13. Planeación
A pesar de que la puerta se había cerrado con fuerza, yo aún pataleaba y lo maldecía. Alexander no entendía por lo que estaba pasando y no creía que lo comprendiese nunca. Mi rostro, que se había desfigurado por el odio, la poca paciencia y el mal humor; me controlaba a tal punto de hacerme la mujer que yo tanto odiaba: esa criatura que no pensaba y deseaba simplemente correr.
Sin embargo, no era mi culpa de que me estuviese convirtiendo en ese engendro que era capaz de desvanecerse por años. Pensar en desaparecer y nunca volver... eso era su culpa. ¿Por qué no me creía? ¿Por qué no tenía, aunque fuera, una pequeña pisca de fe en mis palabras? ¿Por qué me miraba como si un tornillo se me hubiera zafado de la cabeza? ¡Yo no estaba loca! Max era nuestro hijo y estaba segura que algo malo le había pasado.
—Bájame. —Ordené una vez más con fuerza, aguantando el rugido que quería emerger desde mi garganta.
Me arrojó sin delicadeza a la cama. Me quejé por el duro trato, mas cuando sentí sus manos aprisionarme las muñecas, no pude evitar mirarlo.
—Cállate. —Su voz fría me hizo tragar saliva.
Alexander estaba molesto. Puso sus ojos de nuevo en los míos, observando luego como mi pecho bajaba y subía en un ritmo acelerado.
—Escucha, no quiero pelear. —Respiró, tratando de tranquilizarse—. Todo esto... este Max del que hablas, por favor, déjame pensar. No puedo entender qué está pasando. Acabo de despertarme de ese largo sueño y no quiero volver a él estando enojado contigo. Quiero que estemos bien, quiero vivir contigo. ¡No puedes simplemente decir que esto se acabó! No puedes irte solo porque sí.
—¡Es que tú no entiendes...!
—¡Cállate! —Volvió a rugir frente a mí—. Solo escúchame, es todo lo que quiero que hagas. ¿Puedes hacerme ese mínimo favor?
Le miré molesta, pero sin decir ni una sola palabra, hice caso a sus peticiones. Me aferré a observarlo aún con odio, desprecio y una clara desesperación pintada en mi cara.
—Quiero que olvides este tema. —Empezó aguantando sus bramidos—. Necesito... realmente necesito que pases de tema, porque no voy a dejar que salgas de este cuarto si aún estás dispuesta a largarte por ahí en busca de alguien que no puedes ni siquiera probar de que haya existido. —Mi respiración paró, pero mis ojos volvieron a flamear en cólera. Alexander sostuvo mi mirada tan solo un poco antes de volver a hablar—. No voy a volver a dejar que pase lo que pasó. ¿No lo recuerdas? Nos separamos porque tú quisiste saber tu pasado, morí porque matamos a dos cazavampiros, maté a cientos de personas estos últimos años y todo porque quería regresar a verte. Sé que te dejé mucho tiempo y por eso, no quiero que esta sea la primera cosa que suceda.
—¿No quieres que suceda qué...? ¿No quieres que me vuelva loca por saber que me tachas de mentirosa o demente? ¿No quieres que peleemos aunque yo no pueda entender porque estoy con alguien que les cree más a otros que a su prometida?
Alexander me miró de una manera severa, penetrante.
—No puedo con eso, Alexander, simplemente no puedo.
—¿Qué puedo hacer para que estés contenta? —Suplicó, aunque su mal genio salía a flote y me hundía las muñecas en la cama—. ¿Qué es lo que quieres? ¿¡Quieres un niño!? ¡Te lo puedo dar justo ahora! ¿Es eso lo que quieres para ser feliz?
No pude más. Lágrimas se salieron de mis ojos mientras le miraba enfurecida, lastimada y decepcionada.
—Eres un imbécil.
Se hizo un gran silencio, pero a pesar del mudo sonido, él siguió encima de mí, mirándome... seguramente tratando de entender por qué, según él, hacía tanto lío por un niño que no era real; pero eso era lo que Alex no entendía y eso era precisamente lo que me lastimaba.
¿Por qué debía callarme cuando quería ser escuchada y comprendida? Si tan solo me apoyara, si tan solo le diera un espacio a la duda. ¿Por qué suponía que yo era la mentirosa y no todos los demás?
—No te entiendo —concluyó mirándome de nuevo—. Quiero intentarlo, pero tú...
—Y por eso, Alexander, por eso no quiero casarme contigo. No me casaría ni aunque estuviera loca; ni hoy ni nunca. No si no vas a creer en mí.
—Nicole, no me hagas tomar medidas drásticas.
—¿Medidas drásticas, Alexander? ¿¡Medidas drásticas!? —Reí como una loca—. Con esas supuestas y malditas medidas crees que voy a querer...
—No me importa lo que tenga que hacer. —Me interrumpió—. Tú y yo nos vamos a casar.
Sus manos me encarcelaron aún más en la cama. Nuestros ojos se conectaron en una mirada que solo pude descifrar como adolorida. Alexander parecía querer llorar y yo... yo simplemente estaba deshecha.
—Debí de haberme ido con Max en cuanto nació.
Tan pronto como dije aquello, tan pronto sus manos me dejaron libre. Alexander se me subió encima y trató de besarme. Giré mi cabeza hacia un costado y entonces besó mi mejilla. Una de mis lágrimas surcó mi piel y resbaló hacia la sabana. Alexander suspiró.
—Somos una pareja, Nicole —susurró—. Solucionaremos esto, olvidarás a ese niño y seremos felices.
—¿Felices? —Dejé que mi fría voz lo congelara todo—. No, no lo creo. Alexander, tú y yo no somos nada y puedes estar seguro, que en cuanto te duermas, yo dejaré esta cama y no voy a estar aquí para cuando despiertes.
Alexander se separó de mí y entonces solo me miró. Me miró tratando de hacer el mismo truco sucio de siempre. Él esperaba que el silencio me hiciera mirarlo y que aquello me hiciera desvanecerme entre sus abrazos y sus palabras. Fue por eso y solo por la imagen de mi hijo presente en mi mente, que no me fijé en aquellas hipnotizadoras joyas de color celeste que me volvían loca.
El silencio reinó y fue por eso que él chisteó.
—Entonces no dormiré y tú no saldrás de este cuarto nunca —sentenció frívolo y decepcionado—. Te vas a quedar conmigo, lo quieras o no. Los años hacen olvidar las cosas, Nicole. Y, por si no lo habías notado, tenemos toda una eternidad para ello. Buenas noches.
Tras otro beso suyo en mi cabeza, empezó mi gran tortura. Y digo tortura porque una simple pelea se convirtió en un reto para ambos. Alexander, el vampiro explosivo y de carácter terco, pasó a ser mi sombra y yo, la nueva le-kra orgullosa y desesperada, terminó siendo una estatua llena de odio que lo observaba todo con cólera y desprecio.
Vaya noche fue la primera. La peor de todas, sin duda alguna.
Esa noche, quise moverme y correr tantas veces que perdí la cuenta, pero todas las veces que lo intenté, Alexander me detuvo y me dejó de nuevo en la cama. Terminaba mirándome desde el sillón, sin dirigirme la palabra.
Cuando comprendí que correr no me serviría de nada, me quedé observando la luz de la luna que entraba por la ventana. Por cada segundo que pasaba, pude recordar a mi hijo y todo lo que había pasado con él.
Desde su nacimiento y los vampiros tratando de comérselo, hasta el cumpleaños en donde casi me comía a Kelly. Traté de pensar en todas las veces que él había mencionado al hombre de azufre y no pude evitar llorar entre las sabanas. Si tan solo le hubiera hecho caso... si tan solo no lo hubiera llevado a su cama esa noche.
Me acurruqué tratando de darme consuelo, pero solo pude sollozar sin control. Esperaba que con eso Alexander se ablandara, que se pusiera de mi lado y saliéramos en su búsqueda; sin embargo, aquello no pasó.
Él escuchó mis sollozos en la oscuridad y así lo hizo hasta que el sol se puso en el cielo. Cuando los primeros rayos del día atravesaron la ventana, entendí que no daría su mano a torcer. Alexander no creía en mí, y por lo tanto, no me dejaría salir a buscarlo.
Eso lo entendí muy bien cuando, por la mañana, él no salió de la habitación. Todo el día, mientras el sol estuvo en el cielo, él simplemente estuvo ahí recibiendo visitas: a sus padres, su mejor amigo y a uno que otro sirviente que traía nuestras comidas. Todos trataron de hablar conmigo, pero yo estaba tan molesta con todos ellos que no les dirigí siquiera la mirada.
Matthew habló del tiempo que estuve encerrada en mi habitación y mis suegros de lo mucho que habían extrañado a su hijo; sin embargo, ninguno de ellos recordó al niño que tenía como pasatiempo meterse en el sotano o jugar en las piernas de su abuelo.
—Querida, ¿estás bien? —Su madre fue la única que se atrevió a tocarme.
Respiré con fuerza, tratando de tranquilizar a la fiera que quería azotar su mano contra la pared.
Alexander mantuvo su mirada en la mía, adivinando lo que seguramente pasaba por mi mente.
—Madre, necesita descansar.
—Oh, claro. Tienes razón, cielo. —Se levantó lentamente de su asiento—. ¡Fue un gusto verte, querida!
Observé como se hacía a un lado y volvía a abrazar a su hijo. Tragué saliva teniéndole un poco de envidia. ¿Por qué yo no podía abrazar a Max como ella lo hacía ahora? Suspiré lentamente cuando escuché la puerta cerrarse y a un Alexander aclarando su garganta.
—¿Quieres cenar?
Lo miré solo por unos segundos, pero para no caer de nuevo en el juego, volví a poner mi vista en la ventana, justo en la luna que se estaba poniendo en el manto negro del cielo.
Había hecho un pacto conmigo misma: no comería, no bebería y no hablaría hasta encontrar a aquel niño que no estaba haciendo aquellas tres cosas tampoco.
Alexander iba a tener que ayudarme cuando me viera famélica y deshidratada, ¿o no? Es decir, me lo debía. Había hecho muchas cosas por él en estos seis años y, al decir verdad, me daba coraje no poder embarrárselos en la cara.
Y si, tal vez exageraba, porque yo sabía que él no tenía la culpa, pero aun así me dolía su rechazo y desinterés. Todo el día había estado hablando con otras personas y conmigo, conmigo simplemente había estado ahí sin saber qué hacer.
Alexander se había vuelto, ante mis ojos, solo un niño terco y temeroso el cual esperaba que yo hablara para poder atraparme entre las redes de lo que él creía real; pero si era necesario que nos mantuviéramos eternamente en silencio, entonces lo haría. Yo no iba a ser la primera en hablarle porque sabía que yo tenía la razón.
No habían pasado siete años y no podía entender por qué él creía lo contrario. ¿Cómo se atrevía a tragarse la mentira de Rosette y de todos los demás? Ellos no habían estado llorando cada noche desde que Giselle había muerto en ese árbol, ellos no habían sentido el dolor del abandono ni el miedo del no saber si iba o no a regresar. Todos ellos habían vivido su vida y habían crecido sin extrañarlo. Yo... yo simplemente me había deshecho entre las muchas lunas que habían pasado por la ventana.
Así que, si yo decía que eran seis años, él debía de sonreír y aceptarlo... no reclamarme y tacharme de mentirosa.
Respiré profundamente al ver cómo Alexander se peinaba el cabello, bramando cosas que no quise escuchar. ¿Por qué se comportaba como un niño malcriado? La que estaba destrozada era yo, no él. Así que sí, le aguantaría sus caprichos y berrinches por un día más, pero si no daba señales de vida, entonces me iría en cuanto viera la oportunidad.
Recuperaría a mi hijo y así le enseñaría que yo tenía razón, porque yo sabía que estaba vivo. Lo sentía, de alguna u otra forma. Max no podía haberse desvanecido solo así porque si. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
Es más, aún no llegaba a comprender porque la gente decía que había estado encerrada todo este tiempo. Y por horas, estuve dándole vuelta al asunto, llegando siempre a la misma conclusión: el hombre de azufre tenía la culpa.
Y aunque no sabía quién era o qué quería conmigo, estaba segura que él sería el siguiente en estar empalado con una rama de madera. Lo había hecho con Giselle y no tenía miedo de volver a hacerlo. No descansaría hasta verlo bien muerto ante mis pies. Así que estaba decidido, en cuanto pisara el pasillo, nadie de esta mansión volvería a verme. Ni siquiera Alexander.
Él me perdonaría con el tiempo, porque bien él había dicho, éramos una pareja y teníamos toda una eternidad para olvidar.
Algún día debía de quebrarse y pensar en mí como el único ser vivo que lo comprendía. ¡Éramos le-kras, por dios santo! Éramos esos monstruos extraños que tenían subconscientes que vivían dentro de ellos; esos vampiros que no sabían lo que significaba la privacidad y que, a escondidas, ansiaban nuestra muerte repentina.
Vivían dentro de nosotros y mi asesina, extrañamente, no me había hablado desde aquella noche. Era como si un agujero negro dentro de mi cabeza se la hubiera comido, porque intenté hablar con ella varias veces durante el día y la otra Nicole nunca me respondió.
Probé de mil formas: desde preguntarle sobre nuestro hijo y mi posible demencia hasta prometer dejar que saliera en cuanto encontráramos a Max, pero ella nunca contestó mi llamado.
Y eso eran malas noticias, porque esa Nicole siempre hablaba de sus misiones y de lo mucho que debía de matar a alguien. No creía posible que tratase de volverme loca con la ley del hielo, si ya le estaba prometiendo que me mataría en cuanto volviese a ver a mi pequeño.
Era demasiado estúpido al decir verdad, pero si con su ayuda podía recuperarlo, no me importaba perderme su infancia. Max entendería.
«En serio necesito tu ayuda». Traté de hablar con ella de nuevo. «Es decir, reclamo que hables conmigo.»
El silencio me hizo volver a hablarle dentro de mi cabeza.
«Solo necesito saber que él existe, que me digas que no estoy loca y entonces nos iremos. Haré lo que quieras. Me suicidaré si eso es lo que buscas. Te ayudaré a matar a quién quieras sólo... sólo ayúdame con esto, por favor.»
Pero no me contestó y eso me volvió loca.
Comencé a insultarla y a gritarle... a suplicarle para que dijera cualquier cosa, pero ella no me respondió y fue entonces cuando Alexander me tocó el hombro y me miró, de cierta manera, hasta preocupado por mí.
No nos dijimos ni una sola palabra. Alexander miraba como mi pecho subía y bajaba y cómo lloraba por sentirme abandonada por todos. Se mordió el labio llenó de pena, se quedó unos segundos más mirándome y entonces, como si eso fuera suficiente, regresó a su sofá. Apreté mis dientes dentro de mi boca y respiré tratando de tranquilizarme. Si creía que con solo posar su mano en mi hombro era suficiente, estaba muy pero muy equivocado.
Necesitaba que hablase conmigo, que me apoyara realmente. ¿Pero cómo? ¿Cómo podía hacerle entender que no estaba loca, que sí existía su hijo y que lo que decían los demás era una mentira? Me reí sabiendo que las respuestas a esas preguntas no existían. Alexander no creía en mí y posiblemente no lo haría nunca, así que, ¿qué debería hacer para que él me dejase salir de este cuarto? Si pudiese poner un pie fuera, podría correr en cuanto él vagara la guardia.
Cerré los ojos, teniendo por primera vez una privacidad que me parecía rara. La otra Nicole siempre opinaba y me daba buenas ideas; estar sola y tomar decisiones por mí misma era extraño, pero emocionante a la vez. Debía diseñar algo, trazar un buen plan para convencerlo de que me dejase salir.
¿Pero qué? ¿Qué debía hacer o decir para que me dejara...?
Un rayo de clarividencia llegó entonces sin previo aviso y la respuesta en mi mente me hizo temblar. Max, esa era la solución a mis problemas. Iba a tener que actuar.
Respirando profundamente, me empecé a mover hacia el buró. Alexander me siguió con la mirada, pero cuando me vio abrir los cajones y revolver mis cosas con cierta lentitud, se acercó a mí con esperanza.
—¿Qué haces?
Saqué las fotos que le había tratado de mostrar antes y simplemente las miré. Alexander volvió a suspirar y entonces se dio la vuelta.
Me quedé mirando las fotos, mordiendo mis labios molesta. ¿Quién había sido capaz de modificarlas de esta manera? Ver mi rostro vacío y desquiciado en aquella foto en donde estaba en el restaurante de Kelly, me volvía loca. Respiré profundamente y así lo hice con todas las fotos que tenía en mis manos.
¿Así parecería más real, o no?
Alexander me miró desde su asiento, sin decir ni una palabra, pero cuando me vio temblar y sollozar en silencio, se acercó a mí con lentitud.
Escuché sus pasos por detrás, aunque estuviese pretendiendo que lloraba.
—¿Nicole?
Mis ojos realmente se llenaron de lágrimas cuando me llamó. Esto que estaba haciendo me estaba lastimando en verdad. Saber que mentir y pretender que mi hijo no existía, me iba a doler demasiado.
Callé mis sollozos con mis manos y las fotos se esparcieron en el suelo. Alexander pareció responder ante eso y entonces me abrazó con rapidez.
Lloré, en verdad lloré y no paré de llorar esa noche cuando supe que, por la mañana, cuando todos se levantaran, debería de pretender que yo había estado en un amado y ansiado error que seguramente me esperaba afuera.
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¡Hola! Feliz navidad y año nuevo atrasados. Sé que me tardé muchísimo en subir este capitulo, pero para que me puedan perdonar he aquí la siguiente información:
1. La historia estaba a punto de ser eliminada. Lo sé, wtf... pero como escritora estaba algo frustrada de que la trama en sí no fuera lo suficientemente buena. Tuve un bloqueo enorme y estuve a punto de simplemente borrar todo y dejarlo en colores oscuros + un epilogo grande. Sin embargo, gracias a este tiempo que me di, la historia estará BUENÍSIMA. Ya tengo el desarrollo y el final bien marcados en mi cabeza y eso, señoras y señores, es muy bueno para un escritor.
2. Estoy abriendo un consultorio al fin. Me llegó mi titulo, varias ofertas de trabajo, pero me he decidido en abrir un negocio propio. He tenido que dar mil y un vueltas para buscar muchas cosas; pero al fin tengo mi lugar, el contrato y mi logo. ¡Sí, un logo hermoso! Después lo mostraré por facebook y si pueden, realmente me encantaría un like suyo :$
3. Estoy en un club de lectura y un concurso en donde soy juez. Por eso, esta semana estaré enfocada en calificar 5-6 relatos que tengo pendientes y que tengo que terminar YA. Así que el siguiente capitulo será para el domingo, si dios quiere.
4. Tengo una novela en mente que me está comiendo, literal, por dentro. Yo sé que hacer esto afectará mucho todo, (por que es un error tener muchas historias abiertas al mismo tiempo) pero esta historia es demasiado buena y debo escribirla antes de que me vuelva loca. Créanme, está genial...
Ahora bien, eso es todo. Alégrense chicas, ya volví de la oscuridad.
Las amo y gracias por todos los comentarios de: Actualiza, que pusieron en el capitulo anterior. Colores claros NO termina aquí, falta mucho, mucho que leer.
DE NUEVO, sorry por la tardanza, pero vamos por buen camino y sí, necesitaba este tiempo para pensar la trama.
-Nancy A. Cantú
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