Dos nubes ☁️ Jean (Editado)
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El teléfono continúa emitiendo un sonido similar al de las campanillas de viento. El repiqueteo del agua de la ducha que impacta sobre mi piel amortigua la llamada. Estoy cómodo y a gusto. Mis músculos se sienten relajados; mi mente poco a poco se despeja de la bruma del sueño. Si no fuera porque acabaré arrugado como una vieja pasa, podría pasarme el día entero aquí.
Ni siquiera sé qué hora es. Es lo bueno (o malo) de no tener un trabajo fijo. A veces, me levanto a las seis de la mañana. Otras, no duermo. No importa, con un solo día que trabaje, gano lo suficiente para vivir durante meses de forma holgada.
Niki ladra demandando su comida, así que salgo a regañadientes. Me envuelvo en una toalla, agarro el auricular y lo pongo en la oreja.
—¿Es que pensabas ignorarme? —dice mi jefe. Lo cierto es que nunca he visto su cara, así que me imagino a un viejo.
—Estaba en la ducha.
—Lo sé. —Claro que lo sabe, siempre se entera de todo lo que hago. Sin embargo, por mucho que busque cámaras ocultas por casa, nunca las encuentro—. Tienes un nuevo trabajo.
Agarro otra toalla para secarme el pelo, el cual llevo corto y es de un castaño muy oscuro. Al igual que mis ojos. Por un instante, me viene a la mente la imagen de la intrigante mirada de aquel hombre.
—Creí que ibas a dejar un tiempo después de lo que sucedió la última vez.
Regulo la calefacción, subiéndola en el panel de control. Niki se empeña en trotar entre mis pies, deseosa de que le dé su desayuno. Me deslizo hacia la cocina para sacar su pienso favorito.
—No me lo recuerdes, ¿a quién se le ocurre tomar una foto del amanecer cuando tienes a seis hombres persiguiéndote?
Aquel amanecer en sus tonalidades naranjas y rojizas era demasiado hermoso para no ser inmortalizado.
Preparo el cuenco de Niki y en cuanto lo poso en el suelo, engulle su comida con voracidad canina.
—Deja de ser tan aprensivo. Al final conseguí salir de allí sin problemas. —Lanzo la toalla que estaba usando para mi cabello a una silla y tomo una botella de agua de la nevera.
—Jean Lief —pronuncia mi nombre con seriedad y sé lo que va a decir a continuación—. Si te atrapan no pienso ayudarte, es parte de nuestro trato. Yo te envío toda la información y te ayudo con las cámaras de vigilancia. Fin.
Estoy seguro de que miente.
—Pues para no mover el culo, bien que quieres repartir el botín a medias. —Me dirijo de nuevo hacia mi cuarto, escuchando sus quejas—. ¿Qué vamos a robar esta vez? Espero que no sea un cuadro grande, recuerdo cuando sacamos aquel lienzo, no entraba en el maletero. Fue horrible.
Mi interlocutor tarda un tiempo en responder, escucho como teclea en el ordenador, por lo que enciendo el mío. Me embuto en un jersey de punto, color rojo, y unos vaqueros destrozados después de mucho uso.
—Un anillo. En el mercado negro ofrecen una suma exorbitante por él. Creo que el dinero nos llegaría para descansar unos cuantos meses. —Me envía un email con la imagen de un hermoso anillo, hecho con plata y un diminuto diamante. Tiene forma de pluma, que se enrolla al dedo. La piedra está engarzada entre el principio y el final de la pluma. Bonito, pero no es mi estilo—. Su precio se debe a la dificultad, el único que sabe dónde se encuentra el anillo está en paradero desconocido.
Llega otro email con varios archivos. Abro de forma distraída una de las fotografías.
Mi aliento se escapa. Unos hermosos ojos me observan. Azul. Marrón. Tiene la típica cara de circunstancias que pones en la tarjeta nacional de identidad.
Me desplomo en la silla del escritorio.
—Su nombre es Nicolas Blanchard. Su información personal ha sido borrada del mapa, a duras penas han conseguido recuperar esta fotografía.
Suelto una risa. Y pensar que ayer casi permito que se tire por el barranco. Soy un desastre de proporciones mayúsculas.
—Ese hombre quiere acabar con su vida. —¿Habrá llevado ya a cabo su cometido?—. Lo he visto anteayer, cerca de mi casa. ¿Puedes comprobar las cámaras de los alrededores? El rango horario es entre siete y ocho de la tarde.
—¿Vas a aceptar el trabajo sin preguntar siquiera el dinero que vas a ganar? Tú no sueles hacer algo así. —Cierto, soy un egoísta y un jodido curioso—. Tendrás que darme tiempo, si ha sido anteayer, no va a ser tan sencillo rastrearlo.
Tomo mi cámara de fotos, contemplando durante unos minutos las imágenes que capturé. La expresión de Nicolas en ellas es muy diferente de la que usan para identificarlo.
Debo encontrarlo. Si yo quisiera dejar este mundo, ¿a dónde iría? Sacudo la cabeza. Jamás he tenido esa clase de pensamientos y una sensación desagradable me oprime el pecho con solo imaginarlo.
El día se convierte en una espera que se alarga. Cuando la noche cae doy un paseo corto, respirando el aire helado de finales de otoño. La ciudad se extiende brillante, lejos y cerca a la vez. Reviso las notificaciones una y otra vez hasta que me harto. Tras dos días de silencio por parte de mi compañero, me llega un mensaje.
—Vale, creo que lo tengo. Primero fue hacia los descampados. Tras separarse de ti, caminó hasta que le perdí la pista en el centro. Hoy he tenido un golpe de suerte mientras buscaba otra cosa. Creo que lo he visto entrar temprano en la mañana el parque que hay entre la zona comercial y el viejo puente. —Otro momento de silencio—. Al parecer se ha quedado allí, no lo he visto salir.
Veo el atardecer que se dibuja tras la ventana. Un día entero en el parque, ¿qué cojones?
Un tanto distraído, me visto y agarro el primer abrigo que tengo en el perchero.
—Para conseguir el anillo, debemos sonsacarle la información, ¿no?
Pongo a Niki entre mis brazos.
Salgo de casa y echo a correr.
No quiero una mansión, pero ese dinero me vendrá bien. Incluso puede que a él le sirva. Si hace falta compartiré un poco con él.
Al cabo de un rato, suelto a Niki para que trote a mi lado. El frío entra a través de mi ropa, si no fuera porque estoy corriendo, estaría congelado. Llego al parque resollando.
—Vale, veo que ya has llegado. Buena suerte.
—¿Es que no tienes vida? —Boqueo apretando el botón de mi auricular para colgar y lo saco de la oreja.
Con las prisas, solo he tomado el móvil y las llaves. Estupendo. Ni siquiera he leído nada más sobre el trabajo. Ya casi anochece, el parque es un desierto de tierra, metal y arbustos. Niki aprovecha para trotar por la hierba rala. Meto las manos en los bolsillos, procurando no temblar de frío mientras observo con atención lo que me rodea.
No creo que lo encuentre. Tendría que ser el destino moviendo su ficha.
Pues ahí está, sentado en un banco a escasos metros de mí. No puede ser. Demasiado conveniente.
Me siento cerca. Él no me percibe. Tiene la mirada perdida en el cielo, que hoy se presenta despejado con algunas nubes.
Niki sacude su diminuta cola y se acerca a él.
—Nico, ven aquí —le digo, no obstante, es el hombre quien levanta la cabeza. Muerdo mi lengua. Cierto, este tipo se llama Nicolas. Su mirada me atraviesa y se detiene en mi cara. Rebusco entre mis dotes de ladrón de guante blanco la mejor de mis sonrisas—. Se llama Niki. A veces Nico, Engendro del mal, Nikita...
Nicolas baja la vista y lleva una mano a la cabeza de Niki para acariciar sus orejas. Su expresión se vuelve un poco más cálida.
—Tenemos un nombre similar —musita y luego se dirige hacia mí—. Nos hemos visto antes, ¿verdad?
Asiento.
—Por favor, no te suicides. Habla conmigo —espeto. Quizás no he sido delicado. Algo en su ceño arrugado me lo dice.
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https://youtu.be/wAnbJXItpG8
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