02 | Sombra

—Casi lo olvido —Agarro un impermeable que debió entrar a la lavadora hace mucho; estoy tan apresurado que no me importa—. Tengo que llevar el pedido al internado.

James se pone de pie, es difícil conseguir que alguien borre su sonrisa. Su linda sonrisa mágica.

—¿Quieres que te lleve?

¡No!

—No es necesario, llegaré rápido. Puedes quedarte si quieres, aunque mi mamá tiene el club de lectura aquí.

—Bajaré a saludar y le ayudaré con las galletas —responde—, luego me iré, la última vez que me quedé mi mamá me hizo escribir su resumen a mano.

Nuestras madres son las fundadoras del club. Cuando toca en mi casa suelo encerrarme en mi habitación, como cada vez que vienen visitas.

Esta vez tengo la suerte de tener una excusa para no estar en casa. Obviamente mi mamá no tiene ni idea de adónde estoy yendo, piensa que estoy en la biblioteca, la cual estuvo en mantenimiento, pero desde agosto volvió a abrir.

Como sea, simplemente huyo de James. Lo que me viene de maravilla, no sé si hubiera podido soportar mucho más. ¿Qué hace uno con la cara expuesta de sentimientos? ¿Qué hace uno con el corazón en los ojos? Tal vez desde ahora debo caminar con una bolsa de papel encima, para ocultar todo.

Así pues, esto no es un error que puede pasar por alto. Esto es un crimen intrínseco de amistad: no te enamores de tu mejor amigo y punto.

Intento concentrarme y aparto mis sentimientos a un lado, la cajita va creciendo.

Son las seis en punto, hora de los pedidos. Voy a la parada de autobuses.

El internado Vermont Hill es una obra arquitectónica maravillosa, es todo ángulos simples y modernos, tienen un bosque privado, el lago Catarina a su disposición y un muro larguísimo rodea todo. Nunca he cruzado el muro, se necesita una tarjeta de identificación para registrar la entrada en una máquina, y hay un guardia de seguridad y cámaras de vigilancia.

Sin embargo, caminando cinco minutos hacia la derecha de la entrada principal, entre los ladrillos que están mal puestos y con la pintura gastada, hay una pequeña puerta de metal. Es un espacio despejadamente apocalíptico, que nadie —más que Bash y Myers— en el internado parece conocer.

Es el punto de encuentro.

Me concentro en sacar las botellas de la mochila, se golpean entre sí y las separó con cuidado antes de que se rompan, las termino poniendo en una bolsa negra.

Todo comenzó el anterior mes cuando Mick estaba comprando una caja de cigarros para su papá con la identificación de su primo, ambos son dos gotas de agua. Fue allí que un tal Myers se acercó a él de la nada y le preguntó si podía comprarle una lata de cerveza; a Mick suele darle igual ese tipo de cosas, así que lo hizo.

Una semana después los tres estuvimos involucrados, James, Mick y yo. Cada uno con diferentes tareas. James se opuso al comienzo; terminó cediendo porque teníamos a Mick respirando fuertemente a nuestro costado.

Así fue como descubrimos que bajo toda la fachada de niños ricos en realidad son adolescentes muy hormonales que piden a gritos libertad. Es lo que pasa cuando las cosas son prohibidas, la tentación es grande. Además, ellos solo tienen permitida la salida los fines de semana, hemos aprovechado la oportunidad y ahora les suministramos alcohol.

Es muy raro haber llegado a este punto de ilegalidad, pero cada semana que decimos que será la última, recordamos el dinero. Es un negocio altamente rentable.

—¿Estás allí?

—¿Bash? —dudo. 

—Sí —es la voz de Bash del otro lado de muro.

Quiero terminar con esto, volver a mi casa y tumbarme en mi cama. Tengo un nudo en mi garganta cargado con cada letra de su nombre: J-a-m-e-s. JamesyMaddie.

Mientras abre la puerta, dice:

—Es el cumpleaños de Myers —parece justificar la necesidad de alcohol. 

—Listo —enuncio al terminar de pasarle la bolsa con las botellas.

—Gracias. 

Me pasa el dinero. Le cobro el triple de cómo lo venden; nunca le ha importado. Entonces, una linterna a lo lejos nos apunta directamente, y digo directamente porque tengo medio ojo asomado por la pequeña puerta y me ciega.

—¿Quién anda ahí? —Es el de seguridad.

No. No es posible. No por favor.

Hay algo muy serio que tengo que discutir con el universo.

—Carajo —maldice Bash.

—Sal por la puerta, sal por la puerta —le digo. Si corre en dirección al internado lo atraparán y en consecuencia a mí y en consecuencia: muerte inminente.

Se arrastra por la puerta como una culebra. Lo miro atónito y él a mí, es la primera vez que nos vemos.

Atravesamos corriendo la hilera de árboles, a medida que los gritos del de seguridad se van haciendo más bajos. Al final llegamos tan lejos que lo único que distingo entre los jadeos es que estamos muy cerca del lago. Nos detenemos.

—Mierda —dice Bash. Hasta ahora nunca lo había visto—. Mierda, mierda, mierda.

Durante un breve momento el viento bate los árboles y la luz de la luna se escurre como puede sobre él. Es un poco más alto y mucho menos pálido que yo.

Juego con mis dedos, meto las manos en los bolsillos y las saco de nuevo. Me abrazo un poco por el frío, aunque no sé si viene del exterior o de mí. Finalmente, me tiro contra un árbol, apoyo las yemas en el suelo, con las piernas dobladas exageradamente, la cabeza hundida en el cuello. Es una posición rara, pero la gente la adopta siempre, salvo los que no, que son... los normales.

Estoy cansado de este día, incluso me duelen los dedos del pie.

No decimos nada largo rato. Muy largo rato. El bosque nos habla en un lenguaje que no entiendo, las estrellas y la luna están ocultas por la cubierta de árboles de sicomoros centenarios y el crujir de las hojas abraza el aire como si fuera agua derramándose en la oscuridad.

Trato de no mirarlo en ningún momento. Quiero escapar de él. De toda esta situación. De este día horrible. Incrusto mis ojos en los troncos de los árboles, en sus hojas y en su vaivén; ellos son confiables y no intentarán preguntarme nada.

Aunque sería mejor si yo comienzo las preguntas para tener la ventaja.

Debo formular algo que suene casual, el problema es que las palabras se me atragantan y no lo consigo. El silencio está rebosante de nervios, puramente míos. Ese guardia de seguridad podría aparecer en cualquier momento y arrestarnos, este podría ser mi último día como alguien libre.

Y apenas he hecho algo en la vida. Me la he pasado en rutina, deseando que llegue la noche para volver a dormir.

Lo miro de reojo, está sentado sobre un tronco y apoya los codos en las rodillas con la expresión más irreconocible que nadie pudiera tener jamás. Suelto un murmullo, algo que de partida era: «¿qué hacemos?», pero arriba al aire como: «qeh...mos», y él se vuelve a mirarme como si acabara de materializarme frente a sus ojos en ese instante.

—¡Eso fue increíble! ¡La guerra de silencio más larga de mi vida! —exclama, recuerda de qué nos ocultamos y baja la voz—: Incluso cuando estoy solo hablo más conmigo mismo. Por un momento creí que había desaparecido, cinco segundos más e iba a bailar enfrente tuyo para comprobarlo.

—¿En serio?

—Puedo hacerlo si quieres.

—No, está bien. Paso. —Agacho la cabeza porque sin razón aparente mi sangre ha decidido ebullir a la superficie de mi cara.

¡Un día! Un día sin ser un ridículo tomate, solo quiero eso.

—¿Te llamas Will?

Es muy raro que me lo pregunte después de haber estado diciéndome Will durante todo este mes.

—Sí. Soy Will, Will Carter.

Genial. Olvidé mencionar mi dirección y de paso mi tipo sanguíneo, por si acaso, por si se le ocurre denunciarme o algo así.

—¿Crees que nos haya seguido? —inquiero para cambiar de tema. No me responde, tiene las cejas arrugadas, parece estar teniendo un conflicto interno.

—¿Traes tu móvil? —me pregunta. 

Lo saco de la mochila y cuando lo enciendo se vuelve a apagar. Estoy sin batería, él también lo ha visto.

—¿Estudias en Valtersen? —me mira y yo afirmo con la cabeza—. ¿Todo este tiempo has sido tú? ¿Siempre traes los pedidos? Al hacer el acuerdo había alguien más.

Debe referirse a Mick.

—Yo me encargo de traerlos —creo que lo digo muy bajito, aunque todo está muy silencioso y me escucha.

—Ya es seguro —susurra él para mantener el equilibrio.

Lo miro ponerse de pie y lo hago también.

—¿Cómo entrarás?

—Por donde salí. Correré a las instalaciones y doblaré el primer pasillo, hay una especie de atajo —Me mira—. ¿Cómo llegarás a tu casa?

—Pasan buses hasta las diez.

Nos despedimos con un gesto de cabeza y tomamos direcciones opuestas.

—Will —me llama una última vez, parece una sombra a punto de diluirse en la oscuridad—, no irás a dejar de venir, ¿verdad?

Me sentía mejor cuando el tipo al que le suministro ilegalmente alcohol no conocía mi identidad. No le respondo, en su lugar, me encojo de hombros.

Él asiente mientras su sombra se despliega en el camino, muy extensa, muy desdibujada, como una nebulosa desaparece entre la bruma del bosque. 

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