Diez nubes☁️Jean

(Esta foto la envío una lectora, agradezco.)

Una vez la lluvia me persiguió. No es que hubiera enfurecido a los dioses, caminaba en la misma dirección que el viento. Las nubes negras correteaban por el cielo compartiendo mi destino. Sentí que había tomado un mal camino, justo igual que ahora.

Este hombre no está bien. Eso es más que evidente. Espero no arrepentirme de haberlo traído a casa. Doy un trago al chocolate y me quemo la boca. Tomo asiento sin mirar la puñetera pared. Sé que está cubierta por tablones de madera oscura, al igual que el cuarto de invitados. No voy a comprobar si alguno está suelto.

—Toma tu chocolate. —Intento cambiar el tema de la conversación.

Ante su silencio, echo un vistazo al cuadro del faro. Es feo. Debería quitarlo y poner algo un poco más colorido. Unas flores. Hice un buen trabajo limpiando toda la superficie de madera para que reluciera. Mierda. Es posible que sí haya una tabla suelta.

Vuelvo a centrar mi mirada en los bonitos ojos de Nicolas. Alza las cejas, tomando un sorbo del chocolate. Su nariz se arruga como si le disgustara lo dulce.

—¿No vas a comprobarlo?

Sigo bebiendo, mis ojos clavados en los suyos. El chocolate calma mi estómago, así como los nervios. Levanto la mano, invitando a que lo haga él. Ignoro el sudor frío que se ha instalado en mi cuello.

Se incorpora y deja la taza en la mesita junto a las instantáneas que tomé meses atrás. Cuando tengo tiempo, las voy pegando en un cuaderno de tapas negras.

Nicolas aparta el cuadro, lo deposita con tiento en el suelo; luego cambia de opinión y lo deja apoyado contra el sofá. Palpa con calma las líneas divisorias de los tablones. Tras un leve golpecito, una de ellas se separa.

Joder.

Ha estado en el interior de esta casa.

—¿Qué edad tienes? —pregunto antes de que meta la mano en el agujero. Si ha estado aquí tuvo que ser durante su infancia. Demasiadas coincidencias. No me gustan, suenan a destino barato.

Se gira un momento.

—Treinta y cinco.

Al menos tiene clara su edad. Es seis años mayor, entonces. Debí haberlo sabido por las finas canas que surcan su cabello. Aunque lo cierto es que hay gente de veinte con canas. Y también quienes se decoloran el pelo. Tengo que centrarme.

Asiento con la cabeza como si fuera una información vital. Él mete la mano en el hueco y extrae lo que parece una fotografía y un dibujo. En menos de un segundo, llego a su lado para quitárselo de las manos.

El dibujo es un paisaje creado por las manos de un niño. Los toscos árboles miran a un sol medio oculto por las nubes. La fotografía muestra a un grupo de personas sentadas en una mesa, enfrente de una casa rural, probablemente en las montañas.

—Este soy yo —señala él—. Creo.

Me fijo en la cara adolescente que señala. Sí, tiene un parecido.

—No tienes los ojos de diferente color —afirmo.

Se lleva la mano hasta el ojo derecho.

—Porque este está ciego. —Ladea la cabeza.

—¿Desde cuándo? —Vaya, entonces un ojo puede cambiar su pigmentación si queda ciego. Es de un color azul pálido, con un círculo más oscuro cerca de la pupila.

No recibo respuesta a esa pregunta.

Al lado de Nicolas hay una joven rubia, también un hombre y una mujer entrados en años. Otro individuo de porte regio es el único que permanece de pie, apoyado en un bastón. Detrás pueden distinguirse a tres niños que juegan. Le doy la vuelta, esperando la fecha, pero solo aparece una frase escrita con prisa: ¿Cómo puedo salvarle?

Suelto un largo suspiro. Son simples recuerdos. No hay nada turbio en esto. Tampoco es un tesoro. Se lo entrego.

—Así que has vivido aquí. —Vuelvo a sentarme, tomando un pedazo enorme de tarta por el camino—. Aunque la fotografía fue tomada en otro lugar.

Nicolas se queda de pie en silencio, sosteniendo las pertenencias que lo conectan con su pasado. Un retazo de tiempos mejores. Su pelo revuelto cae sobre sus cejas, mientras que sus pestañas ensombrecen sus ojos. Tan hermoso en su fragilidad. Sacudo la cabeza sintiéndome como estúpido. Sigo comiendo mientras espero a que se siente, pero parece haber sido absorbido por sus propios pensamientos.

—Eh —llamo—. Se te enfría eso.

Estiro mi brazo para agarrar su muñeca y moverlo hacia el sofá, pero en su lugar cae sobre mí cortándome el aliento.

—¿Se puede saber qué haces? —gruñe con molestia. Apoya las manos a ambos lados de mi cara para incorporarse.

Humedezco mis labios en lo que tomo aliento. Me percato de que he puesto ambas manos en su pecho en un acto reflejo. Lleva la camisa entreabierta, mostrando una porción de su piel pálida con un lunar perdido. Deslizo una de mis manos hacia abajo con la intención de dejarla sobre mi rodilla; su jadeo casi imperceptible me paraliza. El calor se instala en mi vientre y se expande en todas direcciones.

Nuestras miradas vuelven a tropezar. Me está examinando. Se inclina un poco más. La barba un poco descuidada le queda bastante bien.

¿Por qué tiene esa expresión de tormento? Quiero borrarla.

Abro un par de botones de su camisa, sin perder de vista el rostro de Nicolas. Las yemas de mis dedos acarician su piel helada.

—¿Por qué? —dice. Su voz ahumada más grave de lo habitual—. Odio esto.

—¿Qué?

—Odio esto.

Sus labios rozan los míos con suavidad. Están húmedos y cálidos. Bajo un poco más la mano. Entreabre mi boca y no tengo muy claro como se supone que he de continuar, así que me dejo llevar. Un estremecimiento de placer me atrapa en cuanto su lengua juega con la mía y un gemido se escabulle por mi garganta. Se separa un instante y me mira antes de sujetar mi nuca. Vuelve a mis labios, empujando su boca contra la mía.

Odia esto, pero su cuerpo se va calentando contra el mío. Noto su pulso, su respiración entrecortada por el beso.

Odia esto, pero en algún punto vuelve a mirarme.

Odia esto, pero no quiero que se detenga.

Mis pensamientos ya no tienen sentido alguno.

El sillón se va reclinando, cediendo al peso de ambos. En algún punto, escucho como Niki aprovecha para comerse el trozo de tarta que hay en la mesa.

Él se recoloca sobre mí, con los labios hinchados y el ceño fruncido. Es entonces cuando veo el anillo que vale millones reluciendo colgando de su cuello con una fina cadena de plata.

Cierro los ojos con fuerza, cada vez más confuso.

Nicolas toma ese titubeo como un arrepentimiento; se levanta de golpe, cubriendo la cara con sus manos.

—No sé cómo van estas cosas —digo tirando el cojín más cercano a Niki para que deje de comer. Sigo hablando, he de explicarle que no quería parar—. Me sentí atraído. Es decir, quiero decir... Quería besarte y lo hice, pero no sabría continuar porque no he estado con ningún hombre. Y ninguna mujer, para ser sincero.

Muerdo mi lengua. Es un poco vergonzoso admitirlo.

Se sienta frente a mí, abotonando lentamente la camisa. Un tenue rubor cubre sus mejillas. Joder, ojalá me bese de nuevo.

—No pensaba hacer eso.

—¿Y qué pensabas?

—En marcharme.

—Olvídalo. Quédate aquí.

Frunce más el ceño, aunque no sé cómo es posible tal suceso.

—¿Puedo quedarme?

https://youtu.be/5gyANphz_Kk

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