Epílogo: Hélices

Hesitate, Trésse

Lucien estaba ansioso, no permitía que Lucien estaba ansioso, no permitía que nadie desconocido se acercara a veinte metros de la habitación blancuzca n.890 porque él pensaba que podría tratarse de seguidores de Cloterson, enfocados en acabar con la vida de Anet.

El joven moreno vestido de gris y negro se ladeaba de una esquina a otra, esperando el diagnóstico de los médicos. Junto con Ulises y Axel, él había trasladado a su novia hasta el hospital más cercano de Atemporal, y gracias a algunos miembros de Safari, consiguieron meter a Anet al Bronze Hospital en Hesitate.

Él todavía recordaba por partes el atroz acto cometido en un intento por cumplir un capricho. Cloterson riendo desquiciadamente, disparando directo a la espalda de Anet, y suicidándose segundos después para ser libre.

Había pasado una semana tras el incidente, pero nadie cercano a Anet Bowie dejaba de turnarse con Lucien para hacer guardias. A pesar de las discusiones, ella tenía muchas visitas debido a la amistad generada con cada uno de sus aliados.

—¿Alguna noticia? —preguntó Ulises, acompañado de Marie y Camile. Él se acercó para abrazar a su amigo, quien estaba comiendo por estrés.

—Para —indicó Camile, abrazando a Lucien antes de besar su mejilla.

Lucien entregó la bolsa con galletas de coco a Marie y dijo: —Aún nada... Solo sé que está muy delicada. Anet tiene múltiples hematomas, laceraciones que no terminaron de sanar aquel día y a eso súmale la apendicectomía.

Él se pegó a la pared para deslizarse encima de ella, tocándose la frente por todas las emociones que sentía.

—Nos dirán en algún momento —sostuvo Marie, tragando las galletas que dejó Lucien—, ella es paciente VIP. Su valentía le da beneficios.

Axel apareció de entre una multitud de familiares de otros pacientes, trayendo consigo un ramo de flores moradas para su mejor amiga. Él saludó a todos con un abrazo y se pasmó tras observar que una enfermera se acercaba hasta ellos.

«Espero que sean buenas noticias», rogó Axel porque estaba cansado de seguir en las mismas, que no se les informara acerca del estado de Anet. Él deseaba festejarle sus veintiséis primaveras ya oficiales a su hermanita, aunque fuera por atraso.

La enfermera se detuvo unos minutos para revisar el expediente, dio la vuelta y regresó por donde vino. Ella se había confundido de familia, dejándolos con un mal sabor de boca ya que solo los ilusionaron.

—Ya fue suficiente, a la próxima que venga alguien a ilusionarnos, le zampo una cachetada por desinformar —comentó Ulises, comiendo un panqué que compró en una máquina expendedora del hospital.

Una enfermera de cincuenta años los examinó detenidamente porque entre ellos había una cara reconocida, alguien con quien convivió hacía más de veinte años. Ella continuó de ese modo durante diez minutos hasta que recordó la identidad.

—¡Camile! —anunció la enfermera con gozo—. ¿Cuánto tiempo sin vernos?

—Mónica, ¿qué tal? Aquí esperando resultados de mi hermana menor —contestó Camile, sonriéndole a la enfermera—. No nos vemos desde la graduación.

—Lo sé... ¿Quién es tu familiar? Veré que información puedo conseguirte —soltó Mónica, mostrándose empática con su ex compañera de licenciatura.

—Anet Bowie, ha estado ingresada desde cinco días, pero todavía sigue en Terapia Intensiva —alegó Lucien, poniéndose de pie. Sus ojos se iluminaron al escuchar a Mónica.

Mónica asintió, dirigiéndose a la sección del edificio en donde se encontraba Anet. Ella ignoraba quién era la joven cercana a Camile, pero le devolvería el favor que le debía tras salvarla de una clase aburrida.

—¿Dónde está Morgan? —quiso saber Camile porque le pareció extraño que Axel no estuviera acompañado de su pareja.

—En mi apartamento, él no soporta estar dentro de hospitales debido a que todavía no decide vivir su duelo por su hermano menor —destacó Axel, robándole una galleta a Marie.

Marie le sacó la lengua a Axel, esforzándose por no preguntar acerca del pasado de Morgan y no incomodar al moreno que yacía pegado contra una pared.

Ulises percibió una vibración en la pared al tocarla para recostarse contra ella, era como si estuviera resintiendo el impacto desde lejos. No le tomó mucho tiempo asimilar que se trataba de un ataque al personal médico.

—¡Debemos largarnos de esta zona! —musitó Ulises, empujando a sus amigos para que huyeran porque ahora no solo era temblor sino que además, se comenzaban a oír disparos aproximándose hasta ellos.

—No, debemos quedarnos para saber cómo está Anet —debatió Lucien, poniéndose a la defensiva contra el pelinegro—. No me moveré de aquí.

—Viejo, perdóname por lo que haré —se disculpó Ulises previo a golpear con fuerza a Lucien para dejarlo inconsciente y arrastrarlo hacia Terapia Intensiva.

Axel se quedó detrás de todos para ayudar a desconocidos inocentes que se encontraban visitando a sus familiares. Él los incitó a meterse dentro de cualquier habitación y asegurar las puertas con lo que pudieran.

Cuando estaba por salir de la zona de habitaciones, admiró que los atacantes eran admiradores de Cloterson Schäfer, quienes estaban enfadados por su asesinato.

«Aún no lo entienden», supuso, sintiendo que su cuerpo no le respondía.

Él se congeló, deslumbrándose por los adolescentes Cazadores bañados con tinte escarlata. Su corazón latía al máximo, bombeando la cantidad de sangre suficiente como para que se echara a correr, pero sus piernas no le correspondían.

Gracias a que uno de los delincuentes traía consigo una radio, él podía oír a una locutora diciendo: —Buenas tardes, radioescuchas. Invernal agradece las acciones de alguien con quien gusta disculparse... Anteriormente, Trésse temía a Anet Bowie, pero con los recientes acontecimientos, hemos de considerarla nuestra heroína.

Apenas reconoció la palabra «heroína», su cuerpo correspondió el instinto de supervivencia. En ese momento, Axel presionó el botón para cerrar la puerta eléctrica, permitiéndole permanecer con vida al menos unos minutos más.

Tomando una gran bocanada de aire, se dispuso a buscar a sus amigos. Mientras caminaba, reflexionaba acerca de su comportamiento reciente ya que no dudó en cortar el paso a personas que estaban mal heridas e intentaban escapar.

Él se sentía culpable porque no olvidaba las miradas de aquellas Presas; ellas estaban empapadas en sangre, débiles y envueltas en llanto, y aun así, él no las esperó.

Caminando lentamente para examinar, percibía que había una radio encendida. Aquel medio de comunicación emitía un mensaje, utilizando una voz masculina: —Hoy, 29 de diciembre de 2068, nos disculpamos con Anet Bowie...

Axel también oía que los Cazadores intentaban forzar la entrada a Terapia Intensiva, sin embargo estaba consciente de que ellos no podrían entrar. Justo cuando dejó de prestarle atención a que deseaban matarlo, observó que una enfermera, muerta del miedo, activó el sistema de seguridad del hospital poco antes de desmayarse.

—Axel, ven —lo llamó Camile, asomando su cabeza hacia el pasillo—. ¿Qué esperas? Anet ha despertado y quiere decirnos algo antes de desmayarse.

Los ojos de Axel se iluminaron, así que trotó hacia la habitación donde estaba Camile. En ese momento, el caos de afuera dejó de importarle, lo importante era que vería una última vez a Anet.

Al entrar, observó que Lucien se restregaba la cara, molesto con Ulises.

—Mal nacido —dijo Lucien a Ulises. Él estaba decepcionado de su amigo, sin embargo, aquella emoción no perduró porque se concentró en la inmensa maquinaria a la que Ann estaba conectada para mantenerse con vida.

Marie lloró, a pesar de que Anet había abierto los ojos y los observaba. Ella estaba desahogándose por lo que ocurrió durante el encuentro con Cloterson, pensaba que tenía la culpa del estado de su amiga.

—Acérquense —chilló Anet en voz baja—, me gustaría comentarles que...

Anet se esfumó por algunos minutos. Ella luchaba contra la muerte porque debía hacerles una confesión a sus amigos.

«Yo me encargo», sugirió Tony debido a que estaba a favor de relatarles la verdad a sus amigos acerca de su pasado.

Anet apretó los ojos, sentía tanto dolor que prefería morir a seguir conectada a múltiples herramientas para su supervivencia. Pero entonces, su familia se sentó a su alrededor para demostrar que seguían con ella.

Anet se relajó, cediéndole el control a Tony.

—Soy Anthony Carlson —saludó Tony—, el mejor amigo de Kelvin. Él y yo éramos tan amigos que parecíamos hermanos... Nos conocimos en la infancia... A nosotros nos gustaba mucho... —intentó continuar, pero se quedó sin energía.

«Supongo que me toca», presintió Clement. Él tenía más ánimos que sus colegas, aunque era el más temeroso en la habitación porque sabía que su familia podría alejarse tras revelarles su verdadero origen.

—Soy Clement Schäfer, un hombre de cuarenta y tantos años, pésimo padre de familia —escupió Clement—. Conservo el mismo nivel de agresividad, utilizo sus técnicas, y marco su timbre tan peculiar... Yo no torturaría a mi propio hijo para educarlo ni creo que la justicia es solo para quienes tienen más dinero que otros.

Clement esperaba una respuesta de su familia, pero solo recibía un doloroso silencio que lo hacía pensar en que lo odiaban por haberles ocultado quién era en realidad.

—¡Abran la maldita puerta! —aclamaron fuera de la habitación.

Los Cazadores no titubearon, golpearon incesantemente la metálica y blanca puerta. En respuesta, Axel y Ulises utilizaron la cama donde Anet reposaba para trancar la entrada.

Marie acarició la frente de Anet, percatándose de que estaba fría. Sin embargo, como no estaba segura del resultado, pidió la opinión de Camile debido a su vasta experiencia en medicina.

—¡Haz algo! —exigió Marie, aferrándose a que la joven castaña todavía se mantendría con vida—. ¡Haz algo, Camile! ¡Drógala o yo qué sé! —Ella golpeó los brazos de Camile, dejándose llevar por el dolor.

—Es demasiado tarde —siseó Camile, escuchando el descomunal llanto de Marie.

Lucien dejó de pujar la cama contra la puerta, estaba en shock. Sin pensarlo, gritó como nunca lo había hecho porque un enorme pedazo de su corazón estaba herido tras el estado de Anet, quien ahora tenía una lenta respiración.

—Hay un escrito encima de la mesa, llévenselo. Así jamás me olvidarán —comentó Anet con su último aliento. Ella había aceptado su destino, por lo que el cerrar los ojos significaba dejar un mundo en donde logró dejar su marca.

«Fue un gusto coexistir con ustedes», agradeció Clement. Él estaba contento con su desempeño, aunque inició un caos apenas daba sus primeros pasos, se redimió de un bello modo. ¡Él salvó a la humanidad de más sufrimiento!

«Los amaré por siempre», comentó Anthony poco antes de quedarse dormido al igual que Clement y Anet, sintiendo cómo sus extremidades dejaban de responder conforme el corazón dejaba de bombear sangre.

Marie, Ulises y Axel se deleitaron con un largo «beep» que parecía ser eterno. Ellos estaban petrificados ya que no comprendían por qué los médicos permitieron que Anet muriera. Aun así, la angustia culminó cuando Camile apagó la máquina y desconectó a su hermanita.



Artinia, Urte

Una adolescente de quince años, cabello azulado oscuro y ondulado, admiraba sus ojos verdosos a través de un espejo dentro del apartamento donde vivía junto a su madre. Ella se sentía mal por alguna razón, pero no lograba identificar el motivo.

Su madre, una mujer de treinta y nueve años, cabello negruzco como la noche, orbes violetas y unos labios casi sin vitalidad, reposaba sobre una cama matrimonial, cubierta con dos frazadas gruesas y un cobertor castaños.

Sheila Takács apenas y podía respirar, alzar los dedos y pestañar debido a la leucemia la había sido consumida. Todos los días sentía cómo sus células renunciaban a sus labores, permitiéndole al virus que se carcomiera sus entrañas.

Debido al infierno que vivía, Lány se encargaba de las actividades domésticas además de cuidar a su madre. La jovencita más hermosa vista entre las calles de Artinia casi nunca salía de su morada, pero cuando lo hacía, sus vecinos la vigilaban.

Lány admiraba las bellas piezas de arte barrocas, pinturas Art Nouveau y decoraciones románicas que contrastaban con sus compañeros arquitectónicos.

Ella combinaba con el ambiente pues vestía una blusa blanca bajo un chaleco asombrosamente decorado con escarcha dorada y encajes blancos; falda blanca adornada con colores; y un pañuelo sobre el cabello.

—Má, preparé sopa —anunció la chica, quien estaba sirviendo un poco de caldo para su madre pero como la señora Takács no respondió, Lány repitió su aviso—. Madre, hice sopa. Estoy subiendo a tu cuarto.

Lány se preocupó de nueva cuenta porque había mucho silencio. Por tanto, dejó de adornar solo para encontrar que su madre estaba fuera de la cama, pero no parecía estar consciente... Tal vez ella ni siquiera escuchaba.

Tras observar a Sheila tirada en el suelo, le tomó el pulso, percatándose de que estaba inconsciente. En ese momento, Lány se puso histérica porque había quedado huérfana. Ella había perdido a toda su familia.

Lány arrancó su pañuelo para aventarlo al piso alfombrado. Después, se sentó al lado de su madre y lloró, rezándole a Isten (Dios húngaro) para que Sheila se recuperara.

Ella la sacudió, hizo RCP e incluso le acercó orégano para reanimarla, mas, el destino había alcanzado a Takács. ¿Qué haría con el cadáver? Si alguien la visitaba y la veía así, armaría conjeturas.

Cargando una bolsa con el cadáver de su difunta progenitora, Lány arrastraba la colcha plateada en donde estaba Sheila, procurando no pasar por ningún bache.

Ella se sentía tan vacía que era capaz de escuchar a la identidad más joven que la componía, un niño, quien chillaba porque su madre dejó de respirar sin previo aviso.

—¿Tris...? —preguntó un chico de cabello ondulado y oscuro, y ojos con heterocromía—. ¿Qué traes entre manos?

El jovencito de dieciséis se aproximó hasta su amiga para consolarla, ya que algo le decía que la mujer dentro del costal improvisado que cargaba Lány, era su madre.

—Dejó de respirar... —susurró ella, encarnada entre los brazos de su mejor amigo—. Óscar, necesito tu ayuda para sepultarla. Quiero que esté rodeada por flores.

—Entonces, necesitamos ir hasta el Pabellón Dulce —propuso Óscar, guiándose con la vaga luz que filtraba su iris esmeralda.

Fue así como ellos vagaron a oscuras, orientándose por la luz lunar y estelar que se reflejaba a través del domo. Pero a Óscar le preocupaba que Lány estuviera sola en su apartamento, ¿por qué dejarla sola cuando lo tenía a él?

—Mis padres no dudarán en alojarte en casa —comentó Óscar, consolando a Lány. Él ignoraba que su amiga lo consideraba atractivo, a pesar de que ella estuviera triste.

—Siempre y cuando me acompañes cada fin de año a la tumba de mi madre para cantarle y dejarle ofrendas —aceptó Lány, sintiendo que su amigo la abrazaba con un brazo.

Él empezó a bailar como ella le enseñó que lo hacían los Takács. Al instante, la chica de orbes esmeralda rio con tanta fuerza que captó la atención de dos oficiales, quienes se les acercaron para averiguar qué llevaban entre mantas.

—Intentamos sepultar a Sheila Takács, víctima de leucemia —afirmó Óscar, percibiendo que sus manos sudaban.

Los oficiales no dudaron al ofrecerles sus manos para el entierro porque ellos conocían el dolor de la joven de rasgos húngaros. Juntos, los cuatro continuaron caminando.

Durante el traslado, a Lány la alcanzaba la desesperación, el anhelo de reencontrarse con su madre era tan grande que por ratos le costaba respirar. Por otro lado, a el dueño de un iris castaño naranja, era recorrido por la nostalgia.

Él recordó todas las ocasiones en las que la señora Takács le saludaba con cariño, indicándole dónde se hallaba su hija para jugar con ella. Así mismo, un sentimiento de culpa lo acuñó porque se había alejado de Lány durante días.

Tan pronto como dejó de revivir sus memorias, Lány entrelazó su mano con la suya. Ella quería demostrarle cuánto afecto sentía por él, pero temía que no fuera correspondido debido a que Óscar no había dado señales de atracción hacia ella.

—Recuerda que el Pabellón Dulce se esconde entre flora silvestre y colorida que se revela, gracias a las antorchas que rodean el terreno —murmuró Lány, pegando su cabeza contra el brazo de su mejor amigo.

—Bienvenidos al Pabellón Dulce —leyó Óscar del letrero pegado a un arco de concreto pintado de amarillo y adornado con esqueletos, flores, corazones y palabras en latín—. Damas, primero. Joven Lány, adelante.

Ella entró seguida por Óscar y los oficiales, quienes traían a Sheila.

Al cabo de unos minutos, el susurro de las siete identidades que coexistían con Lány, empezó a atosigarla porque ellas alegaban que estaban decepcionados de ella. Ellos pensaban que la adolescente era pésima persona.

Óscar identificó qué sucedía, abrazándola por completo. Debido a su cariño, Lány se tranquilizó, y las voces decidieron acallar. Un sentimiento nuevo entre los muchachos había surgido en ese instante, aunque no estaban preparados para confesarlo.

—Lány, yo... —soltó Óscar, siendo interrumpido por Lány.

La jovencita húngara besó la mejilla de su amigo, sintiendo cómo los pómulos de él enrojecían, al igual que él desprendía pudor y ternura ante su presencia.

Óscar estaba impactado, percibía el amor por Lány de una forma más intensificada, real y trascendental. Él no podía explicarlo con palabras, pero una ola de emociones recorría su sangre, así que se dejó amar por su amiga.

Lány llenó de labial rojizo el rostro de Óscar. Ella estaba feliz porque después de varios meses había sido honesta, pero estaba asustada porque él estaba petrificado. Un escalofrío recorrió la espalda de Lány, era una mezcla de vacío e inseguridad.

Óscar cubrió a Lány con su sudadera porque detectó que ella debía sentir frío.

—¡Por aquí, muchachos! ¡Necesitamos ayuda! —los llamó un oficial.

Los enamorados se dirigieron hasta donde había un árbol torcido y con mucha hojarasca, esquivando lápidas, ofrendas para los muertos, y algunos insectos.

Óscar tenía miedo, el ambiente lo hacía estar inquieto porque le recordaba al día en que observó que a sus padres cometieron crímenes atroces para salvar a su hijo.

Aquel día, él tan solo iba por un vaso de agua cuando notó que sus papás no estaban en casa, corrió hasta la sala, se asomó por la ventana y se asustó.

Un par de Jirafas querían robar, pero sus padres las detuvieron. Ellas estaban molestas, pero en señal de paz, les solicitaron a sus antiguas víctimas que acabaran con las vidas de otros inocentes.

Después de asombrarse por las acciones de sus ascendentes, Óscar estuvo sin comer durante dos semanas y sin hablarle a sus padres. De no ser por la intervención de Lány, él hubiera muerto hacía meses.

Los enamorados tomaron una pala y excavaron, procurando que el agujero cumpliera con quince metros de profundidad.

Ellos no temían ensuciarse las manos, la intención de darle una magnífica sepultura a Sheila Takács era mayor que sus miedos a contagiarse de alguna enfermedad por jugar con tierra.

En el instante en que la Luna brilló con más fuerza, los oficiales depositaron el cadáver femenino dentro del hueco.

Tras aventar su pañuelo con su madre, Lány se apartó para que los caballeros sellaran el agujero. Ellos estaban atentos al canto de la joven, quien recitaba poesía en húngaro.

—Es momento de retirarnos del Pabellón —anunció uno de los oficiales—, pero los estaremos esperando en el arco. Les daremos privacidad para despedirse.

Los oficiales se perdieron entre la oscuridad.

—Te ves hermosa con tus ojos de mapache —elogió Óscar a Lány, secando sus lágrimas. De inmediato, ella se molestó.

—Ey —soltó ella antes de que él besara su pómulo derecho. Gracias a ello, Lány había dejado de llorar. Su mente estaba tranquila.

—Lány, es hora de salir. Podremos regresar más tarde, pero ahora debes hacer maletas para mudarte con mi familia —reconoció Óscar. Él estaba tan atónito por el inmenso brillo nocturno que entraba a través del domo que por un momento se olvidó del caos.

—Cari —dijo Lány, jalando al pelinegro de un brazo—, los oficiales nos esperan... No entiendo qué rayos estás mirando —ella calló tras ver una lluvia de estrellas fugaces vagar por el cielo—. Son hermosas, ¿no lo crees?

Él ladeó la cabeza, dando media vuelta para abandonar el cementerio. Óscar tiró de su amiga, quien seguía impactada por la belleza nocturna.

«Mátalos», siseó una voz nueva dentro de la mente de Lány, «solo mátalos».

Ella intentó ignorar el comentario de una identidad desconocida por ella, tarareando una canción de cuna que su madre le solía recitar cuando se estresaba.

—No sería mala idea que recibas tratamiento o terapia. Tus fragmentaciones hacen que te pierdas demasiado —dijo Óscar, reconociendo que ella sufría debido a su trastorno.

—Me internaré, pero debes visitarme tres veces por semana —admitió Lány.

Óscar la apachurró, aceptando el trato.

Cuando atravesaron el arco, los oficiales estaban preparados para tomar el testimonio de Lány. Ella seguía sensible ante la pérdida de su madre, pero se esforzó para relatar los hechos ocurridos en casa.

—Hace un par de horas, estaba preparando la comida, así que le avisé a mi madre. Sin embargo, al no obtener respuesta de su parte, me asusté y subí a ver cómo estaba —comenzó Lány, reviviendo su dolor.

Después de un rato, el oficial más chaparro hizo la última pregunta, una cuestión que estaba por mover a la joven: —¿Cómo te llamas?

Lány calló durante algunos segundos porque debía ser inteligente o averiguarían lo que traía entre manos. Ella todavía tenía una misión pendiente.

—Lány, diles —la animó Óscar, pero ella seguía en silencio.

—Triska Katona —soltó Triska.

—Es todo, gracias, señorita Katona —agradecieron los oficiales, alejándose para regresar a la comisaría de Artinia.

—Debemos hacer lo mismo —recordó Óscar a Triska porque debían prevenirse, en caso de que alguien quisiera dañarlos o matarlos.

Triska caminó pegada a su amigo, pensando acerca de si el mundo estaba preparado para conocer la fuerza interior de una dinastía. Ella ya se encontraba planificando el movimiento final que le había sido encomendado... ¿Lograría ser tan exitosa como sus antepasados?

«Incluso, serás hasta mejor que ellos», le aseguró una voz gruesa, errática y áspera. Ante la declaración, ella rio porque sabía que Óscar correría cualquier riesgo con tal de hacerla feliz.


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