Capítulo 11: Estaba perdida
El grupo de amigos se encontraban navegando sobre el mar, dispersos alrededor del barco. Marie y Ulises conversaban en el comedor acerca de lo que pasaría una vez que llegaran a Urte mientras que Camile y Lucien jugaban su segunda ronda de dominó.
Ninguno de ellos parecía recordar nada acerca de lo sucedido en el muelle, el cómo instaron a Anet para dejar al mando a El Monstruo. Ellos ignoraban el daño generado en ella.
Anet era la única consciente de la entropía interna creada por el enfrentamiento con el antiguo dueño del barco. Su mente parecía una colmena infestada con avispas zumbando alrededor sus oídos, era una locura.
Anet estaba en cabina, conduciendo a sus amigos a tierra firme. Ella frunció el ceño porque no se sentía a gusto con su vestimenta debido a que la hacía parecer una mujer, pero si se vestía como hombre, tampoco le gustaba. ¡Qué maravilla!
—¡Odio sentirme así! ¡Odio sus existencias! —musitó, golpeando el timón. Ella suponía que estaría mejor sin ellos porque la lastimaban.
Un vago rayo solar tocó su perfil izquierdo, resaltando los retazos del pasado, las tenues líneas que hablaban sin tener voz, cicatrices. Cada una de esas marcas le recordaban cuánto había sufrido, recordando que era una bendición tortuosa que siguiera viva.
«Te odio», murmuró Ann a..., «pero sé que siempre culpo a El Monstruo de esto. La realidad es que tú me llevaste al borde de la incertidumbre». Ella le hablaba a una identidad que todavía no se presentaba ante sus amigos.
«Pero...», hizo eco una voz masculina y desganada, «Ann, ¿qué fue lo que hice? Creí que ya empezábamos a llevarnos bien». La identidad desconocida chilló.
—Perdóname por la disforia de género, intentaré no avivarme tanto —se disculpó su segunda identidad masculina, asustada del dolor de Anet—. En absoluto, mi único error fue coexistir dentro de ti.
—Soy yo quien debe disculparse —admitió ella—, tú no has hecho nada malo. Ni siquiera sabía de ti hasta el día en que reconocí mis sentimientos por Lucien.
—Ay, lo recuerdo bien —confesó el muchacho que vivía dentro de ella—. Ese exquisito joven me congeló las piernas apenas cruzamos miradas. Aquel día, deseaba que él...
—Cállate —lo regañó Ann—. Mi templo, mis reglas.
Ann acalló a su identidad para admirar a su tripulación, la cual no creía que ella supiera cómo manejar un barco. Ella intentó ocultar su sonrojo.
Ella no escuchó que su novio entró a la cabina, pero sí miró de reojo que se había colocado un suéter obscuro encima de su arrugada camisa roja para combinar con sus pantalones y botas negruzcos.
—Tu hedor me enamora, sudor, pasión, agresividad, hipocondriasis. Todo eso me vuelve loco por ti, Ann —la elogió Lucien.
—¿Tengo otra función? —preguntó Anet, virándose hacia su pareja—. No me gustó que me hicieran perderme para que cobrásemos el barco.
Ella se retrajo encima del volante.
—Acerca de eso, metimos la pata —admitió él rascándose el brazo—. Fue una estúpida idea utilizar tu trastorno para salvaguardarnos... Cambiando tema, Ann. Me gustaría que te alejaras un buen rato de Ulises, Marie y Camile para estar a solas conmigo.
—No es momento para pensar en coito, Lucien —aseguró Anet.
—No pensaba en ello, lo decía para que pudiéramos conversar acerca de nuestro futuro —confesó él—, pero me alegra que consideres tener intimidad sexual conmigo. Por cierto, considero que el incidente nos ayudará a descubrir tus habilidades, coleccionista.
—¿Todavía tienes mis tapas? —indagó Anet, rascándose la nariz. Ella no alegaría nada con respecto a la actividad sexual.
—Obviamente —afirmó Lucien, denotando en una sonrisa de medialuna en los labios de su amada. Él nunca se desharía del tesoro de Ann.
Anet miró entre las penumbras porque el Sol se había ocultado debido a la inmensa contaminación en el cielo, contabilizando los años en que se sintió sola. Tras finalizar su conteo, dio una orden a su pareja: —Por favor, divisa el horizonte con tu telescopio para avisarme si debo cambiar de ruta.
Lucien obedeció, permitiendo que ella se relajara en lo esperaba una respuesta positiva. En ese minuto, Marie tocó una esquina de la puerta para saber si podía pasar.
Anet asintió, dejando que su amiga se aproximara para conversar.
—Hice mal al apoyar a Ulises y Lucien —comentó Marie, remangándose su suéter de lana rosa—. Accedí porque no encontré una opción más viable y ortodoxa para huir del pervertido.
—¿Quieres manejar? —dijo Ann, apretando los labios. Ella meneó su cabeza porque se sentía molesta con sus amigos por el complot entre ellos.
Tres minutos después, Marie se acomodó delante del volante y lo sostuvo a la par que Ann le dio las indicaciones acerca de cómo manejar el barco.
Anet se apartó y sacó una vieja fotografía familiar. Ella no dejaba de extrañar a su familia, deseaba la vitalidad de sus padres y hermanos porque ellos la protegerían de la sociedad.
«Desearía que estuvieran vivos», se cohibió ella.
—Si yo fuese tú, jamás habría superado la tragedia. Honestamente, seguiría siendo la pequeña que vio morir a su familia —comentó Marie, empatizando con su amiga.
—Nunca lo superé —confesó Anet, enseñándole el retrato familiar a su amiga, a pesar de que la imagen retorcía su mente y tenía un efecto antidepresivo en ella.
Marie examinó la foto, reconociendo a un niño de cabello oscuro y ojos cobrizos. Antes de reflexionar si su vista le fallaba, dijo: —Ya he visto a este niño.
A Anet le bailaron los ojos cuando la rubia lanzó su comentario ya que sintió esperanza de reencontrarse con uno de sus hermanos. ¿Él estaría vivo?
—Vil —susurró Ann—. Marie, necesito encontrarlo.
—Supongo que Lucien sabe dónde está —dijo Marie, observando al moreno hablar con Camile—. En una ocasión, recuerdo haberme encontrado con una Ballena que lucía exactamente como tu hermano.
—¡Polillas! —soltó Anet, abandonando a Marie, quien se interrogó a sí misma acerca de por qué su amiga había dicho «polillas» como si fuera algo místico.
Marie se concentró en manejar el barco mientras que su amiga se encargaba de sus asuntos personales. Ella recordó el día en su prima descubrió que salía con su mejor amigo.
«No hiciste nada malo, Marie», se recordó a sí misma. ¿Cómo sabría que Lizbeth estaba enamorada de quien era su novio en aquel entonces si nunca le confesó sus intereses románticos?
Tras bajar las escaleras, Anet estaba por descargar su enfado con Lucien porque sabía que él conocía la ubicación de Vil.
—¡¿Cómo que sabes dónde está mi hermano?! —reclamó ella.
—¿Marie te dijo? Mira, el joven de veintinueve años me pidió confidencialidad —argumentó Lucien, sintiendo que su piel se erizaba por miedo.
—Me alegra, Luke. ¿Crees que quiera verme? —soltó ella, abrazando a su novio. Él se sintió enternecido con su comportamiento.
—¿Bromeas? ¡Por ti, Vilorius se convirtió en psiquiatra! —contestó Lucien.
Camile se unió a la charla tras vestirse con un chal morado porque estaba sorprendida con respecto a la decisión del hermano de Anet. ¿Por qué tanto anonimato?
—¿Dónde lo encontraste? —investigó Camile.
—Él me buscó... Vil me encontró en la madrugada cuando yo salía de un bar —dijo Lucien. Él no se guardaría nada para así ganarse la confianza de su novia y continuar con su plan para convertirse en su consciencia.
—¿Jason también sigue con vida? —preguntó Camile. Ella parecía tener demasiado interés en la vida de Anet que a Lucien le resultó sospechoso.
«Adoro tu interés, pero ahora me das mala espina», dudó Lucien de Camile.
—Los Leones lo reclutaron hace años —respondió él—, pero él no sabe que sus hermanos permanecen con vida.
—¿Tenemos dos aliados nuevos? —dijo Ulises, apareciendo como si lo hubiesen invocado—. ¡Qué alegría!
Lucien decidió no quitarle los ojos de encima a Camile debido a que él presentía que detrás de la preocupación de la señora, había un profundo secreto.
¿Cómo se atrevía a sospechar de ella? Él era quien intentaba manipular a Anet para que ella eligiera quedarse con él en vez de continuar con sus amigos.
«Te estaré observando», dijo para sí mismo, aunque ella no tenía secretos.
Ann volvió al timón para que Marie estuviera con su pareja. Ella necesitaba tiempo para comprender que desperdició tiempo en llorar cuando sus hermanos yacían en Trésse.
La emoción heló su piel, era una sensación nueva, su cuerpo estaba paralizado, pero apreciaba sentirse de esa manera. A los pocos segundos, recuperó la cordura.
Ella se limitó a ver que Lucien estaba a punto de olvidar su encomienda hasta que miró el telescopio entre sus manos.
—Nos encontramos a doce metros de mi clan —informó él a gritos para que su novia lo escuchara hasta arriba.
«Tendré lo que me hacía falta, mi familia biológica...», pensó Anet mientras movía el timón, «me reuniré con ellos y seremos más felices». Ella observó a sus amigos, quienes conversaban acerca de un tema inaudible para ella.
Estar fuera de la conversación la desanimaba porque sentía que desaprovechaba tiempo valioso para conocer más a sus amigos, ignorando que ellos se abrían más a comparación de ella.
En la proa, los aliados que estaban en el barco quisieron saber de quiénes eran los cuerpos infantes que fueron encontrados en la casa de los Bowie.
Lucien intentó murmurar: —Los vecinos mataron a dos de sus retoños sin que lo supieran... Los padres de Anet sabían del peligro que corrían, así que cuando cayó la tarde, escondieron a sus hijos.
»En ese lapso de tiempo, los hijos de los Schäfer llegaron con sus vecinos para avisarles del atroz crimen que cometerían. Los ascendentes no resguardaron a Anet porque pensaron que ella seguía con su abuela, pero momentos antes de la matanza, ella entró a la casa.
—¿Cómo es que ellos no notaron que eran sus hijos quienes estaban con los Bowie? —preguntó Ulises, consciente de que su pregunta fue dura.
—Los Bowie adornaron a los pequeños Schäfer con ropas de sus propios hijos —masculló Lucien, aterrorizando a sus aliados. Él miró hacia la cabina pues sabía que Anet los espiaba.
Si ella se enteraban acerca de lo que hablaban, le partiría el hocico a su pareja porque estaba revelando información que ella no estaba lista para aceptar.
Camile se cubrió la boca, suponiendo que los Schäfer cometieron infanticidio a su propia sangre. Marie se recostó en su hombro para consolarla porque leyó su pensamiento.
—El simple hecho de haber sido sapos, condenó a sus hijos. ¡Ellos eran unos psicópatas! Pero considero que recibieron su merecido —susurró Lucien. El dolor de aquella familia lo inspiraba a sentirse mejor consigo mismo.
Nadie supo en qué momento Anet dejó la cabina y fue a la popa para asimilar lo que había oído acerca de sus vecinos cuando a ella le observar que sus amigos conversaban.
Ulises se resbaló al notar que el barco ladeaba sin dirección alguna.
Camile se sostuvo de la barandilla precio a alzar la mirada y comprender que la capitana abandonó su puesto. Por tanto, ella invitó a los chicos a buscar a Anet.
Lejos de la escena, Ann había corrido al baño para cortarse el cabello. Ella estaba consciente de que sus amigos estaban preocupados por ella, pero no se detuvo hasta que el corte se asemejara al de un hombre.
Gracias a sus facciones, parecía ser el hermano que pudo haber tenido si no fuera por el asesinato de sus padres. ¿Cuánto más pudo pasar de tener a sus ascendentes con vida?
Anet aceptó que era tiempo de descansar y cedió el control a la identidad que lastimó con su disforia de género.
Tras varios gritos, Ulises se topó con la otra identidad de Anet. El nuevo alter se pasmó ante la presencia del pelinegro, quien lo elogió: —Sin duda, te has convertido en un varón con pechos desarrollados.
—Soy andrógino, querido. No hay mucho qué decir al respecto —alegó el muchacho, quien se mascó una uña.
—Aquí está —anunció Ulises, llamando a Lucien, Marie y Camile. Ellos se limitaron a exhalar, confundidos ante la nueva apariencia de Anet.
Lucien admiró a su pareja, quedándose casi sin palabras. A él le pareció atractivo que su ahora novio tuviera los pechos demasiado desarrollados, era como si siguiera siendo mujer.
«Me gusta su versión masculina, ¿acaso soy...?», reflexionó el moreno acerca de su orientación sexual porque nunca se había sentido atraído hacia los hombres.
—Desde ahora soy Anthony Bowie —comentó Anthony, caminando hacia la cabina. Él dejó pasmados a quienes lo acompañaban.
Marie siguió a su amigo porque estaba preocupada por lo que podría ocurrirle. Ella recibió muchos halagos de parte de Tony hasta que se encontró contra la pared y él.
«¿Qué mierda estoy haciendo?», se asustó Marie consigo misma.
Ella no sabía qué pensaba Anthony, pero estaba consciente de que si él hacía algo indebido, molestaría a Ulises ya que al pelinegro no le gustaba que coquetearan con su novia.
—¿Por qué me besaste la vez que me perdí? —preguntó Anthony, pegándose a Marie—. Pudiste haber hecho cualquier otra cosa, pero me besaste...
Marie se sonrojó y dejó que sus manos se colocaran alrededor de su amigo. Ella sintió una mezcla de temor y emoción cuando Tony rodeó su cintura.
Él solo se limitó a observarla.
—¿Estás segura de lo que haces? ¿Quieres esto? —preguntó él, incitándola a cometer lujuria y egocentrismo.
Ella se asustó, su mente apenas procesaba que Anet le parecía atractiva con un aspecto más masculino e imponente.
—No, pero tampoco pondré resistencia si debe pasar algo entre nosotros —confesó, tragando saliva.
—No soy un objeto para descubrir tus fetiches —la regañó Anthony—, cualquier deseo extraño debes comentárselo a Ulises. ¡Él es tu novio!
Ellos regresaron con el grupo y Tony no perdió el tiempo para exponer la situación. El alter de Anet se sintió asqueado con el comportamiento de Marie.
Marie rogaba que Ulises no le creyera a Anthony. Ella no permitiría que su relación terminara por un rumor.
—Marie nunca diría algo como eso —debatió Ulises. Él estaba molesto con su amigo porque sospechaba que mentía para llamar la atención.
Camile no tardó en comprender que Anthony decía la verdad, a pesar de que no fueron asertivos el modo ni el momento para comentarlo.
Lucien se estresó.
Ulises fue a la cabina para conducir el barco y así tranquilizarse.
Lucien ladeó la cabeza para comentarle a Marie: —Pensé que apoyabas nuestra relación... Dentro lo bueno de Tony, está su fidelidad. En cambio, tú das asco.
Marie fue con Ulises. Ella estaba avergonzada por lo que hizo, pero ella tampoco comprendía qué le pasaba por la mente; su enfermedad mental la carcomía.
—No es para tanto, Lucien —intervino Camile—. ¡Es una chica con ganas de experimentar! ¿Acaso eso es un crimen?
Lucien la miró con recelo porque parecía ignorar que Anthony era su pareja.
«Me parece tan surrealista el momento que preferiría ser arrojado al agua antes de aceptar la locura de Marie», dudó Tony porque la situación lo sobrepasaba.
—Recuerden que Marie es una Inmune, su estabilidad psicoemocional se destruyó, pero no es capaz de notarlo hasta que mete la pata —agregó Anthony—. Por otro lado, a mí se me considera una Criatura porque sé en qué momento me pierdo.
—¿Ella no sabe que está delirando? —comentó Lucien porque estaba consternado.
—Nuestro mundo la ha puesto de cabeza, pero no puede corroborarlo —admitió Tony, dando media vuelta. Él quedó a espaldas de sus amigos—. Esta incoherencia se debe al miedo que siente de no ser protegida por su macho.
Anthony se sentía tranquilo, él sabía que era una víctima. Marie no dejaba de mandarle indirectas para que le coqueteara o actuara de forma indebida con ella.
Ulises emergió cuando su novia accedió a conducir el barco.
—Le coqueteaste —acusó él a Tony.
—Sí, era una prueba. Lo he hecho hasta con Camile —escupió Anthony. Camile asintió con la cabeza, su hermano fue honesto.
—Perdona, te creo... ¿Qué tiene Marie? —dijo Ulises, relajándose.
—No lo sabemos, pero para todo mal hay una cura —confesó Camile, colocando una de sus manos encima del hombro de Ulises.
Marie detuvo el barco cuando llegaron a tierra firme para visitar a las Ballenas. Ella descendió a la proa, avergonzada por el incidente.
Ulises la abrazó, besando su frente.
—Fui torturada y drogada durante hasta el punto de tener alucinaciones acerca de cualquier hecho que me intrigue... Creo que tengo esquizofrenia. A veces, no puedo distinguir sus rostros —confesó ella, sintiéndose relajada por su confesión.
Cam fue por las mochilas para entregarlas a sus respectivos dueños, al mismo tiempo que la pequeña familia descendió para hallar cadáveres esparcidos por el concreto.
«Dulce hogar», bromeó Lucien consigo mismo.
Él percibió olor a humo, sangre, licor, dolor. Aquellos aromas lo tenían harto, pero cada vez lo notaba menos porque se estaba acostumbrando a la monotonía.
La familia caminó por cuatro minutos hasta que notaron que el edificio estaba frente a ellos y era color obsidiana, con ventanas blindadas y una fachada espeluznante.
Ulises tomó el hombro de Anthony, estrujándole la piel para demostrar que seguía enfadado con él. Él no lo perdonaría con facilidad.
—Mejor mátame, ¿no? —gritó Anthony—. Pero ambos sabemos que nada cambiará lo que pasó.
Camile escaneó a su hermano para cerciorarse de que El Monstruo no estuviera presente. Ella se alejó, colocando un dedo sobre su labio porque detectó la presencia de más personas.
Anthony se alzó en armas para ser el centro de atención de los Matones, permitiendo que sus amigos fueran a casa de Lucien.
—¡Allí está! —alertó un León—. Voy a gozar tu muerte.
Anthony se acercó, confiando en su inmortalidad, y agregó: —Tu jefe me quiere vivo para tener el placer de torturarme. ¿Quieres perder la vida?
El discípulo gruñó, apuntando a Tony con una daga. Él se llevó al castaño, golpeándole los hombros hasta dejarle moretones.
Anthony temía por su familia porque sabía que querían protegerlo.
El viento estaba tan violento que los pensamientos de Anthony se tornaron cada vez más oscuros.
Él se perdía entre deseos mortíferos y erráticos porque conforme cedía ante la oscuridad, presentía que sus muñecas ladeaban como si tuviesen un TIC nervioso.
«Solo hazlo, ya perdí la batalla...», murmuró Tony. Minutos después, la batalla interna comenzó cuando un León era golpeado brutalmente contra el concreto por alguna identidad.
—Sigue así —sollozó el muchacho—, actúas como lo dispuso mi señor. Serás el orgullo de nuestro clan... —el León no concluyó su oración porque un crujido lo acabó.
El Monstruo rio, oyendo que Anet estaba enfadada porque mató innecesariamente. Él ignoró a su amiga porque logró escapar de la encrucijada.
Anthony tuvo lagunas mentales, y para recordar lo que pasó miró sus manos. Él reconoció que estaba cubierto de sangre, pero no comprendía el motivo por el cual amó estar así.
Él había perdido la cabeza en su totalidad.
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