8. El día de hoy
Kelly acababa de llevarse a Max después de haber escuchado aquella historia que le había comenzado a contar desde hacía un par de meses; después de su tercer cumpleaños y cuando supe que ya era tiempo de que supiera quién era su padre para comenzar.
Debía conocerlo al menos de mi boca y no por la de los demás. No quería que dañaran su imagen en un descuido y él lo absorbiera como una esponja seca; pero desde que había comenzado a explicarle quién era aquel hombre que pronto vendría a conocerlo, se había obsesionado tanto con él que venía a diario para que le platicara la historia aunque se la supiera de memoria.
Era como si lo pintara como un súper héroe.
Sonreí cansada al saber que, por lo menos, Max no odiaba a Alexander; sin embargo, no pude evitar sumirme de nuevo en tristeza observando aquel vacio paisaje que carcomía diariamente mi alma.
¿Cuánto tiempo estaría a gusto con solo la historia de su padre siendo un galán y un hombre que, según él, gritaba por cada poro de su piel que era un miembro de la justicia? ¿Cuándo comenzaría a exigir por su presencia tanto como yo la gritaba a mares por las noches? ¿Uno? ¿Dos? ¿Tres años? Ya no sabía si era tan fuerte como para esperarlo pacientemente en la cama... o para simplemente no comer, eso me había quedado bien claro en diciembre.
La boda que tanto había imaginado se veía tan lejana. Y por dentro lo sabía. No llegaría mañana ni en una semana. Simplemente volvería el invierno y pasaría de nuevo otra navidad sin él.
Me regañé a dientes por ser tan débil y desconfiada; pero no podía evitarlo, sentía que al final Max odiaría a su padre por dejarlo solo, por abandonarlo en su niñez. ¿Cómo haría entonces, si es que llegaba, para que lo respetase y amase como yo lo hacía en silencio?
Respiré profundamente al mirar de nuevo aquel anillo de plata que me había dado hace tanto tiempo. ¿Dónde estaba ahora? ¿Cuántas personas debía matar para satisfacerse? ¡Ya habían pasado seis años! Lo necesitaba a mi lado, quería abrazarlo, besarlo e incluso comer. Ansiaba su sangre, su sonrisa, sus arrebatos incoherentes y sus juegos; inclusive las peleas y sus gestos de molestia. Quería la locura y la pasión desenfrenada que destilábamos bajo la luna cuando nos reconciliábamos.
Suspiré al saber que todavía me faltaba tiempo para todo eso. ¿Sería capaz de aguantarlo otra noche más?
Volteé mi cabeza hacia aquella grande ventana que solo servía para destrozarme e indicarme la hora del día. Estaba amaneciendo de nuevo y era seguro que los vampiros estaban preparándose para tirarse en sus sarcófagos mientras que sus mascotas se acostaban en sus camas... ya era algo tan cotidiano aquí el no ver a nadie despierto mientras el sol estuviera tocando el tejado.
¿Por qué nunca conciliaba el sueño como lo hacían Max o los demás? En ese último par de meses, me sentía acabada. Mis ojos ojerosos eran evidencia de aquello, pero simplemente no deseaban cerrarse nunca. Siempre me quedaba observando el día a través de la ventana hasta que el anochecer caía de nuevo. Me sentía anémica y sin fuerzas para moverme todo el tiempo, pero no podía descansar en paz sin que las pesadillas me levantaran de tanto en tanto.
Pesadillas que se asimilaban a las que tenía cuando era ciega, cuando el agua me empapaba de arriba abajo y la oscuridad siempre se apoderaba de mí.
«¿Puedes dejar de quejarte de todo cada que puedes? Me molestas.»
—¿Podrías dejar de meterte en mis pensamientos cada qué quieras?
«Entonces muere de una vez.»
Reí débilmente mientras me tiraba en la cama, al saber que este sería otro día en donde trataba de convencerme de dejarla salir. De que tomara de nuevo el control de mi cuerpo y se fuera por ahí, haciendo quién sabe qué cosas.
—Olvídalo. ¿Te lo dije ya, o no? No dejaré que salgas de nuevo. Tú misión o lo que sea que tengas que hacer, no vas a cumplirla en este siglo o en el que sigue de ese. No voy a morir.
«Pero tus ojos ya dicen lo contrario».
Pasé saliva al saber que constantemente me sentía más mareada y que, algunas veces, aquel color negro me embriagaba por la media noche.
—No voy a permitir que me arrebates el tiempo que tengo con mi hijo.
«Tú misma te lo estás quitando. ¿No quieres morir, pero no quieres que cumpla mi misión? Eres una mujer idiota y tus indecisiones te costarán la vida algún día.»
No contesté a sus alegatos al saber que tenía razón; sin embargo, no quería darle aquello a favor. No iba a permitir que Max se quedara solo, no cuando su padre aún no llegaba para tomar mi lugar.
Moví mi cabeza de lado a lado tratando de deshacer sus frases de serpiente. No quería escucharla ni saber que posiblemente el hambre me desharía en miles de pedazos. No quería dejarla ganar y por tanto, no quería escucharla. Sabía que tenía el poder de convencerme; un poder que había aprendido de quién sabe dónde.
Me acomodé entre las sábanas, fijándome entonces en la techo de la habitación. Presté total atención a la calma que entonces se produjo. Mi otra yo había vuelto a la oscuridad de mi cabeza y de nuevo todo se sumergió en un completo silencio.
Respiré con una sonrisa en mi boca, sabiendo que al menos estaría sola en lo que restaba del día hasta que Max volviera a levantarse y me hiciera repetir aquella historia que siempre me destrozaba el corazón.
Cerré los ojos un poco, ¿qué debía de añadir ahora? ¿La fiesta y a mi mejor amiga? La cabeza de Giselle sumergida en la nieve me hizo tener un escalofrió en el momento en que sentí como una mano fría de repente me movió con fiereza.
Abrí los párpados al saber que aquella manita no podía ser de nadie más que no fuese de mi pequeño niño.
—Mami, creo que tuve una pesadilla.
Tragué saliva y mirándolo con fraternidad, tomé su pequeña mano entre las mías. No se inmutó ante mi gélido tacto y tampoco pareció molestarle. Me mostró un gesto entre asustado y aliviado mientras esperaba a que yo me sentara en la cama para abrazarle y darle un pequeño beso entre su pequeña y hermosa frente.
—¿Qué soñaste, cariño? —Le insté para que se sentara en mi lecho.
—Soñé que ese hombre volvía a mirarme por la ventana —soltó de pronto tras sentarse y sentir que le peinaba su cabello negro con ternura—. Entró en mi cuarto después de un rato de observarme.
—¿Se metió en tu cuarto?
—Sí, mami... —Lloró un poco—. Me quitó mi sábana.
Dejé de tocarle el cabello. Esto era algo nuevo.
—Se acercó a mí con una fea sonrisa, pero cuando intentó tocarme él, bueno... él simplemente se quemó frente a mí.
Pude observar cómo temblaba, como si aquello hubiera sido una experiencia que le hubiera pasado varias veces y fuese la primera vez que se sinceraba conmigo.
—Tengo miedo, mamá.
—Amor, amor... fue solo un sueño, mi vida. —Le abracé para hacerle ver que estaba con él—. ¿Quieres dormir conmigo hoy?
Su respuesta fue tímida, pero aceptó limpiándose las lágrimas que le habían recorrido las mejillas. Mis labios le besaron de nuevo la frente y sin tardarnos más, nos acomodarnos los dos dentro de la cama. Con pocas palabras, le abrasé para hacerlo sentir protegido y por simple inercia, le acaricié su cabello oscuro mientras dejaba salir melodías que hacía mucho que no le cantaba.
Bostezó después de unos cuantos minutos y a medida en que fue pasando el tiempo, comenzó a respirar con más profundidad. Se había quedado dormido entre mis brazos y yo no pude más que besarlo de nuevo al amarlo más que a mí misma.
Miré de nuevo hacia la ventana y sabiendo que tal vez lo estaba mimando un poco de más, decidí llevarlo a su habitación. Como todo padre, lo llevé hasta su cuarto dormido esperando que, al despertar, pensara que tenía magia y se había tele transportado por sí mismo hasta su cama.
¿Así evitaría que no le tuviera miedo a su cuarto, verdad?
Llegamos en un abrir y cerrar de ojos. Le di gracias a los santos por no haber despertado a Max en el camino, pero cuando lo dejé entre sus sábanas y este se acomodó por si mismo entre su almohada, pude oler algo distinto... algo que me hizo mirar la habitación de una manera más precavida e insegura.
Había un olor a azufre, a sangre.
¿Alguien se había atrevido a atacarlo? Mi entrecejo se frunció con solo pensarlo y no pude evitar observar aterrada el cuerpo de Max. Su piel blanca estaba intacta. Tenía uno de sus dedos dentro de su boca y reposaba encorvado su cuerpo en dirección a la ventana, esa de la que él tanto se quejaba.
Apreté mi mandíbula sabiendo que tal vez eran solo mis nervios, pero realmente olía diferente. Me acerqué al cristal tratando de encontrar algo que me llevará a pelearme con alguien. Un vampiro, un animal o cualquier cosa que se moviera.
Y era porque algo no estaba bien.
Era como si alguien estuviera ahí esperando a que me fuera para hacer algo malo. Tragué saliva al mirar a todos lados. Definitivamente esto era una sensación de acoso. Me giré imaginando que aquel ente que tanto me observaba estaba al fin tras de mí, pero cuando solo el sueño profundo de Max y yo nos encontramos en aquel cuarto infantil, supe que nada aparecería para atacarlo.
Analicé cada esquina y cada lugar de la habitación para estar segura, pero conforme pasó el tiempo, mis nervios se fueron apaciguando y terminé molesta por caer en las manos de una simple pesadilla.
Cerré la puerta tras de mí y caminé aún no muy segura hasta mi habitación; sin embargo, mientras andaba por el pasillo, sentí que algo me picó en el cuello. Llevé mi mano izquierda tratando de entender por qué mi ardía de repente toda la zona.
Parpadeé algunas veces sintiendo entonces como todo volvía a sumergirse en aquellos colores que yo tanto odiaba. La vida comenzó a hacerse gris y de nuevo, sentí que me mareaba. Me sostuve de las paredes para evitar caer. ¿Qué estaba... pasando? Pensé en que necesitaba sangre urgente y no pude evitar pensar en Kelly. ¿Estaría despierta? Me tomé de la cabeza sabiendo que no podía hacer aquello. Blake me odiaría si se enteraba de esto.
Tragué saliva tratando de salir de casa. Necesitaba irme y comerme a algún venado... o cualquier cosa.
Sentí otra punzada y luego otra. Traté de hablar, pero un líquido salió entonces de mi boca. Pude entender, por su olor y viscosidad, era sangre lo que había emanado de mí.
—¿Qué está pasando?
«Corre...»
Su voz seria me hizo dejar de pensar. Me paré tan rápido como pude y, sabiendo que estaba rodeada de enemigos, aceleré el paso hasta la habitación. Me encerré dentro del baño de metal, ese en donde me había confinado cuando Max era un recién nacido. Me limpié la boca y tomé un poco de agua del grifo pero al mirarme al espejo, mi histeria empeoró.
Estaba en blanco y negro como todo lo que estaba a mí alrededor.
Respiré con fuerza sabiendo que no faltaba mucho para que llegaran los vampiros de la casa para reclamar mi cuerpo, pero los golpes nunca llegaron y yo no pude más que desvanecerme en el piso por el dolor en mi cuello y cabeza.
Todo comenzó a darme vueltas, como si millones de agujas se clavaran dentro de mi piel, como si me quemase viva.
Mordí mis labios intentando que mis gritos no salieran, pero el dolor se incrementó a cada segundo y ya no pude evitar gritar. Lloré y chillé como nunca antes lo había hecho. Este era un dolor indescriptible. Jamás había sentido algo como aquello.
¿Pero por qué me estaba pasando esto? ¿Por qué sentía que iba...?
—No quiero morir. —Atiné a decir—. No me hagas esto, Nicole. No me quites a mi hijo. Por favor, no quiero irme.
Ella no me contestó a pesar de que esperaba que se riese por lo que me estaba pasando. Mis lágrimas pintaron mis mejillas mientras gritaba por ayuda; sin embargo y por primera vez, nadie vino.
Nadie tocó la puerta, nadie gritó para que les abriera. Todo estuvo en un silencio amargo mientras el dolor me destruía y aumentaba. Grité de nuevo al pensar que todo era una pesadilla.
Sí, una pesadilla como la de Max.
Me tomé la cabeza esperando que aquello lo detuviera, pero nunca se fue. Me sentí pesada de nuevo y el blanco se fue apagando. Intenté levantarme, pero la fuerza de atracción me unió de nuevo al suelo.
Pensé lo raro que era que nadie apareciera cuando sentí más frio que nunca. Lloré mis últimas lágrimas al sentir que mi corazón se fue haciendo cada vez más lento y torpe.
Traté de hablar, pero el aire me faltó en los pulmones. Mi rostro se fue contra el azulejo y fue entonces cuando observé dos botas tras la puerta. Grité de nuevo, pero a pesar de suplicar socorro, las botas no se movieron.
El negro se apoderó de mí y el silencio se hizo.
.
Cuando volví a abrir los ojos, estaba sobre la cama y ya era de noche. Todo estaba a colores y mi cabello se hallaba tan revuelto como si me hubiera dado un millón de vueltas sobre el colchón. Miré mis manos sabiendo que temblaba y me sentí tonta por tener una pesadilla tan tonta como esa.
Tragué saliva a pesar de saber que todo había sido un mal sueño, pero cuando cerré los ojos para intentar calmarme y continuar con mi triste y monótona espera, me di cuenta de algo importante: olía a azufre.
Me tapé la nariz sabiendo que esto no era nada normal. Mi sueño volvió a golpearme en la cara y me paré tan rápido como si un rayo me hubiera cruzado el cuerpo. Miré alrededor sabiendo que alguien había estado ahí a pesar de que todo estaba exactamente igual. Analicé parte por parte, rincón por rincón... pero solo el silencio reinó.
¿Silencio en la noche?
Fruncí el ceño intuyendo que algo estaba pasando. Max siempre llegaba al ser la media noche.
Mi corazón palpitó como nunca. Sentí miedo, prepotencia y terror; por ende, mis piernas comenzaron a moverse a su habitación. Sin embargo, cuando giré la perilla dispuesta a ver si Max estaba bien, percibí que algo corría hacia la mansión.
Escuché los latidos de mi corazón y no pude evitar congelarme. Roté como pude mi cuerpo hacia la ventana, sin poder creer a quién pude ver cruzar las grandes y plateadas rejas de la entrada.
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Estuve algo ocupada con el concurso de Crazy Love, pero al terminar de juzgar, al fin tengo tiempo. Para quienes leyeron la versión anterior de colores claros, (cuando aún estaba en fanfic.es) creo que podrán ver que la historia está teniendo otro camino ahora. Gracias a todos los comentarios que han venido en los últimos días y por darle una oportunidad a mi novela que me forjó, me contruyó y me animó a convertirme en una escritora.
-Nancy A. Cantú
PD. ¿Valió la pena la demora? *guiño, guiño*
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