12 | Cambios

Es sábado, estuve en la biblioteca por la mañana y al regresar a casa diviso a James en el sofá de nuestra sala, está sentado con la espalda tiesa. No es raro que esté aquí, lo raro es que esté tenso en una escala nunca antes permitida por él. Se me ocurre que lo sabe, que lo sabe todo. Sabe que me gusta y ha venido a hablar.

Me preparo para alguna mentira, puedo decirle que fui poseído por algún fantasma maligno de los flechazos, el zombi de Cupido, o que mi cerebro fue carcomido por un gusano, yo qué sé. Sin embargo, al instante en que tengo una perspectiva total, mis dudas se aclaran.

Hay un hombre de espaldas en el sofá de enfrente que se da la vuelta y me congelo.

No lo esperaba.

—Will, cariño. —Mamá también está ahí.

—¿Qué es esto? —demando; siento mi garganta cerrarse, mis pulmones quedarse vacíos.

—Tu papá vino de visita.

Arthur Carter. Sí, sí, el individuo que me pasó su ADN. Me he dado cuenta.

Él se pone de pie en un movimiento. Mis ojos siguen paralizados en su figura, no miran lo mayor que está, ni la sonrisa vaga que ya le cuesta algunas arrugas. Observan hacia adentro, hacia atrás, observan los recuerdos. Mi papá era un recuerdo, ahora está allí, materializado.

Me inunda una ola de miedo. Él era más que un recuerdo, era todos los gritos que se quedaron atorados en mi garganta, todas las preguntas que no pude hacerle, las explicaciones que nunca recibí, el llanto que guardé, la infancia que no tuve.

Era mucho más que un recuerdo.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto a James, también a Arthur, aunque no quiero dirigirme a él. Y puede que la pregunta haya sonado muy áspera, creo que quiero enfadarme con alguien, no con mi papá porque entonces le daría importancia que no amerita. Qué desastre de pensamientos.

—Pensé que estarías aquí —manifiesta James con un tono tan suave—, quería que salgamos, me quedé mientras te esperaba y llegó, bueno, tu papá.

—Increíble —refunfuño, reúno toda la furia que puedo para dar media vuelta y volver a salir.

¿A dónde va uno cuando no quiere estar en ninguna parte? Ojalá pudiera meterme en el bolsillo de un viajero, estar en todos lados, escapar a diversos lugares, enteramente bajo la seguridad del bolsillo.

Esto es surrealista, una cosa es escuchar sobre él; otra, es verlo sentado en la sala, como si, como si, ¡ugh!

Desearía gritar, desearía que fuera normal gritar a un padre sin verse como un maleducado o sin recibir regaños, desearía desahogarme sin tener que preocuparme por hacer sentir mal a alguien o verme desagradecido o inhumano.

Levanto los ojos al cielo, está nublado, comienza a hacer frío, ese frío que congela, derrumba, esa lluvia interior. No me está gustando.

—¡Will! —James me alcanza.

—Regresa, quiero pensar un rato.

—No puedes enfadarte conmigo —Se inclina hacia mí y me da un toque con el hombro—, vine en el momento equivocado.

—No estoy enfadado contigo—repongo.

—Ya, solo enfadado en el perímetro.

Sonrío, a mi pesar.

—Tú me seguiste —evidencio.

—¿Vamos a mi casa?

Su casa, donde todo es tranquilo y sin problemas familiares.

—Lo siento, no, no creo. Quiero dar una vuelta.

James sabe que exclusivamente me permito caer ante él. Conoce la versión entera de mi historia, de cómo mi papá se fue, incluso vivió algunas escenas conmigo; aun así, no es mi tema favorito, siempre escapo al intuir que la conversación parece ir en ese rumbo; los extremos afilados son peligrosos.

—Deberían hablar —recomienda. 

—Lo sé, ya lo sé —Me quedo en silencio—. Sabes lo que hizo, y lo perdono, es solo que no sé si soy capaz de sentarme junto a él y tener una agradable charla de su nueva familia.

—Eso no suena a perdonar, si lo perdonas es con todo, ¿no crees?

Estoy dividido, como los polos que se repelen en un imán. Parte de mí lo ha perdonado, estoy seguro, pero la parte opuesta quiere un perdón silencioso y alejado, sin hablar, sin arruinarnos más la vida; y en el medio, en este increíble espacio entre las dos partes que no se unen, está este magnetismo que lucha por mantenerlas separadas.

—Tampoco es que pueda olvidar las noches que venía ebrio a destrozar todo —declaro. 

Si yo me fiara de lo que guardo en mi memoria, es una garantía que por aquellos días Arthur era de esos que aparecían proyectando llamas eléctricas, que llegaba como aterrizando de un viaje en tornado y hundía la casa en gritos. El lobo del cuento.

Es lo bueno de los recuerdos, no importa cómo, ni dónde, ni hace cuánto hayan sucedido, los recuerdas como los recuerdas, no necesariamente como pasaron.

No es que desee que hubiera sido así realmente, aunque lo prefiero como está. Esa es la imagen que tengo de mi papá, no quiero invertirla porque si él vuelve a cambiar, tendré que batallar con eso de nuevo.

—Las personas hacemos cosas buenas y malas —tantea James—, cometemos errores, y asimismo cambiamos; necesitamos oportunidades para demostrarlo.

—¿Cuánto tiempo has estado con él?

—¿Qué?

—En mi sala. Quiero saber cuánto tiempo le tomó meterte ideas en la cabeza.

—No hemos hablado.

—¿Lo conoces recién hoy día y crees que puedes darme estos consejos?

—Lo conozco desde los seis, lo sabes. Vi por lo que pasaron.

—Con mayor razón deberías apoyarme.

—¡Si yo te apoyo! Lo único que pienso es que deberías hablar con él. Es tu papá.

Y eso es suficiente para darme cuenta de lo diferentes que son nuestras familias. James cree que es justificación hecha y derecha un lazo de parentesco. 

No digo nada más, ¿no lo dije antes? Quiero enfadarme con alguien, lo que pasa es que James no merece mi enfado. 

Me dirijo de regreso a casa.

Mamá y papá hablan entre susurros cuando llego; ella tiene este semblante que adquiere al hablar con algún personal de servicio especialmente maleducado, algo como: «estoy consideradamente indignada por tu existencia, pero voy a ser el adulto por ambos».

—Aquí estoy —enuncio parado delante de ambos—. Antes de que digan nada, cualquiera de los dos, quiero que sepan que soy lo bastante mayor para la historia completa.

Es lo menos que me deben.

...

Después de practicar la técnica para estacionar, estoy agotado, mi mamá lo hace ver tan fácil, solo el volante a la izquierda, luego solo a la derecha, luego solo retrocede, luego solo avanza, luego de nuevo el volante hacia aquí... ¡Qué estrés!

Apago el motor y la veo afuera fumando. En ocasiones fuma; nunca cuando estoy muy cerca, nunca como vicio, sobre todo cuando algo le molesta. No hay que ser un genio para saber de qué se trata.

—¿No les enseñan en la escuela de enfermería a no fumar? —bromeo al caer a su costado.

Me sonríe y da una última calada, bota el humo hacia el lado opuesto; el velo difuminado se pierde en volutas. Dentro de media hora tiene que ir a trabajar, apuesto a que tendrá que restregarse los dientes con cloro para no llevar el tufo.

—Como no nos lo enseñaron fumé un poco en tu embarazo, culpa mía que salieras así.

—¿Así cómo? —Me cruzo de brazos.

—Así tan guapo y encantador.

—Mamá, oficialmente te desheredo.

—¿Qué herencia me ibas a dejar? ¿Tu ropa sucia?

—Es poco, pero es trabajo humilde.

—Sí, sí, humilde tus calzones.

—En serio, no sé por qué me molesto en ser buen hijo si tu no lo aprecias —Le sonrío.

Ella se ríe y nos suspendemos en el sosiego. El barrio está silencioso mientras cae la noche; dentro de cada casa hay una bulla que no escuchamos, así me siento, como una casa bulliciosa en un barrio despejado.

—¿Cómo te sientes con lo de tu papá?

Está tan cerca de leerme la mente, o quizá ya lo hace y las preguntas son para no delatarse.

Mi papá nos contó una historia tonta, la típica de «yo era joven e irresponsable, no sabía lo que hacía», mira qué coincidencia, mi mamá también era joven y tuvo que ser doblemente responsable porque tú no lo fuiste.

—Parece que lo estamos manejando a nuestra manera.

—Cariño, él ahora tiene un trabajo, se ve estable y quiere hacer las cosas bien.

No logro saber si lo dice para convencerme a mí o a sí misma.

No digo nada, no sé cómo decir algo sin que suene a rencor, y no quiero otra cosa del estilo «eso no suena a perdonar».

—No estoy diciendo que a la primera todo va a salir bien y seremos una familia feliz de televisión —continúa ella—. Él tiene otra familia y otras responsabilidades, quiere apoyarnos, apoyarnos económicamente, no nos vendría nada mal. Es lo que debió hacer desde siempre.

Una parte de mí quiere sugerir que nos mudemos a una casa más barata, en un vecindario más barato, cumplir con rentas más baratas para no tener que aceptar su dinero. Ella no estaría de acuerdo. Tiene este pensamiento de que el entorno académico y social familiar es mejor en este barrio, y tiene razón, el problema es que también ha traído dolores de cabeza, espalda, malestar general y facturas pendientes, por no hablar de que no pasamos mucho tiempo juntos. Debe haber investigaciones de cuánto vale la pena sacrificar.

Y está el asunto de la universidad, no lo menciona para no tener que preocuparme con las tarifas, aunque sé lo caro que es. Tengo en mente aplicar a cuatro universidades que tienen un plan de estudios similar al que me interesa. Creo que me defiendo con las calificaciones y mi historial de actividades extracurriculares no es brillante, pero suma buenos puntos, e hice las tutorías el año pasado. Confío en que será suficiente, necesito por lo menos media beca con una universidad.

Todo este asunto suena muy de vida real, de cosas que deben enfrentarse y de las que quiero huir.

Entramos a la sala después de que ella desecha el cigarro. Papá se fue después de contar su excusa, está viviendo a una hora de viaje en carro con su nueva familia, dice que nos visitará más seguido y que podemos aplicar a un crédito de estudios para la universidad, que aportará mensualmente y un montón de cosas más que suenan bien en teoría.

Mi mamá se detiene en la sala, saca un álbum de fotos del estante, se sienta sobre el sofá y gira página tras página; al sentarme junto a ella, esboza una sonrisa.

—Mira.

La foto es de nosotros tres, yo entre ambos, ellos con unas sonrisas increíbles; yo enroscando el cabello de papá en un puñito.

Esa foto ya no es una captura de nuestra realidad, tal vez en ese tiempo tampoco lo era.

Sé que todos hemos cambiado. ¿Quién es mi papá ahora?

Érase una vez mi padre, hasta que dejó de serlo porque se fue y ahora espera volver a serlo convertido en otra persona.

Yo también fui alguien diferente en ese entonces hasta que dejé de serlo.

Todos dejamos de ser.

Solo tengo que correr el riego con él, conmigo, con nuestra familia y las oportunidades. Mas es difícil pretender volver a una normalidad que nunca tuvimos.

Súbitamente, mi celular vibra en mi bolsillo. Es un mensaje de Bash: «¿Quieres venir?».

...

¡Gracias por leer! Espero que lo hayan disfrutado.

Recuerda que no es muy difícil sacarme una sonrisa, ¡solo tienes que votar! 

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