13 | Prófugos


Cuando llego a su intentado, me dirijo hacia la puerta del muro y en el camino veo la cantidad de carros estacionados con uniformidad. 

—¿De dónde salieron tantos carros? —cuestiono a Bash, que está del otro lado del muro.

—Bajaron por una luz azul de una nave espacial.

—¿Como las vacas?

—Y casi me llevan, pero les dije que tengo una misión aquí.

—¿Solo te dejaron libre? —Alzo una ceja. 

—Habilidades de convencimiento innatas —Forma un intervalo de pausa—. Y también hay una conferencia de padres.

—¿Tus padres están allí?

—Ellos no vienen a las reuniones.

Bash apenas habla de su familia, imagino que pasa los fines de semana con ellos, aunque en su mayoría mi imaginación tiende a rellenar los vacíos con peculiaridad: sus padres están de viaje en alguna exótica ciudad para visitar a amigos del doctorado, Bash es en realidad un fugitivo y todos somos engranajes de su siniestro plan, su familia entera es parte de la mafia y nos mueven como peones, y así sucesivamente.

—Nunca hablas de ti. Bueno, sí, siempre hablas de ti —Ruedo los ojos, divertido—. No de tu familia.

—Mi familia es... diferente.

¿Diferente nivel Los Locos Adams? ¿O diferente nivel Las Cinco Familias?

Quiero preguntarle, no eso con exactitud, tal vez si de algún modo puedo ayudar, quizá escuchando. En ese momento atraviesa la pequeña puerta, y ahora está justo frente a mí, de manera que no logro emitir sonido alguno. 

Casi había olvidado su aspecto. Es más alto, más elegante, más atractivo, me hace sentir francamente intimidado, por no mencionar lo bien que le queda ese uniforme, el pantalón gris algo ajustado, los bordes de la camisa rebelándose bajo el blazer azul y las mangas dobladas hasta los codos.

No estoy seguro de qué hacer con todo eso en mi cerebro. A ver, obvio que lo noto, no soy ciego.

O sea, si soy ciego, ¡pero estoy con mis gafas!

En fin, aquí la verdadera cuestión es por qué ha atravesado la puerta.

—¿Qué haces? —Aparentemente uno no se queda sin habla nada más por alguien.

—Te mostraré algo, ven.

No me gusta la idea de ir a otra parte. Me gusta estar aquí, con un muro de separación.

—Que vengas, Will.

—Deberíamos quedarnos.

—Ven, no te estoy llevando a tu muerte, es el estacionamiento.

—En el estacionamiento puede estar mi muerte.

—Si mueres hoy, habrás tenido una gran noche conmigo, en serio.

—¿Siempre estás intentando persuadir a la gente?

—¿Es retórico?

Se me pasa por la cabeza decirle que no iré con él a ningún lado, saborear la satisfacción de negarle algo y ver su expresión; no lo hago porque me intriga lo que pasará.

Camina delante mío y lo sigo por detrás.

Hay algo en su forma de caminar. Como si lo hiciera sobre el mar, como si él no caminara, como si las olas lo llevaran, con esa incertidumbre de estar presenciando un fenómeno fuera de serie. Da pasos largos con la seguridad de que incluso una hormiga estará a su nivel con el objetivo de ver lo que tiene por enseñarle.

Nos acercamos al estacionamiento, todos los espacios están ocupados y los coches lucen de exposición. Me sonríe y en el acto abre una de las puertas de los carros, ¡la abre!

O se ha vuelto completamente loco, o quiere volverme completamente loco.

—¿Qué haces? —Miro a mi alrededor con nerviosismo.

—No los bloquean.

Me acabo de dar cuenta, ¿qué le pasa a la gente hoy en día?

Bash abre la puerta del que está delante sin haber cerrado el primer carro.

—Se supone que es un lugar seguro. Deja de abrirlos —le regaño.

No hace caso a mis palabras y a continuación se mete en el asiento del piloto, se estira un poco, y juro que, si logra encenderlo con uno de esos trucos de cables, me voy, lo dejo y llamo a la policía. Sin embargo, sale con una bolsita de gomitas en la mano, saca una y se la mete en la boca mirándome; me tiende la bolsa.

Como si el hecho de que me invite unas gomitas robadas lo eximiera de su total falta de criterio. Lamentablemente, para mi poca moral, me saco una y me lo como, no le diré que no a una golosina.

—¿Es normal para ti entrar en carros ajenos?

—Algunas cosas simplemente son divertidas —dice empujando la puerta—. Y tengo una hipótesis.

—Esto no tiene nada que ver con la investigación —señalo—. Solo te gusta romper las reglas.

—La gente lleva consigo toda clase de mierdas, sin importar si es gente rica —comenta.

—¿Cuál es el plan si alguien nos ve o si suena una alarma?

—El plan es negar la posibilidad de que algo así pase. No estés nervioso.

Porque si te dicen que no estés nervioso en automático dejas de estarlo.

Soy la suma de nerviosismo, estrés, inestabilidad, inseguridad y confusión mental. No puedes restar algo ya que dejo de ser yo.

Trago saliva, estoy nervioso y lo estoy por ambos, porque él está inmutable; no, inmutable no, está divirtiéndose abriendo y cerrando puertas al azar.

Evalúo mis posibilidades de terminar en la cárcel mediante una lista mental. Cuando Bash cierra la quinta puerta, tengo por lo menos veinte situaciones en las que termino en un juzgado y diez en las que escapo del país. Y no son mutuamente excluyentes.

No me puedo creer que esté robando unos carros de gente rica. ¿Se considera robar? No estaban bloqueados y lo único que desapareció es una bolsa de gomitas pasadas, la que me comí sabía horrible.

Sin duda nunca sabes lo que te espera hasta que ya no hay espera.

¿Qué?

De seguro la advertencia estaba escrita en el manual de los diecisiete que nunca me llegó.

Los adultos no hablan sobre esto al contarte de sus maravillosos años, tienen cierta reputación que cuidar, a nadie le gustaría quedar como un delincuente frente a sus hijos.

—¿Llevas mucho siendo parte de la mafia de coches? —inquiero mientras escondo las manos en los bolsillos de mi polera, nunca sé qué hacer con las manos; considero que los bolsillos son el mejor invento de la humanidad.

—No quieres saber más de lo que necesitas, en un juzgado la ignorancia te puede salvar.

—¿Se supone que eso debe hacerme sentir mejor? Porque estás consiguiendo el efecto contrario. —Me froto las palmas de las manos en los vaqueros, estoy empezando a sudar fuera de lo normal.

—Lo hago desde que descubrí que podía hacerlo, las conferencias de padres son la ocasión perfecta. He visto todo tipo de cosas, vinos milenarios, joyas, un cuadro de arte de un desnudo, un torso de cerámica... Me gusta embarrarlo con mis huellas digitales con la esperanza de ser buscado por la justicia y ser un prófugo. Sería la experiencia de mi vida.

No sé si habla en serio. Nunca sé si habla en serio.

—¿Quieres ser un prófugo de la justicia? —dudo. 

—Seámoslo juntos. —Me sonríe, y durante un instante siento que cruzamos un halo de luz.

En definitiva no habla en serio.

—¿Solo abres puertas y ves lo que hay adentro?

—Como te dije, es parte de mi investigación —Se acerca a una de las puertas, y antes de abrirla se detiene—. Tiene alarma, hay una luz azul parpadeando —explica y sigue caminando—. La última conferencia dejé todas las puertas abiertas y me escondí para ver cómo reaccionaban, deduzco que eso no les hizo aprender la lección.

Dobla a la izquierda, muy indiferente ante la idea de que alguien nos pueda descubrir.

—¿Cómo reaccionaron?

—Como locos, verificando si les habían robado algo.

—¿Y las cámaras?

—Por allá. —Apunta un poste detrás de mí, hay una cámara en la punta.

—¡Estamos siendo grabados!

—Sonríe.

—No es broma —replico.

—Supongo que no funcionan y solo están allí para asustar o dar seguridad.

—¿Supones?

—Sigo aquí, ¿no?

—A este paso vas a conseguir que te expulsen —digo.

—Nah, no se librarán de mí.

—¿Por qué eso ha sonado a amenaza?

—¡Un clásico Mustang! —Es un grito más bien infantil, cosa que no me creo que haya salido de él. Rodea el Mustang con la boca ligeramente abierta—. Alguien se lo debió comprar recién, nunca lo vi por aquí. Es hermoso.

Es un Mustang rojo con unos testículos muy realistas prendidos del parachoques, hermoso es una definición cuestionable.

Se dispone a abrir la puerta y zambullirse dentro de la felicidad, pero está bloqueado.

—¡Tiene que ser una broma!

En efecto, Bash no puede evitarlo y se sube al armazón superior.

Siento los extremos de mi boca contraerse hacia arriba. ¿Cómo puede ser tan resuelto?

—¿Qué estás haciendo? —interpelo, esperando sonar serio, en realidad es divertido—. No seas tonto.

—El mundo es tonto, ¿por qué no podemos serlo también?

Me da risa, no es lo que dice, sino la forma en la que lo dice, lo suelta con tanta cordura que unos marcianos usarían lo que alega como evidencia científica.

—Además —agrega tendiéndose con la vista hacia las estrellas—, el cielo está despejado, ¿no subes?

Casi puedo visualizar la negativa haciendo eco en mi cabeza, casi puedo oírla en un megáfono, casi se me desliza hasta la punta de la lengua.

Casi.

Son las estrellas y una vista directa sin dolores de cuello. No voy a decirle no a eso.

Subo encima del auto y me echo a su lado. La luz plateada de las estrellas se abre paso entre las copas de árboles, es toda una campiña de estrellas, hay tantas que la violencia de la noche queda menos sombría. Me gusta creer que ocultan mensajes o repuestas, no solo más preguntas, que las constelaciones trazan un mapa o una revelación. 

El silencio que nos rodea es absoluto y estridente, a excepción de nuestras respiraciones. A tan pocos centímetros de Bash, percibo su desodorante o su colonia, con una mezcla de jabón, musgo, bosque... Uf, ahora mi corazón está luchando por mantener la sangre bombeando y repartirla sin fallar.

El olor de los chicos es increíble, también soy un chico, aunque no sé si tengo ese olor, creo que no huelo a nada más que enjuague de ropa.

—¿En qué piensas? —me pregunta.

Aprieto los dientes; no puedo divagar sobre el olor de Bash, no debo ni pensar en él.

—En todo.

—No se puede pensar en todo.

—Yo sí.

—¿No es mucho? Si te la pasas pensando quitas espacio para consumarlo —su tono no es acusatorio, es más una observación. Vuelve la cabeza para mirarme.

—No puedo desactivar mis neuronas.

Es horrible sobreanalizar cada detalle, me pierdo el presente y me voy por las ramas, desenfoco todo. Mi mente se dispersa.

—¿Una pista de tus pensamientos?

Sí, claro, me muero por decírselo, por ver su reacción y ahuyentarlo.

—Son privados.

Bash sonríe, me pregunto si es así con todo el mundo, tan... él. Tiene una sonrisa contagiosa y de improvisto es casi como si lo estuviera viendo por primera vez, como si lo estuviera viendo de verdad, hace que lo que lo rodea se opaque en comparación. Sin darme cuenta sonrío con él, y me pongo a pensar en cómo sería besarle. Besarle a él. Besar su boca. A él. ¡A Bash! Es un paradigma nada convencional de mi parte, nunca he besado a nadie. Sus labios están entreabiertos y acaba de humedecerlos con la lengua, y es nuevo, muy muy nuevo. La cuestión de besar. De besarlo. Cada partícula de mi cuerpo se contrae de puro pavor.

—¿No es increíble?

Por supuesto que es increíble nunca había pensado en besarte, idiota.

Ah, espera, se refiere a las estrellas. Retorno la cabeza hacia el frente.

—Pues sí —respondo.

Voy a simular que mis últimos pensamientos se salieron de carril; desde luego no me refería a literalmente besarlo.

—Entonces no es tonto.

Él no parece darse cuenta de nada, menos mal.

—Sí lo es.

—¿Ambos? ¿Tonto e increíble?

Su nombre y apellido.

Un momento, ni siquiera sé su apellido y con certeza no es el anterior.

—¿Te das cuenta de que hasta ahora no sé tu apellido?

—¿Es necesario saberlo?

—No, pero...

—Salinger.

—Bash Salinger —por alguna razón necesitaba decirlo en voz alta.

—En realidad es Sebastian, con acento en la a, sin tilde. Tuve que presentarme así durante toda la primaria.

—Sebastian.

—Sí.

—¿En qué piensas tú? —le pregunto.

—Pensaba en cómo la gente olvida quiénes son y lo reemplazan por lo que tienen pensando que los define como seres humanos.

A veces Bash hace eso, soltar cosas inteligentes como si fueran un chiste.

Y yo soy el que piensa mucho. Ja.

—Como sus autos —opino. 

—O sus torsos de cerámica y retratos de sí mismos que llevan en sus autos. Me deprime un poco.

—Como si no tuvieran espacio en sus mansiones.

—Como si tuvieran algo que demostrar.

Sus ojos dispares están dilatados para ver en la oscuridad y el silencio se concreta. Están aquellos silencios incómodos y estos en los que permanecería intacto por una eternidad.

Creo que nos pudimos haber solidificado de no ser por un grito agitado que nos obliga a levantarnos.

—¡Oigan, niños! ¡Niños! ¿Qué hacen allá arriba? ¡Es mi auto!

—¡Mierda! —profiere Bash.

Saltamos del Mustang y nos echamos a correr como un par de prófugos hacia la oscuridad, dejando detrás de nosotros a un malhumorado señor.

...

Hola de nuevoo ฅ^•ﻌ•^ฅ

¿Qué les parece la historia hasta ahora? ¿Quién parece candidato para su personaje favorito? 

¡Confieso que el siguiente capítulo es de mis preferidos!

No olvides votar, tu apoyo tiene mucho valor. 


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