Capítulo VII
-¿Y le dijiste que sí? -grita Leiradna.
-Por supuesto que sí. Está recibiendo amenazas de muerte. Eran simples anónimos en el trabajo, pero ya llegaron a su casa. Puede ser cualquiera de los malnacidos maltratadores que están jodidos porque sus mujeres los hayan denunciado gracias a sus consejos. Es lógico que se preocupe y que yo lo haga junto a ella. La revista no va a protegerla.
-¿Y crees que tú si puedes?
-Al menos nos hacemos compañía. Ambos lo necesitamos.
-Sus necesidades a mí no me importan. Tú, en cambio, podías haberme hablado si te sentías tan mal.
-Te estará sonando a capricho -y, de forma retorcida, puedo entenderlo, aunque yo ya tenga 25 años y ella me esté hablando como a un adolescente-, pero no lo es. Son cosas que se han dado. Una alineación de planetas para que ella lo esté pasando mal en su casa y quiera quedarse aquí porque confía en mí, y que yo acepte que se quede porque solo puedo pensar en que me gusta y que ha alejado de mí las pesadillas.
-Pues si esa cualquiera va a vivir aquí, tú y yo nos veremos bastante poco -dice y yo me evado. Respiro hondo el aire puro en el paraíso de mi mente para no responderle de mala manera.
-Te pido un mínimo de respeto que tú no la conoces.
-Ni falta que me hace. Es como la mierda de la psicóloga. Todas iguales que solo quieren alejarte de mí.
-¿Alejarme de ti de qué? ¡Estás delirando!
-Puede ser. Pero con ellas te estás equivocando y más temprano que tarde te darás cuenta -zanja y se marcha.
No puede tomárselo todo tan personal. Ésto no tienen nada que ver con ella. No dijo "no nos veremos más", sino "nos veremos poco", así que piensa regresar. Espero que lo haga y que, ya más calmados, pueda yo decirle cómo me siento y ella logre entenderme. En mi pequeño mundo de relajación mental con montañas y el riachuelo me construyo también una pequeña cabaña en la que cerrar la puerta para que Leiradna no me invada con su mal humor. Puede que ésto con Samara sí sea un capricho y nadie quita que pueda salir mal. Pero es lo más parecido a la ilusión que he sentido en el último año.
Samara llega un rato más tarde con una mochila, una maleta y una maceta mediana. Parece pequeña entre tanto bulto y, a pesar de los nervios, se ve radiante, como siempre. Dejamos todo en la sala y me tiende la maceta.
-Mi abuela solía decir que una casa sin una planta y sin un libro no tiene vida. Libros me he fijado que tienes -señala el librero abarrotado que divide mi "estudio" del resto del salón-, así que aquí tienes la vida que faltaba. Es de luz, así que ¿dónde la pongo? ¿Bajo la ventana o en el balcón?
-Es un regalo tuyo y dado que vas a vivir aquí colócala donde más te guste -elige balcón-. ¿Necesita muchos cuidados? Cuando niño intenté cuidar de un pez para que mis padres me dejaran adoptar un gato, pero el pobre no llegó a las dos semanas. El hamster sí sobrevivió, pero eso fue más mérito de mi madre. Sigue viviendo con ella.
-Tranquilo, Tano, que no es una tomatera. Aunque podríamos tener un pequeño huerto aquí -le busca un lugar a la planta que no es una tomatera y no me dice qué es-. Solo necesita agua 3 veces por semana. Entre tú y yo seremos capaces de cuidarla -te sienta en la baranda y cruza los pies. Yo no podría. No sé qué diablos hago en un tercer piso cuando en el techo de un bajo me mareo. Aun así me acerco a ella-. De todos modos, creo que han mejorado mucho tus capacidades para cuidar de otros seres vivos. Me estás cuidando a mí -se abraza a mi cuello y me da un ligero beso en los labios y a mí se me olvida la altura de aquí a la calle-. Gracias otra vez por permitirme quedarme aquí. Serán solo un par de días hasta que proceda la denuncia.
-No te preocupes por eso. El tiempo que necesites. ¿Tienes alguna idea de quién es?
-Ni gota. Pero la investigación comienza por la revista y ya de ahí a quienes corresponda.
-Te tomarás un tiempo para volver al trabajo, ¿verdad?
-Me sugirieron que tomara vacaciones pero que también podía continuar con mi columna desde casa aunque con menos frecuencia.
-Mejor. Así nos quedamos más tranquilos.
-No sé a dónde hubiera ido de no ser por ti. También llegan los anónimos cuando me quedo en casa de mis padres. Te parecerá una locura con tan poco tiempo que nos conocemos, pero no confío en nadie más.
-¿Qué sería la vida sin locuras? Nos conocimos en una consulta de psicología. No podíamos pretender que ésto fuese normal.
-Cierto es. Ese primer encuentro le da un toque especial a todo ésto.
-Yo pienso que eres tú. Tu vibra y tu forma de andar por el mundo las que aderezan un poco la anodina rutina de alguien como yo.
-No existe ese alguien como tú. Eres tú. Y yo muy contenta de, ¿cómo dijiste?, aderezarte la rutina -se ríe y ahora me suena ridículo mi intento de hacerla sentir a gusto. Me separo y ella baja de un salto.
-No te burles -protesto y solo consigo que se ría más fuerte.
-Aderezarte -carcajea y se sujeta la barriga-, ¿de dónde sacaste eso, editor?
-Vamos a instalarte -entro al salón y Samara me sigue.
-Venga, no te enfades. Prueba un poco de aderezo -me besa.
Pasamos el resto de la tarde entre pláticas, sexo y maletas. La carne que preparamos para la comida se nos quema.
-De todos modos, nunca me ha gustado poco hecha -dice Samara.
Le dimos una oportunidad igualmente pero no hubo manera así que pedimos una pizza.
Tincamos la anilla de una lata de refresco. Samara gana y me reta a abrirle al pizzero en calzones y sacarme el dinero exacto del paquete. Soy buen perdedor para desgracia del pobre repartidor y cumplo lo acordado entre risas. Debo andarme con ojo. Ella es muy buena para ésto.
Compartimos ducha y mientras la observo secarse el cabello caigo en cuenta que no he vuelto a visitar el lugar feliz de mi mente. Quizás ella, sus pecas, su contoneo al caminar y su forma de reír iluminando una habitación entera sean mi lugar feliz en la realidad.
-¿Qué pasa? -me descubre mirándola pero no aparto la vista.
-Nada. Pensaba.
-A la compi de piso no se le ocultan cosas.
-Te miro y sonrío. ¿No puedo?
-Claro que puedes. Siempre que sonrías puedes mirarme cuanto quieras -se mete en la cama y yo tras ella-. Tano, llámame quisquillosa, pero ¿podríamos quitar esa silla de ahí?
-¿Qué le pasa?
-Si dejas una silla vacía en tu dormitorio estás invitando a los fantasmas a que te vean dormir.
-Para lo que yo duermo -hago el chiste fácil, pero a Samara no le hace gracia y se me congela la sonrisa en su sitio. Demasiado pronto-. Por eso tiene ropa, no está vacía.
-¿Y la ropa no tiene su propio lugar en el armario?
-No. No está sucia ni limpia. Pertenece al limbo de la silla.
-Vale, pero si algo me hala los pies en la noche te despertaré para que te hagas cargo.
-Tranquila -la cubro con todo mi cuerpo y le arranco un gemido al besarle en cuello-, yo te protegeré.
No solo de los monstruos de la noche, sino de las maldades del día a día, pero eso no se lo especifico. No quiero que recuerde las cosas desagradables que la han traído a mis brazos hoy. Quiero solo que se quede con esa promesa. Aunque por la forma que me mira siento que sabe a todo lo que me refiero con esas palabras.
Nada toca nuestros pies durante la noche. Nada perturba nuestro descanso. Nos entregamos luego del sexo a un sueño profundo protegido por un campo de fuerza con olor a vainilla que no puede atravesar ninguna criatura con intenciones de matarme. Otra noche que duermo del tirón.
Mañana sí tendré algo nuevo que contarle a la doctora Villalba.
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