Capítulo 2: Por Justicia

En Trésse, específicamente en el sector H-55, tanto Cazadores como Presas estaban al acecho del Monstruo o la Criatura que tenía aterrado a toda la isla. Cuando muchos se enteraron de que Anet salió de su casa porque entró en pánico, decidieron cazarlo.

Justo en la zona centro de Hesitate, dentro de la comisaría, el personal realizaba su trabajo; algunos redactaban, enviaban y archivaban informes; otros, permanecían en una sala de interrogatorio, encuestando a los sospechosos de robo y/o asesinatos.

La comisaria yacía dentro de su oficina, un cuarto con un enorme estante lleno de expedientes, libros, revistas, trofeos, fotografías. Además, había un ventilador, una mesa con varias cosas encima y una silla cómoda de cuero; sin embargo, lo que más llamaba la atención de cualquiera que entrara allí era el fuerte olor a lavanda.

Uno de los inferiores entró, arrastrándose y cerrando la puerta. El joven uniformado comentó a su superior que la tobillera de Anet Bowie emitió una alerta, lo cual implicaba que ella había conseguido arrancarse su detector.

—Maldita bruja —masculló la mayor Paxton, una mujer de treinta y cinco años, cabello corto y oscuro, arrugas en la cara y ojos avellana—. Debemos atraparla... ¿Por qué estás así?

—Señorita —el joven parló—, los Leones están en la comisaría. Ellos atacan al personal si no les decimos algo acerca de Elaya Menta.

La jefa acechó por la ventana que estaban torturando física y psicológicamente a su unidad, por lo que le pidió al joven que continuara su relato.

—El clan busca a Anet Bowie porque de alguna forma, se enteraron de que ella vagó por H-55... ¿Qué hacemos? —dijo él entre dientes.

Uno de los Leones se percató que había dos sobrevivientes dentro de la oficina del jefe, así que intentó forzar la manija para ingresar, pero no lo logró. Tras pedir apoyo, el León entró, declarándoles a los policías que debían hablar o morirían.

Beth Paxton lloró, enojada, recordando que cuando entró a la academia, prometió proteger la integridad de la población, por lo que forcejeó con el atacante, quien ejecutó con una bala al joven en entrenamiento. Ella protegió a Anet, aunque no la respaldaba.

Beth Paxton permaneció entre forcejeo con el León. Ella sentía cómo su pulso se aceleraba y la adrenalina esparcirse alrededor de su cuerpo. Aun así, no previno que su atacante sacara una navaja suiza de su cinturón y comenzara a tasajearla.

Ella gritó, era capaz de percibir su piel separándose tal y como lo haría una costura. El dolor aumentaba conforme los segundos, aunque ello no impidió que ella se defendiera.

—¡Perra! —aulló el León clavándole enésimas veces el filo en múltiples partes de la mujer, iniciando desde su abdomen hasta terminar en el cuello.

Minutos más tarde, él se hallaba bañado de sangre frente a un cuerpo manchado de un tinte escarlata con un dulce olor. El León rio con desquicio, confiado de que su víctima no daría más pleito.

La mayor Paxton falleció después de ser apuñalada treinta y cinco veces, pero en su rostro solo había plenitud. Por ende, cuando el León creyó verla sonreír, la desfiguró porque sintió impotencia.

Aunque ninguno de los policías les comentaron acerca de la ubicación de Bowie, sí que lo hicieron los archivistas. Ellos entregaron el expediente de Anet, creyendo que no los matarían si cooperaban.

«Idiotas debiluchos», befó el León, abandonando la oficina de la mayor Paxton.

Los Leones salieron de distintas partes de la comisaría, deslumbrándose ante la bella masacre que habían creado. Ellos rieron, debido a que los cadáveres despilfarraban un líquido escarlata, y algunos se les veían músculos y órganos expuestos.

—¿No faltan ninguno? —preguntó Amari Batiño, y al observar que estaba completo su clan, ordenó quemar la comisaría de Hesitate con gasolina.

Sus subyugados atendieron la petición de su líder, ansiosos porque por fin moriría la persona que acabó con uno de los suyos. Ellos celebraron los homicidios múltiples que cometieron mientras se pusieron en marcha para encontrarse con su enemiga.

El clan anduvo por las peligrosas calles, topándose con miembros de los otros clanes, pero debido al Código de Destrucción, no se pelearon con ellos, simplemente los miraban con desprecio y continuaron su camino.

Así fue su larga caminata hasta que llegaron al sitio donde podía estar Anet, mas, no encontraron a la Presa. En su lugar, se encontraron con la Madriguera de Sert, una comunidad de Presas que buscaba a la joven adulta de ojos grises para convencerla de parar con los asesinatos o que al menos, los ayudara a acabar con los Cazadores.

Desgraciadamente, pese al gran entrenamiento físico que tenían las Presas, ninguna sobrevivió. Todas, sin excepción, fueron colgadas en postes de luz. Ellas dieron tanta batalla que para cuando los Leones culminaron su cometido, ellos estaban cansados.

Amari Batiño, saboreó la sangre que manchaba su boca, ordenando que el clan se retirara de la escena. Enérgico, él gruñó: —¿Dónde estás, Monstruo? Vas a pagar.

Los Leones caminaron hasta su edificio, ubicado en la zona norte de Hesitate, ya que su misión del día había sido fallida. Durante ese viaje, el odio, el placer de matar y la venganza acompañaron a los dominantes. No había qué hacer más que esperar a que Ann flaqueara.



En lo que los Leones inspeccionaban las calles para hallar más víctimas, Ulises, Anet y Marie, habitantes del apartamento 783 del Good State, esperaban descansar o mínimo, pudieran intentarlo porque el café los había despertado.

La pareja ignoraba que pudiera pasar algo, aunque Bowie sabía de los riesgos. Anet cerró la puerta, poniéndole tres candados. Inmediatamente, Marie bufó a su amiga, recordándole que nadie los estaba persiguiendo.

—A mí me persiguen, preciosa —dijo por lo bajo Anet—. Recuérdalo, soy un Monstruo. Además, esta porquería emitió una alerta, y cualquiera que tenga acceso a la comisaría sabe dónde estuve —ella enseñó el detector descompuesto.

Ulises estaba confundido, pero se esforzaba por comportarse como el buen hijo que habían criado sus conservadores padres.

—Las únicas personas que irían por ti, sería el cuerpo policiaco. No tiene sentido que te preocupes por pequeñeces —dijo Ulises, cruzándose de brazos.

—Enciende la radio —respondió Ann, arqueando una ceja.

El joven pelinegro accedió, aunque seguía pensando que ella estaba enloqueciendo porque llevaba tiempo encerrada en casa.

La reportera de la estación chilló horrorizada: —El cuerpo policiaco del sector H-55 ha muerto. Los Leones entraron y mataron a todos para obtener información acerca de...

Ulises cambió la señal para colocar música.

Irritado, soltó: —¿Por qué carajos los Leones quieren matarte?

Él no estaba juzgándola, solo necesitaba conocer su versión de la historia para brindarle su apoyo. Si bien no estaba todavía cómodo con su presencia, se esforzaba por Marie.

Anet se sentó en el sofá, subió una pierna sobre la mesa que había en la sala y alzó la otra para observar la herida que se hizo al librarse de la tobillera. Ella no tenía interés en responder, pero como Marie insistió, asustándose porque Ann sangraba del tobillo, habló.

«Lamentaré abrirme con ellos», masculló Anet por lo bajo. Ella se forzaba a agradar, pero solo emanaba sarcasmo.

—Gracias por avisarme, Marie. No había notado que mis eritrocitos son suicidas —dijo Anet con ironía porque estaba a la defensiva. Ella se quitó la sudadera, lanzándola al piso.

Marie fue por el botiquín de primeros auxilios. Cuando volvió, se niveló a la herida y empezó a tratarla. En ese momento, Anet masculló porque sintió la medicina ser absorbida por su piel expuesta, pero como ella callaba, Marie presionó de nuevo la herida.

—No sé exactamente qué pasó —comentó Ann, molesta. Marie la manipulaba para confesar—. Sé que vengué a mi compañero de cuarto porque días después de su muerte, descubrí quién lo asesinó, así que decidí ir tras su asesino.

»Ese día me dediqué a buscar a Elaya Menta, miembro de los Leones. Me costó bastante porque él se andaba escondiendo, pero cuando lo hallé, lo separé de su grupo y luego... Solo recuerdo que yacía transitando las calles, desorientada, con un cuchillo en la mano.

»¡Estaba manchada con sangre que no era mía! ¡Tampoco podía recordar lo que había pasado! Mi única conclusión fue que El Monstruo encaró a Elaya... Cuando llegué al edificio, Camile me bañó y trató las cortadas que estaban alrededor de mi cuerpo.

Ulises quedó boca abierto, al igual que Marie, quien seguía en su papel de enfermera.

Silencio, pensamientos, recuerdos y sonidos aturdidores. Dichos elementos componía el lúgubre ambiente que se había creado con la confesión de Anet.

—Su última frase fue: «No sé tu nombre, pero sí que eres un Monstruo» —finalizó Ann, admirándose la herida. La rubia se alejó, y la castaña adhirió una palabra—. Gracias.

—¿Mataste a Elaya? —inquirió Marie, sonriendo.

—Cuando regresó en sí, miré el cuerpo... No había movimiento —confesó Anet, sintiendo que se había confesado con el Papa.

Ulises pensaba que por ello, Anet traía la tobillera. Él buscó las palabras y se expresó: —Por eso es por lo que vestías tu rastreador, ¿verdad?

—Te equivocas —dijo Ann con un ladeo de cabeza—. Mi pulsera fue por un robo.

—Entonces, ¿por qué no sales del departamento? —preguntó Ulises, pero Anet pidió que se lo preguntaran mañana porque estaba muy cansada.

Él aceptó.

«Sé que ocultas detalles de tu vida», supuso Ulises. Él ya no se sentía temeroso ante la presencia de Anet, aunque ahora tenía curiosidad en su vida privada. Pero así como estuvo a favor de que ella hablara, ¿él narraría parte de su vida?

«No me siento preparado», murmuro. Él fue inundado por la vergüenza, no quería percibirse como un hipócrita, mas, conforme interactuaba con Anet, parecía convertirse en uno.

Ulises fue con Marie, dejando sola a Ann.

Anet se recostó para intentar recordar. Cada vez que quería revivir algún recuerdo relacionado con las venganzas por sus antiguos roomies, ella sentía jaqueca y ganas de vomitar.

En la madrugada, desbloqueó nuevos datos.

Cediendo el poder al Monstruo, entendió que pudo no haber matado a su víctima, porque ésta había tenido un combate con uno de sus amigos.

Despertó a sus posibles amigos debido a la emoción que tenían. Ellos fueron a verla en la sala, pese a que estaban casi dormidos, menospreciando su cansancio para poder escuchar a quien más los necesitaba.

Anet estaba asustada, no sabía cómo reaccionarían sus amigos. Aun así, ella estaba preparada para sincerarse. Ellos se sentaron en el sofá, bostezando.

—Te escuchamos —comentó Marie—, aunque parezcamos idos.

—¡Me alegra! —exclamó Ann, confiada ante la sinceridad de sus roomies—. Bien, descubrí que no maté a Elaya. Él murió por malestar físico.

Marie le pegó a Ulises en la frente cuando observó que él se estaba quedando dormido.

Como prueba de su compromiso con Anet, él soltó: —¿A qué te refieres?

Él bostezó, acomodándose de nuevo encima del regazo de Marie. Sin embargo, su novia lo lanzó de su lado para que él fuera más cortés con Ann.

Ann prefirió no ofenderse, así que rio por el comportamiento de Ulises. Ella se sentía bien, una extraña sensación la había visitado, era como si ella realmente estuviera viva.

Los tres lograron compartir un momento acogedor bastante corto, pero indispensable para empezar a conectar como los amigos que eran o serían... Eso ya lo decidiría El Monstruo.

«Lo logré», se felicitó Anet, al mismo tiempo que veía a sus roomies caminar desestabilizados hasta su habitación. Ella dio un gran paso, saltando dos escalones en un instante.

Antes de entrar a su cuarto, Anetsintió interés en las vidas de Ulises y Marie, pero estaba consciente de que no era prudente despertarlos nuevamente. Entonces, ella se prometió investigar acerca de ellos apenas fuera un nuevo día.


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