6. Quinto año

Tocaron la puerta una vez más. Yo, que yacía con mi hijo en brazos, miré hacia la entrada de nuevo con cierto nerviosismo. Habían pasado casi dos años desde que Max había nacido y no era sorpresa, que los últimos días habían habido más peleas que nos involucraban. Normalmente por nuestra sangre, otras por nuestra simple compañía.

Y por eso mismo, no había dejado que Max se llevase con muchos de la mansión. Me había convertido en una mujer paranoica desde aquel día en que interrumpieron por última vez nuestra habitación.

Y es que todos deseaban solo una cosa: sangre.

Sangre de le-kra. Sangre de los vampiros más bipolares y extraños que habían pisado el planeta tierra desde hace quién sabe cuánto tiempo. Bipolares por nuestro carácter y extraños por la manera en como crecíamos. Max era una prueba de ello. Al año cumplido, ya podía caminar, hablar y entablar conversaciones con un español básico. Comprendía mis miradas, regaños y acciones. Había sido una esponja que lo había absorbido todo. Su desarrollo físico y mental había dado un salto tan grande en los últimos meses, que cada día que pasaba, me asustaba más el saber que Alex aún no llegaba. ¿Qué pasaría cuando cumpliese dos o tres años? Por como crecía, aseguraba mediría un metro y cuarto y se podría hacer pasar por un niño humano de seis. ¿Qué haría en ese entonces si su papá aún no llegaba? ¿Cómo iba a poder responder sus dudas? ¿Asimilaría lo importante que era? ¿Cómo iba a poder explicarme todo sin Alex a mi lado? Era tan difícil ser mamá.

Más cuando estaba tan cansada y hambrienta.

¿Cómo iba a explicarle a Max cómo morder a alguien? Aún no lo hacía del todo bien y yo no sabía si mis colmillos atravesaban correctamente la piel humana. Nunca me había detenido para pensar en aquello, pero cada día que pasaba y Alex no llegaba, sabía que no podría darle por mucho tiempo más de comer.

Yo realmente me sentía semi-vacía, pero la sangre normal no me llamaba la atención ahora. La sed que creí que no volvería, ya era algo común para mí. Y lo peor de todo era que no podía quitármela con sangre de animales. Inclusive Rossette me había ofrecido un poco de la suya cuando una vez me desmayé, pero no pude ni siquiera pasarla por mi garganta. Me había sabido a petróleo y estaba casi segura de que mi subconsciente tenía la culpa.

Un día lo había dicho: "Estoy contando los días que te quedan libres."

Eso me había llenado de pavor. ¿Qué haría si yo también me iba por un buen tiempo y dormía por unos cuantos años?

—¿Mami? Hay alguien en la puerta.

La voz de mi hermoso hijo me llamó bajo mi lecho. Dejé de pensar en catástrofes para mirarlo. ¿Quién diría que ese niño que ayer se aferraba a mi pecho, hoy podía inventarse uno y mil juegos que lo dejaban exhausto por las noches?

—Max, quédate en la cama.
—Sí, mami.

Le besé con ternura y protección al saber que me entendía y, al dirigirme a la perilla, no pude evitar mirar hacia atrás con una tierna sonrisa a quién comenzaba a jugar con uno de los juguetillos que le había hecho mientras dormía en sus primeros meses de vida.

Volví mi mirada al frente y, con unos labios neutros, abrí la puerta solo unos centímetros para ver al chico de cabellos rojizos que me sonreía de nuevo con esos dientes blancos y resplandecientes que incitaban de nuevo ese favor.

—¡Buenas noches!
—Ya te dije que no —solté amargada por lo que me pediría. Ya estaba hasta la coronilla de que me pidiese solo una gota. No quería darle nada a nadie ya.
—¡Tío Blake! —Escuché a mi costado. Max se había dado cuenta de quién era.
—¡Campeón!

Moví mi cabeza hacia los lados rendida. Ya sabía que venía. Max se le colgaría del cuello y Blake le haría cosquillas como lo hacía casi todos los días. Abrí la puerta un poco mientras la escena que en mi mente se había creado, se proyectaba ahora en vivo.

¿Qué seguía?

—¡En guardía, cobarde! —Blake hizo una voz gruesa.
—No rompan los muebles —Anuncié al ver como la espada de madera.
—¡Matemos al pirata, mami!

.

Blake cayó en la cama con la espada entre sus costillas y su brazo.

—No puedo ver... el sol. Me has... —Actuó un dolor de maravilla—. Cuéntale mi esposa y a mis hijos que los amo.

Cerró los ojos mientras Max celebraba el triunfo sobre él, pero mi niño no esperó que el cadáver volvería a la vida y se lanzaría para hacerle cosquillas por todos lados. Escuché sus chillidos de niño y entonces vi como Blake se levantaba con Max colgado de su cabeza.

—Oye, Nicole.
—No, ya te dije que no...

Hizo otro puchero. Él nunca se cansaba de pedirlo.

—Oye tío Blake, tío Blake.... ¿ya hablaste con papá Noel?
—Claro, campeón —El pelirrojo dejó de mirarme para observar entonces a Max—. Me dijo que te traerá doble regalo por tu cumpleaños.
—¿En serio?

Me apoyé en la ventana para observar la hermosa escena. Cómo mi hijo hacía, como todos los días, miles de preguntas a mi mejor amigo y como estos dos se soltaban sonrisas cómplices en una conversación que no escuché del todo. Solo pude mirar y soltar una débil sonrisa que se fue deshaciendo hasta sentir de nuevo el vacio.

—¿Mami? —Levanté mi mirada de nuevo. Max estaba tomando mi mano con delicadeza, con un rostro abrumado y una línea recta en sus labios—. ¿Por qué lloras?
—¿Llorar? —Limpié la única lágrima que se había derramado por accidente—. No, mi amor... es que me cayó algo en los ojos. Mami no llora, mami es súper fuerte.

Intenté hacer una brom, pero al no verle sonreír como yo, no pude más que acercarme y besar su frente para que no me viese con aquellos ojos celestes que eran iguales a los míos y a los de él.

Blake, que permanecía a unos cuantos metros de mi hijo y de mí, se levantó con una mirada penosa. Creo que entendía a la perfección que yo me sentía sola y que me dolía verle con Max como si fuese su padre.

—Oye Max, ¿no quieres ir a ver la blanca nieve para tu cumpleaños?

Mi sonrisa se convirtió en piedra.

—¡Sí, sí, sí! —Celebró con emoción el niño que estaba sobre mis brazos—. ¡Quiero ver la nieve! ¿Podemos ir, mami?

Miré a Blake con una mirada entre aguantando una risa y una maldición. ¿Cómo sabía que cualquier cosa que me pidiese Max para mi eran ordenes? Intenté mantenerme dura y estricta, pero los ojitos brillantes de mi hijo entre mis piernas me hicieron suspirar de una manera derrotada.

—Está bien, pero ponte una chaqueta.

Max mostró una amplia sonrisa de alegría y comenzó una carrera hacia el closet, en donde en minutos, ya encontraba su gorro, guantes y la  chamarra azul que le hacía juego con sus ojos.

—¿A dónde vamos a ir, Tío Blake?
—Vamos a ir... al pueblito en donde tu mami y yo crecimos —soltó de repente.

Mi sonrisa desapareció entonces y mis ojos se habían abierto como platos. ¿A mi hogar? Me quedé rígida como tabla, tragando los últimos hilos de saliva que aun permanecían en mi boca.

¿Por qué ahí? ¿Qué no sabía que yo odiaba ese lugar?

—No, definitivamente no.
—¡Yo quiero ver dónde creció mi mami!

Blake se aguantó una risa.

—No, no vamos a ir.
—¡Ándale mami, ándale!
—No, no... no vamos a ir y es mi última palabra.

.

—¿Cómo rayos me convencieron de volver aquí? —Susurré seriamente mientras veía los árboles correr por las ventanas.
—Yo no lo hice —soltó el pelirrojo como si de un diablito se tratara.
—Blake, estoy que te mato —murmuré una vez más mientras miraba hacia la parte trasera del auto y veía a mi pequeño ya dormido—. ¡No he pisado ese lugar desde hace mas de cinco años! ¿Sabes que me trae malos recuerdos, verdad?
—Tenías que venir de una forma u otra —sonó tranquilo mientras manejaba y sin importarle mi ataque de nervios—. Mi padre quería verte.

Apoyé mi cabeza en la ventana del automóvil. Fría pero por lo menos no tan helada como mi rostro. Suspiré al mirar caer los copos de nieve que pintaban el asbesto de blanco. ¿Por qué era diciembre otra vez? Odiaba ese mes porque me hacía recordar tantas cosas...    

Cerré los ojos intentando enfocarme en lo que había pasado en los años que tenía de esperarlo. Cinco, solo cinco malditos años. ¿Cuánto más necesitaba esperarlo? Sentí presión en mis ojos. Si no cambiaba de tema, comenzaría a llorar de nuevo. Respiré con fuerza al sentir mis ojos estando a punto de desbordar gotas saladas de mi interior.

—¿Nicole?

Blake acató mi atención de pronto. Desapoyé mi cabeza y respirando profundamente, me giré a verlo.

—¿Qué ocurre?
—Mira.

Mis ojos se posaron en aquel oxidado, pero aun entendible letrero. Con los años, había aprendido a escribir y leer así que ahora podía comprender que nos daba la bienvenida al lugar. Tragué saliva al observar el cambio radical que de nuevo había dado la gran ciudad. Había más edificios y más humo oscuro provocado por las nuevas fábricas. El tráfico empezaba a tempranas horas de la noche y la vida nocturna seguía siendo la misma; el vandalismo se podía notar en los ladrillos y la gente.

Los delincuentes abundaban ahora en gran número y posiblemente, algunos de ellos eran cazavampiros. Lo sentía. Esas miradas parecían querer desmontar el coche cuando nos parábamos en los semáforos o hacíamos altos para cruzar algunas calles.

¿Por qué era tan paranoica? Miré hacía Max tratando de protegerlo al saber que pisábamos territorio enemigo 

—¿Por qué nos trajiste aquí? —Chillé al mirar un hombre analizando el coche—. Esta ciudad es peligrosa.

Blake se rio un poco y me llamó loca antes de mirar por las calles y observar un restaurante que yo reconocí al instante.

—Max. —Moví a mi hijo tiernamente al estacionarnos—. Max, ya llegamos.

Como si aquello fuera la alarma, se levantó como resorte. Sonrío al verme, tallando sus ojos tiernamente al despabilarse.

—¿A dónde llegamos?

Sonreí y entonces abrí la puerta del copiloto para abrir la de Max. Le acomodé un poco la chaqueta y, tomando su mano, caminamos hacia el restaurante más oxidado que antes.

—Mami, tengo hambre.

Sonreí débilmente. ¿Debía de darle de probar comida normal?

—¿Quieres una hamburguesa?
—¿Qué es una hanbuguersa? —Reí ante la mala pronunciación.
—Hamburguesa —corregí—. Es una comida muy rica —solté ahora de una manera exagerada mientras le hacía caminar dentro del local.

Cuando entramos, fue como si Max se volviese loco al ver el área de juegos. Se movió como con éxtasis en el cuerpo y me miró suplicante a que lo dejase ir. 

—Está bien, pero no muerdas a ningún niño, ¿ok? Te daré de cenar más al rato. Estaré allá sentada. —Señalé la mesa en dónde Blake sonreía y agitaba sus manos para que lo viéramos—. ¿De acuerdo?

El niño de cabellos negros y mirada cristalina movió su cabecita afirmando todo lo que le había dicho y en cuestión de segundos, le vi correr hacía la montaña de resbaladeros con los demás niños que ignoraban que un le-kra se uniría a sus juegos.

—Nicole —gritaron débilmente mi nombre—, ven.

Suspiré mirando hacia Blake y no pude evitar suspirar cansada. Max y él eran tan hiperactivos. ¿Cómo era posible que me agotaran tan rápido?

—Ya, ya estoy aquí —Sonreí cansada, mientras me sentaba.
—¿Vio los juegos, verdad?
—Sí, se volvió loco.
—Sabía que le gustaría el lugar. Mi padre me traía aquí también todo el tiempo.

Bajé la mirada al imaginarme aquello y no pude evitar sentirme un tanto triste. Siempre que alguien usaba la palabra "papá", me ponía muy melancólica. Suspiré resignada, no era lugar ni el momento para ponerme de esa forma.

—En fin, ¿qué vas a pedir?
—Hamburguesas, le prometí a Max darle una.
—Bien, pídeme un vaso de agua, ¿quieres?
—No estarás pensando en dejarme sola... ¿verdad?
—Voy al baño, exagerada. Vuelvo en seguida.

Suspiré mientras observaba como se paraba del asiento y caminaba como si de un loco se tratara hacia los sanitarios. Reí cómicamente ante la escena antes de que todo quedará de nuevo en un silencio incómodo y algo melancólico. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había pisado por última vez ese lugar? Me dejé llevar por las imágenes de mis memorias. ¿Por qué me parecía, de repente, tan poco tiempo? Miré mis manos que habían tomado el menú casi por inercia. Todo era idéntico, igual.

¿Podría ser que Alex llegase como aquel invierno, cuando Giselle casi me mataba? Sonreí débilmente sabiendo que podría pasar. Ya habían pasado casi cinco años desde aquello.

—Hola, Soy Kelly. Seré su mesera está... noche. —Volteé a verla mientras hablaba—. ¡Por Dios! ¡Es usted! ¿C-Cómo ha estado?

La chica, de cabello claro y torpe que me había topado hacía tantos años, se presentaba ahora frente a mí con un poco más de madures e inclusive, algunas ojeras bajo sus ojos.  Sonreí con emoción mientras la observaba.

—Wow, ¿aún trabajando por estos rumbos?

Kelly viró sus ojos a los cielos.

—Trato de pagar la universidad.

En esos instantes, pasó un hombre robusto, grande y algo nauseabundo que, mirando como si de un asesino se tratara, hizo una seña a la chica para que se pusiera a trabajar. Kelly volvió a su papel y aclaró su garganta antes de volver a hablar.

—Bienvenida, ¿desearía algo de nuestra selección de hamburguesas?

Traté de no reír en voz alta.

—Tranquila, ya se fue. —Sonreí aun mientras la veía encorvarse de nuevo y tomar una posición menos formal.

Respiró con cierto cansancio.

—Este trabajo me va a matar —soltó como si fuéramos amigas de muchos años—. En fin, ¿sabe que va a ordenar?
—El combo cuatro, un vaso de agua y un combo junior, por favor. 
—¿Combo junior? —Levantó un poco sus cejas, sorprendida—. ¿Quién fue el afortunado de tenerla como esposa?

Mi rostro casi se deforma al escucharla decir aquello. Si supiera que aun permanecía soltera y en compromiso. Tragué saliva, intentando mostrar una sonrisa. Fue entonces cuando mi mejor amigo apareció tras el fondo, con una cara de aliviado.

—Nicole, ¿ya pediste?

La mesera lo observó avergonzada, sorprendida y ciertamente triste.

—Mira quién esté trabajando por aquí todavía. —Cambie de tema.
—¡Kelly! ¿Cómo has estado?
—Bien, no esperaba verlos... por aquí.
—¡Mami, mami! —Max salió de repente a un lado de mí, con sus mejillas infladas y sus cejas juntas—. Esa niña me mordió, ¿puedo morderla yo también? Me dolió.
—No, no puedes cariño —Sonreí algo nerviosa, mientras lo cargaba y lo ponía entre mi lecho—. ¿Qué quieres Max: agua o limonada?
—Lo que tú quieras, mami.
—Kelly, le puedes traer a Max una limonada.

La mesera sonrío a mi pequeño y con vergüenza, anotó todo en la libretita. No pasó mucho tiempo antes de que nos trajera las bebidas y entre palabra y palabra, nos dejó comer entonces a solas.

—¡Comida! —chilló Max con emoción al ver sus papas y su mini hamburguesa frente a él.
—¡Espera, cariño! Debes lavarte las manos. ¿Podrías acompañarlo, Blake?

Mi mejor amigo asintió mientras tomaba a Max de las manos y caminaban juntos al cuarto de servicio. Suspiré algo cansada. ¿Un poco de paz? Sí, Max se la había pasado dando vueltas por la mesa e insistiendo que esa niña, de cabello oscuro y piel pálida, le miraba de una forma que a él le molestaba. Traté de calmarlo muchas veces, pero se la habían pasado gritando y comentando que quería morderla por ser tan grosero con él.

Suspiré sabiendo que ya no podía dejarlo ir a jugar hasta que se le olvidará el tema o terminase su hamburguesa y al final, se quedará dormido al digerir la comida.

Sonreí un poco esperando que eso sucediera. Me había dolido un poco la cabeza con tanto jaleo y más porque yo también me moría de hambre.

Respiré con cierta fuera antes de tomar mi bebida y distraerme con el popote en mi boca, sin embargo, cuando estuve a punto de perderme entre los azulejos del suelo, la televisión soltó una música de reportaje que me hizo tener un escalofrió.

"Jennifer."

"Gracias, Harold. Estamos junto al nuevo pueblo fantasma. ¿Se preguntaran por qué? Anoche, a las afueras del pueblo, el asesino serial que ha dado de que hablar estos últimos años, entró a territorio nacional. Aunque nunca se ha visto algún testigo, sabemos por antemano que el susodicho no tiene muy buenas intenciones."

"¿Y eso porque Jenny?" Preguntó el hombre gordo y calvo de la televisión.

"Ha dejado ya a su paso a más de cuatrocientas muertes y aún se presume prófugo. El estado piensa poner alarma roja y es considerable, no salir de sus casas a altas horas de la noche ni en noches de Luna Llena."

"Jenny, esto me recuerda al accidente ocurrido en Blue Rings."

"¿El pueblito a las afueras del norte? Hace ya siete años que sucedió algo más o menos parecido a lo que ahora vemos Harold... ¿será que el asesino decidió volver después de un descansó?"

Me atraganté con la limonada en mi garganta y no pude evitar toser sin control. La gente a mí alrededor me miró un tanto molesta, pero tras dejar de convulsionarme, volvieron a lo suyo mientras yo tenía un ataque de pánico.

¿Cuántas muertes había dicho?

—¿Quieres más limonada...?

Kelly apareció de repente, dándome un susto de muerte. Volteé a verla con los ojos sorprendidos y como quien dice, estuviera a punto de volverme loca de nuevo.

—¿Estás bien?

Cerré los ojos y pase una de mis manos sobre mi cabello. Suspiré intentando tranquilizarme. Volteé al pasillo, observando cómo venían los dos chicos con las manos mojadas. Dirigí mi rostro hacia la mesera, parecía sonrojada, pero al verme, tragó como si fuera un pecado y bajó la mirada.

—No, no es lo que cree. No estaba mirando a su esposo...
—¿Esposo? —Grité como si aquello hubiera sido la gota que colmara el vaso—. No, no Kelly. Blake no es mi esposo.
—¿En serio? —Parecieron brillarle los ojos.
–Mi esposo está de viaje y volverá pronto.
—¿Mami?

Parpadeé saliendo del shock. Kelly me miraba algo más feliz mientras Blake no parecía entender qué estaba pasando.

—Si me disculpan, espero que disfruten su comida —soltó Kelly más animada que antes—. Un gusto volver a verlos.

Mi amigo le sonrío a la mesera y esta, con un leve sonrojo, se retiró dejándonos por fin para disgustar la comida, que con solo un bocado, Max me miró excitado y sumamente feliz.

—Mami, mami, las hanbuguersas están muy ricas.

Dio un bocado de nueva cuenta a su alimento, ignorando por completo las noticias que describían los crímenes del supuesto asesino serial que resultaba ser su padre. Blake entendió el por qué de mi gesto neutro cuando, por un instante, puso atención al televisor.

Le miré fijamente intentando decirle que no quería que hablara de ello. No quería que Max se enterara de esta forma.

—¿Te gustó, mi amor?
—Sí, mami —habló después de comer.
—Bueno, entonces acábatelo todo.

Max me sonrió antes de volver a ponerse a comer. Volví a mirar a Blake que tenía un gesto incómodo en sus labios. ¿Qué quería decirme? ¿Quería disculparse por traerme aquí de nuevo? Suspiré tratando de tranquilizarme. Él no tenía la culpa y ni lo había hecho a propósito.

¿Sería esto para lo que el doctor Williams, su padre, quería verme? ¿Para decirme que Alex aún seguía dormido y que no volvería tampoco este año? 

Escuché atenta la televisión hasta que la nota terminó. La última vez que había atacado había sido cerca de la ciudad negra. ¿Sería posible que aún estaba aquí? Comí en silencio esperando que todo terminara rápido. Deseaba largarme del lugar antes de que me desmoronara de nuevo. 

¿Qué debía hacer para aguantar las ganas de lanzarme al bosque a buscarlo? Miré por la ventana como los copos de nieve volvían a teñir el piso de blanco. ¿En dónde estaría? ¿Cuándo despertaría? Dejé salir un suspiro antes de voltear a ver a Max, que de repente, como un rayo le hubiera cruzado el cuerpo, dejó de comer y abrió sus ojos con fuerza.

—Me siento raro, mami.

Dejé de pensar en Alexander para enfocarme al cien por ciento en nuestro hijo.

—¿Qué sucede, Max? ¿Te sientes mal? ¿Quieres vomitar?

Mi hijo volteó a verme, tenía los ojos rojos y me miraba temblando.

—Hay alguien en la ventana, mirándome.

Un escalofrío me zarandeo al escucharlo. Blake se quedó estático ante la declaración. ¿Qué estaba diciendo? Miré hacia donde había apuntado, pero al no encontrar a nadie y sintiendo entonces su peso caer sobre mis piernas, no pude evitar abrazarlo contra mía y pararme diciéndole a Blake que pagará.

Nos íbamos.

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¡Sigo con el maratón de colores claros! Gracias por leer.

¿Quién miraba a Max desde la ventana? >:c

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