Capítulo 1: Corte en el Pecho

Trésse era oscuro, desde el cielo hasta las almas de muchos habitantes. Trésse era la comunidad más caótica del planeta o al menos lo que quedaba de él. No había mañana, tarde o noche, todo era sombrío. Allí vivían Cazadores y Presas.

Cada grupo tenía delimitado sus puntos de reunión, pero la mayoría de los Cazadores invadían madrigueras por el simple placer de matar a quienes vivían en aquellos lugares. Este primer grupo se la pasaba asesinando a Presas solo por diversión.

Por otro lado, la segunda agrupación se enfocaba en sobrevivir, no ser atrapada porque ni siquiera podían confiar en la policía. Debido a ello, las Presas estaban mal emocional y físicamente, pero eso no les impedía mantener la esperanza.

Un nuevo día comenzaba para todos cuando el mínimo rayo de luz entraba a través del domo y se reflejaba por las ventanas, la gente despertó. Lamentablemente, la población más vulnerable abría los ojos para comprobar que seguía viva y escuchar que alguien cercano fue alimento de los macabros placeres de otros.

Nadie estaba tranquilo, mas, sí había alguien a quien no le importaban las disputas de la isla, ¡El Monstruo de H-55! El Monstruo era una chica, aunque a veces se sentía como un varón o simplemente no quería enfrascarse en nada para evitar sentirse adolorida.

Aquella joven adulta de ojos grises cansados y amargos, y cabello castaño desalineado, era un peligro. Las Presas le temían y los Cazadores intentaban que se uniera a sus clanes porque conocían su poder; sin embargo, ella vivía a su paso sin preocuparse del futuro.

Su vida había sido una locura desde que se mudó al Good State. Ella estaba limitada por el arresto domiciliario. Todo seguiría así sino separaba sus párpados debido a que no podía dormir para evadir su deplorable realidad.

Ella se encontraba descansando dentro de su monótona habitación con los artículos necesarios para vivir. Aunque no quería levantarse, se forzó a hacerlo para mirar hacia el techo y cuestionarle a la nada acerca de por qué seguía viva.

La joven de cabello castaño claro arremetió contra las sábanas, abandonando su cuarto, y golpeando cada objeto que estuviera cerca de su camino. Después de su desorden, entró al baño, giró la llave del lavabo y subió la vista hacia el espejo.

Admirando su reflejo, exclamó: —Debería arreglarme el cabello, ¡por Dios! Parezco un toro... No sé por qué sigo esperando ser atractiva.

Ella lavó su cara, cortando el fluido del agua. Aquel sonido no le generaba paz, la hacía pensar en que su vida era una porquería, que fantasear con la muerte era mejor idea que continuar siendo una carga para Camile.

«La oxidada navaja de afeitar de mi dulce Kelvin no se ve tan mal. Tal vez, solo necesite...», fantaseó, mirándose al espejo y empuñando la navaja con firmeza, con la afilada punta amenazando la piel impoluta de sus muñecas. Su deseo por escapar de su castigo era oscuro, ¿cómo era posible que el suicidio fungiera como un veto aceptable?

Tras evadir el impulso, regresó a su cuarto para quitarse la pijama. Allí, se puso lo que encontró, ropa deportiva femenina porque le importaba un carajo su vestimenta. La chica insultó la ropa, mencionando que le daba asco, y que se la puso solo porque apreciaba a Kelvin.

Con su nuevo outfit, la dama caminó a la cocina y se preparó el desayuno, pero dejó su comida en la mesa para poder observar lo que sucedía afuera. Ella deslizó la cortina y observó el panorama: Las Jirafas esperaban a su primera víctima.

Debido a que no quería ver masacre, se apartó para realizar diversas actividades, entre ellas comer. Posteriormente, revisó lo que tenía dentro del angosto armario de la sala y sacó una fotografía enmarcada.

—Kelvin, ¿todavía me recuerdas? —dijo ella, agachándose para admirar la foto de su amigo—. Sí —se respondió al instante, interpretando la voz de su antiguo roomie—. Todavía te recuerdo... Pero Ann, ¿tú me recuerdas?

—Claramente, sí —se contestó ella misma, sonriendo, y alzando el recuadro.

La casera interrumpió el momento íntimo entre Anet y su pasado. Sin embargo, no esperaba que Ann escondiera el objeto que tenía entre sus manos, pues ello evidenciaba que era vulnerable y todavía no aceptaba lo que sucedió.

La jovencita se sentía mal, sus latidos se aceleraron porque creía que Camile le tendría pésimas noticias. Sus manos comenzaron a sudar, y su mente estaba nublándose porque temía que sus beneficios se terminaran.

Fue entonces que Camile soltó la verdad, suponiendo que su hermana menor no se sintiera cohibida ante la noticia.

—...Te comento que la comisaria pasó a mi oficina para avisarme que mañana saldrás del arresto. Encontraron al culpable del robo —objetó Camile, quien estaba utilizando un vestido largo y colorido, a pesar de que afuera hacía frío.

—Sé que mientes, encontrarán algo para culparme. Ambas sabemos que así será, debatió Anet, acomodando su recuerdo físico—. Pero algo que me dice que traes un plan entre la cola y tu pecho.

Camile estaba incómoda, por lo que se quedó callada. Ella tenía otro motivo para visitar a quien consideraba su hermana menor, pero no estaba lista para comentarle.

Bowie la observó enfadada.

Los oficiales pensaban que tus problemas de Anet con la sociedad podrían solucionarse si... —Camile no terminó la oración porque una joven adulta menor que Anet, acompañada de su pareja la interrumpió.

—Hola, soy Marie Jessica y él es mi novio, Ulises. Somos tus nuevos roomies. Qué alegría, ¡¿verdad?! Tenemos mucho de qué hablar —comentó una joven rubia que estaba demasiado excitada.

Anet examinó a la pareja y dedujo que Camile intentaba decirle que todo mejoraría si ella tenía nuevos compañeros de cuarto. De inmediato, despidió a la casera, quien no se opuso a retirarse pues ya no estaba cómoda dentro del apartamento.

Marie y Ulises admiraron el lugar, pero fue la rubia quien se mostró entusiasmada. En cambio, el muchacho se dedicó a observar la tobillera de Anet.

—¿Te gusta? Puedes conseguir una de forma gratuita, solo debes ser acusada por un crimen que no cometiste —dijo El Monstruo, el alter de Anet que dominaba a Ann y les sonreía con odio a la pareja.

Marie implantó sus ojos negruzcos en la Criatura, algo le advertía acerca del extraño comportamiento de la host. Ella no lo entendía, pero Anet emanaba una energía tan fuerte que era prudente tomar distancia.

—Quisiera saber acerca del cuarto en donde Ulises y yo podremos quedarnos —indagó Marie, sobándose un brazo.

«Asquerosa», murmuró El Monstruo.

—Al final del pasillo, está el otro cuarto —contestó Anet, sintiéndose demasiado agotada tras haber regresado al mando de su cuerpo.

—Tampoco estoy contento por estar aquí —reconoció Ulises.

Marie le dio un potente codazo a su novio, dirigiéndole una mirada de desaprobación. Ella tampoco se encontraba feliz por su nuevo hogar, pero era respetuosa.

Ulises se sobó. Él no deseaba esconder lo que pensaba, era preferible dejarle en claro a Anet que ellos no se dejarían engañar por ella.

«Zorra», susurró Ulises. Casi al instante, la pareja se metió a su habitación debido a que el novio estaba a la defensiva con respecto a quien era el dueño del 783 del Good State.

A Anet simplemente le preocupaba perder su misterio, no los odiaba.

Ella encendió la radio y escuchó que uno de los locutores anunciaba que habían matado a un joven con un corte en el pecho. Befándose de sí misma, asumió que estaban hablando de ella, solo que el corte era metafórico.

—Obviamente, se trata de mí —aseveró—. Metieron a un par de idiotas a mi casa sin mi consentimiento... Ahora solo puedo resignarme.

Ella tenía miedo, pero escondía su emoción detrás furia. Ann no podía demostrar cómo se sentía o la situación terminaría mal.

—¿No te agrada nuestra presencia? —preguntó Marie, quien llevaba su pijama puesta. Anet viró hacia Marie, intentando buscar una salida para no herirla solo porque le costaba mostrarse vulnerable.

—Es peligroso que estén aquí —confesó Anet—. Créanme que no tengo nada en contra de ustedes. Mi objetivo es protegerlos de...

—Peligroso es estar en la calle sin protección y sin tu tarjeta —atacó Ulises, tratando de empatizar con Anet, ya que tal vez él se estaba comportando como un mal agradecido.

«¿Acaso no han escuchado acerca de las muertes que me rodean», se aterrorizó El Monstruo, apoderándose de Anet. Ann tomó su tarjeta, una chamarra oscura y salió a la calle porque no estaba acostumbrada a recibir atención positiva.

Justo en ese lapso, El Monstruo capturó las emociones de Anet para sacarlas de la mente e implantar las suyas. Él no quería que ella fuera herida por nuevos roomies, ni siquiera podía imaginarla sufriendo.

Tras bajar corriendo del edificio, El Monstruo percibió que el aire era gélido, inerte y sin propósito. Él había hecho bien al colocarse una chamarra gruesa, así como unos tenis que abrigaban correctamente sus pies.

Él vagó por minutos, ignorando las tragedias. A cada paso le correspondía balas abandonando pistolas o cuchillas entrando y saliendo de pedazos de carne humana.

Él se contuvo porque no quería matar a nadie, sabiendo que podría tener dos testigos, quienes dirían la verdad sin conocer el trasfondo del meollo.

«No mates», oyó El Monstruo a Anet como si se tratara de un fino silbido que buscaba protegerlo de un crimen. Aun así, él sentía síntomas de abstinencia, no matar implicaba sufrir.

—Monstruo —la llamaron sus nuevos roomies. Tanto Ulises como Marie ni siquiera tuvieron la decencia de llamar a Anet por su nombre, y todavía así querían que ella fuera a abrazarlos.

Él ignoró las voces, ellos estaban siendo despectivos y groseros.

Cuando El Monstruo pensó que nada más podría empeorar, la tobillera comenzó a sonar, lanzando un fuerte pitido. Al instante, él sintió cómo se electrocutó toda su pierna derecha y estaba adormeciéndola.

Él gimió, hizo una rabieta previo a arrancarse la alarma, dejándose una herida. A él solo le interesaba dejar de sentir dolor y recuperar el control de su extremidad adormilada; sin embargo, olvidaba que estaba expulsando sangre.

Él caminó, observando que las calles estaban oscuras, tan solo permitiendo que se reflejaran las sombras de las personas y animales callejeros. ¿Cuándo se percataría de que no todo el mundo quería lastimarlo?

El Monstruo cojeó hasta restregarse sobre una pared de ladrillos. Él sentía su sangre despilfarrándose, pero el orgullo aminoraba el dolor.

Un par de fantasmas se aproximaron, revelando que eran Marie y Ulises, quienes habían comprendido que fueron duros con Anet, y ahora deseaban regresarlo a su apartamento.

Antes de moverse, Anet volvió a mandar su cuerpo y dijo: —¿No escucharon acerca de las muertes que realicé bajo el control de El Monstruo?

—No nos interesa —admitió Ulises—. Sabemos que eres inocente.

Como Anet regresó al mando de su cuerpo, sintió que su corazón se detenía. Ella estaba agradecida de tener a dos personas nuevas en sus vidas, por lo que lloró al abrazarlos.

Juntos, después de una hora volvieron al Good State con el objetivo de beber café o lo que fuera que tenía Anet en la alacena.

Mientras caminaban de regreso, Ann supo que con ellos nada malo pasaría porque la historia sería diferente. Tal vez no era un dato implícito, pero tenía una corazonada.

Apenas llegaron al apartamento, Ulises fue a la cocina para preparar café. Él se sentía culpable por lo que sucedió, fueron sus palabras y silencios los responsables de dejarlo conocer a una inocente.

«Dios, mis padres me matarían por esto», recordó él, al mismo tiempo que observaba la cafetera hacer su trabajo. Él estaba consciente de que agradecer muchas cosas, comenzando por el lento avance de su enfermedad.


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