Cinco nubes☁️ Jean




Meto la cabeza de nuevo entre las mantas.

Es imposible. No soy capaz de conciliar el sueño. Miles de preguntas revolotean, ansiosas por encontrar su respuesta. Y sé que no puedo contestarlas de momento, ojalá mi mente cerrase el pico por una vez. ¿Por qué siempre vienen las dudas existenciales cuando necesitas descansar? ¿O soy solo yo?

Toqueteo las orejas de Niki, que duerme estirada con el morro contra mi brazo. Recuerdo el día en que la encontré dentro del cubo de basura como si de un desperdicio se tratara. Era un cachorro, apenas unos días de vida. Sus hermanos habían muerto a su lado, pero ella lloraba. Se mantenía a flote.

Me recordó a mí. El mundo nos había desechado porque éramos un estorbo. Pero habíamos sobrevivido. La recogí y pasé unas cuantas semanas cuidando de ella sin apenas descanso, necesitaba que saliera adelante. Lo cierto es que no creo que sea capaz de hacer lo mismo por un ser humano. Nuestra raza está demasiado podrida como para ser rescatada. O quizás es que no he encontrado todavía a alguien que merezca la pena ser salvado.

Y de nuevo, mi mente vuelve a Nicolas. Mis razones para mantenerlo con vida no son altruistas, al contrario, soy un cabrón egoísta.

Sacudo la cabeza mirando al techo cubierto de fotografías de nubes. Una larga colección que he ido acumulando desde que robé mi primera cámara de fotos profesional. Siempre me había atraído el mundillo, pero quería experimentarlo con mis propias manos. El primer concurso que gané, fue con una cámara robada. Me pregunto si me hubieran descalificado si lo supieran. Seguro que sí.

Palpo la mesilla de noche, buscando el teléfono móvil para ver si ha llegado un nuevo email, aunque sé de sobra que no. Mis dedos deslizan la pantalla táctil, subiendo y bajando el listado de aplicaciones, mientras recuerdo la fotografía. Mi infancia. Atisbo pequeños retazos inconexos, como el reflejo en los cristales de un espejo roto. Alguna que otra risa, el olor fresco de los árboles en verano, un trébol de tres hojas. Y después, la oscuridad. El agrio hedor de la descomposición.

Un nuevo mensaje entrante; mi móvil se escurre entre mis dedos e impacta sobre mi frente. Suelto un gemido de dolor, debería haber comprado uno más pequeño y no este armatoste.

Al parecer, el Viejo ya ha descifrado el lugar en el que vive Nicolas. Me cuestiono si tendrá una vida, aparte de dedicarse a hurgar en mierdas ajenas y robar elementos muy caros para su posterior venta.

El reloj marca las cinco de la madrugada. Ni de broma voy a ir ahora. Pero tampoco puedo esperar. O sí. Tengo que planear bien esto.

Hundo a cabeza en la almohada, inhalando el aroma de las sábanas recién lavadas. Con Niki ese olor dura más bien poco.

Vuelvo a tomar el móvil y busco en internet información sobre el barrio en el que se encuentra el edificio en el que vive Nicolas. No aparece gran cosa, es una zona alejada del centro de la ciudad, muy barata por ser construcciones antiguas sin renovar. El edificio en cuestión parece caerse a cachos, es sorprendente que puedan cobrar por eso. Luego dicen que el ladrón soy yo. Es un buen lugar si quieres pasar desapercibido o convivir con las cucarachas.

Tendré que observar los movimientos de Nicolas. También vigilar a los vecinos, hacer una lista con sus horarios de entrada y salida.

Finalmente, el sueño comienza a hacer efecto, por lo que aparto el móvil y cierro los ojos.

☁️

Los ladridos de Niki son lo que me despierta. Llevo las manos a la frente. Las sienes me palpitan, con un dolor de cabeza horrible. Me incorporo desorientado. El reloj que tengo encima del escritorio marca las ocho, aunque no sé si es por la mañana o por la noche.

Miro alrededor, pero mi compañera no se encuentra en la habitación, por lo que me enrosco en la manta y bajo las escaleras. Niki está subida al sofá que tengo al lado de la puerta que lleva al diminuto jardín trasero, ladrando a algo que hay afuera. Algo que se mueve; algo muy peludo y blanco. ¿Un gato?

Una llamada resuena en el instante de silencio que se ha formado. Voy hasta el teléfono que hay en la cocina y descuelgo.

Siempre te olvidas el móvil. ¿Has visto lo que te ha dejado en el jardín? ¿Habrá sido a propósito? —La voz del Viejo suena muy dicharachera, como siempre. Su felicidad hace que mi cabeza duela el doble.

Abro la nevera, saco una botella de té de frutas del bosque y bebo antes de responder.

—Un gato. Creo. ¿Lo ha dejado alguien ahí? Los muros son altos, pero un gato puede saltarlos sin problemas. —Agarro un bollo de la alacena y lo devoro. Inmediatamente Niki viene a pedir su porción, el intruso no es más importante que su comida. Le doy una chuchería canina.

El Viejo suspira al otro lado de la línea.

Lo has visto ayer y ya ni te acuerdas. Tienes una memoria muy selectiva. —Como debe ser, para qué voy a gastar memoria en gilipolleces.

—Yo qué sé.

Ese gato salía en una de las fotografías que estaban en el móvil de Nicolas Blanchard —responde como si estuviera explicándole algo a un niño pequeño.

Me siento en el taburete que hay en la cocina, no es lo más cómodo del mundo. Joder, estoy cansado.

—Hay muchos gatos blancos y peludos —rebato con sequedad.

Sí, pero he visto a través de las cámaras a Nicolas ayudarlo a subir por el muro. Y en la puerta hay unas cuantas cosas que pertenecen al animal.

Así que realmente tiene cámaras vigilando mi casa. Es una especie de pervertido. Voy a quitarlas en cuanto pueda.

Espera.

¿Nicolas sabe dónde vivo?

Cuelgo el teléfono sin despedirme y rápidamente me dirijo hacia el jardín, dejando la manta atrás. Salgo en ropa interior al frío de la madrugada. El minino me ve y se dirige hacia mí con un porte señorial. Tiene un collar rojo que destaca sobre su pelaje blanco, en él hay una hoja enroscada y atada con un lazo.

Se la quito, mientras Niki y el bicho peludo entran en contacto, nariz con nariz. No parece que se vayan a matar.

Una letra curva y elegante es lo primero que veo.

Lamento no haber pedido permiso. Esta casa fue la que más acogedora me pareció. Frecuento mucho esta zona, es opuesta al lugar en el que vivo. Tranquila, bonita. Con los árboles y el río cerca.

Ya no puedo cuidar a Audrey. Tampoco puedo entregarla en perreras. Es muy buena, puede llevarse con otros animales y está esterilizada. Si usted o ustedes no la quieren, por favor, buscadle un lugar.

Gracias.

Me quedo mirando la hoja como un idiota por un buen rato. Es demasiada casualidad. Aparte de ser un tanto imbécil, la gata podría haberse escapado y terminar perdida. Debe estar helada.

Comienzo a temblar a causa del frío, así que agarro a la gata y me meto en casa. Niki nos sigue, con las orejas muy tiesas. Al menos, ha dejado de ladrar.

Y ahora, ¿qué hago?

https://youtu.be/K6sMuNuBlQo

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