Capítulo 3: Obedezcan a El Monstruo
El ambiente era más cálido que otros días porque el cristal del domo dejaba ver más rayos solares. Por tanto, las personas hacían sus vidas sin preocupaciones. ¡Por fin había paz entre ambos bandos del planeta!
Sin embargo, ese día todo se oscureció. Todo empezó cuando una joven de quince años salía del supermercado y fue acorralada por los Elefantes, quienes se dedicaban a saciar sus deseos sexuales mediante la fuerza.
Ella estaba asustada por lo que querrían hacerle. Los hombres jóvenes habían comenzado a enfilarse para volverla impura, pero justo cuando el primero de ellos se había aproximado para tocarla, una chica de doce años llamada Anet se interpuso.
Ann inició una pelea con los sujetos y permitió que la víctima escapara. Ella terminó con heridas severas, pero logró defender a la otra muchacha.
Cuando el desacato concluyó, Anet estaba aterrada, puesto que no supo de dónde salió su poder. Haber tenido ese coraje, la llevó a ser admirada por las Presas, y ser odiada por los Cazadores, quienes deseaban matarla.
Los habitantes de Trésse estaban impresionados por ella hasta que ellos se enteraron de que Ann era la misma chica que se la pasaba luchando contra Cazadores.
Por miedo a que lastimara a un inocente, mandaron a Anet al edificio más lejano de la isla, sabiendo que la joven castaña solo impartía justicia, aunque una vez se hartó.
Esa tarde regresaba a casa después de decapitar a algunos criminales cuando pasó cerca de un parque cuyos juegos metálicos estaban tan oxidados que apenas podían moverse.
Ann estaba por salir de la zona cuando una chica de su edad la llamó. Ella dudó en dirigirle la mirada, pero decidió hacerlo.
—Anet, ¿quieres jugar conmigo en el sube y baja? —preguntó la niña de cabello rubio, quien usaba un vestido blanco con lunares púrpuras—. Hace tiempo que no te veía por aquí... La verdad es que te extrañé.
—En otro momento, Chantal. No tengo ganas —vociferó Anet, manteniendo respeto. Ella sabía que era mejor para ambas mantener distancia.
—Por favor, juega conmigo —insistió Chantal—. Te extrañé demasiado, Annie. No ha habido un día en que no te piense.
—Yo también te he extrañado, pero en serio, no quiero jugar ahora —argumentó Ann, apresurando el paso.
—Ann, por favor —repitió Chantal varias veces—. Solo unos minutos.
«Es por tu bien, Chantal. ¿Cómo mierda hago quelo comprendas», se cuestionó Anet, consciente de que El Monstruo saldría en cualquier momento para defenderla.
—Ann —continuó la rubia, pero no llegó a terminar su oración porque fue interrumpida por la niña castaña.
—¡Estúpida, ya te dije que no quiero! —insultó Ann, permitiendo que El Monstruo saliera tan solo por unos instantes.
Chantal no se rindió, así que antes de preguntar de nuevo, se disculpó. De inmediato, la otra niña pidió disculpas porque no se sentía bien emocionalmente.
Pensando en que podría ayudarla, Chantal quiso convencer a Anet de pasar tiempo con ella ya que creía que así aminoraría su dolor. Aun así, Ann sostuvo su respuesta, negándose por enésima ocasión.
Chantal iba a decir algo cuando fue lastimada físicamente hasta el punto de terminar golpeada en varias partes de su cuerpo.
«Obtuvo su merecido», dijo El Monstruo, intentando consolar a Ann, quien perdió el mando de su propio cuerpo y se limitaba a salir del shock. Él se ofendió por el comportamiento de su amiga, tachándola de grosera.
Al percatarse de lo que hizo, Anet corrió lo más lejos posible, tropezó, y se miró a través de un charco de agua, observando que había personas quienes se estaba comenzando a acercársele para arrestarla.
«No lo merecía», debatió Ann, emergiendo como un susurro angelical. Ella era un zumbido tan bello que El Monstruo no fue capaz de ignorarla porque apreciaba oír su timbre rogarle por ser más humano.
La disforia de género que tenía, la atormentó. Ella luchó contra su identidad para enfrentar el crimen, pero como consecuencia de la gran tormenta de emociones negativas, usó su nueva forma de ser.
«Sé prudente, por favor», rogó Anet. Ella se había puesto a llorar en un rincón mental porque no tenía nada más por hacer.
—Anet Jaqueline Bowie Férsse, quedas bajo... —inició el comisario Scott.
—No siga —advirtió la voz tenebrosa y errática de El Monstruo—, será peor si termina su maldita oración... Por favor, aléjense.
—Es mi deber —prosiguió el comisario—. Quedas bajo arresto.
—Obedezcan a El Monstruo —lloró Anet, usando su voz normal. Ella estaba llena de tristeza, sabía que no podía controlarse—. La situación será más compleja si insisten en llevarme a la comisaría.
Entonces, el comisario Scott la levantó, observando que estaba cubierta de barro y algunos residuos desconocidos.
«Gozaré esto», rio El Monstruo porque defendería a Anet como él quisiera, aunque ella estuviera en desacuerdo.
Ellos cometieron un error porque por no escuchar a la inocente joven castaña, fueron heridos severamente... La policía dejó que ella huyera, condicionándola a que no volviera a aparecer en el centro del sector Hesitate, mejor conocido como H-55.
Desde entonces, la policía vigilaba a que El Monstruo y Anet no regresaran. La primera vez que la gente supo que volvió, fue para hallar que su roomie había muerto; la segunda, para asesinar a su asesino; y la tercera, porque entró en una crisis nerviosa.
Pese a lo anterior, Anet y El Monstruo se las ingeniaron para continuar arrebatándoles las vidas a quienes herían a la población. Así mismo, ambas identidades se metieron en peleas clandestinas en las cuales mataron a inocentes tras confundirlos con rufianes.
La mañana había transcurrido con normalidad, los nuevos roomies descansaron sin problema, Anet se sentía mejor porque se sinceró un poco con ellos. Ahora había caído la tarde, y los inquilinos estaban por someterse a un nuevo caos.
Ann dejó de recordar lo que sabía acerca de su pasado, ya que las noticias pronunciadas a través de la radio le sentaron mal. Ella estaba alterada porque rememoró la mayoría de las ocasiones en las que El Monstruo se apoderó de ella.
Tras varios cambios de estación, ella se decidió por una; solo entonces, la castaña se alejó con lentitud de la radio. De alguna manera, el hilillo de la inseguridad se apagó cuando pudo escuchar más allá de noticias.
Posteriormente, ella fue hasta el armario de la sala. Ella admiró los miles de objetos que yacían dentro: su colección de tapas, chaquetas, suéteres, bufandas, armas de casi todo tipo y su icónico altar donde reposaban las imágenes de cada uno de sus antiguos roomies.
Anet tomó un recuadro, era momento de dedicarse a indagar si cierto muchacho la recordaba, pese a que se encontraba en el cielo. La persona que estaba en la fotografía era su segundo compañero, Corisliao Meneses.
Ella imitó la voz de su antiguo amor: —Te recuerdo, Anet. Siempre tan hermosa.
—Es lindo saber que me recuerdas, Corisliao. Los años transcurrieron, pero sigues siendo uno de mis grandes amores —confesó ella.
Ella se sintió observada, así que guardó el cuadro e intentó cerrar velozmente el armario. Sin embargo, Ulises carraspeó en ese momento.
«¡Polillas!», maldijo Anet en voz baja. Ella no sabía qué esperar de una vaga conversación con Ulises, pues hasta donde sabía, él seguía incómodo con el hecho de vivir con ella.
—Me gustaría observarla —admitió Ulises, señalando la fotografía de Corisliao—, solo si me concedes el permiso.
Ann le otorgó la fotografía y sacó otras cuatro. Cuando él vio que eran varias, se impactó porque no presintió que su amiga hubiera tenido muchos roomies en el pasado.
Ella cerró el armario, nerviosa porque él era la primera persona en tener acercamiento con su pasado. Por tanto, estaba confundida cuando observó que Ulises no tenía intención de juzgarla si no de ayudarla.
—No hay más recuadros, son todos mis antiguos novios... —acertó ella. Luego, mencionó las muertes de cada uno—. Kelvin, apuñalado; Corisliao, envenenado; Stuart, asfixiado con una bolsa plástica...
Ann se tomó un momento para llorar por sus antiguas parejas románticas porque por un instante, ella entendió que estaba bien vivir sus emociones. La castaña estuvo por mojar su blusa deportiva azul de tantas lágrimas que caían de su rostro.
—¿Quién fue el último? —preguntó Ulises anonado ante tanta negatividad que pasó Anet. Él poco a poco fue comprendiendo por qué ella tenía su particular comportamiento.
—Jeremiah... Fue descuartizado e incinerado. En mi opinión, él tuvo la peor muerte —concluyó ella—. Imagínate, Ulises, utilizaron dos métodos para matarlo.
Ulises depositó las fotografías sobre la mesa. Él estaba por vomitar porque se imaginó cada una de las muertes de los roomies fallecidos, pero se contuvo, debido a que cayó en cuenta de que Anet seguía mirándolo con angustia.
Ella sospechaba que su amigo se sentía mal, así que le dio unos minutos para que él formulara una respuesta. Mientras tanto, Anet fue al comedor para apagar cubrir la ventana con cinta y después colocar la cortina.
Tras la espera, el pelinegro comentó: —Jirafa, Ballena, León y Elefante, ¿no es así? Digo... Sé que matan de diferentes maneras cada día, pero los métodos que me comentas, son los que usaban hacía años.
—Acertaste —reconoció Anet. Ella quería rascarse los brazos debido a la incomodidad, pero luchaba contra su propia ansiedad.
Ella ordenó los recuadros que estaban chuecos en las paredes amarillentas del apartamento, preguntándose si ellos estarían dispuestos a revelar parte de sus vidas privadas con ella porque ya eran amigos.
—Ulises, mientras decido qué hacer cuéntame más acerca de ti —pidió Anet, pensando en que quería acomodar los cojines blanquecinos y esponjosos de los tres sofás de la sala—. Ustedes me forzaron a sincerarme, lo lógico es que hagan lo mismo pero sin presión.
—Tienes razón, mis padres no criaron a un hipócrita —vaciló Ulises—. Soy Ulises Scott, Presa proveniente de Órtio. Mis padres eran Harry Scott y Aimé Limbo... Ellos fueron asesinados hace bastantes años. No quiero ser grosero, me incomoda hablar acerca de mi familia, sin embargo, sí te diré que soy hijo único y mi crianza fue excepcional hasta donde recuerdo.
—Entiendo, gracias por tenerme la confianza para presentarte —sonrió Anet. En ese momento, Marie apareció con la intención de saber qué estaban haciendo.
Anet y Ulises conectaron telepáticamente, por lo que la castaña ocultó la verdad. Ella recordó el tema anterior, escupiendo: —Intentaba suavizar parte de mi vida para que Ulises no vomitara o sintiera agruras.
«Gracias», agradeció Ulises con una torcedura similar a una sonrisa. Él relajó los músculos, mas, los síntomas de su espalda regresaban. ¿Cuándo se medicaría?
Marie quiso mirar a través de la fría ventana con cinta. Ella quería saber por qué su amiga había parchado la ventana, pero no sabía cómo preguntarlo sin hacer parecer a Anet como paranoica.
—Algunos Cazadores lanzaban martillos, bloques o piedras hacia el edificio y caían en mi apartamento —dijo Anet, alzándose de brazos—. Ellos juraban que eran accidentes, pero los tres sabemos que era a propósito.
—¿Mataste a todos sus asesinos? —continuó Ulises con la conversación que tenía con Ann. Él mostró tanto interés que ella continuó con el tema.
—Supongo que solo el de Kelvin —tarareó Anet, al mismo tiempo que mostraba más vulnerabilidad y menos vibra densa.
—¿Cómo puedes estar segura si ni siquiera recuerdas bien lo que sucedió aquel día? —prosiguió Ulises, confundido.
«Solo confía en mí», susurró Ann, retrayéndose al sentarse en el sofá individual. Ella sabía que olvidaba varios detalles debido a las lagunas mentales que tenía con la aparición de El Monstruo, pero no podía ser dura consigo misma por ello.
Marie caminó hasta su compañera y la rodeó con un brazo, notando algunas heridas de Anet. Ella se separó de Ann, tenía miedo porque no creía que ella fuera suicida.
—¿Las viste? —preguntó Anet.
Marie movió su cabeza, asintiendo. Ella esperaba a que la castaña contara más acerca del pasado de cada una de sus cicatrices, sin embargo, Ann lo resumió con unas cuantas frases.
—Son de todo por lo que he pasado, incluyendo un intento de abuso sexual —comentó Ann—. Puedo contarles acerca de cada una, pero no están listos.
—¡Dios Mío, Anet! ¡¿Cuánto has sufrido?! —soltó Ulises, acostándose en el sofá más grande la sala.
—Mucho, pero no es de interés colectivo —rezongó Anet.
—Es interés mío y de Marie porque explica bastante acerca de tu comportamiento, ¿no lo crees? —debatió Ulises.
—Bien, les contaré cuando Camile llegue. Si me corrompo en alguna parte, ella podrá ayudarles a que yo regrese —respondió Anet a regañadientes.
Los tres ellos estaban tensos y ansiosos.
Ulises preparó el almuerzo pero cara cuando iba a servirlo, la casera apareció con una sonrisa nerviosa. Ella sabía que los nuevos roomies de Ann querían saberlo todo.
«Ojalá no se asusten», rogó Camile mientras se acercaba a Ulises para brindarle apoyo. Ella repartió la ensalada césar con tiras de pollo y crutones, asegurándose de no revelar cómo se sentía.
Después de dividir la comida, los cuatro almorzaron. La limpieza fue rápida ya que los tres jóvenes colaboraron, aunque Ann estaba segura de que la velocidad de los novios se debía a su intriga.
—Apenas estaba por cumplir ocho años cuando mis padres y hermanos fueron asesinados por mis antiguos vecinos en Frízzy —declaró Anet para comenzar con su relato—. Fue entonces que nació El Monstruo... —respiró, imaginando que sus manos sudaban.
Para Anet era muy duro revivir su pasado, pero fue astuta porque decidió no revelar algunas vivencias. Ella no lo hizo por no confiar, sino porque había hecho un acuerdo con Camile. Tras hora y quince minutos hablando sin parar, finalizó su monólogo.
Los novios tenían los ojos llorosos debido a que sentían coraje y estaban atemorizados. ¿En qué momento fue que el mundo se puso en contra de Anet Bowie? ¿Por qué a ella debía tocarle vivir películas de thriller psicológico?
La pequeña familia se relajó, jugando póquer porque ellos necesitaban un momento para asimilar que para Anet no había nada fuera de lugar, una pieza era también un todo.
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