22. El cuarto blanco
Con el andar del reloj en aquella oficina y el silencio de ambos hombres a mi costado, no pude hacer otra cosa más que sonreír incómoda por la situación. Sí, tal vez era la primera vez en años que tío y sobrino se saludaban, pero estaba claro que Alexander no estaba del todo feliz de verle ahora. ¿Qué no se suponía que debían de abrazarse o algo así...? ¿Eso era lo que se debería de hacer normalmente entre familiares, o no? Sentí la mirada de muerte que le echaba mi prometido al doctor que me había ayudado mucho en mi infancia y no pude evitar bajar la mirada por aquello. Esto iba a ser más difícil de lo que pensaba. ¿Tanto se había molestado con él por lo que le había dicho que había ocurrido en el pasado?
—Alexander, ¡qué gusto! —William fue el primero en romper la paz abrumante que invadía el cuarto—. ¿Qué los trae por aquí?
El de los ojos celestes se cruzó de brazos, esperando prácticamente a que le contestara.
—No sé, tú dime.
—Creo... creo que sería mejor que nos sentáramos. —Miré suplicante al adulto con bata blanca que tenía una mueca en sus labios. Con mis ojos, traté de hacerle entender que esto era más serio que una simple reunión de cortesía.
El doctor lo pilló casi al instante, por lo que abrió la puerta de par en par y dejó que pasáramos sin decir ni una sola cosa. Alex dejó que entrase primero y, sin decir nada de nuevo, se dejó caer en la silla frente al escritorio de William. Hice lo mismo, pero en silencio, antes de escuchar la puerta cerrarse y aquellos zapatos dando algunas pisadas hacia el sillón de cuero más grande que estaba frente a nosotros.
En aquel escritorio de caoba, estaba el nombre completo de quién se arreglaba los anteojos y sonreía de una manera amablemente espeluznante.
—Tengo algunas consultas ya programadas más tarde, por lo que no tengo mucho tiempo para ustedes, chicos.
—Abre tu agenda... esto irá para largo. —Su sobrino habló, ciertamente frío y calculador.
—Tan amable como siempre, Alexander. —Su tío contestó con sarcasmo—. ¿Hay algo que les preocupe?
—Sé que es algo extraño que haya regresado tan rápido, pero tengo... bueno, tenemos algunas preguntas que hacerte —solté, tomando la mano de Alexander y aprisionándola con la mía para que se calmara y respirara. Me estaba poniendo de nervios con aquella actitud.
—Si es sobre Antonelle Dagon, creo que había dejado bastante claro que no sé cómo encontrarla...
—No es eso, es...
—Al diablo con esa mujer. —Alexander me apretó la mano, en señal de poca fuerza de control—. Queremos respuestas a otras cosas, William Maximus.
Aquel hombre, de barba pulida y ojos tan claros como la miel, no pudo evitar soltar otra media sonrisa llena de sorna. Ahora que tenía más tiempo conociendo a toda la familia de mi prometido, podía entender que tenían un común denominador: a todos les encantaba tener la última palabra en todo.
—Pregunten entonces.
Me tapé el rostro algo frustrada cuando Alexander se paró de la silla y comenzó a balbucear cosas que ni yo pude entender. Estaba realmente encolerizado y arrastró en el ambiente las cosas que en el pasado había hecho que nos distanciáramos él y yo. El doctor William estalló en una risa bastante macabra y llena de sorna; una que tenían casi todos los integrantes de su casa. Mis pupilas fueron más allá y no pude evitar ver a un Alexander desaliñado, impotente de no poder competir con un miembro de su propia familia.
—Creo que no estamos aquí para esto —solté, conteniendo mi risa y halándole de su camisa, intentando de esta manera de apagar las llamas que se avecinaban.
—¿Ah no? —Alexander trató de reponer su cordura, pero no pudo—. ¿Entonces quién tiene la culpa de que recordaras todo de esa forma y terminaras yendo a matar a las malditas ratas que nos separaron?
—En mi defensa...
—¡Cállate! Si no fuera por ti, ella no se habría...
—Creo que estamos yéndonos por las ramas.
—Es también tu culpa que ella tuviera esas ideas locas. —Me ignoró de nuevo.
Me agarré la cabeza en señal de estrés. Le di gracias a Dios de que aquella habitación estuviera aislada del sonido porque seguramente podrían escuchar los gritos de ambos hombres hasta el primer piso; sin embargo, cuando el hombre que amaba volvió a repetir nuestra historia, armando una gran escena, no pude evitar enojarme un poco.
¿Tanto le había dolido?
Sólo habían sido un par de años. Yo lo había tenido que esperar casi el triple del tiempo y no me había quejando tanto. Suspiré cansada mientras le miraba, recordando entonces al Max chiflado que gritaba por un helado o una hamburguesa. Ahora sabía de dónde lo había heredado. Le miré cómo si fuese su madre, esperando a que su berrinche disminuyera.
Fueron segundos, pero cuando Alexander se dio cuenta de mi mirada algo avergonzada, no pudo evitar aclarar su garganta y sentarse de nuevo en silencio en su asiento.
—¿Ya acabaste? —Pregunté, antes de sentir cómo trataba de fulminarme con la mirada. Le sonreí con una mirada de pocos amigos, obteniendo la misma respuesta que recibía de mi hijo cuando sabía que le iría mal en casa cuando se chiflaba de una manera incontrolable en los restaurantes o el patio de la Mansión Maximus—. Bien, ya que se calmó, ahora viene mi pregunta. Doctor William, recuerda lo que pasó hace seis años, ¿verdad?
El hombre frente a nosotros se acomodó sus gafas y me sonrió con sus ojos. Claro que se acordaba.
—Mi vieja amiga no ha sido usada desde entonces.
—¿Vieja amiga? —Alexander estaba impaciente.
—Necesitamos usarla de nuevo.
Los ojos mieles del doctor brillaron y no pudo evitar tomar el teléfono que estaba conectado a un costado suyo. Tocó un pequeño botón y se escuchó, muy en el fondo, la voz de la secretaría que en la entrada del hospital trabajaba sin conocer realmente la verdad de su jefe.
—Querida, cancela mis citas de este día. —Su sonrisa se anchó aún más—. Tengo algunos pendientes que hacer. Sí, estoy seguro. Agéndalos de nuevo para el siguiente miércoles. Sí. Gracias, cariño.
—¿Vieja amiga? —Alexander volvió a repetir, pero esta vez a mis ojos—. ¿De quién rayos estamos hablando?
—No es quién. —Corrigió su tío—. Sino qué.
—¿Qué?
—Es una larga historia. —Le miré, tratando que se calmara—. Cuando vine aquí, digamos que tu tío me dio la oportunidad de entrar dentro de mi cabeza y conocer a esa otra mujer.
—Es una experiencia que nunca voy a olvidar —William suspiró, recordando aquello con una leve sonrisa en su rostro—. No pude verlo del todo, pero entrar en su cerebro fue tan...
—¿¡Qué rayos le hiciste!?
—Alexander —hablé un poco más fuerte, ya cansada de su comportamiento inmaduro—. Esto fue algo que yo quise y ya ha pasado. ¿Me ves muerta o con heridas? —Obtuve un silencio de su parte—. Es algo que se tenía que hacer y se hizo. Fin de la discusión.
—¿Quieres volver a tu cerebro, Nicole? —El doctor ignoró el regaño, pero pareció sorprendido por la solicitud—. Pensaba que no deseabas entrar en ese estado de nuevo.
—No quiero entrar al mío... —Señalé entonces la cabeza de Alexander—. Quiero entrar al de él.
Su tío amplió su sonrisa fascinado y no pudo evitar mirar a mi prometido como si fuese una rata de laboratorio. Alexander dejó de estar enojado para pasar a estar asqueado y un poco alarmado.
—¿Qué mierda estás pensando hacer?
—Oh, querido sobrino... hace años que quería probar esto contigo.
Alex me miró con un pequeño dije de miedo. No pude evitar sentir lástima por él, por lo que, disculpándome un poco con el doctor, arrastré lentamente a Alexander hacia atrás mientras dejábamos a un William prácticamente excitado por la noticia en su despacho.
—Nicole, ¿qué mierda quieren hacerle a mi cerebro?
—Necesito que escuches y no me interrumpas, ¿ok? —Le advertí. Al sentir su silencio, proseguí—. Hace seis años vine aquí porque Blake me trajo. No sabía que iba a pasar, pero cuando le comenté a William que no recordaba nada, él me enseñó esa máquina que tiene pisos más arriba.
—¿Una maquina?
—No es cualquier máquina, no... —solté aquello, mientras miraba el suelo y recordaba aquel cuarto de azulejos blancos que recibió mi gélida piel en aquella plancha de metal todavía más helada. Tuve un escalofrío pequeño antes de mirar a un Alexander confundido—. Cuando te conectas a esa pieza de metal y cables, puedes ver y sentirlo todo.
—¿De qué estás hablando?
Me reí un poco, sabiendo que lo que decía parecía una completa locura.
—Sabes, pensaba que lo que vería sería como un sueño, pero en realidad va más allá que una simple película. No te voy a decir que te va a doler porque, en realidad, nosotros no sentimos nada; sin embargo, mientras yo estuve ahí, entré en un paro cardiaco. ¿Pude haber muerto? No lo sé y eso no creo que importe mucho ahora.
Alexander apretó sus manos, intentando contener sus gritos porque yo le miraba aún seria.
—Claro que importa. ¿Estás tratando de decir que esto nos puede separar otra vez?
—Puede ser, pero confío en el doctor Williams. Él me trajo de vuelta cuando yo estuve a punto de morir.
—¡¿Estás loca?! No voy a hacer esto.
—No voy a dejar que lo hagas solo.
—¿De qué hablas?
Sonreí al tener una pequeña idea, antes de regresar a sentarlo junto al doctor que nos miraba ansioso y completamente risueño.
—Doctor, tengo algo que preguntarle. Tal vez suene como una locura, pero ¿sería posible que me conectara a mí también?
—¿A tu cerebro?
—No, no al mío. —Hable fría y seria—. Quiero entrar también a su subconsciente.
Los ojos de Alexander parecían querer salirse de sus orbitas. El doctor se acomodó las gafas y no pudo evitar soltar una sonrisa algo macabra.
—En teoría, se supone que se puede...pero nunca lo he puesto en práctica. —William esta vez sonó preocupado por primera vez. Creo que no me creía capaz de tanto—. Esto es algo bastante valiente de tu parte, señorita Whitman. Los riesgos son inmensos...
—Necesito estar ahí también.
—¡No, no lo vas a hacer! —Alexander se interpuso con un grito alarmado—. Si tengo qué, lo haré solo.
—No me importa si quieres o no, lo vamos a hacer juntos. —Le miré sin reírme, sin sentirme nerviosa o con miedo—. Esto va más allá que solo tú y yo en una tonta pelea o una discusión de sobre quién es el mejor o quién tiene más poder. Estamos hablando de mi hijo y de mi subconsciente. Subconsciente que he perdido por tener que esperar como si fuera una muñeca a que regresaras. ¿Crees que vas a poder estar ahí solo por tanto tiempo si ni siquiera lo has escuchado una sola vez en tus tantos años de vida? Yo no pienso volver a esperarte, Alexander. No me importa si al final termino haciendo una tontería como perdernos a ambos en el camino. Esta vez, mi voz va a contar como un voto decisivo. Y si al final tu otro yo es un imbécil y trata de detenerme, entonces lo voy a destruir con mis propias manos. Tendré a mi familia de una vez por todas unida. Esta vez, no voy a dejar que nada ni nadie me detenga... inclusive, aunque nuestros subconscientes lo intenten.
Ni una sola voz se escuchó como protesta. Todos, incluyéndome, estaban tan asombrados por tan conciso y frío discurso que había proclamado al aire. Sí, ya tenía suficiente de andar escuchando quejas o de aguantarme las ganas que tenía de poder gritarlo.
—¿Nos vamos?
El doctor William aclaró su garganta y movió su silla de cuero en el piso. El quejido de las ruedas en el vinilo despertó a un Alexander que se había quedado boquiabierto. Con los ojos aún desorbitados, se levantó de su asiento y nos siguió muy a su pesar y en silencio.
La afasia nos persiguió por todo el recorrido hasta ese lugar fúnebre que tenía los focos apagados. Cuando William encendió todo con el pesado enchufe de la pared blanca, Alexander tragó saliva tras de mí.
Ahí estaba, aquel cuarto blanco.
—Tengo que traer otra camilla y hacer un par de modificaciones en la computadora central.
—Hazlo.
—Pónganse cómodos —. Su tío soltó aquello antes de desaparecer prácticamente por el pasillo.
Con algunos tintineos en las luces, observé a un Alex haciéndose pequeño en la habitación quirúrgica. Miró todo sin decir ni una sola palabra ni dirigirme la mirada. Estaba molesto, lo podía deducir, pero se estaba comiendo su orgullo a pesar de todo. ¿Cómo debía de reaccionar? No sabía si besarle y darle cariños por, a pesar de todo, hacer lo que le decía o solo guardar silencio para no hacerlo enojar más. Vaya dilema.
¿Esto era lo mejor, o no? Los minutos pasaron, yo estaba ahí viéndolo dar vueltas por el albino cuarto. Algunas veces se quedaba observando todos los instrumentos que utilizaría el doctor y algunas otras veces, veía la camilla de metal.
—Alex, tenemos que hablar antes de que...
—¿Antes de que qué? ¿De qué tal vez nos separemos de nuevo?
Bajé a mirada.
Sí, tal vez eso pasaba... pero nuestro hijo era más importante que nosotros.
—Tenemos que hacerlo. Max está perdido.
—¡Y de nuevo con ese tal Max! ¡Entiende, Nicole! Esto es una locura. —Lanzó lo primero que encontró al suelo, ya rotó de tanto estrés—. No, no tenemos qué hacer esto. Podemos solo irnos de aquí y volver a nuestra casa. Fingir que nada de esto ha pasado y olvidar tus malditos delirios. ¡No sé por qué aún no te he arrastrado fuera de aquí! Debo estar loco como para haber accedido a hacer esto. Deberíamos ser una pareja normal por una maldita única vez.
—¿Delirios?
—¡Esto estuvo mal! Sabía que no debía de...
—¿Estás tratando de decir que nunca me has creído?
Alexander se calló y volteó a verme entonces, sabiendo que la había cagado.
—Lastima —solté, fría y sin sentimiento—, porque William ya viene y lo haremos aunque no me creas.
El doctor entró tras decir aquello de par en par de vuelta con una ancha sonrisa, arrastrando consigo una camilla semejante a la que ya estaba en el reducido cuarto blanco. Alexander quiso agregar algo al ver mi semblante encolerizado... ese que aguardaba el momento de terminar con todo para restregarle la verdad en su cara. Cuando entráramos ahí, sabría que esto era la realidad y no un simple sueño que me había inventado en mis oscuros años solitarios.
—Pónganse estas batas —William nos comentó de repente. Ambos volteamos a ver aquellas prendas blancas y simples.
Yo comencé a desnudarme sin importarme nada. Alexander lanzó una mirada de muerte a su tío para hacer que se saliera de la habitación.
—¿Estás loca?
Volteé a verlo, pero no le contesté. Seguí cambiándome a prisa, dejándole a entender que, si no lo hacía también, no me volvería a ver en su vida.
En minutos, que parecieron horas, ya estábamos acostados lado a lado, con algunas maquinas pitando a nuestro costado. Nuestros latidos no eran iguales. No estaban sincronizados. El mío palpitaba como si estuviera casi muerto, el de Alexander parecía una locomotora.
—¿Estás asustado, sobrino? —William jugueteó, mientras le instaba a calmarse.
Alexander no le contestó nada y trató de tomarme mi mano.
No pude evitar quitársela y acomodarla en mi pecho. Cerré los ojos.
—¿Están listos?
—Sí, empiece doctor.
—Espera, Nicole...
Escuché a Alexander tratar de decirme algo; sin embargo, las manecillas del reloj se hicieron lentas, dejé de escuchar la voz del doctor contando hacía atrás y entonces, se vino el silencio.
_______________
Hola, feliz año 2021.
Si se preguntaban por qué no subí como prometí antes, fue porque me dio covid y estuve algo delicada; sin embargo, ya regrese de vuelta y estoy mejor.
Por lo tanto, capítulos cada que se pueda... porque el trabajo anda muy relax por el momento y creo poder subir pronto otro.
Gracias por estar acá para mí y espero que les gusté.
Nancy A. Cantú
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top