10. Tu hijo

Observé el oscuro techo unas cuantas veces antes de parpadear acostada en la cama. Había dormido increíblemente bien. ¿Desde hace cuanto que no soñaba con él? Me revolví en las sábanas, sabiendo que me encontraría sola como siempre; sin embargo, cuando me di la media vuelta, contemplé aquel cabello negro que me había dado tantos momentos de placer.

Dejé de respirar por un momento antes de llorar en silencio.

Alexander no había sido una ilusión. Realmente estaba ahí... conmigo.

Tragué saliva al verle dormir profundamente. Sus pestañas largas, sus carnosos labios y su desnudo pecho. Sonreí al sentir otra lágrima silenciosa recorrer lentamente mi congelada mejilla.

Emoción, eso era todo lo que sentía.

Anhelaba despertarle, escuchar su voz socarrona, volverle a besar, y no salir de la cama hasta el final de la noche.

Limpié mi rostro con delicadeza al negarme a todas mis locuras. Debía dejarlo dormir y vaya que me costaba. Mi felicidad no cabía en mi sonrisa y torso. ¡Quería que abriera los ojos ya! ¿Qué debía de hacer?

Era tan surrealista. Que estuviera aquí aún no me lo creía. Seguí su respiración con la mía. Era profunda y calmada; bastante masculina.

Me acerqué lentamente a su rostro. Ahora que lo pensaba, me encantaba verlo dormir. Era un ángel sin alas, una bella pintura en vida. Su cabello oscuro era divino... brillaba sobre la almohada, incitándome a acariciarlo.

Me comí su imagen una y otra vez, y más al ver su cuerpo bajo las sábanas. Alexander se había movido un poco y me dejó ver sus musculosos brazos y su estómago bien trabajado. Me ruboricé como si fuera una niña de diecisiete años otra vez, pero no pude negar que estaba emocionada... tal vez demasiado.

Lo deseaba. Lo necesitaba de nuevo.

Apreté mis manos sintiendo una oleada de excitación y, respirando con profundidad, intenté reprimir aquellos sentimientos impuros que me hacían querer remover las colchas para irme más abajo y levantarle de una manera diferente a la normal. 

Cerré los ojos cruzándome de piernas, ignorando el porqué aquella idea me había invadido por completo.

¿Me estaba haciendo una enferma sexual acaso? ¡Tenía un hombre a un lado de mí y no lo estaba usando!

Me regañé mentalmente por eso y con una sonrisa libidinosa, volví a posar mi ojos en aquel ser que se hallaba dormido entre las sabanas. Me atreví a tocar su rostro, sabiendo perfectamente que lo molestaría en un comienzo, pero que aquello nos llevaría a un punto sin retorno que yo ansiaba que llegara ya.

Esta nueva Nicole estaba convencida de hacer cosas muy enfermas, pero vaya que me divertía pensar en ello.

Toqué sin escrúpulos su delicada nariz y lentamente me fui moviendo hacia sus labios. Esos que, conforme los toqué, me atraparon en el acto más sucio.

—Eres más pervertida de lo que recuerdo. Mira que tocar a la gente mientras duerme...

Solté una fina risa ante tal comentario.

—No estás durmiendo, Alexander.

Sonreímos ante mi ocurrencia, pero al ver cómo se acomodaba para volver a dormir, me eché sobre él para intentar provocarlo. Alexander fijó sus ojos en mí. Tuve un escalofrió que me recorrió entera. Realmente me había convertido en una pervertida, pero él tenía la culpa. Él y solamente él.

—No sabes en dónde te estás metiendo, Nicole.

Contorneé mis caderas sobre él y, juguetonamente inocente, pregunté:

—¿Estoy haciendo algo malo?

Sus ojos brillaron a tal comentario y, ya más despierto, hizo que me inclinará para besarle. Sonreí un poco antes de que llegara la seriedad y nos hundiéramos en un mar de besos y acaricias que me hacían sentir mariposas en el estómago.

Aquel instante simplemente fue mágico.

En algún momento de la noche, Alexander me hizo girar en la cama, quedando él encima mío. Nuestros pechos se agitaban buscando bocanadas de aire para seguir con nuestro fogoso beso que no solo se quedaba en nuestros labios. Había arañado su espalda y él me había trabajado bien el cuello.

Estaba a punto de gritarle para que me tocara más, pero él solo buscó el camino hasta mis pechos, haciéndome gemir su nombre en un estallido de deseo.

El rio por mi reacción, pero no dejó de tocarme. Intenté decirle algo para que no parara, pero besó mis labios de nuevo para que me callara.

¿No quería que nos oyeran afuera, verdad? Mordí mis labios intentando no suspirar muy fuerte cuando bajó lentamente por mi abdomen... por mi vientre.

Abrí los ojos al sentir su lengua besar mi ombligo.

¿Cómo rayos es que me había olvidado de algo tan significativo? Entre la pasión y el deseo de seguir, mordí mi lengua sabiendo que esto era más importante que mi propia lujuria.

—Alex —le llamé intentando aguantar mis anhelos carnales y más bajos instintos.

Chisteó al llamado intentándome hacerme callar, bajando lentamente a mi zona más erógena y que le llamaba con ímpetu e impaciencia.

—Alex... ander —volví a llamarle, ignorando su comentario y hasta arqueándome por el gozo que me daba sentir su lengua comenzando a llegar allá—. Alex.

—Estoy ocupado acá abajo.

—Tengo que... decirte algo.

—¿No puedes esperar?

—Alex —soné hasta juguetona pero desesperada, al mismo tiempo en que cerraba mis piernas para prohibirle el paso adelantado.

Bufó en silencio mientras volvía a mi rostro, con un ceño de enfado y molestia al saber que le había prohibido la entrada a aquel lugar en donde él ya quería introducirse.

—¿Qué tienes que decirme —Besó mis labios mientras acariciaba mi cintura de arriba abajo—, que sea más importante que esto?

—Es que... tengo que presentarte a alguien.

—¿No puede esperar?

—No —solté emocionada—.  Es muy importante que lo conozcas.

Dejó de tocarme.

—¿Qué tiene de importante?

—Es que él que estuvo conmigo cuando tú no estuviste a mi lado.

El romance se acabó.

Aquellos ojos que antes me miraban con perversión y mucho amor... ahora estaban ceñidos, serios. Totalmente fríos.

Sentí su cuerpo moverse a un lado y reclinarse a un costado de la cama. Sentado e inmóvil, estaba él sin dirigirme ni una sola mirada.

—¿Alex? —Interrogué totalmente confusa sobre aquel extraño cambio de personalidad—. ¿Te sientes bien?

Mi mano se dirigió a su hombro, pero antes de tocarlo, él ya se había parado y guiado hacia uno de los cajones en donde su ropa interior aun permanecía intacta desde hacía seis años y medio. Alcé una ceja desorientada, puesto a que se cambiaba con otro gesto de irritación en su rostro.

—¿Qué te pasa?

—¿Me fuiste infiel?

Su pregunta me hizo abrir los ojos con una gran sorpresa. Antes de sonreírme a mi misma y volver a mirarle con cierta ternura.

—¿Qué? —Hablé primero incrédula, luego le mostré una media sonrisa—. ¿Acaso huelo celos?

—¿¡Me fuiste infiel!? —Volvió a preguntar, esta vez con el ademan de molestia que pretendía esconder de la conversación.

—No creerás realmente que yo...

—¿¡Te estuviste revolcando con otro!? —Se acercó con cierta cólera a mi rostro, mirándome tan fríamente como si fuéramos totalmente desconocidos.

—¿Qué? ¡No!

—Entonces no te ha tocado.

—Sí me ha tocado, pero no...

—Me largo.

Alcanzó a tomar una camisa y un pantalón de su ropero antes de caminar hacia la puerta de la habitación.

Mientras se cambiaba, yo simplemente me quedé pasmada en la cama, desnuda... parpadeando inconscientemente y sintiendo como las lágrimas se agrupaban en mis ojos.

¿Realmente se iba a ir... así?

Sollocé antes de convertir aquel sentimiento de tristeza en ira.

¿Por qué era que decirle la verdad había terminado de esa forma?

La desesperación me embriagó por completo. Esto era un malentendido pero realmente estaba enfurecida. Tomé la almohada que él había usado durante el día y, sin esperar ni un momento más, se la aventé directamente a la cabeza.

—¡Hablaba de tu hijo, idiota!

Estaba segura que mi chillido imprudente había viajado por cada comisura de la Mansión Maximus, mas parecía que Alexander no me había oído puesto que se había quedado estático frente a la puerta aún abierta.

Mis lágrimas se desbordaron entonces.

Me tapé el rostro con mis manos temblorosas al saber que mi grito había sido más fuerte de lo que yo hubiera deseado. Me había dolido la garganta y eso que había gritado toda la noche pasada.

—Eres un idiota —solté a pesar de su silencio—. Quería decírtelo de una manera especial y lo has arruinado.

Alexander no se movió y mantuvo sus manos a sus costados, estando hasta segura que tenía sus ojos tan abiertos como cuando yo me había enterado de mi estado de embarazo.

Mi voz se quebró con locura por ello. Sollocé aún más fuerte al saber que la gran sorpresa se había desperdiciado. ¿Cuántas veces había soñado con ese gran momento? Me culpé igualmente porque en cierta medida, tenía la culpa; pero Alexander me había arrinconado a hacerlo así y eso me ponía enfurecida y realmente triste.

—¿Qué dijiste?

—Lo que oíste —traté de sonar calmada, pero mis pulmones aún se movían con discrepancia notable—. Yo hablaba de Max, de tu hijo.

Esta vez, el dueño de aquellos ojos como el cristal más celeste, se giraron a verme con aquel gesto que yo adivinaba que tenía. Sus orbes estaban que se salían de sus orbitas y aun sabiendo su orgullo y enojo pasado, esta vez solo pudo mirarme con una mirada vacía.

Cerró la puerta a prisa y con velocidad inhumana, llegó hasta mí.

Intentó tomarme las manos para destaparme la cara, pero yo las aparté sabiéndome lastimada pero al mismo tiempo aliviada. Al fin podría compartir con alguien la responsabilidad de ser padre.  

—Nicole...

—Déjame.

—Mírame.

—No, yo solo soy una ramera que se acuesta con otros, ¿verdad? Te creo hasta capaz de que pienses que Max no es tuyo.

—No, Nicole. Yo... —Tragó saliva, sin saber realmente qué decir—. No sé qué pensaba. Yo, pensé... es solo que yo. 

Lo patético de su voz me hizo voltear a verlo. Tenía la cara más pálida de lo normal, pero permanecía una nerviosa sonrisa en su rostro, casi al punto en que podría notarse la alegría que quería derrochar de su interior. Mordí mis labios intentando controlarme.

—¿Realmente crees que podría hacer esto con otra persona?

—No, mi amor. —Me besó limpiando mis lágrimas—. Lo siento, es que yo... lo siento. Te amo, te amo tanto que perdí el control. Perdóname, no sé en qué pensaba. Yo... 

Verle tan frágil pero al mismo tiempo tan nervioso, me hizo soltar una media sonrisa. Alexander me miró de nuevo sin saber que decir. Me besó tiernamente, juntando entonces nuestras frentes para que nuestros ojos estuvieran cerca. Respiró lentamente mientras tomaba mis manos con delicadeza.

—Te amo, Nicole.

Lloré de nuevo, pero está vez de alegría.

Alexander volvió a besarme. Me llenó el rostro de tiernos y delicados besos hasta que llegó a mi boca. Nos fundimos de nuevo, antes de que yo me separara para evitar que llegáramos a más y volviera a perder la oportunidad para presentarle a su hijo.

—Debemos ir.

Sentí como sus brazos se tensaban mientras me abrazaba. Era algo divertido ver como su rostro se paralizaba y asentía sin saber qué hacer.

—Vamos, si no te mueves, vas a conocerlo hasta mañana.

—Nicole, espera. —Trató de hablar al verme pararme y tomar su mano con urgencia—. ¿Cuándo es qué tú...?

—Hablemos de eso después. —Lo estiré para que se levantara del colchón—. ¡Quiero que se conozcan ya!

—Nicole...

—Vamos, Alex.

—Cámbiate primero.




.

Alexander no me dejó salir sin no antes bañarnos juntos. Desde que se había enterado del gran secreto que nos había ocasionado una pequeña pelea, se notaba más nervioso que antes. Le temblaba el cuerpo, más aún cuando terminamos de cambiarnos y estuve lista para salir de la habitación.

—Nicole, yo... creo que deberías avisarle. No puedo entrar solamente así y ya.

Me paré en el pasillo. Estaba tan desértico que hasta daba algo de miedo; sin embargo, justo ahora, me ocasionaba cierta ternura y alivio de que estuviéramos realmente solos para poder besarle con cariño y devoción.

—No, será una sorpresa para ambos.

—Nicole, espera... no estoy listo.

Su voz inquieta, angustiada y preocupada me supo como a miel por la mañana. Al fin hacía temblar a Alexander por algo. Esta nueva sensación de dominio me encantaba y es que parecía un perrito con la cola entre las patas, ¿quién no se reiría de eso? El gran le-kra, vampiro de vampiros, se limpiaba en su pantalón, las manos manchadas en sudor.

—¡Vamos, rápido!

—Nicole, yo...

Me detuve en el pasillo oscuro y me giré a verlo.

Tan desprotegido, tan indeciso. ¿Por qué se me antojaba besarle? Mordí mis labios en una sonrisa radiante. Pensé por un cuarto se minuto que cualquiera que me viese ahora, no pensaría que era la misma persona que se había intentado de suicidar tantas veces antes.

—Alex, no seas inmaduro. —Volví a estirarlo para que caminase—. No pasara nada.

—Pero, ¿y si el niño me odia? —Sonó como si tuviera miedo de encontrarse con el desprecio de su único producto viviente.

—Alex... —solté su mano para acariciar su mejilla con ambas palmas, haciendo que me mirara a pesar de la gran distancia que nos separaba su altura—. Max te ha esperado tanto como yo. Quiere conocerte, te lo juro. Te pinta como un súper héroe. 

Me aventuré a ponerme de puntillas para poder besarle la mejilla y al final, verle con una sonrisa de apoyo. Me correspondió algo cohibido y terminé por volver a tomar su mano con fuerza, puesto a que podía sentir el apretón de nervios que me daba.

—Además, creo que Max sintió tu presencia primero que yo.

—¿Cómo así? —Se sorprendió quién se dejaba guiar.

—Algunas veces, Max me decía que veía a alguien verlo por la ventana. ¿No recuerdas algo de eso? Me causaste muchos problemas, ¿sabes? Calmar a tu hijo es todo un desafío. 

Alex sonrió un poco nervioso, pero terminó por soltar una risa fingida que me hizo carcajear a mí al final. Caminamos entonces juntos, hasta el otro lado del pasillo. Alex andaba despacio pero, al final, cuando puse la mano en la perilla, supe que este sería un gran día. En pocos segundos, Alex se encontraría con la pequeña criaturita que me había, literalmente, salido del vientre a mordidas.

—¿Listo?

—¿Es aquí? —Preguntó sorprendido—. ¡No! Espera, Nicole...

Interrumpí sus palabras mientras sonreía con diversión y abría la puerta de la entrada con suma energía.

Y donde creí que vería su cama, sus juguetes y la hermosa habitación pintada con avioncitos blancos y fondo celeste, simplemente estaban escobas, tinas y madera vieja que lo sustituía.

Max y todo lo que era suyo, había desaparecido.


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Sí, yo sé que prometí subirlo antes; pero tengo una buena excusa. Me invitaron a un concurso secreto y empecé a escribir esa historia porque urge que la termine antes de que se olvide algo importante. Así que, mientras hacía eso y su trailer, me di cuenta que la edición de este capitulo en especial, era increíble. Antes, no sé por qué, ponía mucho relleno. (Más del que a veces hago ahora) Literal, en la versión antigua, cochean como tres veces antes de que ella decida mostrarle a Max y bueno... era mucho lo que tenía que quitar y volver a escribir. Sin embargo, al fin terminé y espero que les haya gustado tanto como a mí cuando recién lo escribi.

PD. No me maten, las amo.

-Nancy A. Cantú

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