mi sarcasmo.

—¿Vamos a cenar?

Antes de que pudiera decirle algo, sentí su brazo enlazarse con el mío. La plática empezó entonces y, arrastrada, pude aprender muchas cosas de camino al patio.

Lo primero, era que los vampiros tenían jerarquías al igual que las mascotas; y por alguna razón que no me quiso decir Rossette, el que me hubiese adoptado el gran y carismático Alexander Maximus, era un ticket de oro a la popularidad. Del día a la noche, me había convertido en la mascota más codiciada por los vampiros pequeños por lo que, según la pelinegra, seguramente atraería envidias y enojos de las mascotas más jóvenes... pues si te quedabas sin dueño, era un sinónimo a ser un exclavo público.

—Y créeme, no sobreviven mucho. —susurró aquello con frialdad, antes de saltar como caperucita roja hacía el frente.

Me quedé helada por su comentario cuando la vi dirigiéndose. Me había imaginado a una posible víctima siendo devorada por cinco o más vampiros en el pasillo o en el comedor. Sentí el frío recorrer mi espalda. Si no lograba escapar de aquí y Alexander se aburría de mí, estaba frita.

«¿Por qué la escogió a ella?», escuché un susurro a lo lejos. «¿Qué tiene ella que no tenga yo?»

Volví a caminar con los hombros encogidos hacia donde estaba una Rossette efusiva saludando a una Cristina sonriente. Si lo supiera, se los diría, en serio. No sabía por qué el gran vampiro de esta gran casa se había fijado en mí. Y menos, por cómo me había enterado, de darme el gran privilegio de convertirme en su primera maldita mascota.

—¡Nicole, ven! —Gritó Rossette mi nombre. Si había alguien que no me había reconocido, ahora me miraba. Me tapé el rostro con mi cabello mientras caminaba humillada. Seguramente lo había hecho a propósito. ¿Sería que estaba presumiendo de una amistad inexistente?

Suspiré justo cuando me sentaba en la mesa dorada para cenar. Estar en este lugar, me estaba mareando de nuevo.

Por lo que pude comprender mientras hacíamos fila para tomar nuestros alimentos, estar en el grupo elite era todo un orgullo para las mascotas. Este grupo lo reinaban Rossette por Matthew, Jacob por María, Cristina por Erick y su hermano gemelo, por Erika. Con su nueva integrante, el grupo estaba completo.

—Rosette, quiero comer —dije ya molesta, mientras me tomaba de la cabeza por tanta información.

—¡Pero si falta tanto por decir!

—Me lo podrás decir después. —Quise terminar la conversación de una manera agradable—. Quiero estar en paz.

—Está bien. —Aceptó mi idea—, pero me tienes que mostrar tu cuello. ¡Quiero verla!

—¿De qué hablas? —Dejé de masticar, justo para verla con el ceño confundido.

—Eres tan graciosa.

—No, en serio, ¿de qué hablas?

—Pues de esto, tontita —soltó antes de bajar su camisa para mostrarme su cuello.

En aquella piel se podían apreciar unos nuevos pero pequeños agujeros, que parecían haber sido realizados recientemente. Su rostro se mostraba alegre, orgullosa. Cómo si hubiese firmado otro mes de trabajo.

—¡Anda! Enséñame la tuya.

Mis ojos se abrieron a la par, recordando entonces que Alexander no lo había hecho la noche anterior.

Los segundos pasaron, pero la sonrisa tan característica de ella nunca desapareció. Se podía observar un gran anhelo y emoción de observar lo que supuestamente debería de estar sobre mi cuello.

Su rostro, al igual al de un tierno perrito suplicante, me rogó para que le mostrase la gran mordida que había desaparecido desde el hospital.

—¡Espera! —dije al acordarme—. ¿Cómo sabes si ese me mordió o no?

—Pues es que debió de haberlo hecho —dijo en un aire misterioso.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Es que ayer fue el ritual de mordedura —soltó Jacob , sorprendiéndome por detrás justo al sentarse a mi lado.

No sé por qué había pasado, pero precisamente cuando este tercero había dicho esa frase, todos los que se encontraban presentes, alegres y desayunando, cesaron sus actividades. Todos nos miraron, yo miré extrañada a todos. ¿Qué diablos era aquello?

—Cada mes, debes de ofrecer un poco de tu sangre. —Rosette explicó.

—Es una obligación —soltó de repente Cristian detrás de nosotros, uniéndose a la mesa.

—¡No lo digas de esa forma! —Su hermana replicó a su costado—. En realidad es para afianzar el hermoso y feliz lazo que nos une a todos.

Arqueé una ceja sin entender. ¿Eso significaba que Alexander debía de morderme anoche sólo por que sí? ¿Y que pasaría entonces si no lo había hecho? Es decir, le rogué y había parado.

Pensé que tal vez moriría. ¿No se suponía que los vampiros necesitaban de sangre humana para poder sobrevivir? Todos esperaban a que les mostrara la primera mordida que supuestamente Alexander había hecho a algún ser humano.

—Y bien, ¿nos la mostraras? —Preguntó Jacob, ciertamente cansado y ya molesto por no poder cenar a gusto.

—Es que aún no ha sanado y yo...

—No te preocupes, mañana será entonces —soltó Rosette entre feliz y triste.

Por alguna razón, ahora me sentía culpable. Mentir de esta manera era difícil, pero la pregunta más importante ahora era: ¿cómo me iba a librar de esta? Yo no quería que me mordieran. No quería tener ninguna marca en ninguna parte de mi cuerpo. Es más, pronto me iba a escapar; así que cómo iba a deslindarme de esto. ¿Qué pasaría si descubrían que Alexander no me había mordido ayer en ese ritual obligatorio? ¿Lo forzarían a morderme hoy?

Me maldije a mi misma por no haber escapado por esa puerta, justo cuando me despedía de los demás con una excusa barata al terminar de cenar.

Caminé deprisa por el comedor decidida a escaparme a como diera lugar esa noche, pero cuando sentí los ojos de los vampiros que "desayunaban" una copa de vino, sentí un escalofrío. Apreté mi mandíbula con pavor, cuando en la puerta principal, divisé un trío de criaturas de ojos rojos mirándome. Dos sonrieron, otro susurró... luego rieron.

Apuré el paso con pánico cuando la palabra mascota pública se repitió mil veces en mi mente. Sabía que buscar a Alexander era muy hipócrita de mi parte, pero al menos él podía detenerse si se lo pedía. Estaba segura que aquellos tres hombres, que aún me miraban mientras subía los escalones, no lo harían.

Hoy no podría escapar.

Miré, por el rabillo del ojo, aquellas escaleras que tanto me había costado encontrar, pero dejé de mirar cuando aquellos hombres aún sostenían su mirada y colmillos habían aparecido en la escena. Corrí. Necesitaba encontrar a Alexander lo más rápido posible.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top