Capítulo 12: Vigilancia

Lucien caminaba a través de un túnel mientras iluminaba su camino con una linterna UV porque se había escapado de casa y no recordaba el camino. Él estaba asustado, los murciélagos emitían su icónico ruido cada vez que la luz los rozaban.

Su cuerpo estaba tenso, cada misero músculo intentaba recuperar el movimiento, pero el temor se los impedía. Fue por ello por lo que el adolescente de tez morena oprimió sus piernas con tal de recuperar movilidad.

escupió Lucien. Decepcionado de su cuerpo, optó por arrastrarse como gusano hasta llegar a la salida.

Justo cuando iba a salir, sus piernas le correspondieron. Él enfadó porque parecía una mala pasada del destino.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Lucien al identificar una figura femenina corriendo hacia donde estaba—. Dije, ¿quién anda ahí?

La sombra se transformó en una señorita de dieciocho años cubierta de sangre. Aquella joven mujer se lanzó encima de Lucien, sintiéndose aterrada de quien la perseguía.

Ella forcejó con él y le robó su linterna, pero antes de continuar huyendo, dijo: —Lo siento mucho, en verdad.

Lucien se pasmó por unos segundos previo a acorralarla para hacerle un escaneo superficial. Él creía que conocía a la ladrona sangrienta.

La muchacha se limitó a mirarlo, impaciente. Ella quería continuar su camino, pero tampoco quería ser descortés con su víctima de robo, así que esperó a que él hablara para responder en corto e irse.

—Te conozco —admitió él, sintiendo que sus hormonas hacían que tuviera una pequeña erección ante la presencia de la desconocida.

—Soy Anet Bowie... —afirmó la chica, dejando que el muchacho de catorce lidiara con su naturaleza. Ella no podía desviarse del camino.

«Volveremos a encontrarnos», supuso Lucien, forzando a su miembro para que se tranquilizara porque lo hacía estar incómodo.

Él no estaba seguro acerca de cuánto tiempo pasaría para reencontrarse con Anet, sin embargo, confiaba en que el destino se encargaría de ello.



Lucien dejó de pensar en la primera vez que se encontró con Anet, concentrándose en que Anthony continuaba desaparecido. Él estaba desesperado por verlo de nuevo, aunque seguía meditando si era hetero o bisexual.

«Han pasado cuatro horas, y no hemos recibido alguna señal de su parte», recordó él. En ese momento, vio a Anthony en su mente; él utilizaba una camisa blanca, pantalones de mezclilla, tenis oscuros y una sudadera roja con un dibujo de un gato en el lado superior izquierdo.

Además, el moreno se imaginó abrazando a Tony, observando que el castaño traía maquillaje de Anet (rubor y sombra roja en los ojos). Lucien se sintió extasiando con su aroma a lavanda mientras jugaba con el dije de oro que colgaba de su cuello.

Por si no fuera poco, él también reprodujo una imagen de él, besando los rosados y carnosos labios de su amado. Así que pensar en la desaparición de Anthony, hacía que el joven musculoso de ojos cafés estuviera en crisis.

Aire, dióxido de carbono, bolsas de plástico y muertes. Aquellos eran los componentes que confeccionaban el ambiente en el cual se encontraban los amigos de Tony.

—¡Anthony! —aullaron ellos, asustados porque suponían que su amigo hubiera muerto.

Como Ulises sintió un espasmo en la espalda y reconoció una pestilencia proveniente de ella, se alejó del grupo. Asegurándose de que Marie no estuviera cerca, alzó su camisa para sorprenderse con que su piel seguía consumiéndose y tenía granos con pus.

Él bajó su camisa, sacudiendo las manos encima de su pantalón oscuro. Poco después, desvistió su arma para regresar con su novia. Sin embargo, él solo podía pensar que moriría.

Camile, sosteniendo su largo y rosado vestido, analizó el comportamiento de Ulises. Ella no quería incomodarlo, pero era evidente que él sufría.

«Por favor, Ulises. Si algo te sucede, sé honesto. Nosotros no te vamos a juzgar; en cambio, haremos lo que podamos para ayudarte», sollozó la señora de cabello aterciopelado y maquillaje básico en el rostro. Ella lo sabía, algo andaba mal con su niño de pelinegro.

—Dios, te pido que no tardemos en llegar a casa de Ulises —rezó Marie. Ella estaba por continuar cuando el estruendo de unas pisadas llamaron su atención.

Allí estaba él, empapado de sangre, con la cabeza cabizbaja y los pensamientos mezclados. Anthony regresó, decepcionado de sí mismo. ¿Qué sucedió con él?

Ulises le entregó un pedazo de papel, a pesar de que no serviría.

Camile se hincó porque él era su Dios o un guerrero Celestial. Inmediatamente, ella pronunció: —Dios, agradezco que hayas enviado a tu hijo a la Tierra para salvaguardarnos una vez más... Te prometo que no cometeré más errores.

Marie estuvo a punto de tener un paro cardiaco porque su amigo, se estaba convirtiendo en el peor enemigo de la humanidad. Aun así, dejó de pensarlo cuando Ulises acarició su mano, convenciéndola de que Anthony era el mejor postor para la paz.

Lucien no sonrió por la presencia de su novio, deseaba que Anet regresara.

Dios lo escuchó tras coincidir mirada con Tony porque segundos después Anet volvió a ser el host de su cuerpo.

Ann dio la vuelta para sacarse su vestimenta.

—Matar me llena de paz. ¿Alguna vez se han sentido así? Todo lo que sucede a tu alrededor no importa más que tus propios pensamientos —gimió ella, sincerándose con su familia—. uando dejas de ensimismarte, recuerdas que el universo no es una mierda y sonríes porque pecadores morirán en tus manos.

—Debemos apresurarnos para llegar al cuartel —indicó Lucien. Tras observar que Ann adoptó otra postura, le lanzó su mochila.

Ella cedió el mando a Tony, quien dijo: —No iré, tengo asuntos pendientes por resolver antes de reencontrarme con tu clan.

Tony se revistió, observando que la inmensidad de sus pechos no terminaba de convencerlo. Él sentía que su cuerpo estaría mejor sin tanta mama.

«Aunque tarde en tener su aprobación, estos pechos se irán a casa de la chinita», reflexionó. Él no permitiría que Anet continuara adecuando el cuerpo a su merced, necesitaba protestar para no solo un cambio de ropa o maquillaje.

—¡Nadie deja el grupo! Juntos iniciamos, juntos terminaremos —masculló Lucien, apretando la muñeca de Anthony.

Tony vociferó: —¡Lucifer, regrésate al Infierno!

—¡Púdrete! —rezongó Lucien, luchando cuerpo a cuerpo con su pareja.

—Dios Mío, proteger a Anthony de las oscuras intenciones de Lucien Fernández —rezó Camile—. Él merece cumplir sus deseos morbosos y sádicos.

—Camile, ¿qué estás haciendo? —chilló Ulises tras observar que la señora estaba apoyando a El Monstruo.

—Anthony es el único que puede salvarnos de la miseria —admitió ella—. ¿Por qué no puedes apoyar a nuestro salvador?

Marie, quien estaba sosteniendo la mano de Ulises, se alejó para unirse al equipo de Ann.

—Te amo, Anthony Bowie... Haz lo que quieras conmigo —declaró Marie—. Solo dime si debo ser buena novia o un juguete.

Ulises sentía que estaba dentro de una pesadilla, ¿cómo era posible que la escena fuera real? ¿Por qué sus amigos actuaban de ese modo?

Él deseó que su enfermedad acabara con su vida no solo para reunirse con sus padres, sino también para escapar del cuarteto de locos que tenía por amigos.

«Muerte», pidió, aceptando su sentencia para ser libre de la locura social.

Él se escondió de la escena detrás de un edificio para revisar su herida porque el perfume cada vez dejaba de ocultar que apestaba.

Marie fue por Ulises, conduciéndolo de vuelta con el grupo. Todo había sido un montaje coordinado para corroborar que él no había perdido la cordura.

Risas, burlas y sonrisas, la condena del pelinegro.

—El resto pasará por esta prueba —admitió Anthony, estrujando a su amigo. Sin embargo, Ulises seguía alerta debido a que Tony dijo que amaba asesinar.

—Cuando dijiste que asesinar era tu pasión, ¿era parte de la falacia? —preguntó Ulises.

—¿Qué cosa? Nunca diría eso, aprecio la vida ajena... Pero, si ustedes peligran, no tendré otra opción que asesinar —soltó Anthony, alzando los brazos.

A Scott se le pusieron en blanco los ojos.

—Los amo —soltó Tony. Aun así, Ulises no sacaba de su cabeza que Anthony se había perdido.

«Cuando dejas de ensimismarte, recuerdas que el universo no es una mierda y sonríes porque pecadores morirán en tus manos», repensó Ulises, al mismo tiempo que caminaba, procurando no tropezar.

Su respiración era lenta, el sudor no aparecía y el corazón latía con menos fuerza. Su enfermedad lo había alcanzado porque ni podía mover sus manos.

Lucien observó a Ulises antes de gritarles a los demás que debían detenerse porque el pelinegro estaba enfermo, pero no esperaban que él ya estuviera condenado a muerte.

Marie entrelazó su mano con la de su pareja, murmurando: —Ya casi llegamos al edificio, Scottie. Los médicos te atenderán.

—No sé si quisiera seguir con vida... —objetó él.

Anthony evaluó la situación, recordándose que debía permanecer en silencio. Intentando disimular, miró a Ulises porque estaba cansado de verlo sufrir.

—Ulises está enfermo desde quién sabe cuándo, no tiene salvación —argumentó.

—Mientes —recriminó Marie.

—Obsérvalo tú misma —ordenó Anthony. Ella obedeció, con que él se estaba pudriendo y que apestaba por completo.

Marie no comprendía por qué su novio le había mentido, pero no estaba dispuesta a hacer preguntas. Ella dejó que Camile la apartara de Ulises para hacer una pregunta.

—¿Cómo quisieras morir? —preguntó la señora.

—Quiero que me ahoguen —confesó el enfermo.

Sin previo aviso, El Monstruo emergió y disparó contra Ulises. Él no sintió remordimiento cuando sus amigos gimotearon debido al asesinato.

Lucien lo supo, ni Anet ni Anthony dominaban el cuerpo humano. El Monstruo había conseguido ser el dueño.

Camile intentó que la Criatura dejara a su hermana menor, pero era imposible. La persona que una vez ocupó aquella piel se había esfumado.

—Créanme, no soy lo peor que existe en la Tierra —amenazó El Monstruo.

—Vete al carajo. Si insistes en liderar, me largo. ¿Quién me acompaña? —comentó Lucien. Él quería proteger a Anet, pero si ella no se esforzaba por vivir, no había cómo ayudarla.

—Te sigo —concordó Marie, esperando que la mujer de cabello aterciopelado se les uniera. Pese al titubeo, Camile se alejó de quien alguna vez fue Anet.

La decisión del Monstruo le costaría más de lo que se imaginaba y más porque nuevamente se había quedado solo. ¿Quién podría ayudarlo si él mismo apartaba a su familia?



«Deberías morir», aulló alguien cerca del oído del Monstruo, «lo único que has conseguido es que me haya perdido y mi familia me abandonara».

«Solo quería sentirme mejor, pero ahora creo que me estoy muriendo... ¡¿Te gusta?! ¡Voy a desaparecer!», continuó la voz andrógina.

—Lo lamento —chilló el Monstruo—, no era mi intención. Creí que te protegía al no permitir que nadie se te acercara... Tienes razón, debes recuperar el control de este cuerpo.

El cuerpo femenino anduvo durante varios minutos hasta encontrar un sitio desde el cual se podía lanzar para perder la vida.

«¡No! Si te lanzas, los tres moriremos», la voz andrógina imploraba por sobrevivir por algunos días más. El Monstruo estaba enloqueciendo.

—¡Las manos sobre la cabeza! —ordenó un sujeto por detrás—. ¡La policía de R-68 ha llegado para su arresto!

—Perdónenme —imploró El Monstruo previo a comenzar con el exterminio de gran parte del cuerpo policiaco—. No te he matado porque te necesito —le indicó a la joven de cabello rubio y ojos verdosos.

—¿Qué necesitas? —pronunció ella con terror.

—Tu nombre —indagó El Monstruo.

—Levente Petranova —admitió ella.

—Levente, sácame de Trésse. Necesito llegar a A-12, Urte —indicó el alter. Él no titubeó porque sabía lo que quería.

La gruesa, errática y áspera voz cautivó a la señorita, pero terminó enfadando a Anet y Anthony porque se sintieron traicionados ante la decisión de El Monstruo.

«¿Qué carajos haces?», lo cuestionó «...Debemos ir tras Lucien, Camile y Marie».

«Así es, ellos son nuestra familia», concordó un timbre sereno, seguro y confuso, Anthony, «...Por favor, vamos por nuestro nido».

—¿Puedes llevarme? —dijo el Monstruo, contorsionándose un poco mientras que las voces internas lamentaron estar con él.

Levente acarició su brazo del cuerpo.

Los huesos de Ann se retorcieron del dolor. Para Tony y ella, Lucien era el único que podía tratarlos así.

El Monstruo fingió estar mejor, admirando el bello paisaje. Él amaba ver destrucción, caos, gritos, llantos, explosiones y muertes.

¿Qué estaba ocurriendo? ¡El Monstruo había cobrado consciencia! Pero, ¿cuánto duraría como el host del cuerpo femenino que se había acoplado a lo masculino? No importaba mientras que Levente no preguntara acerca de los cambios de identidad que sufriría.

La Criatura caminó en compañía de su primera aliada, preguntándose acerca de si era posible que ella se pudiera enamorar de él. Él quería entretenerse con fantasías tales como esa, a pesar de que estaba seguro de que el amor no era para él.

«Ni se te ocurra hacer nada con ella», gruñó Anet, quien confiaba en que su enemigo haría cualquier cosa para herir tanto a Anthony como a ella.

«Al fin y al cabo, puede hacer lo que quiera», se desanimó Anthony, «porque él es quien está al timón de este barco».

Los recuerdos de Anet acerca de la muerte de sus padres salieron a flote.

El Monstruo estuvo a punto de acabar con Levente, pero al percatarse, huyó.

Anet regresó al mando, admirando que Levente quedó paralizada.

—Deja el libertinaje a un lado —expresó Ann hacia su alter.

«Debemos matarla», murmuró el Monstruo.

—¿Eso crees? —refunfuñó Ann—. Déjame decirte que ella te estaba comiendo con la maldita mirada. ¡Se enamoró, estúpido!

La agresividad de El Monstruo fue comprensiva con una joven adulta con hibristofilia, es decir que se sentía atraída por él debido a que cometía crímenes atroces.

—Debemos sacarle provecho —gimoteó la gruesa, errática y áspera voz.

—No, seguiremos por cuenta propia y seré yo quien lidere este cuerpo porque nací con él —espetó Ann a la par que Anthony se decepcionó.

El Monstruo se mostró compasivo, aceptando que Anet era la líder debido a las similitudes físicas que tenía el recipiente.

Los tres caminaron durante un largo rato mientras intercambiaban opiniones con respecto a lo que había sucedido. Ninguno estaba conforme con las decisiones de los demás.

Los alrededores se encontraban vacíos. El único sonido que los acompañaban eran sus propias voces. Por tanto, para romper la tensión Anthony soltó un extraño comentario.

—Me sentí bien cuando Marie dijo que me amaba —confesó Tony.

El Monstruo y Anet se asquearon.

Ninguna de las tres identidades estaba de acuerdo con los intereses amorosos de los demás, sin embargo, no les prohibían nada. Ellos sabían que no era justo que no pudieran disfrutar de sus vidas, a pesar de que compartían un mismo contenedor.

Me parece que estamos perdidos —informó Tony.

—Nos pueden secuestrar con facilidad —gimió Anet, haciendo una pequeña rabieta.

«Calmados», pidió El Monstruo.

—No escucharé a un asesino —debatió Anet—. Tanto Tony como yo matamos cuando es necesario, aunque Anthony es por protección, y yo, descontrol.

Ellos estuvieron detenidos por una hora en lo que analizaban su posición.

Anet retomó el viaje cuando acordaron cómo llegar a El Progreso.

No quisieron seguir conversando entre ellos porque cada vez que lo intentaban, uno terminaba creando un caos en el sector. Aun así, ¿qué tanto podría sucederles si solo permitían que uno tuviera el control de la realidad?


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