4. Un reportero

¿Qué pasa? ¿Qué hacen ahí fuera de la tienda?

El hombre que parecía liderar al resto del grupo detuvo sus gestos y voces, luego les dio la espalda y entró a la botica hasta llegar junto al mostrador. Simeón se mantuvo expectante.

—¿Usted es el señor Mariño?

—Así es ¿En qué le puedo ayudar? ¿Qué hace toda esa gente fuera?

—¿Cómo no va a saber por qué estamos aquí señor? —agregó entusiasmado— ¿Pueden ellos pasar? —se refirió a los de afuera, sin esperar respuesta el hombre se giró hacia la puerta, levantó su mano derecha para indicar que pasaran, pero Simeón se adelantó y le bajó el brazoque golpeó con brusquedad en el mostrador.

—¡Alto! Hágame el favor —su voz comenzaba cobrar seriedad—. No he indicado que pueden pasar y menos sin saber qué quieren hacer ustedes aquí conmigo. Respete mi humilde tienda, por favor. Sé que es un sitio común, pero sigue siendo de mi propiedad.

—Tiene usted toda la razón, discúlpeme —Simeón asintió victorioso—. Estamos congregados fuera de su tienda por causa de la señorita Jimena Navas, la cantante y actriz que protagoniza La desheredada, a la que usted otorgó un tónico hace días.

¡No puede ser. La maté! ¿Por qué no ha venido aún la policía?

El semblante de Simeón palideció. Su cuerpo se tambaleó hacia delante y se afirmó con las manos en el mostrador. Recordó la imaginación que había tenido luego del remordimiento. Cárcel y muerte. El sudor le perló la frente, sacó un pañuelo y comenzó a secarse. Miró hacia fuera otra vez, muchos hombres, cámaras, apuntes, las personas curiosas comenzaban a congregarse fuera del lugar. Sentía la vergüenza sobre él, verse salir por sus medios, porque no se opondría, hasta las manos de la policía por un crimen no organizado.

—Disculpe ¿Le pasa a usted algo, se siente bien? —Preguntó el hombre, del cual no conocía aún el nombre.

—Sí, sí. Solo fue un simple mareo, no comí lo suficiente quizás —mintió.

¿Qué cosa grave le habré causado a la señorita Navas?. De seguro había sido por no haberle dicho la cantidad que debía tomar y pudo haberse atragantado por la urgencia que tenía. Se intoxicó o murió de sobredosis. ¡Dios mío! ¡Ahora iré preso! ¡Las cosas que hace uno por la ciega y estúpida venganza! Me doy cuenta que el arrepentimiento existe.

—¿Qué me decía usted sobre la señorita Navas? —Volvió a retomar la conversación luego de una pausa— ¿Qué le pasó, qué tiene,está bien?

—Respire señor ¿Le preocupa algo?

—No es nada, continúe, por favor.

Debo evitar ese torrente de frases imprudentes.

—Bueno, todas esas personas que ve usted fuera no son más que reporteros, incluyéndome —llevó sus manos al pecho—. ¡Ah! Disculpe —tendió la mano hacía Simeón—, soy el reportero Duval —esperó que el boticario se sorprendiera al escuchar ese apellido, pero no pasó y siguió con deje de decepción—, reportero del periódico La Patria. La cuestión es que muchos de nosotros acudimos a la última presentación de la obra en la que actuó la señorita Navas, aquella noche estuvo impresionante. A parte de que su voz parecía mejorada, melodiosa, alta y seductora; noté, y no creo que solo haya sido yo, como un ligero vapor cerúleo que salía de sus labios a la vez que cantaba, solo cuando cantaba. El color se iba intensificando hasta llegar a un azul rey, como el color de la luz de la luna en su ciclo completo.

¿Vapor cerúleo?

—¿Está seguro? —interrumpió Simeón— ¿No sería causa de alguna cosa hecho para fines de efectos con luces? No entiendo qué tiene que ver eso conmigo. Solo soy un boticario, ese tipo de cosas debe preguntárselo alos del teatro donde se hizo la función. Así que disculpe, en esto no lo puedo ayudar, creo que acudió a la persona incorrecta. Así que le pido se marche con todo su séquito de reporteros.

Simeón se relajó. La señorita Jimena estaba bien. Todo estaba bien. ¿O eso le querían hacer creer?

—Eso pensé, pero si así fuera… —dijo el reportero haciéndose oídos sordos de la petición que le hacía Simeón.Miró a sus espaldas donde los demás esperaban por una respuesta, volvió al frente—, explíqueme ¿Cómo es que el vapor azul salía de sus labios y solo al cantar? Pero eso no es todo,mientras cantaba, el vapor que salía de sus labios se acercaba a los hombres y parecía entrarle por los labios, ojos, oídos y fosas nasales. No sé si a mí me pasó lo mismo, de seguro pude notarlo en los demás, pero no me di cuenta si a mí también me pasó. Disculpe que divague un poco, es lo que voy recordando.

Ahí estaba de nuevo esa descripción. ¿Sería posible que si hubiera alguna conexión entre su nombre y las acciones ocurridas ese día?

De pronto golpes en los vidrios de fuera hacían tintinear la campana de adentro. Simeón volvió a la tienda, la imaginación de la escena se esfumó pero el color nombrado en los últimos minutos se quedó.

—¡Pero dígales que se calmen, por favor! No quiero que destruyan mi tienda.

—Claro, yo me encargo.

Franco Duval salió, agitó las manos, imitó a alguien furioso,de pronto como por arte de magia los hombres fueron abandonando el portal con rostros decepcionados. Luego, como si no hubiera pasado nada, Franco se fue por el lado contrario por donde todos se habían ido ¿Ahora qué pasaba? ¿No le terminaría de contar nada? Era impresionante lo que lograba el modo narrativo y la curiosidad no satisfecha sobre una historia dejada a medias. Simeón dio un par de pasos para adentrarse de nuevo en su casa pero escucho la campana, se volteó y ahí estaba el reportero otra vez.

—Señor, pero ¿Qué ha pasado? ¿Por qué se fue y volvió? ¿Qué les ha dicho para que se calmaran y se fueran los demás? ¿Acaso no le dije que se equivocaba de persona? —Intentó excusarse, se debatía entre la curiosidad y la negación de querer conocer los acontecimientos.

—¿No es usted Simeón Mariño?

—Sí, sí lo soy, pero…

—Entonces no estoy equivocado.
—Le dije que debieron ser efectos…

—Les dije una mentirilla, que usted no quería recibir a nadie, incluyéndome a mí —comenzó a responder una de las primeras preguntas que Simeón había hecho de modo espontáneo—. A pesar que vio lo que vieron, se lo creyeron. Por eso me fui al lado contrario, me escondí en su callejón esperando todos se alejaran y poder volver.

—¡Qué astucia la de un reportero como usted! —Felicitó Simeón— Pero sigo sin entender como algo así tiene que ver conmigo.

—Si me permite contarle pronto llegaremos a ese punto.

—Está bien, pero dígame también qué desea antes de llegar a ese punto.

—La información de primera mano para un reportaje —dijo Franco muy serio—, las primicias para el periódico donde trabajo, posiblemente una entrevista formal. Sabe usted que eso sería valioso para mí.

—¿Esto acaso ya no es una entrevista? —Franco asintió— ¿Y yo qué gano? —Le preguntó Simeón inocente intentando encontrar la aguja tramposa en el pajar.

—¡Renombre! ¿Le parece poco?

—¿Renombre? No lo sé —Simeón pensó, sabía que era una argucia usada por los de su calaña. El renombre no siempre provenía de cosas talentosas, también de las corruptas maldades se erigían los malos nombres—. Tal vez debe continuar usted contándome lo sucedido, de ello dependerá, podría tener usted primicias, si es que buscó en el sitio acertado. Sino no —Franco sonrió maliciosamente. Lo que le gustaba y siempre obtenía, así fuera a través de mentiras y trampas.

—Yo que conozco a la señorita Jimena —prosiguió el reportero como si nunca hubiera sido interrumpido— desde que comenzó su carrera, tengo acceso privado para hacerle entrevistas y tener privilegios, ella me cede entrevista y yo la nombro de modo seguido, así que ese día por ser especial y culminación de la obra en este pueblo, no sería una excepción. Esperé más de veinte minutos para que la mayoría de personas salieran del teatro. Cuando el público ya había desaparecido me acerqué a los camerinos. Un guardia estaba allí pero con tener una singular conversación me permitió que tocara la puerta de la señorita —a Simeón ni le pasó por la mente que esa singular conversación hacía referencia a un pequeño soborno—, además no es primera vez que aquel hombre de seguridad me veía allí así que no fue mayor cosa.

—Disculpe que ahora sea yo quien lo interrumpa. Pero si nos sentamos es mejor. Por lo que veo la historia es algo larga e interesante —Simeón busco dos sillas de madera y las acercó a una pequeña mesa del rincón.Antes de sentarse, el boticario miró el reloj, era temprano pero al parecer ya había sido capturado por la astucia de un reportero. Se acercó a la puerta y cambió el letrero a Cerrado y se sentó frente al reportero.

Sus nervios se calmaron un poco pero en el fondo sentía temor de saber el desenlace de la salud de la señorita Navas y en qué punto importante, porque lo suponía, era que su nombre aparecía. Por otro lado el temor resguardaba con paciencia esperando atacar, su nombramiento también podría ser en un mal aspecto y debía estar listo, como se dijo aquel día, a enfrentar lo que debiera por sus acciones.

Una revelación importante tendría lugar.

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