1. Mi presente
Seis años.
Seis largos años he esperado para que alguien me absuelva del terrible castigo que se me asignó hace mucho tiempo. Mantengo la fe y esperanza, pero por cada día que pasa, veo muy lejano el día en que me convierta en la mujer de mi futuro marido.
Realmente lo he esperado con ansias.
Su partida me ha dejado un gran hueco que no puedo llenar con nada. Me siento sola y es cierto que he llorado sin control innumerables veces bajó la almohada. Lo he salido a buscar hasta que el sol aparece, pero aún así nunca lo encuentro y no lo siento despertar.
Sé que le hice daño y éste es el castigo que he de tener que pagar. Mi inmadurez y torpeza me hicieron caer directo en la trampa que mi difunta enemiga y aunque él fue a salvarme, todo terminó peor de lo que yo hubiera imaginado. Alexander se fue y me dejó sola. ¿Esto es mí desgraciado karma? Estoy pagando con intereses todo lo que en mi adolescencia ignoraba.
¿Por qué fui tan tonta... tan necia?
El tiempo ha pasado y aunque Alexander se ha ido, tengo a alguien más que me acompañaba todas las noches en mi lecho y que trata de llenarme con amor a cada hora que puede. Los dos tenemos el gran hoyo que él dejó al dormirse, pero con su tierna y pequeña sonrisa, me hace olvidarme a veces lo mucho que me duele no tenerle.
—Mami, ¿me leerías otra vez ese cuento que siempre me cuentas? —Me preguntó un niño pequeño, de cabello oscuro, que en el umbral de la puerta tenía un libro en sus pequeñas manitas pálidas.
Yo, que lloraba en silencio al ver la gran ventana donde la noche oscura y llena de tristeza me había hecho sollozar, respiré con fuerza mientras limpiaba las lágrimas que habían recorrido mis mejillas sin control y consciencia alguna.
—Sí, cariño. Ven, acércate —solté mostrándole una linda y cálida sonrisa que le indicaba que lo quería sobre mis piernas—. ¿Cuál quieres que te cuente?
—¡El de la niña ciega!
Le abracé por su espalda cuando se acomodó inocentemente sobre mí, le besé el cabello oscuro y cuando él volteó a verme, observé aquellos ojos que eran idénticos a los de su padre y los míos.
—Ándale mami, ándale. —Max movía sus piernitas inquieto y desesperado.
Le acaricié su melena tratando de tranquilizarlo y entonces, mirando hacia el techo, recordé aquella historia que le había contado desde hace dos meses.
—Hace mucho tiempo, existió una chica que vivía en un orfanato. Ella vivía sola en esa gran casa ya que estaba fabricada especialmente para ella.
—¡Porque era ciega!
Le hice un puchero. Siempre hacía lo mismo todas las noches.
—Max, ¿lo cuentas tú o lo cuento yo? —Le pregunté con cierto tono de niña pequeña, ese que solía hacer a mis primeros diecisiete años de vida.
El pequeño niño comenzó a reírse y sin poder evitarlo, le besé la mejilla con dulzura.
—¡Mejor sáltate a la parte en donde conociste a papá! —El pequeño saltó en emoción y cierta felicidad.
Le lancé una sonrisa entristecida y a la vez, alegre.
—Bueno... está bien. —Suspiré—. Pero bien sabes que se pierde la emoción.
—Ándale, mami ¿sí? —Suplicó mi niño—. Me gusta escuchar cómo se conocieron mami y papi.
Le miré con cierta felicidad. Aunque él no lo sabía, esa pequeña criatura que todos los días hacía desastres, era la única prueba existente de que lo que había vivido con Alexander no era una vil mentira o por lo menos, un hermosos sueño.
Esbocé una sonrisa al tenerlo a mi lado... sabiendo que aquel niño me haría imposible olvidarlo.
— Mi amor, ¿no te cansas de escuchar esa parte? Lo escuchas todas las noches...
—No —dijo mi niño con una linda sonrisa vivida en su lindo rostro—. ¡Ándale mami, ándale! Cuéntame mi parte favorita.
Suspiré acabada.
—Veamos —dije, intentando recordar lo que había pasado hace ya varios años—. La chica estaba en el hospital porque acababa de ser víctima del mareo más grande de su vida. —Exageré la expresión levantando mis manos y envolviendo a mi tesoro haciéndole cosquillas—. Las gotas del aparato metálico hacían que tu mami se pusiera muy nerviosa.
—¡Porque a mi mami no le gustan los hospitales! —Gritó Max mientras me sonreía.
—Y nunca le van a gustar —solté, igualando su tono de voz infantil e inocente.
—Y entonces apareció en la ventana papá, ¿verdad?
Me quedé en silencio mientras recordaba esa escena como si hubiera sido ayer. Su cabello negro que contrastaba con la luna y como éste la miraba mientras escondía en su interior aquella soledad que en estos momentos yo sentía ante su ausencia.
Recuerdo aún lo que llevaba puesto. Suspiré y le sonreí al recuerdo.
—Sí, mi amor. Ahí apareció tu papi. Él es guapo, fuerte y muy gruñón. ¿Nunca te conté como me decía, verdad?
—No mami... ¿cómo te decía?
—Me decía que era su mascota...—solté esto con una sonrisa—. Nunca le digas así a ninguna mujer en tu vida, ¿lo entiendes, Max?
Mi pequeño solo asistió con una sonrisa y unas cuantas risas de alegría cuando le besé su blanca mejilla. Le volví a abrazar y, al sentirlo agitarse, entendí que no le gustaba mucho que lo apapachara todo el tiempo.
—Y luego mami, ¿qué paso luego?
—Vaya que tengo un hijo muy agitado...
—¡Ándale mami! Cuéntame más.
Volteé hacia la ventana. La luna estaba por despedirse en unas horas. Suspiré.
—Ya se está haciendo de día. Tienes que irte a dormir —dije mientras le hacía una cara amorosa.
Max hizo un largo puchero.
—Pero... pero no tengo sueño.
—Max, debes ir a dormir. Te prometo que, cuando la luna vuelva a salir, te contaré lo que sigue de la historia. ¿Sí, mi amor?
Tocaron a la puerta y tanto como lo mejor que me había pasado en la vida y yo, volteamos hacia la entrada. Dentro de pocos minutos apareció una chica que acababa de mudarse a la familia. La pequeña, pero adorable mujer de Blake, mi mejor amigo.
—Kelly, pasa. ¿Qué te trae por acá?
—Es solo que Max se me escapó en el jardín.
Miré a regañadientes a Max. El niño me miró con una sonrisa de cachorrito para debilitar el castigo. Suspiré imitando su gesto pegajoso.
—Max Maximus, ¿recuerdas lo que me prometiste ayer?
—Que le haría caso a Kelly...
—Sí, ella tiene que desayunar y tú a dormir. —Le recordé, dándole luego un pequeño beso de buenas noches en su frente.
—Buenas noches, mami. —Sentí que tomaba mis mejillas y me besaba antes de bajarse de mis piernas. Miró a Kelly unos cuantos segundos y entonces salió brincando como caperucita roja a la puerta.
Sonreí porque lo había hecho de nuevo. Nunca sabía cómo regañarlo porque esos ojitos me debilitaban. Suspiré entonces volviendo a la ventana, mirando la gran luna blanca que parecía triste por estar tan sola esta noche.
—Disculpa, Nicole.
—¿Aún no te vas, Kelly? —Pregunté, sabiendo que sonaba altanera y grosera.
Hubo un corto silencio.
—¿Puedes ver bien?
Al ver la gran ventana pude recordar aquello que me había pasado desde hacia unos días y que me aterraba al saber que podía ser permanente. A veces veía manchas oscuras, algunas veces era una ceguera momentánea.
—He tenido mejores días —Volteé a verla, tratando de que con una sonrisa forzada y una amistosa conversación, se largara de mi cuarto de una buena vez.
Pero lo que pude ver en su linda cara fue lástima. Fruncí el ceño. Como me enojaba que la gente me mirara como si fuera un perro perdido. Pasé saliva y aclaré mi garganta.
—¿Es todo? —Pregunté volteándome hacia la ventana.
No recibí respuesta. Supuse que estaba por irse de la habitación ya que escuché como comenzaba a caminar hacia la salida, pero la puerta no se oyó cerrarse. Giré mi cabeza de nuevo y observándola moverse de un lado a otro, sabía que se debatía una pelea interior de las que yo ya no podía tener en privado.
—¿Quieres preguntar algo?
—¿Puedo? —Pareció intimidada.
—Blake trató de morderte de nuevo, ¿no es así? —Le dije sonriendo con cierta complicidad y tristeza.
—No sé qué hacer. ¿Debo dejarlo o resistirme?
—¿Quieres ser mordida? —Sonreí haciendo que se sonrojara. Al no recibir una respuesta, intenté darle algún consejo—. Duele mucho al principio, parece que hasta te quedas sin aire... pero después de acostumbrarte, hay algo tan adictivo que te hace desear mucho más.
—¡Como si estuviéramos...! —Se calló de pronto, más roja que un tomate.
Me quedé pensando en cuando había sido la última vez que me habían mordido, recordando la cama y aquel placer que había tenido entonces.
—Sí, algo así...
Se sonrío avergonzada y se intimidó ante la conversación. Por lo que me había contado ella algún tiempo, Blake no la había mordido nunca... ni en la fiesta de iniciación. ¿Consideración? Yo pensaba más bien que Blake quería que se acostumbrara a él y eso era lindo de su parte. Tan lindo que me hizo sentir entonces celos, tristeza y cierta depresión. Depresión por no tener a alguien a mi lado como todas las mascotas en este casa y por saber que, tal vez me faltaban un par de años más para que Alexander me volviera a morder.
—Kelly, ¿podrías asegurarte de que Max se acueste por mí? —Intenté cortar la plática. No quería hablar más de mordidas, amor y felicidad.
—¡Claro, claro! —Gritó con todo pulmón, tal vez porque la había sacado de una fantasía muy bonita—. Buenas noches, Nicole.
—Buenas noches.
Mi sonrisa se apagó cuando Kelly cerró la puerta. Me mordí el labio inferior y suspiré con pesadez. Sentí que las lágrimas se volvían a acumular en mis ojos. ¿Cuándo regresaría? ¿Cuánto tiempo más debía estar sola y aguantando todo esto?
Miré una vez más la grande y redonda luna que brillaba en esa noche de invierno. Las estrellas parecían borrarse ante la majestuosa presencia de su madre.
¿Qué diría él cuando conociera a su hijo? ¿Qué harían ambos cuando se vieran cara a cara? Me imaginé una escena perfecta; Alex estupefacto por conocer a aquella criatura que era él en miniatura. ¿Qué le diría? ¿Qué haría Max? ¿Lloraría? ¿Sonreiría?
«Primero creo que te violaría».
Sonreí a tal comentario.
—¿No te puedes mantener callada un solo día? — Le regañé por meterse en lo que no le importaba.
«Entonces deja de preguntar. Me tienes enferma con tantas preguntas.»
—Es que solo quiero ver esa escena —solté para esa Nicole en susurro.
«Los le-kras varones tardan más tiempo en recuperarse... supongo.»
Bufé.
—Lo sé, lo sé... solo no fastidies y déjame deprimirme en silencio.
¿Quién creería que podría acostumbrarme a esto en tan poco tiempo? Había aprendido a vivir con ella. A escucharla y opinar dentro de mi cabeza... a pelearnos cada que teníamos tiempo, contradecirnos y proyectarnos imágenes para decidir qué hacer. A llorar juntas y a platicar con ella cuando me sentía sola e incomprendida.
Dejé de escucharla y fue entonces cuando volví mi mirada atenta hacia la noche que se escapaba de mis manos y le daba lugar al sol... ese astro que no provocaba ningún tipo de quemadura y nunca calentaba mi piel. Tal vez era eso lo que extrañaba más. Sentir la calidez.
¡Qué raros eran le-kras...!
Si alguien me hubiera hablado de ellos hace ocho años, cuando aún era ciega, tal vez me hubiera burlado de ellos. Pero ahora era muy diferente. Yo nunca fui humana y es triste que ni siquiera pertenezca a los vampiros normales y acostumbrados a la noche. Así podría matarme y deshacerme en polvo.
Pero tener un linaje idéntico al de Alexander me causó muchas penas y milagros. Desgracias por no poder suicidarme y maravillas por dejarme conocer a los seres que yo más amaba.
Era triste que mi familia estuviera desaparecida, mas porque esa Nicole proclamaba todos los días que debía buscar a mi padre, Michael Whitman, para encontrar más respuestas.
¿Pero cómo lo encontraría? No sabía en dónde estaba o qué había sido de él. Tal vez estaba aterrado en algún sitio y por algún suceso... no podía volver. Tal vez, simplemente, estaba alejándome de él a propósito para protegerme de su misión de vida.
Vaya lío.
Por un lado, deseaba conocer porque esa mujer en mi cabeza me regañaba siempre con ello y por el otro, sencillamente quería esperar por Alexander en esa vacía alcoba. A veces pensaba que sin él, criaba mal a nuestro hijo... qué tal vez Max crecería con rencor por no tenerlo a su lado. Qué terminaría odiándolo como yo lo había hecho antes con mi padre. Tenía miedo a que aquella escena perfecta no fuera tan perfecta al final. Me petrificaba pensar que por cada año que pasara, Max dejaría de creer en él.
Tal vez Max se convertiría en un Alexander modernizado, más triste que el auténtico.
Suspiré, sabiendo que si seguía pensando me deprimiría más.
«Es muy temprano para que empieces con tus dramas.»
—¡Ya, está bien! —Grité desesperada—. No puedo ni pensar a gusto.
Llegué a la ventana y cerré la cortina. La habitación de Alexander se hizo oscura. Prendí una lamparita de mesa que había sobre el buró de caoba.
Ahí estaba mi amiga y confidente. La cama que lo había vivido todo: los pleitos, los gritos, el amor y el sexo. Todo. Quité de ella todas las almohadas que tenía de adorno y deshice la sabana para luego acomodarme en ella. Era tan grande para una sola persona. Me acomodé haciendo un ovillo en mi lugar y cerré los ojos, esperando que, por la mañana, estuvieran aquellos ojos hermosos recibiéndome con un bonito y tierno beso en los labios.
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¡Hola a todos! ¿Qué tal están? Sé que ha pasado mucho tiempo desde que empecé a escribir y es cierto, que colores oscuros tiene más de diez años y aún no ha sido terminada. Quienes me siguen desde fanfic.es sabrán de lo que les estoy hablando. Sin embargo, al fin tengo la oportunidad de continuar escribiendo sobre los primeros personajes que hice a mis 12 años y estoy alegre de que este 2016 sea de ellos.
He cambiado bastantes cosas: las portadas, sinopsis e inclusive quería cambiar los títulos. Gracias a algunos lectores que pudieron darme sus opiniones en facebook, decidí quedarme con estos títulos y estoy agradecida con cada uno de ellos.
En fin, las buenas noticias es que ya no tendrán que esperar MESES por actualizaciones. He tenido una meta de subir cada 15 días (para que no me alcancen en la trama) y ustedes no tengan por qué esperar tanto.
Sin decir nada más y esperando que reciban de nuevo a Nicole, les pregunto:
¿Qué opinan de este primer capitulo?
-Nancy A. Cantú
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