Capítulo 2: Lidia
La espera mataba a Anet.
Había pasado varios minutos.
La joven adulta, quien buscaba qué comer, pensó en salir a buscar a su roomie.
El tiempo seguía corriendo.
Él no llegaba.
«¿Por qué tardas tanto?», pensó preocupada antes de analizar todas las malas situaciones donde su amigo estaba involucrado.
Ella agarró su teléfono para mandar mensaje, pero en ese momento, tuvo un ataque.
Se perdió.
No sabía cómo se identificaba.
Esa reflexión la lastimaba tal y como lo haría una bacteria.
«Calma. Calma. Calma. Calma», comentaba en voz baja.
No conseguía tranquilizarse.
El pensamiento lo estaba atormentando con demasiada fuerza.
No lo dudó.
Tomó las llaves del departamento y salió directo a la calle para encontrar a su "amigo".
Antes puso a la mano su tarjeta de identificación.
Buscó durante muchos minutos, pero no halló a su roomie.
Se desesperó.
Le brotaron toques de ser hipocondríaca.
Con todo el ambiente casi oscuro (porque estaba pensando en lo peor) se comentó: «Ojalá solo te hayan robado tu dinero. No soportaría perderte por culpa de mi hambre».
Al ver un puesto de comida en su camino, se detuvo para comer.
Volvió a lo que estaba haciendo, buscar a quien seguía sin darle señales de vida.
—¡Kelvin! —gritaba por todos los espacios que visitaba—. Si estás cerca di cualquier cosa... No aguanto más. Regresa. Por favor, te necesito... mucho.
La gente de su alrededor le recalcaban que era culpa suya por ser quien era.
Por no saber cómo se sentía ni estar de acuerdo con los demás, pasó la desaparición.
¿Debía definirse?
¿Era tan necesario entender si era hombre o mujer?
—¡Kelvin! —lloraba—. Por favor, te suplico que vuelvas. No podré superar este mundo si no estás conmigo. Te necesito. Amor, regresa. Regresa...
Él no iba a regresar.
Ella no lo entendía porque se negaba a aceptarlo.
Simplemente quería creer una mentira.
No quería quedarse solo para lidiar con los bravucones.
«Duele. Quema. Pulveriza. Destruye. Marca», se repitió muchas veces al encontrarse con el peor de los escenarios.
Se quedó de pie con los ojos en aquel momento, ignorando que le echaban la culpa.
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