9. Conversación

Llegaron a la recepción ya cambiados de ropa donde les preguntaron si se retiraban. Franco se adelantó para explicar que volverían más tarde. Aprovechó para preguntar dónde quedaba algún sitio donde se pudieran tomar un café. Una mujer bien parecida que acompañaba a la recepcionista les indicó un lugar cercano, sin antes dar indicios de coqueteo hacia Franco, el cual ignoró completamente las actitudes. Apenas terminó de hablar, dio las gracias y salieron.

—¿Por qué no respondió a la situación? —preguntó Simeón con curiosidad.

—¿A cuál?

—Como que cuál. La mujer le estaba coqueteando.

—¿En serio? No me lo pareció. Igual, para mí, las mujeres ameritan tener más que hermosura y tersa voz para que al menos logren generarme interés. Además no me fío de una simple recomendación. Esa mujer nos nombró ese lugar por ser el más cercano y salir del paso.Mejor pidamos recomendación a alguien más.

Cruzaron la calle y luego giraron a la derecha, avanzaron dos manzanas hasta que vieron a un hombre que justo venía de frente y estando cerca Franco le habló:

—¿Me puede decir donde tomó ese café tan espumoso y supongo que muy sabroso, no? —el hombre lo miró con los ojos desorbitados.

—¿Cómo sabe que tomé café y exactamente espumoso? —respondió el hombre asustado.

—¿Pero me dirá? —insistió Franco.

—Bueno sí… fue en Aroma a cacao, el local de allá —señaló un local a otra manzana más adelante.

—Gracias —respondieron al unísono los caballeros que investigaban el suceso y continuaron sin dar explicaciones.

—El espejo se lo dirá —se adelantó Franco antes que Simeón dijera algo—. ¡Ah! Y recuérdeme por favor, por si se me olvida, al llegar otra vez a la habitación mandar el aviso para que se lleven al caballo —Simeón asintió.

—Noto que no se cansa de hacer bromas o andar mintiendo a diestra y siniestra ¿No señor Duval? —Agregó Simeón riendo.

—La verdad no —sonrió—. Al detenerse frente al espejo el sujeto podrá ver su bigote empapado de espuma chocolatada.

Llegaron al café-restaurant y tomaron asiento donde les daba brisa. Unamesonera se acercó para tomarles la orden y se retiró,a los seis minutos las trajo. Los hombres quedaron solos, uno frente al otro. Se miraron por segundos, tenían curiosidad de saber un poco más del otro pero no se atrevían a hacer alguna pregunta, sentían que con alguna podrían violentar la privacidad que tanto protegían, en especial Simeón. A Franco se le hubiera hecho muy fácil por su profesión pero recordó las palabras de Jimena cuando hizo referencia a que no le había querido comentar sobre su pasado por lo que prefirió compartir un café silencioso, sin palabras sobrantes, cosa que, depende con la persona que se estuviera, pudiera llegar a ser o no incómodo. Además con un café se comparte más que una exquisita bebida, se exhibe parte del alma misma. Por otro lado Simeón intuía que Franco le quería hacer muchas preguntasaunque ni él mismo sabía si tendría valor para responderlas. Después de todo debería tenerle confianza, ya estaba en un sitio lejos de su casa en busca de un extraño suceso con un hombre que recién había conocido y que sin embargo le comenzaba a mostrar una excelente personalidad.

—¿Desde cuándo no compartes con un amigo? —Le preguntó Leonora. Éste impresionado miró a la izquierda buscando su voz y ahí estaba de pie frente al ventanal de vidrio transparente, formando un trío que solo él veía. Simeón tenía la mirada fija en ella, le veía el físico radiante como había estado siempre antes de enfermar. Él negó levemente, intentando decirle a ella que no era el momento ni sitio para tener una de esas conversaciones que tanto le gustaban.

Simeón alzó la mirada hacia Franco esperando que no notara lo nervioso que se había puesto.

—¿No responderás a mi pregunta? —Volvió a preguntar Leonora— Es de mala educación dejar a una dama con la palabra en la boca, y menos si esa dama es tu esposa, digo fue —rio por lo bajo.

—No es el momento para hablar —susurró Simeón.

—Yo quisiera hablar en este momento.

—Desde hace mucho—dijo en voz baja sin darse cuenta que Franco lo había escuchado.

—¿Cómo? —Preguntó Franco. Simeón volvió la mirada al frente esperando nadie pudiera detectar lo que sus ojos veían.

—Nada, disculpe. Pensé en voz alta —Franco lo examinó con la mirada, no le creía.

—Es hora de que hagas también uno —resonó la voz de Leonora. Simeón dio una fuerte palmada en la mesa que hizo que el café de las tazas saltara y los pequeños cubiertos resonaron contra las tazas de cerámica mientras que en su mente decía un rotundo «basta, no aquí», luego se quedó quieto. Sabía que su reacción había hecho que todas las miradas del sitio recayeran sobre él.

—¿Qué le pasa? —habló Franco— ¿Se encuentra bien? Noto que está transpirando mucho.

—Sí, sí. Discúlpeme. Mire que torpe fui al no pensar en el café. Yo pagaré.

—No, tranquilo. No es necesario, no se botó mucho ¿Acaso está molesto por algo?

Simeón pensó un poco. Posiblemente sí, pero no sabía con exactitud por qué.

—Ya tuviste mi ayuda del día. El resto lo puedes seguir tú solo —dijo la mujer desapareciendo del plano visual de Simeón. Él no dijo nada, aunque lo hubiera irritado también la extrañaría. Él no podía hacer que ella apareciera cuando quería. Eso ocurría de la nada. O de eso se convencía él.

—Mejor cuénteme señor Duval —comenzó Simeón— ¿Cómo es que ha conseguido ser tan buen reportero en estos tiempos? —Dejó la pregunta en el aire mientras daba un sorbo a su café.

—Deje de llamarme Duval, creo que hemos formado la suficiente confianza como para que pueda llamarme Franco. Y bueno la historia es algo larga.

Simeón miró su reloj.

—Estaré de acuerdo sí usted también me llama Simeón. Además aún hay tiempo, y quedamos en que saldremos más tarde, así que hay oportunidad —sonrió y Franco le respondió con otra.

—Está bien. Bueno, no ha sido fácil —guardó silencio y tomó un trozo de pan con mantequilla y lo mordió. No parecía tener intención de continuar contando.

—¿Eso nada más, difícil? Eso no creo que diga mucho de todo un proceso que posiblemente tomó más de cuatro años en la vida de un joven. Cuente. Creo que ambos debemos brindarnos un poco de confianza como ya me dijo.

—Bueno, le contaré la versión completa —sonrió mostrando su derecha y blanca dentadura—. Espero no aburrirle.

—No lo creo.

—Nací en un hogar de clase baja, muy baja. Mi familia no tenía recursos para pagarme los estudios. Ya lo ve en mi edad, que a pesar de mi juventud, es para que hace un par de años atrás ya estuviera una escala más arriba de donde me encuentro.

—Pero aun así ha logrado varias cosas —interrumpió Simeón.
Franco asintió y continuó:

—Desde muy joven mostré tendencia a querer estudiar, a diferencia de mi hermano mayor quien terminó escapando de casa y yéndose a quién sabe dónde, pero no es el punto. Mi padre que trabajaba de jornalero no ganaba mucho dinero para mantener cuatro bocas que quedaban en el hogar: mi madre, mi hermano menor, él y yo —Franco hizo una pausa y se quedó mirando la taza de café. Tomó un sorbo y siguió—: Tenía doce años,  notaba como venían las cosas en el hogar. Mi madre comenzó a planchar y lavar ropa ajena, aunque no era un mal trabajo, me indignaba ver a mi familia en tal estado de miseria, tanto en vestimenta como en lo que comíamos. Así que un día, faltando una semana para cumplir mis trece años, hice que nos reuniéramos los tres y hablé con ellos de modo muy claro. Les dije que me dieran en adopción. Era la única manera en que, quizá, pudieran criar a mi hermano menor —que contaba con tan solo cinco años y no sabía bien lo que sucedía—. Ellos se negaron rotundamente «¡Este muchacho se ha vuelto loco de atar!. Jamás haría tal cosa así nos estuviéramos pudriendo bajo un puente. Eres nuestro hijo» fueron las palabras de mi padre cuando terminé de hablar. Palabras que jamás olvidaré.

—¿Y su madre, no dijo nada?

—Ella solo lloraba sobre el hombro de mi padre. Cumplí los catorce años y no sé si realmente estaba pensando en mi familia o en mi futuro. Pero quería que me dieran en adopción, allí no tendría futuro y ellos tendrían que esforzarse demasiado para poder conseguir las cosas que no estaba permitido exigir en mi conciencia hacia ellos. Además si lograba mi adopción y progresaba buscaría el modo de ayudarlos. Cuatro meses pasaron y las cosas empeoraron. Hubo una semana donde solo tomamos sopa de verduras, hasta que éstas se acabaron. Ahí volví a levantar mi sugerencia. Ellos tristemente aceptaron. Notaron que realmente no podían mantenerme. Dos meses después estaba en un nuevo hogar donde podía hartarme de toda la comida que quisiera. Y claro que mientras me llevaba algo a la boca pensaba en ellos, incluso esa primera semana en mi nuevo hogar me castigaron porque encontraron tres kilos de comida guardadas y descompuesta en el ropero que esperaba poder llevarles en algún momento perono los volví a ver más, me había mudado a Caracas —sacó un pañuelo e inclinó la cabeza. Se secó un par de lágrimas—. Después de eso todo cambió para bien. Por mi edad estaba atrasado en la escuela y no perdieron tiempo en ponerme a estudiar. Hasta que terminé lo necesario e hice saber mi preferencia por el periodismo. Se negaron, no era un trabajo digno para un hijo de tal familia donde todos salían médicos graduados de Europa —una familia reconocida a nivel nacional. Nunca comprendí cómo es que llegaron a adoptarme tan fácilmente—. Todo se volvió a tornar oscuro, aun así me rebelé contra mi nueva familia —a quienes ya amaba como a la mía biológica, excepto a mis hermanos, me hicieron la vida imposible por no ser de su sangre pero igual luché— y con mis ahorros comencé a pagarme mis estudios, aprendí de modo muy rápido por lo que obtuve una beca, y desde ese momento no la perdí. Así fue como pude terminar mi carrera y como mantenía contactos con conocidos de la actual familia pude obtener un buen puesto en el periódico donde estoy. Claro está que igual no ha sido fácil, la mentira se mueve mucho entre los medios. Siempre he intentado plasmar lo más real posible, aunque cuando los artículos pasan a corrección le vuelven a dar ese toque falso a las noticias, ese sensacionalismo que atrae al lector. Lucho por ello. Y aquí me ve, a mis veinticinco años ejerciendo periodismo. Se preguntara ¿Por qué ando detrás de una historia, aparentemente, tan ficticia? El simple reconocimiento. Con una serie de crónicas como las que pienso hacer, si llegamos al fondo de todo esto, tendré un lugar seguro en el primer periódico del país donde tengo un amigo que me ofreció empleo solo si se lo demostraba.

—¿Hace cuánto se graduó? ¿No extraña a su antigua familia?

—Año y medio. Y sí, claro que la extraño, pero al parecer se mudaron. No sé nada de su paradero. Espero en algún momento encontrármelos. He pagado un par de anuncios al año en el periódico para saber si me contactan, pero… no lo leen o no les interesa ya saber de mí. De hecho por esa misma razón es que me regresé de Caracas apenas me gradué, esperando encontrarlos aquí, pero vendieron la casa, quizá cayeron en la quiebra, mi hermano debe de estar en una casa de huérfanos o todos murieron por inanición. Aún lo desconozco, llevo año y medio intentando encontrar respuesta a eso también —Giró su rostro a la calle, una lágrima se paseó del ojo hasta el borde del labio.

—No creo que no estén interesados. Sigue siendo su hijo. Quizá después de esto pueda seguir intentándolo.

—Posible. Así como las personas cambian de pensamiento, también de sentimientos hacia las personas.

Simeón guardó silencio por los vivos sentimientos en la cruda respuesta. Cambió de tema.

—Ha alcanzado mucho en año y medio. Espero siga creciendo hasta donde se lo proponga.

—Con ayuda de contactos importantes, pero sí. Eso haré —se llevó la taza a los labios y tomó todo lo que quedaba en la taza —. Mientras pido otras dos tazas con café, ya que veo se tomó el suyo mientras yo hablaba, puede comenzar usted con su historia.
Franco le hizo señal a un camarero, éste tomó la orden, la entregó y Simeón comenzó:

—Bueno, la mía es igual de triste que la suya. Solo que en diferentes etapas —Franco hizo un movimiento de la mano en señal que siguiera mientras daba un sorbo—. A diferencia que usted, mi vida siempre ha sido muy cómoda. Nací en lo que le llaman cuna de oro, tuve una buena familia, recursos, estudios y me fui hacia el estudio de medicinas, pero naturales. Al igual como su familia, no estuvieron de acuerdo con que fueran las naturales ya que nadie las usa mucho. Insistieron en mandarme a Caracas pero yo me negué muchas veces. Sin embargo, como usted, emprendí lo que realmente quería excepto que con ayuda de mis padres. Estuvieron molestos conmigo por un tiempo, luego lo aceptaron —Simeón hizo una pausa—.Luego conocí a una joven en la universidad… —Simeón guardó silencio. Cerró los labios.No podía continuar.

Franco no dijo nada.

—Se llamaba Leonora. Poco a poco nos conocimos, pasó el tiempo, nos graduamos, yo comencé a ejercer y me iba muy bien, así que decidí ir hasta su padre y pedí su mano. Él aceptó y nos fuimos a vivir a una casa de campo que era de mi padre, que es donde vivo ahora, claro, mucho antes que todo fuera habitado y que yo no hubiera tenido necesidad de vender parte del inmenso terreno. Los tiempos cambian sorprendentemente rápido. Ahí vivimos unos tiempos muy felices, hasta que después de cinco felices años de matrimonio ella enfermó y… se puso peor, hasta morir. Esa vez fue cuando mandé a comprar la miel azul. Pero no pude hacer nada Franco —sollozó—, Murió. Ahí me fui en picada. Todo desmejoró:el negocio,mi vida. Ya no hay ánimos de nada —dijo secándose las lágrimas—. Ahora estoy aquí con usted buscando información que ni siquiera me había despertado interés antes, y lo hago con la intención de salir de casa, de vivir algo diferente a los últimos meses en donde el sentimiento de soledad me hunde cada vez más.

Franco estiró su mano y apretó el hombro de Simeón para darle fortaleza. Simeón se limpió una lágrima. Sintió otra mano y abrió los ojos, Franco seguía apoyando solo una, la otra era de su difunta. No quería reaccionar del mismo modo que antes. Solo
soltó:

—Regresemos al hotel —Volvió a hablar Simeón—. Tenemos que recoger las cosas para salir. Disculpe —Se levantó y se adelantó al hotel dejando a Franco sentado mientras éste pensaba que no le había contado la historia completa como él, quizá por la diferencia de profesiones, de hablar y otras cosas; y que los pasados, aunque forjarán un futuro, siempre revivían crueldades y sentimientos que parecían olvidados.

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