🔪Tres (parte dos)🔪
Recuerdo haber pensado que esa sería una hermosa mañana. Hasta que vi la jarra con restos de té helado en el fregadero.
Esa jarra me aseguraba, con complicidad, de que todo lo que había pasado la noche anterior no había sido una pesadilla provocada por mis salidas nocturnas. Me recordaba que si bien la noche era hermosa y especial a su manera, también podía convertirse en tu peor pesadilla en solo tres segundos.
No me importaba aquel tipo; primero, ya estaba muerto y segundo, lo tenía merecido. Lo que me erizaba los pelos de la nuca era la identidad de mi "salvador".
No había mucho que pudiese decir de él. Salvo que estaba loco y que a pesar de eso tenía que agradecerle, incluso si sus métodos eran demasiado… radicales.
Mientras mis manos se movían solas por toda la cocina en la rutina del desayuno, mi mente voló hacia el encuentro de la noche anterior.
Y una idea bastante peligrosa comenzó a formarse en mi cabeza: Salir a hablar con él.
Me senté en la barra del desayuno y comencé a masticar la tortilla, que no me supo a nada.
Si él quisiera matarme, lo hubiese hecho en aquel mismo momento. Aún así, el maldito tenía modales: Se había tomado la molestia de saludarme y eso lo hacía más amable que una persona promedio.
Aunque había pasado mi vida rodeada de personas con una amabilidad fingida. Ah, si, y cuando mi madre me dejó esa herencia muchas de esas personas quisieron quedarse a mi lado…
Qué lástima que yo no quiero a nadie.
Aún me quedaba suficiente dinero para vivir feliz para siempre. Y "no tener que preocuparse por nada" hace que comencemos a preocuparnos por otras cosas.
Una pequeña fortuna y una enorme soledad eran las cosas que predominaban en mi vida.
—Así que es mejor que vaya a agradecerte, ¿eh?
Removí los hielos en mi vaso vacío y recordé que me había quedado sin té helado. Volvía a la rutina: Ve a la tienda, regresa a casa y mira series japonesas hasta que se ponga el sol. Luego escápate por la ventana…
…y ve a hablar con un hombre que te puede cortar la garganta en menos de tres segundos.
Tragué saliva. Definitivamente no quería perder el pescuezo, pero como siempre, mi aburrimiento era más que mi sentido de la seguridad.
Por eso fue que comencé a salir de noche desde que mi madre estaba viva: Quería vivir la vida, no esperar la muerte.
El sonido de mi teléfono me hizo despegar el trasero de la silla. Rápidamente lo tomé y contesté sin mirar:
—¡Voy para allá! —por el tono de voz y la confianza que se tomaba, adiviné quién era.
—No, no vienes para acá.
—¡Detenme si puedes!
Luego de una fingida y lamentable risa malvada colgó el teléfono.
La única persona que aún no me había dado por loca se apareció en mi casa quince minutos después sosteniendo una caja de pizza y con esa sonrisa tan amplia que no se le borraría ni con ácido.
—Eva.
—Si, es mi nombre. No me digas que se te olvidó. —dijo y sin esperar respuesta, entró a mi casa y dejó la caja de pizza en la mesa.
Ella aún seguía estudiando en la universidad mientras yo me rascaba la barriga el día entero. Desde que mi madre había muerto yo había dejado de estudiar, a pesar de sus insistencias por que yo continuara.
Eva fue en un pasado lo que una persona llamaría una…"mejor amiga". Aunque seguía comportándose como una.
—¿Hoy no tuviste clases? —pregunté.
Ella se llevó un dedo a los labios y me sonrió con complicidad.
—Ya… Viniste como excusa para saltarte la Uni.
—Y también porque quería verte. Estás sola aquí el día entero viendo muñequitos chinos y no sé como sigues flaca.
—Porque no como basura como ésta —señale con el mentón a la pizza que ella comenzaba a rebanar con el cuchillo mezzaluna.
Y además porque salgo a caminar de noche. pero eso no era algo que quisiera contarle y menos después de lo que había pasado la noche anterior.
—Por hoy permítete meterle grasa a tu cuerpo —dijo y me tendió una rebanada de pizza como si fuera una manzana prohibida —Cae en la tentación, tú sabes que quieres…
—Como sea.
Me llevé el trozo de pizza a la boca con la esperanza de que dejara de hacer alboroto, pero ella alzó los brazos y comenzó a hacer un ridículo baile de la victoria.
—Oye…gdacias… —le dije con la boca llena.
—De nada.
—No, por la pizza no. —me senté. —Por venir.
—Ah… De nada pero…¿Pasó algo?
No respondí. Sí que pasaba algo y ese algo era que yo me estaba debatiendo entre ir o no ir a ver a aquel hombre de blanco.
Eva me propuso quedarse ese día en mi casa, quizás porque me vio la cara un poco más decaída que de costumbre. Al menos por esa noche no tendría tiempo de perseguir a mi "salvador" por los callejones.
Fue algo que me alivió pero…¿Qué me garantizaba que estábamos a salvo?
Mientras avanzaba el día más rezaba en silencio por la misericordia de aquel hombre. Eva estaba tirada a lo largo de mi cama cambiando el capítulo de la serie que llevábamos el día entero viendo (o más bien criticando) cuando un pensamiento repentino pero contundente me golpeó la cabeza:
"¿Y si estaba esperando para matarme?"
—¿Q-qué hora es? —le pregunté.
—Son las siete nada más… ¿Qué te pasa?
Negué con la cabeza.
—Sólo se me olvidó comprar un poco de té.
Ella pareció tragarse esa mentira, porque se puso de pie y comenzó a buscar sus zapatos.
—No te preocupes, hay una tienda cerca que cierra bastante tarde —terminó de abotonarse el abrigo —yo voy.
—N-no, esper…
—¡Vengo rápido! —comenzó a atarse el cabello.
—Eva…
—¿Si? —dijo ella rápidamente
Era ahora o nunca. Si hablaba probablemente ella entraría en pánico, pero si no lo hacía saldría a esta hora…y si él quería hacernos daño entonces…
Entonces…
—Nada —le respondí —No te demores.
Eva desapareció de la habitación y por primera vez en mi vida me pregunté si estaba haciendo lo correcto. El sonido de la puerta cerrándose era el indicador de que ya no podía echarme atrás en mi decisión.
Me senté sobre la cama y apagué la televisión. Mi cabeza se perdió entre el rítmico sonido del reloj que era un cruel recordatorio. Un recordatorio de que quizás había elegido mal.
Debí haber ido yo a la tienda.
Tengo que morir primero.
Ella no puede morir antes que yo.
Es imposible.
Sentí como pasaban cinco minutos, luego media hora…
Y dieron las ocho en punto. Y luego las ocho y media.
Y luego sequé mis lágrimas con el dorso de la manga.
Me levanté y pegué la cara a la ventana. Las luces de la calle se habían encendido momentos antes. Me encontré a mí misma buscando a aquel hombre de blanco, con la esperanza de no encontrarlo, con la esperanza de que se hubiese marchado la noche anterior…
Con la esperanza de que no pudiera alcanzar a Eva…
No estaba por ningún sitio y eso me aliviaba. Y a la vez me hacía preguntarme… Si nuestro encuentro fue sólo de una noche…¿Por qué estoy viva?
Quizás era una persona amable y yo lo estaba juzgando sólo por haber asesinado a un hombre…(que yo supiera, solo uno)
Sí, tampoco sabía qué tan loco estaba ni qué era lo que quería. Él sólo me saludó con la mano luego de salvarme de un destino lamentable.
Quizás mi mente volvía a esos viejos hábitos de una paranoia causada por el aislamiento.
Eva no volvía...
Y de pronto entre las luces de la calle, creí ver la sombra de alguien.
sólo eres tú…
Cálmate…
Estás paranoica…
El miedo me hizo encogerme en el asiento hasta que tuve que obligarme a moverme. La habitación estaba en penumbra y a mí me daba más miedo encender la luz que permanecer en la oscuridad.
Con mi cuerpo engarrotado, me las arreglé para arrastrarme de vuelta a la cama.
¿Y si él tenía a Eva?
¿Y si él estaba detrás de ella desde un principio y sólo me salvó anoche para garantizar que ella viviera hoy y así tenerla donde quería?
Un impulso súbito de corage me invadió por completo y me levanté para encender la luz.
Todo estaba bien.
Se me escapó un suspiro de alivio y rápidamente me cambié de ropa. Descolgué el abrigo de la percha tras la puerta y me lo coloqué al mismo tiempo que la bufanda.
Abrir la ventana nunca me costó tanto trabajo. Sobre todo porque tenía las manos temblorosas.
Cuando comencé a caminar, los pies me llevaron al sitio más obvio: El callejón.
Aquella callejuela a la que me juré no regresar…¡Ja! A veces yo misma tenía que aplaudirme por ser la persona más estúpida del planeta.
El lugar estaba desierto, como la última vez. Y el cuerpo de aquel hombre que me había atacado había desaparecido.
Me detuve.
—Estás ahí…¿Verdad?
Una risa en voz baja respondió mi pregunta.
No me siento cómodo con la narrativa en este cap, pero en mi defensa diré que se me resistió bastante escribirlo.
No sé si lo notaron, pero la protagonista de esta historia presenta breves episodios de depresión y enajenación mental y eso provoca su apatía la mayor parte del tiempo.
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