01 | Magia
El verdadero viaje de descubrimientos no consiste en buscar nuevas tierras, sino en ver con nuevos ojos.
—Marcel Proust
Actualidad
Octubre 2022
Will
Creo que a todas las personas les corresponde un poco de magia en su vida por derecho divino. La magia se presenta en distintas variantes, en los detalles más sencillos, en las estrellas, en el mar, en las estrellas reflejadas en el mar, si tienes suerte incluso en algunas personas.
James Aranzabal es mi persona mágica. Tuve suerte en dar con él cuando ambos teníamos seis años y se mudó al vecindario. Cruzando la calle, dos casas a la derecha, la que tiene un gran sauce en medio, justo aquella que termina siendo la más iluminada en Navidad; sí, esa en la que todos los niños hacen cola en Halloween.
Hemos sido amigos desde entonces. Con seis años descubrí que él tenía un superpoder: lograba hacerme salir al mundo exterior en los días más tristes.
Como niños fuimos grandiosos, y mientras crecimos me movió junto a él por el mundo de los piratas y guerreros. Sus sonrisas siempre me sacan disparado hacia los días dorados en lo que terminábamos con el metabolismo desbordado de azúcar.
James no es de romper las reglas, es de rutinas y planificación, odia las matemáticas, le gusta organizar sus apuntes por colores, no es de romper las promesas, ni defraudar, ni llegar tarde.
Miro la hora en mi celular de nuevo y espero y espero y espero.
Corrección: no era de llegar tarde hasta hoy.
Decido sentarme y me dejo caer en el suelo con la espalda contra los casilleros del colegio, nunca me ha importado ensuciarme un poco, puedes verme sentado en cualquier lado; además, en este punto James debe tener una excusa genial, muero por escucharla.
Si no es que estaba haciendo la tarea de matemáticas, no lo acepto.
En serio, no sé qué tipo de relación de odio tiene con las matemáticas; babea sobre su cuaderno, a pesar de que con el resto de las asignaturas lleva impecables apuntes.
Yo creo que me va bien en los estudios. Sobre todo soy bueno identificando estrellas, me la paso mirando el cielo que es mucho más interesante y bonito que la realidad horizontal.
Estoy pensando en eso cuando los chicos de fútbol pasan por los pasillos, deben estar yendo a entrenar. Toda la semana causaron revuelo por ganar el partido inaugural, nunca entiendo por qué tanta emoción por el fútbol, no tengo nada en contra, apenas lo entiendo, solo creo que, como sociedad conquistadora de galaxias que estamos planeando ser, deberíamos reinventar nuestras prioridades.
Inclino la cabeza hacia mi celular fingiendo que tengo algo más interesante que hacer que percatarme de la presencia de ellos.
He aprendido hace mucho que los deportistas, los pasillos y yo, no debemos ser expuestos al tiempo compartido. Coexistimos, pero primero dejo que me parta un rayo a permitirme alabarlos.
Sé que estoy siendo juicioso encerrando a todos los futbolistas del mundo en el mismo vil patrón, sé que me estoy aferrando a cosas del pasado, mas es difícil cambiar de opinión cuando hubo una época en la que odié ir al colegio por ellos.
Igual nada de eso importa ahora.
Miro de reojo, veo que Mick se separa del equipo y se acerca a mí.
Mick es mi otro mejor amigo, no nos conocemos desde los pañales como con James, pero bastó odiar a la misma gente chillona del salón para unirnos contra el mundo.
Sin embargo, Mick y yo somos muy diferentes, donde a él lo ves con una nota amarga en la voz, una queja en la mirada, gruñendo por las mañanas y arrastrando los pies al caminar, a mí me ves tratando de mantener todo bajo control, siendo paciente y sigiloso, encerrándome un poco y estrellándome con postes de luz por no tener la mirada al frente, sino arriba, en el firmamento, en el carnaval de pigmentos que se tiñe a sí mismo.
Los estados de ánimo de Mick mutan de «no me hables, acabo de sobrevivir un apocalipsis zombi» y «baja la voz que estoy concentrado en ignorarte». Dos fracciones que lo componen en partes iguales.
Hoy tiene una pinta del primero.
Me pongo de pie.
—¿Qué hacías ahí? —le pregunto refiriéndome a que salió de la multitud de futbolistas.
—Fui absorbido por la masa de esteroides anabólicos. —Literalmente Mick es del tamaño de ellos, incluso más grande, no pudo ser absorbido—. ¿Tú qué haces aquí?
—Espero a James.
Como vivimos frente a frente, James suele llevarme en su carro.
—¿No te dijo nada? —pregunta extrañado.
—¿Qué tenía que decirme?
—Lo vi entretenido en la boca de Maddie.
Me paralizo al instante.
—¿Cómo entretenido?
—Besuqueo, saliva, tal vez lenguas de por medio. Tampoco quería quedarme a ver con palomitas.
—¿James y Maddie? —titubeo.
—Estoy igual de sorprendido, seguro James le dio Amortentia, no encuentro otra explicación, Maddie es guau y James es... meh... —Se encoge de hombros.
James no es meh, pero no me permitiré pensar en las razones para rebatirlo cuando estoy tan ocupado pensando en lo que acaba de decir. Mick no bromearía con algo así. Mick dejaría que lo pise un camión de carga antes de bromear sobre algo así.
Hasta hace dos días James decía que odiaba a los populares. No te besas con alguien que odias, ¿verdad?
—Me voy, llego tarde a audiovisuales. —Me da una palmada en el hombro y lo pierdo de vista.
Así que tengo que esperar más de lo normal a James, que tal vez no llegue, y tengo esta imagen mental de James y Maddie besándose, tal vez con lengua. A menos que sea una inspección rutinaria, a lo mejor James es el dentista más joven de la ciudad y no me he enterado.
Quiero creer que sí.
Le envío un mensaje para preguntarle el porqué de su demora. Reviso el teléfono una y otra vez, los minutos pasan y siento hasta la más pequeña fibra de mi ser contraerse de nervios. Tres vidas después decido finalmente irme por mi cuenta al no recibir ninguna respuesta.
...
Llego a casa caminando y al entrar a la cocina mi mamá está horneando galletas.
Me dejo guiar por el olor. Me comería la masa cruda si ella no estuviera vigilando.
—Buenas tardes a ti también, cariño, ¿que cómo estoy? Feliz de que te haya educado tan bien y sepas saludar.
—Buenas tardes mamá —recito.
Yulia Carter, mi madre. En casa solo somos ella y yo. Un buen día mi padre se largó a rehacer su vida, lo que rehizo la nuestra para bien.
No me quejo, pero las familias en mi colegio lucen siempre perfectas, nunca podré saber lo que realmente pasa dentro de sus paredes, sea como sea, aparentan bien.
Por lo que en mi barrio, mi familia es una minoría.
Mi mamá trabaja en el hospital desde las ocho de la noche hasta las seis de la mañana, de lunes a sábado, diez horas de trabajo nocturno desde que tengo memoria.
Suele dormir durante el día y cada lunes por la tarde tiene club de lectura con sus amigas. Viendo que está horneando galletas, esta vez tocó en nuestra casa.
Ser una minoría es una situación agridulce, implica probarte a tí mismo, y al resto, lo bien que lo manejas. Para mamá esto significa dar todo lo que puede en su club de lectura, si tiene que encontrar la receta de la cangreburger, ella lo hará. Pocas veces la he visto no lograr algo.
En mi caso trabajé duro para asegurarme de que solo Mick y James supieran lo suficiente del alcance de mi situación familiar. No quería que el resto supiera más de lo necesario, no por vergüenza, sino para evitar las miradas de lástima. Cuando alguien siente lástima por ti, no puedes evitar convertirte un poco en alguien que perdió. Ya sé, perder es normal, es incluso bueno para mejorar, eso no quita que sea feo.
Abro el refrigerador y me saco un yogur.
Ella me sonríe.
—¿Cómo estuvieron las clases?
—Bien.
Hasta que James se olvidó de mí y tuve que venir caminando, ¡sí! Usé mis pies. Se lo diría, estaría orgullosa de mí, el pormenor es que me niego rotundamente a insinuar que vine caminando porque James, el dentista, tuvo una emergencia bucal.
A ella le encanta jugar el papel de madre dramática que lo sabe todo, es omnipresente y tiene un localizador de anormalidades en los ojos, detecta lo que está pasando por tu mente antes incluso de que tú te des cuenta o te permitas pensar sobre eso, así que siempre es mejor contarle todo antes de que saque conclusiones a lo loco.
Yo solía contarle todo hasta el punto de que parecía patológico, sobre los maestros, las presentaciones, si Mick tenía exhibición de cine, si James finalmente logró mantenerse despierto en una clase de matemática; pero desde hace algún tiempo llevo cierto tipo de vida doble y he estado manteniendo las cosas con respecto a James alejadas de nuestras conversaciones, y de alguna manera me he librado de su curiosidad, aunque sé que en cualquier momento preguntará, solo espero que para ese entonces las cosas estén más aclaradas.
—¿Por qué los chicos creen que bien es una respuesta universal?
Usa ese tono sabihondo patentado por los adultos cuando creen que te conocen mejor.
—Mamá, recuerda que los chicos hemos sido educados por adultos.
—Hijo, recuerda que los adultos hemos sido bendecidos por chicos que se supone de que deben agradecernos la vida.
—Gracias por traerme al mundo, mamá, gracias por alimentarme y sacrificar tu propia existencia reduciéndola a solo unas pocas horas de libertad, sé que soy un parásito dependiente de ti, pero gracias por aún no haberme desalojado a la calle.
Ella sonríe, muy satisfecha.
—Qué bueno que te hice aprender ese discurso en primaria.
—Uh, casi se me olvida —digo—. Y gracias por hacerme pasar el ridículo cada vez que puedes.
—Es mi trabajo —declara. La miro con sorna—. Bueno, es mi hobby, de algo tienes que servir.
—Qué linda eres.
Ella levanta la mano para sacudirme el cabello, intento escapar; es rápida.
—¿Y bien? —pregunta.
—¿Y bien qué?
—Que cómo te fueron las clases, llegaste algo tarde a casa.
—Vine caminando.
—¿James no te trajo?
No deja pasar nada. Desisto girar los ojos porque, aunque en este momento quiero morir, sería muy malagradecido de mi parte que mi madre sea la causante.
O tal vez no.
¿Quiere algo más elaborado? Bien.
—¿Ma, quisieras matarme por favor?
—Está pasando —canta en un acorde descendente—, por fin está pasando, esperé esta pregunta por tanto tiempo.
Solo su risa me indica que está bromeando y que matar a su hijo no es una de sus fantasías. Escapo antes de que se dé cuenta de que cambié de tema y subo a mi habitación pensando en James.
Honestamente es muy difícil hacerme enfadar, es que ni siquiera estoy enfadado, quizá un poco resentido con él por haber olvidado que tiene que llevarme a casa en su coche. Y está el asunto de Maddie Withner.
Abro el portátil sobre mi escritorio cuando escucho cómo la ventana se abre atrás mío, giro la cabeza y veo los ojos azules de James, generalmente es lo primero que veo en él. Azul como el cristal.
Lo observo, nunca puede usar la puerta como una persona normal, tiene que hacer su gran acto de aparición por la ventana. Me mira, sonríe y se detiene un momento antes de deslizarse intuitivamente por completo. Está ensayado.
—No estarás masturbándote, ¿o sí? —Se ríe y supongo que mi cara lo dice todo porque agrega—: Deberías verte la cara.
Sigue riéndose y cuando está lo suficientemente cerca extiende una mano sobre mi hombro para intentar calmarse, momento en el que decido que puede reírse de mi cara todo el tiempo que quiera, toda la noche si le apetece, incluso toda la semana está bien para mí.
Por Dios, cada vez estoy más cerca de invocar a un demonio para vender mi alma a cuenta de librarme de estos pensamientos.
James mantiene una sonrisa que precipita estar conteniendo algo muy grande y en cualquier momento me temo que va a explotar de la emoción. Me hago una idea de que debe ser.
Lo miro: «habla de una vez».
Ensancha la sonrisa: «esto te va a reventar la cabeza».
—Maddie y yo estamos saliendo —dice sin respirar mientras camina de un lado a otro. Es pura adrenalina contenida.
Creo que me ha reventado el corazón.
No sé qué decirle; sobre todo no quiero hablar, no confío en mi voz. He estado preparándome mentalmente para esto, es algo que esperaba venir, es algo que debía pasar y aun así se siente como un baldazo de agua helada. Miro hacia mis manos y sonrío levemente mientras mi corazón se pone en marcha a la funeraria.
—¿Cómo la has convencido?
Me aclaro la garganta, no se da cuenta de lo rota que suena la pregunta y se le iluminan los ojos mientras comienza a explicarse.
Me pierdo en su felicidad, no puedo evitar sentirme feliz también, casi puedo verlo deshecho en suspiros. Intento sostener todos mis sentimientos, meterlos en una cajita sin etiqueta de destino, cerrarla y enviarla muy muy lejos, a alguna galaxia desconocida si es posible.
Cuando el mundo se descarrila me sostengo del eje, a mi punto estable de partida, a la constante en la ecuación. A James que está por encima de todo. A James que es una luz confiable.
A James que me gusta mucho.
A James que ahora tiene novia.
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