Capítulo VI

-¡No solo quedaste con una fulana cuando te dije que era una pésima idea sino que te acostaste con ella esa misma noche y encima estás ilusionado y dices que la quieres volver a ver! -me grita Leiradna cuando le cuento cómo me fue la noche anterior.

-Podría experimentar ahora mismo un deja vu de cuando tenía quince años pero mi madre nunca se preocupó tanto por mi vida sexual como tú lo haces -llevo par de minutos mentalmente sentado con los pies dentro del riachuelo para relajarme, pero parece no hacer efecto-. Y sí, estoy ilusionado. Quizás porque no tuve pesadillas por una noche o por el tiempo que hacía que una chica no me gustaba o por cualquier otra cosa que aún no sé, pero lo estoy.

-Yo te conozco más de lo que te conoce tu madre y te puedo ayudar más de lo que podría esa tipa, pero no me dejas. Pareciera que lo haces solo por llevarme la contraria -sus conclusiones me parecen tan descabelladas que tengo que tomarme un tiempo decidiendo cómo empezar a rebatirle. Definitivamente las colinas y el cantar de las aves en mi mente no están ayudando. Puede que sí, y que de no ser por ese paisaje yo tuviese un temperamento un poco más fuerte.

-Cualquiera que te escucha. ¿Sabes qué pasa? Que me encanta hablar contigo, de verdad, pero haciéndolo no olvido lo que me pasa porque siempre hablamos de lo mismo. Con Samara tambíen hablo de mis problemas pero no los vuelve la gran cosa y eso me agrada. No es como si dependiera de ellos para gustarle. Bastante que yo solito los gigantizo como para que venga alguien más y me los multiplique -bajo el tono luego de una pausa. No quiero gritarle pero tampoco quiero permitirle que me siga haciendo sentir de esta manera-. Y parece que sin las pesadillas o sin estar echo una mierda no tendrías ningún interés en mí. Hemos hablado casi todos los días desde que nos conocimos, hará de esto un año más o menos, pero sé muy poco sobre ti. No hablas de tu familia, de dónde creciste, de nada de tu pasado.

-Lo que ves es lo que hay. No le des muchas vueltas.

-Me gustaría conocer más esa parte de ti -no recuerdo haber rumiado esto lo bastante con anterioridad pero Leiradna no debería ser un apoyo para mí cuando yo ni siquiera sé si necesita que lo sea para ella. Y no me parece justo que su forma de necesitarme sea mantenerme echo una mierda para así que nuestra relación se base solo en lo que ella es para mí.

-Me conoces más de lo que a los dos nos conviene.

-Ya... si tú lo dices... pero...

-Quizás algún día -me corta-. Ahora no tenemos porqué hablar de ésto.

-¿Entonces cuándo? -retomo la defensiva. Ya se esfumaron las colinas y el riachuelo-. ¿De qué quieres hablarme? ¿De la criatura de mis sueños? ¿De mi posible muerte? ¿De las múltiples formas que tengo para suicidarme? ¿De la mierda de vida que tengo actualmente? Ya te hablé de Samara y anoche no hubo pesadillas. Si no te puedes alegrar por mí y hablar de cualquier cosa, no tengo más nada que contarte -realmente quisiera habalarle de lo que me ocurrió esta mañana con el espejo pero no alimentaré sus paranoias ni daré pie a conversaciones que no quiero tener.

-Si así lo quieres... me voy entonces.

-No quiero que te vayas. Solo no estoy de acuerdo cómo llevas esta amistad.

-Y yo no estoy de acuerdo en lo que te está convirtiendo esa nueva chica tan solo en dos días.

Prefiero no responder así que la dejo con sus cervezas y me pongo a editar una antología de cuentos de uno de mis escritores fijos. El silencio debe ser bastante incómodo para Leiradna porque al poco tiempo se va dando un sonoro portazo. Dos pisos más abajo deben haber sentido su enojo.

Yo no tengo culpa de que no apruebe ésto. No es quién para aprobarlo tampoco. Estoy a gusto y eso es lo que importa. Bastante me reprimo por no llamar ahora mismo a Samara para volver a quedar. Sería demasiado desesperado puesto que nos vimos esta mañana. Seguro tiene su vida y no piensa que algo de una noche llegue a más. Pero, ¿para qué me dejó su número entonces? Está esperando que la llame. Pero, ¿hoy? No tiene por qué ser hoy. Pero, ¿por qué no? Ella es libre de negarse si no quiere verme.

Pienso en la noche, en la muerte, en el descanzo. Yo sí quiero verla.

Así que le escribo un mensaje:

¿Te apetece vernos en la tarde?

Recojo las botellas vacías de cerveza mientras espero la respuesta. ¿En qué momento Leiradna bebió tanto? Intento concentrarme en la corrección de la antología pero no paro de mirar el movil. Hasta que llega su respuesta:

Costa 70. 6pm. Pd: lleva una cámara.

Luego de cuatro horas matando el tiempo en casa llego al lugar de la cita. Oteo la costa. No hay rastro de Samara. Miro el reloj. Faltan 12 para las 6. Me siento en el banco libre más próximo a la orilla y me fumo un cigarro observando las olas romperse una y otra vez, conformes con su destino de morir siempre en el mismo sitio.

-¿Sabías que en los parques infantiles es donde se pueden encontrar más pedófilos y psicópatas? -Samara se sienta a mi lado.

-Tiene lógica, pero es espeluznante -miro en derredor, alerta, como si pudiese descubrir a pedófilos y psicópatas con solo un ligero vistazo. Ella nota mi incomodidad, coloca suavemente su mano en mi barbilla para detener mi cabeza y me da un ligero beso en los labios. Buen comienzo de cita. Puede que ella tampoco quiera que yo me quede solo como una noche.

-Casi tan espeluznante como que en el oeste africano haya tribus que juegan futbol con cabezas humanas.

-¿Y tú sabes todo esto por...? -pregunto.

-Odio iniciar una conversación con el típico "hola, ¿qué tal? A partir de ahí se crea un diálogo preestablecido que da pie a silencios incómodos, a mentiras sobre el estado de la persona y restringe la creatividad. Yo te lanzo una curiosidad que crea un tema de conversación aleatorio. Es espontáneo. Nunca te dará tiempo a preparar qué decirme porque nunca sabrás con qué puedo salir. Y que de algo me tiene que servir recordar todos esos datos.

-Me llama mucho la atención tu filosofía de vida -confieso.

-Te he traido aquí para que conozcas algo más de mí. ¿Trajiste la cámara y el bolígrafo?

-La cámara sí. Nunca dijiste nada de un bolígrafo.

-¿En serio no lo escribi? -niego con la cabeza-. Bueno, no importa. Yo tengo aquí -de su bolso saca una carpeta, una cámara y un par de bolígrafos-. ¿Negro o azul?

-Da igual. Azul -resuelvo.

-Mejor, porque yo prefiero tomar notas con el boli negro. Te explico lo que vamos a hacer. Fotografiaremos el atardecer y escribiremos frases propias que nos vengan a la mente. Todo independiente el uno del otro. Cuando nos abandone el último rayo de sol reuniremos todas las fotos y todo lo que hayamos escrito y decidiremos favoritos.

-¿Esto lo haces con frecuencia?

-Cada que puedo. Es de mis actividades preferidas. Los atardeceres son sagrados. Unen todo lo mundano existente bajo la luz del sol con la magia de la noche. Quizás algún día tenga la suerte de fotografiar un portal hacia otro mundo.

-¿Eso no es a las 3:33 de la mañana?

-Esa es la hora del terror. Pero deben haber más mundos que nada tengan que ver con lo fantasmagórico. Empecemos ya, que perderemos el sol -saca una hoja de la carpeta, me deja el bolígrafo azul y camina lo más cerca del mar que las rocas le permiten.

Yo, en cambio, juego con la incidencia de las luces del atardecer sobre los objetivos en lugar de fotografiarlo directamente. Siempre me ha gustado la fotografía. Expuse algunas junto a otros estudiantes en la universidad. Nunca ha dejado de ser solo un pasatiempo, pero este año no he tenido cabeza para mis pasatiempos. Había olvidado lo bien que se siente capturar un instante y miro a quien me lo ha recordado. Tan parte de este mundo y tan fuera de él. Parece que el sol se despide solo de ella y se apena por tener que dejársela a la luna. Debería sentir envidia de que Samara brille más que él. Ella es su propio rayo de sol. Mi rayo de sol. Mi atrapapesadillas. Enfoco la cámara en ella y me quedo con cada uno de sus movimientos: mientras tira fotos, mientras las olas la celebran y el viento alborota su cabello, mientras escribe, un momento en que me mira y sonríe y otro en el que me saca la lengua con gesto infantil.

Escribo con lo que quiero quedarme de esta tarde, algo para ella, algo que pueda impresionarla, que sepa que me lo he tomado en serio. Lo releo. Lo reescribo. Lleno la hoja de tachones. Así hasta que cae la noche y quedo conforme con el resultado.

-¿Que enseñamos primero? ¿Frases o fotos? -me pregunta.

No sé cuáles me dan más vergüenza. Ambas hablan de ella.

-Lo que tú quieras.

Samara se rasca los bolsillos y saca una moneda.

-Cara, frases. Cruz, fotos.

Fotos.

Ella me muestra sus fotos del mar, de las rocas, de las nubes, de una concha sobre una roca con el horizonte de fondo que sin duda es mi favorita. Yo le muestro mis fotos de ella con el horizonte de fondo, de ella con la cámara apuntando hacia las nubes, de ella caminando sobre las rocas, de ella agachada escribiendo mientras una ola la salpica, que dice es su favorita.

Es también ella la primera en mostrar las frases. Ha llenado una hoja pero solo decide enseñarme una:

"Lanzo al viento un suspiro tan inútil como la ola que nace solo para morir y mi reclamo se pierde escondido en los riscos, esperando por tus noches."

Yo le leo en voz alta las mías:

"Una ola suicida te ha saludado: instante pleno antes de romperse."

"Abraza al atardecer. El sol no merece irse sin ver al rayo que deja en la tierra."

-Me encantan -confieza en un susurro e intenta ocultar de mí sus ojos llorosos con un abrazo. Yo sonrío y solo atino a besarla.

-Podríamos hacer esto juntos otra vez -le propongo.

-Sí. Una o dos veces por semana.

-La próxima vez quizás saquemos un cadáver exquisito -disfruto ver en ella la misma expresión con la que yo me quedo cada que me aborda con uno de sus ¿sabías qué?

-¿Y eso qué es?

-Parecido a ésto. Escribes algo en una hoja y debes doblarla para que yo no lo vea. Luego yo escribo otro verso sin conocer el de arriba y también te lo oculto. Así hasta llegar al final, cuando descubrimos el poema que conformamos juntos sin conocer lo que el otro había escrito.

-Suena interesante. ¡Me gusta mucho la idea! -dice emocionada-. Pueden salir cosas muy locas de ahí.

-Contigo, confío en que así sea. Eres una nefelibata. Me decepcionaría si tus versos fuesen mediocres.

-Tampoco sé lo que significa nefelibata pero suena hermoso.

-Se refiere a alguien que vive en las nubes, en la imaginación, en sueños.

-Pues me encanta. Lo pondré en mi tarjeta de presentación -me río.

-¿Tienes una tarjeta de presentación?

-No -confiesa-, pero gracias a ti me haré una solo para describirme de esa manera. ¿Qué te parece "consejera nefelibata y futura psicóloga"?

-Creo que son términos opuestos pero es tu tarjeta y tú le escribes lo que te apetezca -ella ríe y apoya su cabeza en mi hombro, mirando al mar. Ya ha oscurecido por completo-. Gracias a ti por permitirme usar esa palabra. No había conocido a quien le encajara hasta ahora.

Samara deja el banco para sentarse sobre mis piernas y rodea mi cuello con sus brazos. Las luces de las bombillas no son nada comparadas con todo el esplendor del atardecer, pero sigue siendo guapísima.

-Es un estupendo halago -me besa y todo mi cuerpo la reconoce-. "Yo no quiero realismo. Yo quiero magia." Lo dice Blanche en Un tranvía llamado deseo -enarco una ceja.

-¿Lees teatro? -me sorprende que no me sorprenda del todo. Con Samara lo único seguro es... aún no sé... debo averiguarlo.

-No exactamente. Fui a ver esa obra y me enamoré de ella. Así conocí a Tennesse Williams y he leído su obra. Blanche sigue siendo mi personaje favorito y esa frase significa mucho para mí. Me representa.

-¿Tambien crees que el encanto de una mujer es mitad ilusión? -No soy fan de Tennesse Williams pero conozco la obra.

-Sobre todo eso. ¿Qué encanto tendría alguien como yo si dependiera solo de su realidad?

No entiendo por qué lo dice pero, a juzgar por su semblante, no quiere aclarármelo ahora, así que no indago. Confío en que me lo cuente en algún momento.

Momento que puede ser esta noche camino a mi casa, o cenando, o en una charla postorgásmica, o entre tanto guardamos las fotos de hoy en la laptop, o en medio de la madrugada antes de volver a follar, o a la mañana siguiente antes de irse. Pero no pasa. Aun así no me quejo. Espero descubrir de a poco en qué radica la otra mitad de su encanto, qué oculta tras esa realidad que me niega.

Segunda noche con Samara. Segunda noche sin rastros de pesadillas. Segunda noche de descanso pleno. Se me nota en la piel, en los gestos, en el habla, en la sonrisa. Con Samara no se puede dejar de sonreir. Alguien como ella no merece una mala cara. No tiene idea del bien que me hace. O de cuánto me incomoda dejarla ir sin saber cuándo la volveré a ver.

En esta ocasión no soy yo quien la busca. Planeaba volver a escribirle, volver a quedar, un plan propuesto por mí esta vez, pero ella regresa a mí más rápido de lo que esperaba. Rompe el hastío de la tarde sin ella al tocar la puerta de mi casa, angustiada, buscando refugio.

-¿Estoy recibiendo amenazas de muerte. ¿Podría quedarme un tiempo aquí?

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