15. Doblegación

Esa noche no salí del cuarto otra vez. Alexander se había molestado, pero no por eso había dejado la habitación. Me había esperado en la cama con los brazos cruzados; aguantando así sus ganas de gritarme y corregirme. Al pasar las horas, nos acostamos sin decirnos ninguna sola palabra, dándonos la espalda una vez más.

Otra noche que él no disfrutaba de su esposa y otra que ninguno de los dos pudo dormir.

Él seguía sin creer en mí y dudaba del si escaparía o no por las noches; yo... yo simplemente no dormía por la ansiedad.

Me encerraba en mis pensamientos y recordaba así a mi pequeño niño extraviado. Ese que estaba segura que estaba afuera y me estaba esperando. No sabía aún cómo iba a hacer para salir corriendo de este lugar, pero estaba segura que tenía que hacerlo. No solo mi Max estaba perdido, sino también Blake, mi mejor amigo. No entendía como era que él estaba involucrado en todo esto.

Sí, había estado una noche antes de que todo se fuera a la mierda, pero no comprendía el por qué el hombre de azufre se lo había llevado también.

Tenía que haber sido él. No había otra solución.

Estaba convencida de que ese maldito ser era la respuesta a todo: La desaparición de dos de mis personas favoritas, el que nadie recordara a mi hijo y que claro, todo hubiera cambiado.

¿Clara con un dueño? ¡Por favor, eso era una bazofia! Ella misma me había dicho, hacía algunos años, que el lazo que la ataba a la Mansión Maximus iba más allá de mi comprensión y que, claramente, no estaba buscando a alguien que la amarrara aún más de lo que ya lo estaba. Clara me había asegurado que no estaba aquí buscando el amor y le había creído.

Esas tres cosas no me dejaron respirar por toda la noche.

Por un lado, me sentía desesperada por no poder correr pero, por el otro, quería quedarme para averiguar qué estaba pasando. Algo dentro de mí me decía que las cosas estaban mal, como sucias. Algo o alguien los había tocado y había revuelto todo a su merced. Era como un rompecabezas lleno de lodo y el cuál se burlaba de mí porque mis dedos, inevitablemente, se habían manchado cuando lo había tocado. Y creedme cuando digo que lo intenté. Intenté terminar ese rompecabezas por la noche; pero cuando los primeros rayos del sol me tocaron los ojos, supe que había fracasado de nuevo.

No tenía la más mínima idea de qué estaba pasando afuera. Alexander no me dejaba salir nunca y eso, a la larga, me hacía comprender que nunca terminaría de recolectar las piezas que me faltaban para completar el maldito acertijo que se reía de mí todas las noches.

Respiré profundamente cuando sentí sus brazos tocándome la cintura. ¿Qué estaba haciendo? Me puse tensa, sabiendo que estaba tratando de ablandarme. ¿Creía, en serio, que con un par de roces me iba a olvidar de todo? Aclaré mi garganta casi hasta en silencio, pero aún así Alexander no me soltó.

Escuché entonces su respiración profunda en mi oído y no pude evitar sentir un escalofrío que me recorrió de arriba abajo. ¿Qué estaba...? Apreté mi mandíbula segura de que me quería ver enojada una vez más, sin embargo, él no se movió... no dijo nada.

Tragué saliva y dejé salir un silencioso suspiro.

Sí, lo extrañaba, pero no por eso iba a dar mi brazo a torcer.

Lentamente me giré, segura de que me iba a encontrar con alguien que ansiaba comerme viva, y no necesariamente con una mala intención; pero y aunque estuve lista para otra confrontación matutina, Alexander volvió a sorprenderme.

Dormido.

Sí, se había quedado dormido y esto era algo tan increíble que ni yo me lo podía creer. Pensé por un momento que me estaba poniendo a prueba, por lo que no me moví en unos cuantos segundos, pero su respiración profunda me aseguraba que, en efecto, no había podido seguirme el ritmo. Una semana había sido demasiado para él. Vaya novato.

Solté una sonrisa ancha y cuando estuve a punto de moverme para correr y desaparecer, me detuve. Pensé bien lo que hacía. Por un lado, necesitaba largarme del lugar de donde me encontraba; pero por el otro, no quería volver a dejarlo solo. Primero había sido Giselle, pero ahora el hombre de azufre iba a volver a separarnos y eso, aunque era algo tentador, no podía dejar que pasara.

Odiaba en lo que se había convertido toda mi relación. Que no creyera en mí o tuviera el descaro de verme como todos lo habían hecho había sido el colmo; sin embargo lo amaba, y esa, aunque me doliera, era la única verdad aquí.

Me mordí el labio y entonces hice lo que nunca pensé que haría: levantarme para bañarme y seguir encerrada en ese cuarto como lo había hecho esta última semana.

Cuando el agua me cayó encima, me lamenté por un minuto lo que había decidido hacer. Ganarme la confianza de alguien que no había creído en mí era muy estúpido, pero realmente necesitaba que lo hiciera. Ansiaba salir, buscar respuestas y entonces, largarme para hacer justicia. Mataría al hombre de azufre y a todo aquel que se atreviera a ponérseme al frente. Traería de vuelta a Max y lo presentaría frente a su padre, Alexander me pediría perdón y entonces seríamos la familia perfecta que siempre debimos ser.

Me enredé la toalla en mi cuerpo con esas frases en la mente y entré al cuarto buscando mi ropa. Alexander estaba sentado en la cama, mirándome de arriba abajo, con los ojos bien abiertos y confundidos.

—¿Qué estas...?

—Me metí a bañar —solté sin más.

—¿Por qué tu...?

—Tenía calor.

Alexander me miró otra vez y vio entonces como mi cabello mojado goteaba el suelo alfombrado.

—Creí que...

—Eres un pulpo —dije mientras me iba al armario y sacaba uno de los vestidos amarillos que a él tanto le gustaban. Me desnudé frente a él y sin mirarlo, comencé a cambiarme—. Toda la noche sudaste y estuviste babeándome el hombro. ¿Apoco esperabas que iba a aguantarme hasta que despertaras?

—Pero ayer...

—Ayer estaba molesta, ¿sí? —Traté de que mi voz no sonara tan hipócrita—. Olvídalo, solo quería salir al jardín.

No pude terminar de cambiarme, porque Alexander se había levantado y me había abrazado. Me besó el cuello y no pude evitar cerrar los ojos.

—¿Alex, qué haces?

—¿En serio solo quieres salir al jardín? —Me besó de nuevo, mientras me iba metiendo las manos dentro del vestido que aún no estaba del todo puesto.

—Solo quería distraerme...

—¿A sí?

—Ajá...

—Si quieres podemos ir más al rato. —Primer strike.Sonreí para mí.

—No, yo... —Saqué sus manos de mis senos y me giré para verlo—. Solo quiero descansar, no me dejaste dormir anoche.

Alexander dejó caer su cabeza hacia atrás, sabiendo perfectamente que lo estaba castigando por lo que me había dicho y hecho ayer.

—Lo siento, ¿ok? —Trató de volver a tocarme, pero no se lo permití.

Me acomodé, como si fuese Rapunzel, en la gran ventana; mirando, desde ese gran agujero, los rosales que saludaban tímidamente a los primeros rayitos del sol. Y suspiré.

Ese suspiró hizo que se doblegará. Fue hacía mí y me tomó la mano con cariño. Susurró mi nombre y me hizo voltear a verlo delicadamente con su mano.

—En serio lo siento. ¿Quieres que vayamos al jardín? Podemos ir al jardín si quieres...

—Alex, no quiero salir. —¡Qué gran actriz era! Los diálogos me estaban saliendo solitos y sin pensarlos; y cada vez que lo hacía, Alexander se la tragaba más y más.

—¿Estás segura?

—Solo quiero descansar. Leeré un buen libro o lo que sea. Solo, solo no traigas a nadie hoy. No quiero verle la cara a nadie.

—¿A nadie?

—Tú viste lo que pasó. Nadie quiere hablarme y yo no tengo ganas de doblegarme. Somos le-kras Alexander, esto de doblegarnos no está en nuestra naturaleza. Puedo vivir sin amigos. Lo he hecho antes, ¿recuerdas? Solo tenía a una y ella ya está muerta. No pasa nada.

—Nicole...

—Trae tu trabajo o ve a desayunar. Me quedaré en la cama.

Alexander me miró de arriba abajo, buscando el primer indicio de mi mentira; sin embargo, lo que él no sabía era que yo había mejorado bastante. Por seis largos años había mentido, sonreído y vivido una pesadilla. Tener que decir palabras sin sentido era como hornear un delicioso y esponjoso pastel, y vaya que era una gran pastelera.

—¿Te quedarás aquí?

—¿Cuando regreses puedes traerme un pastelillo? Me gustaría comerme uno mientras leo.

Volvió a mirarme mientras me acomodaba en la cama y agarraba una de las novelas que había comenzado antes de que él llegara.

—Podemos compartir si quieres. —Traté de hacer que se moviera de una buena vez—. No es como si vayamos a engordar.

—Bien, iré por pastel. —Segundo strike—. No te muevas.

—Sí, lo que digas...

Estuvo unos segundos más contemplándome, pero cuando cerró la puerta tras de él, no pude evitar temblar al sentir mi boca llena de estupideces. ¿Quedarme aquí? ¿No querer salir? ¿Comerme un maldito pastel? ¿¡De dónde mierda había salido tanto excremento de mi boca!? Respiré una y otra vez, tratando de controlar las ganas de llorar y salir por la maldita ventana.

Sí, este era el plan perfecto, pero me estaba costando...

Había lanzado el dado y me había salido con la mía. Ahora solo era cuestión de... ¿horas? Dios, esperaba que así lo fuera. No podía esperar mucho tiempo. Realmente necesitaba que Alexander se ablandara. Ganaría su confianza y entonces, haría que creyese en mí. No podía irme sin dejar huellas o desvanecerme en el aire como una simple brisa. Eso lo mataría. Nos mataría a los dos.

Respiré con aquello en la mente y dejé el libro que tontamente había agarrado para mis mentiras. Me acomodé de nuevo en la cama y me tomé la sien con desesperación. ¿Cómo iba a hacerme pasar por una Nicole normal? ¿Cómo iba a sonreír y aparentar estar bien? Recordé el primer año de su desaparición y recordé mi intento de suicidio que varias veces me había alentado para desaparecer en más de una sola ocasión.

Me acosté en la cama y cerré los ojos. Vaya tontería.

—¿Estás despierta?

Sentí que me besaban y abrí los ojos con pereza.

—Fuiste demasiado rápido.

Hizo un silencio incómodo, pero casi al instante y sin decir nada, me pasó una de esas tortas de limón que Clara había intentado que me comiera ayer. Tragué saliva al recordarla a ella y a las demás. Y sin decir tampoco nada, acepté el pastelillo sabiendo que había corrido por miedo al no verme cuando regresara.

—¿Qué lees?

—Es una historia que le leía... bueno, me leía antes de dormir —susurré—. Es sobre nosotros. Yo, digamos que comencé a escribir hace tiempo y bueno, tiene todos los puntos buenos y malos.

—¿A sí? —Se sentó conmigo en la cama y como si fuera Max, se acomodó lentamente y con miedo. No pude evitar reírme y, sin saber porqué, le acaricié el cabello como cual madre haría a un hijo.

Alexander se tensó y yo lo hice por igual.

Quité mi mano de su cara como si quemase y seguí comiendo en silencio.

—Está bueno —solté antes de dejar el plato y pararme tratando de no llorar.

Alexander me miró confundido, pero me abrazó cuando intuyó que lo necesitaba. Tragué la poca saliva que tenía y entonces me dejé llevar. Primero fueron acaricias y al final, hicimos lo que él quería. No paramos hasta pasadas horas de la madrugada. Fingí felicidad donde no había y lloré en silencio cuando terminó todo. Saber que lo había disfrutado, aunque fuera solo un poco, me había dolido.

Y vaya que hipócrita también lo era yo.

Cuando desperté, unas cuantas horas después, todo estaba sumergido en una oscuridad infinita. Alexander dormitaba a mi lado, con una gran sonrisa en su boca. Me levanté de la cama con sumo cuidado y entonces, cuando pensé que no había moros en la costa, me puse la bata de seda que usualmente usaba cuando estaba sola.

Necesitaba salir de ahí. Necesitaba correr, vivir.

Salí del cuarto a hurtadillas y respiré, después de muchos días, el aire asqueroso que estaba manchado de sangre y azufre.

Me tapé la nariz con suma repulsión. Todos ellos le habían mentido a él y a mí. No merecían estar aquí.

Caminé en silencio, tratando de pensar y buscar cualquier cosa. Lo que fuera.

Y por artes del destino, llegué de nuevo ahí; a esa habitación que estaba llena de polvo y escobas sin usar. Casi como nuevas, como si nadie las hubiera usado en mucho tiempo. Me quedé parada en el umbral, observando como mi corazón volvía a palpitar y el dolor se reflejaba en la máscara que me había hecho hacía tres o cuatro días.

Pretender, vaya que eso era difícil.

Suspiré como si eso me sacara el peso de los hombros y entonces me derrumbé al suelo. Pensé y recordé. Recordé todas las veces que Max había hablado del hombre de azufre y como yo lo creía una imaginación. ¿Se había sentido como yo? ¿Había sentido que su madre lo creía loco también? Me mordí los labios y, en lo que creía era mi soledad, solté una lágrima que rodó hacia la madera polvorienta.

Ahí fue cuando escuché que caminaban hacia mí.

Me hice piedra en mi lugar, pero cuando las pisadas pararon y se dirigieron a mí, respiré de nuevo.

—¿Nikkie, qué haces aquí? —Era Diana, esa niña que nunca crecería y que se había transformado en una pequeña vampiresa por lo que había sido una enfermedad sexual.

—Estoy... —Me limpié los ojos—. Solo estoy... aburrida.

—¿Buscabas a Max?

Tragué saliva al escucharle decir ese nombre. Claro que lo buscaba aún. ¿Qué madre olvidaría a su hijo en un solo día?

—No, yo... —Me volteé a verla, sonriendo—. Solo quería ver.

La niña, que como siempre tenía un vestido oscuro y se vestía como tal muñeca de porcelana, me regresó una sonrisa embelesada.

—¿Qué querías ver?

—Olvídalo, quería respirar. —Me levanté del suelo tratando de caminar—. No le digas a nadie que estuve aquí.

Caminé por el pasillo, temerosa de que esta salida repentina hubiera arruinado todos los planes que había hecho. Sin embargo, y cuando estuve segura que Diana no me seguía, la escuché soltar aquello que me hizo detenerme. Había sido un simple susurro, pero que había soltado lo suficientemente fuerte para que cualquier vampiro la escuchara.

"El hombre de azufre vino por él".

—¿Disculpa? —Me regresé en mis pasos, justo hacia donde la niña me sonreía de una manera distinta; una que provocaba temblores y negrura.

—Él vino por él.

—No sabes de qué hablas —solté, segura de que me hacía una broma.

Sabes, no sé por qué nadie lo recuerda. Max era un muy buen niño.

Abrí los ojos mientras la escuchaba.

—¿Tú... tú lo recuerdas?

—Ojos azules y pelo oscuro, ¿no? —Me sonrió—. Claro que me acuerdo de Max.

—¿Dónde está?

Ella rio y entonces vi como su pequeña manita se levantaba en el aire y me incitaba a tomarla.

—Puedo contarte los detalles en privado —Sonrió—. Aquí hay oídos y ojos que miran alrededor.

Sentí la presión en mi espalda hacerse cada vez más pesada. En efecto, había alguien escuchando. Apreté mi mandíbula con fuerza, pero sin reprimir ni un segundo más mis ansias, hice algo que podía arruinarlo todo. Tomé su mano y caminamos juntas hacia su cuarto. Un lugar que estaba fuera de mi imaginación.

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¡Hola! Sí, me he tardado MESES (7 para ser exactas) pero tengo mucho que decir y muchas excusas que dar.

En estos meses, como les comenté antes y en mi facebook, tuve algunos problemas personales que me marcaron mucho. Me deprimí a tal punto que no tenía ni ganas de abrir la computadora y ni saber de exactamente nada.

Y fue entonces cuando me llegó la oportunidad de viajar. Viaje por todo Europa y pude pensar, imaginar, ver y oir cosas que nunca antes había hecho. Abrí mi horizonte y además, leí demasiado.

Quiero mejorar para ustedes, quiero ser mejor escritora y que ustedes lo vean en cada capitulo.

Sé que haberme ido sin mencionar nada no es del todo sano, pero realmente necesitaba un respiro; asi como Nicole de Alexander.

Solo un respiro xD pero he regresado para quedarme. La historia que les había comentado antes, ya tiene cuatro libros en mi mente. Estoy a la mitad de la edición de Era vampirica y quiero continuar con muchos otros proyectos que no quiero que se me pasen. Por esto, hare tal vez algo imposible. Subiré capitulos MUY seguidos, porque si bien ya se vienen la parte buena (que al fin salí del encierro) necesito cerrar este libro y comenzar con los ojos que vienen en la cola.

ANTES DE QUE ME REGAÑEN, sé que las dejé mucho tiempo pero las extrañé mucho. Pido un millón de disculpas, pero las quiero mucho. Agradezco cada comentario y cada mensaje que me mandaron por privado.

Las veo en tres días. <3

Besos.

-Nancy A. Cantú

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