5. Cuarto año
Miré con los ojos desenfocados a la hermosa pero pequeña criaturita que había salido de mi interior. Sobre mi pecho, dormido e inocente, respiraba tan tranquilo y en paz que me hacía querer besarle una y otra vez por toda esa ternura que desprendía de su diminuto ser. Era tan ilógico que deseará despertarlo a pesar de que me había costado horrores dormirlo. «¿Para qué?», preguntarían algunos. Mi respuesta sería estúpida pero quería ver aquel color en sus ojos. Quería creer que aquella pequeña cosa era un producto de nosotros dos; de Alexander y yo.
Posiblemente era más la razón de que era la viva imagen de su padre en miniatura. Lo había heredado todo de él. Podría apostar mi vida a que de grande, mi pequeñito Max se convertiría en un galán que superaría al siempre molesto Alexander, ya que a diferencia de su padre, Max tenía esa cualidad de hacer lo que le viniera en gana. ¿Sería porqué aún no estaba consciente de lo importante que era? Seguro que mientras descubría aquello, mi pequeñito sonreiría cuando quisiera, lloraría cuando lo deseara y haría mil pucheros con aquella linda boquita rosa que me hacía amarlo más que mi alma entera.
Desde que lo había visto, sin mis entrañas y mi sangre en su cuello, justo cuando paró de llorar cuando me lo pusieron en el pecho, anhelé protegerlo de cualquier peligro.
Era un sentimiento tan extraño, pero a la vez, tan natural. Fue increíble que mis miedos se apaciguaran con aquel peso sobre mí. ¡Qué tonta había sido al creer que no podría ser una buena madre! Max era tan tranquilo e inteligente.
En mis momentos de crisis, guardaba silencio; cuando estaba triste, me regalaba una sonrisa; cuando miraba a la luna, apretaba mi dedo. Era como si realmente pudiese entenderme.
En comparación de un simple amigo o un familiar cercano, con Max me sentía unida y acompañada por un lazo tan irrompible que me hacía sentir el tiempo más liviano.
Seis meses no habían sido fáciles, pero se habían ido rápido.
Sí, diciembre había sido todo un trauma. Irremediablemente, tuve un escalofrió al recordar el terrible y nauseabundo dolor del ser abierta a mordidas por un niño ansioso por ver el mundo.
¿Abierta a mordidas? Sí señor, eso había pasado. Tragué saliva al sentir sus carnosos labios pegados a mi pecho, que frotándose, se adormecía de nuevo antes de soltar en el aire un lindo y gentil suspiro.
Sonreí al saberme tonta, pero la realidad es que tenía un tanto de miedo de que quisiera comer sin avisarme. Cuando esos días llegaban, no podía decir que no me dolía. Max no comía a diario, pero cuando lo hacía, comía demasiado.
Me revolví sabiendo lo que Blake diría: «Es necesario. Max debe crecer fuerte y sano». Y claro, eso ya lo sabía, pero que un niño pequeño, se levanté de pronto con los ojos rojos y comience a intentar morder sin saber cómo, no es tan divertido como sonaba. Lo doloroso no era que chupase mi sangre, sino lo mucho que se tardaba en hacerme sangrar.
Miré mi mano izquierda sin cicatrices que hacía ya una semana y media había sido atacada de nuevo por aquella criaturita indefensa que dormitaba plácidamente en mi pecho izquierdo.
Cicatrices, vaya que yo esperaba muchas de esas por todo mi cuerpo o al menos, en mi estómago; de dónde Max había salido... pero era tan fácil olvidarme a veces de lo que era, que el día después de dar a luz, realmente me sorprendí cuando no vi ni una sola marca de su nacimiento en mí. En un principio, cuando vi mi estómago tan plano y terso, creí que había estado soñado todo ese tiempo, pero al ver la cuna y su cuerpecito revolviéndose entre sueños, lo entendí todo.
Ser un le-kra involucraba no tener ni un solo rasguño; esto involucraba las del embarazo, cualquier tipo de herida externa y claro, como olvidar mi intento de suicidio.
Sin embargo, no puedo negar que los primeros días despertaba asustada buscando la cuna. Con el paso del tiempo, comprendí que no tenía que preocuparme tanto. Max crecía junto a mí todos los días y las únicas cicatrices que iba a tener eran las del recuerdo.
Observé de nuevo mi mano izquierda recordando la piel levantada y los diferentes pozos que había hecho para sacar mi sangre y supe que en unos cuantos meses más, le enseñaría a hacerlo correctamente. ¿Cuándo aprendería a hablar? ¿Cuándo comenzaría a andar?
Le acaricié el cabello intentando no levantarlo y le besé una vez más en la frente. Escuché de él un simple gemido y se volvió a acomodar como si dijese: cinco minutos más.
No pude evitar reírme un tanto sabiendo que debía tomar muchas fotografías para Alexander. Haría videos de sus travesuras y haría que él lo regañase cuando llegara. Le contaría historias maravillosas de él y haría que Max creciera con la ilusión de conocer a un gran héroe algún día. Haría que lo amase tanto como yo y de esa forma, podríamos esperarlo juntos en la ventana.
Lo que más me quemaba por dentro era pensar que Max podría crecer pensando que Alex lo había abandonado por gusto. Se me revolvía el estómago cada mes que pasaba sola sabiendo que nuestro hijo podría odiarlo. No podría vivir con un hijo celoso y molesto con un padre que estaba dormido en un limbo eterno por mi culpa.
—¿Cuánto tiempo más crees que se tarde? —Le pregunté a aquella otra que vivía dentro de mí.
«No sabría decirlo», escuché en un eco. «Es algo raro que ya lleve tres años y medio desaparecido».
Guardé silencio intentando ser positiva. No quería que Max se despertase con mis llantos.
—¿Puedo preguntarte algo? —Al escuchar el silencio, seguí hablando— ¿Era él, verdad? En el bosque, la figura negra.
«Sí, era él».
—¿Era realmente él o su otro él?
«Posiblemente era el otro...»
—Ya lo sabía, solo quería aclararlo —suspiré, acariciando a Max. Era tan lógico. Podría jurar que si hubiera sido realmente él, Alex no se hubiera quedado en la sombra—. No lo va a recordar cuando despierte.
«No, no lo hará».
Controlé mi respiración tras ello. Era tan triste. Había estado tan cerca y a la vez, tan lejos. Si me hubiera quedado ahí un poco más, si hubiera sido valiente como para hablar, ¿lo habría escuchado? A todo esto, ¿su otro yo me quería? ¿Me hubiese besado? ¿Abrazado al menos? Me había sonreído, ¿eso era bueno, o no? Me pregunté si mi subconsciente tenía sentimientos que iban más allá del sarcasmo y sadismo. No podía decir si era mi amiga o una rival en el amor. ¿Por eso era tan seca y mala conmigo?
Escuché como ella se reía dentro de mí y decía que era muy estúpida por pensar en aquello. Seguí platicando con ella sobre el tema en donde dejaba bien claro que no le importaba con quién me acostase si al final, ella podría terminar la misión que la otra que dormía dentro de ella, le había encomendado.
Me sentí algo extraña por haberme celado a mi misma, pero aliviada de que no quisiese quitarme al amor de mi vida. No podía negar que esa otra Nicole tenía más agallas que yo, no le importaba el qué dirán y desprendía un aura tan madura que hasta a mi me hacía tenerle respeto.
Era tan diferente a mí.
Miré cómo Max movió su carita y parpadeó para verme bien.
Mi conversación interna se deshizo y sonriéndole tiernamente, vi como bostezando, empezaba a liberarse de los sueños e intentaba buscar mi mano para comer. Lo sabía, en estos meses, había visto que movía su boca de una manera graciosa cuando le molestaban sus dientes. Y ahora, que me miraba con los ojos rojizos, pude hasta gritar un: "lo sabía" en alto.
Me acomodé para la hora del desayuno y, poniendo mi dedo sobre su boquita, sentí las primeras raspaduras que prolongaban un dolor bastante agudo y molesto al que, curiosamente, ya me estaba acostumbrando.
Al verle succionar, el dolor fue desapareciendo y solo sentí su lengua moviéndose de un lado a otro. Reí débilmente al sentirme cansada, anémica.
Vaya que esos eran los únicos momentos en dónde me sentía realmente sola. Era bastante triste y agobiante que Alex no estuviera ahí. No podía irme a la cama sin haberlo hecho dormir y claramente, no podía pelearme en las madrugadas con alguien para decidir quién debía pararse de las sabanas para dar sangre a quién, algunas noches, lo pedía a llantos.
Lo supe el primer día que me dejaron con él. Criar era todo un trabajo que debía hacer completamente sola y lo estaba haciendo. Intentaba hacerlo... pero era tan difícil.
Verlo comer, recibir tanta sangre dulce que yo realmente extraña, me puso algo inestable de nuevo. Me sentí triste de pronto y no pude evitar lagrimear en silencio mientras lo veía prensado de mi mano con júbilo y agradecimiento.
El dolor se hizo más presente cuando comenzó a masticar mi dedo en busca de más y no pude evitar pedirle que lo hiciera con más cuidado... porque realmente me dolía.
Una de mis lágrimas cayó sobre él y ahí fue cuando él me miró desconsolada. Dejó de masticar de pronto y solo lamió cómo si pudiese entender por qué su madre lloraba.
Fue tan extraño. Dejé de llorar al verle dejar de comer y mirarme con aquellos enormes y penetrantes ojos azules.
Lo abracé tan fuerte como pude y él se acostó sobre mi cuello, como si entendiese que debía esperar a que me calmara. Respiré con fuerza y lloré una última vez. Sentí que comenzaba a suspirar y le oí sollozar a mi costado. Le separé un poco de mí y le vi hacer una mueca en donde advertía que se pondría triste por mí. Reí un poco por lo cómico que se veía pero por al final, ganada por su ternura, le besé la mejilla y le mostré mi sonrisa para que se calmara.
¡Cómo deseé una cámara en ese instante! Max comenzó a reír conmigo y alzó sus manitas para coger uno de mis dedos. Reí un tanto más al saber que aunque había entendido que me dolía, él tenía hambre y ahora me lo pedía de nuevo como si nada hubiera pasado.
Miré la inexistente herida reciente y, haciendo una mueca de dolor al saber que venía, volví a ponerle mi dedo en su boquita.
Esta vez, mientras Max me miraba, sentí que de una sola, clavó sus colmillos en mí. ¡No me había dolido en lo absoluto! Parpadeé algo feliz y le solté una sonrisa para hacerle saber que lo había hecho perfecto. Pareció saberlo porque sus ojos se enchicaron como si sonriera y, entonces, comenzó a chupar como usualmente hacía.
Me sentí tan orgullosa cuando vi sus labios mancharse de rojo sin despellejarme el dedo.
Respiré sabiendo ahora que seguía.
Me paré de la cama con mi niño en brazos y, sin interrumpirle, cerré la puerta con llave. ¿Por qué? Siempre que mi líquido se derramaba, cosas malas pasaban en esta casa. Los primeros días me había tenido que mudar inclusive al otro lado del país con mi suegra por lo peligroso que era que todos los vampiros olieran mi sangre escurrirse todos los días.
Ahora, que Max comía cada quince días, solo tenía que vigilar que nadie derrumbara la puerta. No lo habían hecho la última vez, pero no por eso iba a confiarme en esta última.
¿Cuántos habían muerto con mi mirada? No sabía ni siquiera como lo hacía, pero en polvo se deshacían. ¿Por qué no aprendían que no conseguirían ni una sola gota? Todo sería para mi hijo.
Chillé un poco al sentir como sus colmillitos salían rápido de mí.
—Max, tenemos que trabajar en la salida. —Le sonreí al ver cómo bostezaba y se volvía a arropar en mi pecho.
Me quedé en silencio mientras caminaba hacia la cama, pero cuando di un paso, rompieron la perilla de nuevo. La puerta se abrió en un sonido sordo que hizo llorar a mi bebé. Le abracé intentando que se calmara, pero aquel vampiro ilusionado por mi sangre no me dejó hablar. Mostrándome sus grandes y filosos colmillos, dio dos zancadas dentro de la habitación.
Hice un gesto enfurecido. ¿Cómo osaba entrar sin mi permiso? Me fui haciendo hacía atrás sabiendo que lo primero estaba la seguridad de mi hijo. No podía pelear con él en brazos y no podía dejarlo en el piso tampoco.
¿Qué debía hacer? Últimamente, me sentía más cansada de lo usual y está vez, habían sido dos comidas en un solo día. Sabía que había perdido mucha sangre y no había comido en años.
Mi visión se hizo doble de pronto y tuve que parpadear varias veces para enfrentarme al vampiro que volvió a dar otro paso al frente.
Retrocedí dispuesta a escapar, pero antes de que pudiera hacerlo, rompieron la ventana y otros dos se unieron a la batalla.
¿Por qué no los había sentido?
Caí de sentón al suelo y por el impacto, Max volvió a llorar esta vez con más fuerza.
Los tres vampiros, con sus ojos ya rojos, me miraron. Me encogí y aunque mi hijo lloraba, me arrastré con rapidez hacia una de las esquinas del cuarto.
Atrapada. Atrapada como cuando aún me mantenía con vida, cuando no sabía realmente nada. Recordé cuando Mateo, el vampiro de los ojos rosas, había intentado poseerme. ¿Cómo había terminado aquello en una pelea de una manada peleando por mi sangre? Volví a sentir en segundos el dolor de aquel clavo en mi cabeza y tuve miedo de que volviese a pasar. ¿¡Qué pasaría si moría y esa Nicole me controlaba!? ¿Me perdería la infancia de mi hijo?
Miré asustada como entonces, el que estaba en medio, se tiró primero a mí. Abracé a Max con todas mis fuerzas, pero cuando escuché una madera romperse, pude entender que la historia volvía a repetirse. Se volvían a pelear por nosotros dos.
Sin embargo, a comparación de aquella vez, los llantos de mi hijo me hicieron moverme sin pensármelo dos veces.
Observando los muebles romperse y vidrios saliendo por todos lados, corrí al baño para encerrarme. Aprovecharía su pelea para recluirme de ellos en el baño que, gracias a Dios, había mandado a hacer la puerta de metal.
Sin embargo, aunque intenté meterme, uno de los tres me tomó del cabello y me estiró de nuevo hacia la pelea. Sostuve a mi hijo para protegerlo y me quedé en posición fetal.
Experimenté golpes en mi espalda, algunos más bruscos que otros. Sin embargo, nunca dejé que le pusieran una mano encima. Sostuve mi frío pensamiento y cuando creí que podía moverme de nuevo, escuché un peso muerto caer a un lado de mí.
Me quedé solo por un momento en shock.
Los ojos de un hombre de cabello claro estaban blancos a mi costado. Sentí un pánico tremendo al mirar aquella sangre bañar el piso y mi cabello con él y no pude evitar gritar antes de levantarme y volver a correr hacia el cuarto de baño.
Debía escapar de los asesinos. ¡Debía salvarlo!
Volvieron a jalarme hacia atrás. Jadeé por el brusco movimiento pero, actuando sin pensar, no pude más que escupir saliva a sus ojos.
Una curiosa escena volvió a repetirse. Cómo si fuese ácido, mi saliva comenzó a deshacer su piel y humo salió de ellos. Se tiraron al piso y yo tomé la oportunidad para aparecer en menos de un segundo a aquel lugar que era mi guarida y cerrar la puerta tras de mí.
Dejé a Max en el piso con rapidez. Este, curiosamente, dejó de llorar al ver el horror plasmado en mi cara. ¿Lo entendía? Se quedó callado mirándome desde el suelo con una cara parecido a la mía, o tal vez, hasta más asustado que yo.
Agradeciendo su silencio, no pude más que agarrar la perilla y jalarla hacia atrás. Usaría tanta fuerza como fuese necesaria para que los del otro lado no la rompieran.
Comenzaron a oírse gruñidos y sentirse golpes del otro lado de la puerta. Aquellos guturales sonidos retumbaron en mis oídos y no pude evitar pedir ayuda mientras sentía como la puerta se movía con más brusquedad que antes. Esto no iba a durar mucho tiempo. El metal se rompería. Eran vampiros, era tan obvio. Esto no era suficiente para detenerlos.
Me di por vencida y me eché hacia atrás para volver a tomar a Max entre mi cuerpo. Lo abracé sabiendo que debía destruir el cuarto. Ese lugar no había resultado ser una guarida, sino un lugar sin salida. Y por eso, saldríamos por la ventana. Me aventaría si era necesario.
Sin embargo, cuando supe que la ventana era muy pequeña y consideré hacer un hueco en la pared, escuché un golpe seco que hizo que los gruñidos desaparecieran y todo se sumergiera en un amargo silencio.
Mi corazón latió una vez más con fuerza. Suspiré alterada. Apoyé mi cabeza en la pared al entender que habían venido de nuevo a salvarnos. Mi pecho subió y bajó por la adrenalina múltiples veces.
¿Por qué tenía que pasarme esto siempre?
Max, que inocente no sabía que ocurría, pareció gustarle ese movimiento y apoyando su oreja en mi pecho, se arropó cerrando los ojos.
—Nicole, ¿estás bien? Ya no hay nada que temer. Ya puedes salir. —Blake soltó aquello desde afuera.
—No —chillé ya cansada de aquella situación—. Odio esto, ¿me oyes? Odio que siempre que tengo que darle de comer, uno de esta maldita familia venga a intentar matarnos.
Max no se despertó con mis gritos.
—¡Nicole, sal! Tenemos que checar si Max está bien. —La voz de Clara me sorprendió de pronto.
Entrecerré los ojos, molesta. ¿No estarían todos afuera, o sí?
—Está bien —gruñí—. Lárguense de mi cuarto, ahora.
—¡Nicole, no seas necia! —Pareció ser ahora Rossette la que hablaba.
Esto ya era el colmo.
—¡Lárguense o mañana no sabrán de nosotros dos!
Todos guardaron silencio.
—¡Si a la cuenta de tres siento la presencia de alguien en este cuarto, nos iremos en este instante!
Estaba harta. Sí, harta de todo esto.
—Uno...
—Nicole, no te comportes de esta forma. Debemos ver...
—Dos... —Esta vez soné decidida, más molesta, más seca.
Tras mi palabra, escuché pasos y entonces, silencio.
Respiré cansada y abracé a la criaturita que se acomodó de nuevo en mí. ¿Checar si estaba bien? ¿Es que aún pensaban que no podía cuidarlo? ¡Yo era su madre! Aunque me había intentado suicidar antes, yo era quién lo había amamantado, cuidado y criado durante esos seis meses sola y no dejaría que nadie más lo tocase si no era su padre. Nadie tenía porqué meterse en medio. Si tanto querían cuidar de un niño, entonces que tuvieran a los suyos.
Max ya tenía padres. Yo estaba por el momento con él y Alex... bueno, tenía la esperanza de que llegase en invierno. Seguro que no le faltaba mucho por llegar, al fin y al cabo, no creía que fuera a tardar más de cuatro años.
Uno más ya sería demasiado tiempo.
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Este capitulo estuve más larguito de lo común y no tuvo tantos dialogos. Espero que no l@s haya aburrido con tantas palabritas, pero creanme, todo es muy importante. Seguimos en el maratón que les he prometido y bueno, ya nos veremos en tres días. <3 Gracias por no olvidarse de Nicole y Alexander. Las quiero muchísimo.
-Nancy A. Cantú
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