Capítulo 6: Inofensivo Encuentro

Anet inhaló profundamente, observando que no se encontraba dentro del 783 en el Good State. Ella conocía a la perfección su ubicación, pero no planeaba quedarse más tiempo. Arrastró su cuerpo fuera de la rígida cama con escaso relleno y volteó hacia donde dormía el dueño de la casa, esperando no despertarlo.

«¡Cuánto deseo arrancarme el corazón! ¡Odio sentirme atraída por este hermoso idiota!», siseó ella sin pensar que su deseo fue escuchado por El Monstruo, quien chasqueó su lengua.

«Le harías un favor al mundo si te matas», reconoció El Monstruo. Él solo lo decía porque creía que así protegía a Anet, sin embargo, ella lo tomó como un hecho más que una ironía... ¿De qué manera podría indicarle que no la incitaba a quitarse la vida?

Ella se asustó porque la voz de la Criatura retumbaba tan fuerte en su cabeza que estaba consciente de que era real, era la primera vez que su timbre tomaba tanta fuerza y era capaz de reflejarse en palabras de Ann sin forzarla.

Pese a su comentario premeditado, Ann prefirió no acabar consigo misma y ahora, ella estaba nerviosa porque El Monstruo consiguió hacer que ella tomara su arma. Anet cargó su arma y apuntó hacia el joven dormilón delante de ella.

—¿An...? —dijo el joven de piel morena, recuperando la consciencia—. Baja el arma, tú no quieres hacerlo. Él está jugando contigo.

Ella tenía tanto miedo que meneó su cabeza cuando el desconocido le aconsejó calmarse, al mismo tiempo que se quitaba la sábana de encima, revelando que estaba semidesnudo. Fue entonces que él se aproximó porque ella permanecía inerte.

—No quiere dejarme —confesó Anet, petrificándose ante el consuelo del moreno. Debido a su titubeo, el joven adulto bajó el hombro de Ann para apartarla de su arma, pero en ese instante, observó su mano.

Él examinó la mano izquierda de la chica y la parte cercana a su tobillo derecho. ¿Qué fue lo que pasó para tener aquellas heridas? ¿Por qué permitió que le hicieran daño?

—Me arranqué la tobillera —respondió Anet, cambiando de semblante. Ella estaba por evadir la expresión del muchacho hasta que él la cuestionó.

—Ajá, ¿qué hay de tu mano? Parece que golpeaste a alguien o algo —aseguró él, cruzándose de brazos.

—Querido, Lucien... Te aviso que le di un madrazo al espejo de mi cuarto debido a que reviví el día en que Camile se volvió asesina para protegerme —agregó ella, sintiéndose interrogada por quien solo buscaba aislarla del caos social.

Lucien guardó la pistola, rascándose la barbilla. ¿Cómo fue que en unos cuantos días su bellísima "amiga" había enloquecido tanto? Literalmente, no había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que se vieron.

«¡Dios Santo! ¿Cómo puedes comunicármelo sin siquiera inmutarte? Parece que no tienes sentimiento alguno», se preocupó él. En su mente no comprendía nada acerca del comportamiento de su novia.

Él había sido educado para proteger a quien amara, por lo que no era de sorprender que lanzara comentarios llenos de preocupación hacia Anet. Aun así, un detalle desconocido para él y muy claro para Ann era que tenía niveles altos de celos y posesión.

—Ann, quédate conmigo —dijo Lucien, queriendo abrazarla—. Vivir en el Good State es un error porque estás lejos de mí.

—No, si se enteran de lo nuestro, irán por ti —denegó Anet.

—Por favor, soy el líder de las Ballenas. Nadie puede herirme —recalcó Lucien, aunque sabía que Anet era la única persona capaz de herirlo.

Anet se mordió el labio, por lo que su pareja la reconfortó con un abrazo y un beso en la mejilla. Pero ese momento culminó cuando Lucien aseguró que no todos los conocidos de su novia merecían su protección.

—Te amo. Tus nuevos roomies no merecen esconderse entre mis alas —afirmó Lucien. Él sentía celos del compañerismo generado entre aquella pareja y Anet, así que debía hacer algo para demostrar quién mandaba.

A la víctima del Monstruo no le agradó ese comentario, así que enlazó sus brazos, alejándose de su novio. Anet estaba consciente de lo manipulador que podría llegar a ser su novio, pero eso no evitó que intentara convencerlo de negociar.

—Lo harás por mí, no estoy para tus jueguitos mentales —rezongó Anet, esperando a que su jugada saliera como esperaba.

«Tonta, él buscará el modo para lastimarte debido a sus celos. ¿Qué acaso no te das cuenta?», repuso El Monstruo. Él ya había examinado a Lucien, así que lanzó un comentario para abrirle los ojos a Anet.

Ella lo ignoró, estaba segura de que Lucien accedería a su petición... Aun así, ¿cuál sería la probabilidad de que no pusiera restricciones?

—Protegeré a tus nuevos inquilinos, pero a cambio exijo algo —acordó Lucien, manipulando a su pareja. Él actuaba como lo educaron, para proteger era necesario meterse en la mente del ser querido y lavarle el cerebro.

—No importa el costo siempre y cuando cumplas tu palabra —asintió ella. Al instante, su novio sonrió con malicia porque logró su cometido.

—La petición es para tus roomies, quiero que matan Pup y Py Dickson, miembros fuertes de los Elefantes —soltó Lucien, reconociéndose como el joven adulto manipulador que educaron sus padres. Él se miró las uñas porque estaba feliz.

Ella emanó humo a través de sus fosas nasales como lo haría un toro.

«Debí suponerlo, Lucy no va con rodeos. Además, él es un asesino en serie que ama que gente peor que él fallezca de forma misteriosa», se desanimó Anet. Luego suspiró ya que no sabía cómo haría para convencerlos de cometer un crimen si apenas mataban a las moscas.

Su molestia era tal que El Monstruo se ofrecía a terminar con la vida de Lucien para que Ulises y Marie no se convirtieran en asesinos. Ante la premisa, Anet aparentó estar convencida con el plan solo para acallarlo.

—Veré que lo hagan, pero si no lo hacen, yo mataré a los Dickson —intentó negociar Anet. Ella no dejaría que Lucien ganara porque sospechaba que él en realidad solo la usaba para beneficio propio.

La responsiva remontó a Lucien al día en que su madre, siendo una Presa adolescente de dieciséis años, luchaba contra un cuarteto de Leones que trataban de apartarla de su pequeño de cinco años para violentarla.

Aquel día ella tomó a su niño entre los brazos, echándose a correr hasta perder de vista a los Cazadores, sin embargo, la joven de ojos violeta trastabilló con un par de piedras. Adolorida y con laceraciones superficiales, la madre se hizo bolita encima para proteger a su criatura.

Cuando ambos oyeron que el líder del grupo se acercaba, temblaron. La madre rezaba mientras acogía al infante como si fuera su caparazón. Ella esperaba lo peor y se mantuvo negativa hasta que escuchó un enfrentamiento contra sus atacantes.

Ella continuó acostada sobre sus piernas, pero al oír que un caballero de su edad se hincaba para rescatarlos, se reincorporó. Los adolescentes se miraron con detenimiento a lo largo de diez minutos, luego el muchacho se presentó.

—Soy Abelardo Fernández, líder de las Ballenas —dijo él, entrañando sus merecidos ojos azulados en la madre de Lucien.

Justo al recordar la voz semi gruesa y dominante de su padre, tomó consciencia de que necesitaba contestarle a su novia.

—No te conviene, Ann. Si lo hacen, más personas estarán detrás de tu corazón... O tal vez decidan matarme para acabar contigo lentamente —aclaró Lucien.

Su propia mente pensaba en que su madre le hubiera aconsejado mejorar su frase de manipulación porque estaba esforzándose poco para acoger a Anet. Ella le habría dicho algo como: «Mi amado, Lucy. Adoro cuánto amas a Ann, pero necesitas imponerte o ella terminará dentro de un ataúd».

—Dudo mucho que eso suceda, la Anarquía empezó. La gente estará más enfocada en sobrevivir que en mí —escupió Ann.

«Recuérdalo, Lucien. El arte de amar sinceramente implica utilizar manipulación y arrogancia», recordó la mejor enseñanza de su padre. ¡Cómo apreciaba a ese hombre! ¡Él lo rescató de la muerte y años de tortura física y psicoemocional!

Luchando contra Anet con su mirada, la convenció de acompañarlo al comedor para deleitarse con los insípidos e incoloros alimentos que él tenía.

«Juro que lo mataré antes de que consiga acceso al Puerto porque no puedo tener testigos de mi partida a El Progreso», se comentó Ann así misma. Lucien podría ser un excelente compañero de guerra, mas, no era concebible escaparse con él.

«¿Haré lo mismo con Marie y Ulises? Han demostrado ser de ayuda, por lo que matarlos significaría que mi reputación empeoraría», reflexionó. Ella se había encariñado con sus nuevos roomies, pero también era peligroso para ellos debido a su poco conocimiento en defensa personal y uso de armas.

Ella retomó su análisis sin percatarse de que ambos acabaron de almorzar y que el joven de ojos castaños se encontraba levantando los platos mientras ella pensaba.

Lucien limpió y se vistió, esperando que para su regreso, su novia estuviera en el baño o recogiendo sus cosas de la habitación, pero se llevó una sorpresa. Ella permanecía en la mesa, suspirando con exasperación.

—Debes irte, ya conoces a mi casero —admitió Lucien.

Ella se dirigió a la salida, pero antes de salir, soltó: —Creo que deberías reconsiderar salvaguardar a Ulises y Marie, ellos no son una amenaza. No me apartarán de ti.

Él exhaló, no quería negociar algo inaceptable. Los amigos de su novia no eran suyos.

—Creí que eras diferente, que rompías el esquema —dijo ella, colocándose un suéter oscuro con capucha—. Me temo que erré, no sientes nada por nadie y ni siquiera por mí.

—Soy diferente. Te amo, Ann —le recordó Lucien—, pero no necesito demostrárselo a nadie, ni siquiera a tus nuevos roomies.

Ella enfureció y lanzó un buen argumento: —Ah, ¿sí? Entonces, ¿por qué cuando te he pedido apoyo para mis allegados no mueves ni un dedo pero si quieres que se cumpla tu palabra? Eso no es amor, exigir sin dar es hipocresía.

—Ann... Te amo, ¿por qué no puedes verlo? —siguió él, intentando tomar su mano.

—Cállate, lo nuestro acaba de terminar —interrumpió ella, tirándose la capucha sobre su cabeza—. Hasta nunca.

Ella salió del apartamento, aporreando la puerta. ¿Por qué seguía soportándolo cuando él ya le había dado señales de que no la amaba? ¿Qué la hacía permanecer a su lado?

—Les fallé, papás —murmuró Lucien, arreglándose para dirigirse a su clan. Él estaba cansado de lidiar contra la inseguridad de Anet, si bien él podría seguir enfrentándose contra su demonio, ¿cuánto tiempo más lo soportaría?



Fuera de aquel apartamento, Anet bajaba corriendo las escaleras sin olvidar de pisar cada maldito escalón alfombrado. Ella tenía sus manos dentro de los bolsillos, sentía tanto frío que le era imposible concentrarse en que su mente era una maraña de nervios.

Tras abandonar el Altiplano Hostal, sus ojos no podían ver más que caos en la calle porque su corazón se depuró. Ella casi podía escuchar el crujido de sus venas rompiéndose.

«No debí enrollarme con él, no fue correcto permitirle conocer lo que oculta mi ropa... Me equivoqué al amar de nuevo», chilló ella, secándose sus lágrimas con una mano.

Caminó con flaqueza, arrastrando los pies sobre el suelo porque su esperanzas de enamorarse estaba perdida. Haber permitido que Lucien penetrara en su fortaleza cuando Kelvin murió, era lamentable.

Ella anduvo en la zona centro de H-55, ignorando que la tasa de mortalidad estaba a la orden del día. Además, se encontraba alrededor de balaceras, ruegos, chillidos, cuerpos descendiendo desde edificios altos y confabulaciones acerca de ella misma. Sin embargo, estaba enfocada en la canción de cuna que le cantaba su mamá para calmarla.

Después de transitar varios cruzamientos, delante de Anet había una tienda en la que los ladrones estaban a flor de piel, pero no disfrutaban de su rutina así que ella se acercó, sacó la pistola que le robó a Lucien, la cargó y entró al lugar.

El Monstruo no estaba, era ella quien lanzaba varios disparos para terminar con las vidas de los asaltantes. ¿Qué cruzó por su mente cuando decidió intervenir?

La sangre salpicó los pisos, los estantes, las puertas de vidrio cercanas, y encima del asesino, por lo que los empleados gritaron aterrorizados.

Anet viró su mirada hacia ellos, aun con el arma en mano. Ella decidía si valía la pena matarlos o perdonarlos para que fueran ellos mismos quienes la defendieran ante la sociedad cuando se enterara del acontecimiento.

—Váyanse —indicó ella al ver sus reacciones. De inmediato, bajó su pistola—. Si se quedan cuando llegue alguien a la tienda, los culparán de sus muertes.

—Gracias, gracias, ¡muchas gracias! —agradeció una señora pelirroja—. ¿Cuál es tu nombre? Presiento que te conozco de algún lado.

—Me llamo Anet Bowie, La Justiciera —se presentó Ann—. Pero en serio, necesitan abandonar este establecimiento. No estarán a salvo, a menos que lleguen a casa.

Las víctimas huyeron en lo que ella tomaba comida y bebidas de la tienda para llevárselas al departamento. Aun así, la mujer que le agradeció, no dejó de observarla hasta que la perdió de vista.

Ann enfundó su arma, proponiéndose a guardar sus compras en algunas bolsas de papel. Ella estaba dispuesta a sacrificarse para salvar los pescuezos de Ulises, Marie y Camile, así como surtirles provisiones para sus supervivencias.

Ella abandonó el lugar sin inmutarle que había matado sin ser su otra versión.

«No me lo creo, ¡los mataste sin necesitarme!», observó El Monstruo. Él estaba feliz porque Anet se estaba responsabilizando de su vida.

Ella terminó su recorrido tras pasar cerca de la productora de maíz que siempre estaba metidos en líos legales por múltiples razones, extorsiones, lavado de dinero, violaciones sexuales, asesinatos y más; sin detenerse a observar si alguien desechaba un cadáver allí.

El corazón de Anet se oscureció tanto que el matar no la había saciado, lo que la tranquilizó era saber que llegaría a casa para estar con su familia. Su órgano más importante estaba por convertirse en una semilla de zapote.

Después de un intenso viaje, ella subió las escaleras para entrar a su apartamento sin percatarse de que Ulises y Marie la esperaban enfadados.

—Traje provisiones —sonrió ella, siendo una desconsiderada. Ella enseñó las bolsas llenas con comida y bebidas para aminorar el ambiente, pero Ulises estaba al rojo vivo.

—¿Traje provisiones? ¿En serio? ¿Solo eso vas a decir? ¿Ni un saludo o explicación acerca de dónde mierda estabas? —Ulises enfureció.

Ella se paró, evadiendo que lo sucedido con Lucien no la estaba afectando. ¿Cómo les explicarían sin mencionar el nombre del líder de las Ballenas?

—Lo lamento... —entonó, desbordándose en llanto—. Salí a ver a alguien especial para mí, pero discutimos y terminé con él porque descubrí que no me amaba...

Los novios la llevaron a la sala para que se sentara y les comentara acerca del motivo por el cual estaba bañada en líquido escarlata, no con respecto a su romance. Aun así, ella les contó todo porque necesitaba descargarse, porque pensaba que le prestaban atención cuando tenía era grosera o asesinaba.

Ulises colocó una mano en el hombro de Ann, al mismo tiempo que Marie entrelazaba la suya con la de su amiga. Ellos se sintieron apenados, ¿cómo no se habían percatado del impacto de sus comportamientos?


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