01. Golden liberty

Capítulo primero. Golden Liberty
Pairing: Erasermic
Palabras: 1616
Advertencias: Ninguna
Idea del autor

La multitud se alzó en un apabullante furor remilgado a su alrededor, felicidad pretenciosa corriendo a cada recoveco del magnánimo salón de baile. Hizashi odiaba eso, él prefería cambiarse tales ropajes, por algo más sencillo y práctico, correr libre y probar la dulzura del azote del viento contra sus mejillas, solía preguntarse, ¿por qué sus padres parecían encandilados de una vida tan hipócrita y vacía cuando lo realmente especial se encontraba afuera? Levantándose un poco de su asiento designado, se escabulló y logró hurtar una copa de vino de las bandejas que cargaban los camareros. Su bebida poseía el más bello rosa rubor que hayan visto sus jóvenes ojos, olía divino. Como los duraznos que solía recoger cuando niño.

—Ah, Ah, Hizashi —regañó autoritaria su madre, quitándole la bebida antes de que pusiese posar sus labios sobre el borde de la copa.

—Pero todos los demás están bebiendo, ¿por qué no yo? —desafío, casi arrebatándole la fina cristalería de entre las manos. Sin embargo, su madre, simplemente le ignoró, centrando su atención en los elegantes personajes envueltos en seda que pululaban a su alrededor «perdonarán, ya saben como son los niños» murmuró cándida, y le dejó olvidado. Hizashi Yamada es un espíritu libre, así que aquella noche hizo acopio de aquello y huyó de la escena, corriendo hacia las puertas del balcón, sabiendo que no tenía a donde ir.

Tenía certeza del hecho, pero no por ello dejaba de ser decepcionante, pues su madre en vez de ir a socorrerle de cualquier forma, se enganchó con aquella gente de la alta sociedad, disculpándose por el vergonzoso comportamiento de su hijo y codeándose con la élite de la ciudad entre risas medidas y elegantes que se perdían en un ambiente ahogado por la misma fétida hipocresía que derramaba el salón en sí.

Sus perfectos cabellos rubios envueltos en gel, fueron tirados con brusquedad, cayendo salvajes y libres en todas direcciones. Sus nudillos se apretaron hasta volverse blancuzcos debido a la fuerza ejercida, sus dedos perfectamente sellados alrededor de la barandilla del balcón, respiraba intranquilo, tratando de recuperar el aliento para restablecer la calma perdida en su corazón.

En una explosión de temperamento, él gritó, sintiendo que la piedra se agrietaba en sus manos bajo la presión. Hizashi se limpió las lágrimas en un juramento silencioso. Eso era. Nunca volvería a llorar por las pretensiones de su familia. Ellos no estaban velando por su bienestar, ellos sólo cuidaban su mejor interés. Empujó sus manos contra la delgada barrera de piedra, levantándose. Con los brazos abiertos para mantener el equilibrio, se enderezó, sintiendo una suave brisa que soplaba contra su cara. Miró por encima de los cuidados jardines y el lago hecho por el hombre hasta las grandes montañas en la distancia.

Era-

—Hermoso, ¿no es así? —Se escuchó un murmuró, inadvertido, bajo y silencioso, como si fuese parte de un soliloquio totalmente olvidado.

Hizashi se quedó sin aliento, casi perdiendo el equilibrio, inclinando los brazos hacia arriba y hacia abajo hasta poder recuperarlo.

Había una figura entre las sombras del edificio, observándolo. Salió a la luz que emitía las ventanas; pudo discernir que se trataba de otro muchacho como él, con cabellos negros como el ébano recogidos con una liga. No sabía que alguien más se encontraba ahí, y sintió que su cara se sonrojaba al sentirse pillado, habían escuchado su berrinche infantil.

—¿Perdona?

—Las estrellas —aclaro con un tono de voz monótono, como si hubiese dejado escapar aquello por accidente, y ahora estuviese simplemente respondiendo por esos extraños y tácitos contratos sociales, él desconocido miro hacia arriba—. Que son hermosas.

—Oh, sí, por supuesto... —dijo mirando hacia ellas, pero desviando la vista hacia el muchacho nuevamente.

El azabache se acercó con cautela hacía el balcón, a un paso furtivo, como el andar de un elegante gato.

—Los tres reyes son muy brillantes está noche —acotó, repentinamente encandilado en la belleza del cielo nocturno. Como sí, el mismo Hizashi no estuviera ahí, como sí, fuera él mismo hablando en soledad, con sólo el silencio cual respuesta, pero está vez obtuvo una.

—¿Qué? —preguntó el rubio suavemente, inundado de forma repentina ante la indemne curiosidad.

—El cinturón de Orión —Señaló hacia arriba—. También se llama los tres reyes. Es mi constelación favorita.

Siempre curioso, él pregunto:

—¿Qué es una constelación?

La expresión en blanco y esos ojos apacibles le observaron un momento. Hizashi no estaba acostumbrado a la atención de otra persona, mucho menos de su misma edad.

—Una constelación es un grupo de estrellas que te cuenta una historia.

—¿De verdad? —Los ojos de Yamada se dirigieron a la fiesta, preguntándose si sería prudente emprender el retorno—. ¿Dónde está el cinturón de Orión? —exigió en cambio.

—Allí —Le respondió, señalando tres estrellas brillantes en el cielo—. Es conocido por ser el mejor cazador que jamás haya existido. Ya ves que allí está su espada y su arco.

—Lo veo... —Estuvo de acuerdo, mirando y encontrando aquello que el azabache señalaba. Hambriento por saber más, cuestionó de nueva cuenta—, ¿qué es eso allí? Lo veo mucho.

El contrario se acercó y se apoyo contra la piedra en la barandilla.

—Ah, eso es Áquila —informó, mostrándole el patrón impreso en el cielo—. ¿Ves el triángulo?

—Lo veo —confirmó, señalando con su propio dedo lo que sus propios ojos percibían.

—Forman un águila.

—¡Oh! —exclamó extasiado—. He visto esas. Solían elevarse por sobre el cielo, donde yo solía vivir. Siempre podía reconocerlas por sus coronas blancas.

—Eres inteligente supongo —Y cuando sus mejillas se calentaron por segunda vez, fue por el placer de la párvula implícita en el halago—. Tengo curiosidad por saber. ¿Cuál es tu favorita?

—¡Eso es fácil! —Prácticamente gritó Hizashi, mientras señalaba su objetivo.

—¿La luna? —cuestionó, inclusive su inexpresiva cara, tambaleando y sus ojos abriéndose con sorpresa.

—¡Sí, la luna tiene la mayor historia de todas!

—¿Oh?

—¿Nunca has oído hablar del hombre que vive ahí? —explicó, como si fuese un tonto por estar tan mal informado.

El azabache negó.

—¡Viajó hasta allí en una máquina voladora! —exclamó, emocionándose de nuevo, casi perdiendo el equilibrio—. Le tomó 12 días. ¿Te imaginas lo que vio en el camino, volando a través de las estrellas...? —Yamada miró de nuevo a la gran esfera brillante, anhelando—. Encontró una utopía allí.

Y el azabache observó, esa gran energía que brillaba áurea alrededor del rubio, vibrando como felicidad líquida.

—Oh —murmuró, sin saber qué más decir.

Impulsado por su atención indivisa, Hizashi continuó:

—Decidí que voy a llegar allí algún día también. Pero lo haré en la mitad del tiempo.

—Qué ambicioso de tu parte —contestó. Yamada no sabía si se estaba burlando de él o no.

—Tal vez deberías bajar de allí —señaló, siendo que el rubio seguía parado en la baranda—. Es un largo recorrido hasta el suelo.

Él también miró hacia abajo, pero no sintió ningún miedo real.

—Una caída como esta no me haría daño —dijo extendiendo los brazos como si fuera a volar. El viento levantó su saco sólo un poco, haciéndolo revolotear alrededor de su torso—. Una vez me caí de lo alto de un árbol. Era mucho más alto que esto, y apenas conseguí un rasguño.

Cuando Hizashi bajó, pescó la inadvertida imagen de su madre buscándole por el salón de baile.

—Tengo que volver a la fiesta ahora. Perdona si te moleste.

Cuando el azabache miró en el interior, vio a la esbelta mujer, como si la furia ardiera sobre su piel.

—Eso no te conviene —murmuró.

Hizashi alzó la mirada confundido. Con toda sinceridad su instinto de supervivencia era nulo. Por un momento, al ver a quien seguramente era su madre, el azabache comprendió porque se veía tan vivaz el rubio adyacente a su posición. ¿Por qué comenzó una conversación? Él no gozaba de la compañía, prefería la soledad, sin embargo, en aquel gritó imprudente y sosegado en frustración, pudo ver un pequeño reflejo de él. Tal vez no quería ver a alguien más triste por las mismas razones por las que él lo está constantemente.

—Puedo ver el fuego en tus ojos, la fuerza en tus hombros. No tienes necesidad de tales rasgos.

Él zumbó profundamente en la garganta como si no estuviera impresionado por esta declaración.

Aquel rubio le recordaba a un viejo verso.

—Ofrezco un sorbo y tu tomas un trago. Te muestro estrellas, pero tú quieres la luna. Tengo la sensación de que soy una pequeña colonia, que un día no bajará los ojos a ningún hombre.

Su corazón comenzó a latir con fuerza y ​​de repente se quedó sin aliento, aunque no se había movido. Él habló las palabras que Hizashi secretamente quería escuchar.

—¿De verdad lo crees?

—Sí —profesó, con una seguridad abrumadora que lo sumió en un confort cálido. Cuando Hizashi escuchó el gritó de su madre, supo que era la despedida, y así fue como antes de correr, cuestionó por última vez.

—¿Cuál es tu nombre?

—Aizawa Shota.

—¡Hizashi Yamada! —gritó de vuelta, mientras se alejaba.

Y tal vez ese fue, su primer y último encuentro, pero al igual que la brisa de la noche veraniega, aquel nombre, aquellos cabellos azabaches y esas enigmáticas palabras de aliento serían tan inmarcesibles como su deseo de llegar a la luna.

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