Prólogo
Se les había presentado trabas con el futuro pero así continuaron con esfuerzo. Se dedicaron a estudiar las cartillas hasta obtener el título de maestros boticarios. Una profesión parecía ir apagándose con el pasar de los años y poco estimada por las familias adineradas; esto les importaba poco mientras sus personalidades continuaran creciendo con la satisfacción de laborar con el corazón contento. Eso bastaría. Además serían el pilar uno para el otro, ya lo venían trazando.
La alegría de haber conseguido lo que querían, lo había animado a proponerle matrimonio a la joven de mirada profunda que había conocido años atrás, él recibió un sí contundente. Meses después celebraron la boda por lo alto, el mejor día de sus vidas. El suegro le preguntó dónde vivirían y éste, con comodidad, respondió que se irían a Carora, allí les esperaba una casa que su padre les daba como regalo de bodas. Tres día después los novios habían podido disfrutar de dos cuerpos que se anhelaban en la distancia cuando el calor de dos besos se fundía. Así iniciaron sus vidas.
Pasó el tiempo y junto a la casa levantaron una botica que atendían. Fueron los tiempos más felices. Incontables meses pasaron y el degradado de la vida se fue oscureciendopara ella a través de una enfermedad que la agravó. Él, en su desesperación por mantenerla con vida, escuchó cualquier sugerencia. Un día comprando medicinas se le acercó una robusta mujer con piel morena y le susurró al oído:
—¿Conoces la ciudad, capital de éste estado? —él negó— Manda entonces a alguien a orillas del RíoCenizo de aquella ciudad, que busquen una familia conocida por ser médicos y apicultores. Diles que los manda Kurura, ellos sabrán quién soy, diles que necesitas de aquella miel —resaltó las palabras que escondían algún detalle. Alguien le habló y al volver la vista la mujer había desaparecido entre la gente. Siempre le quedó la duda de cómo sabía de su esposa enferma.
Sin saber si era cierto o no, entregándose a la completa confianza por esperanza de mantener a su esposa con vida, mandó a su criado hasta el sitio. Los días pasaron lentos y tortuosos hasta que el criado volvió con lo encargado. El esposo miró aquel frasco incrédulo y lo cuestionó. Consideró no dárselo a su esposa. En ese momento alguien tocó la puerta, era Kurura que llegó sin ser citada. Apenas le permitieron pasar, se dirigió al cuarto, quitó el frasco de las manos del esposo indeciso, mezcló su contenido con otros tónicos que tenían cerca y se lo dio de beber a la mujer. El esposo estuvo muy quieto viendo cómo esa mujer sin ser allegada ayudaba con una vida ajena.
Esa noche la mujer pudo hablar, respiró tranquilamente. Él tenía la esperanza que el susto había pasado. Se volvieron a jurar amor, se besaron y continuaron viviendo días de felicidad que esperaban no tuvieran final.
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