Capítulo único

Cole Hence cargaba con un arma de diez kilos en la espalda.

Al empuñarla en batalla te hacía dudar de su peso, alzándola sobre su hombro con la ligereza de una pluma para después golpear el suelo bajo tus pies con un estruendo impresionante. Manejaba aquel martillo con una soltura inigualable a la de ningún otro guerrero, al verlo deslizar el mango entre sus manos con tanta naturalidad uno a menudo cometía el error de creer que era una tarea fácil.

Después de todo, así era Cole. Hacía que las cosas parecieran más simples.

Por esa misma razón chocamos en el instante en que nos conocimos. No me gustaban los problemas pero podría decirse que incluso iba buscándolos. Me lanzaba a ellos, y si es que tenía alguna otra estrategia además de pelear prefería que no requiriera de pensar mucho.

Cole era consciente de ello. Siempre estaba detrás mío, listo para frenarme y apagar mi furia al primer chispazo, lo cual me hacía querer golpearlo a penas nos mirábamos a los ojos.

Y no era que Jay y Zane me resultaran muy útiles, sino que Cole tenía una forma especial de actuar. Más que un líder era como un grillete.

En ese entonces aún era muy terco y estúpido, por lo que la primera vez que lo encontré despierto a altas horas de la noche simplemente pasé de largo fingiendo no haberlo visto y diciéndome que no tenía razón para juzgar los hábitos de nadie. Entonces pasó de nuevo, tres, cuatro veces en una semana.

El suelo de madera crujía bajo mis pies descalzos mientras venía de regreso de la cocina con el estómago lleno. Lento y entorpecido por el sueño solo me concentraba en regresar a la cama, ignorando la tenue luz de una vela proveniente de la habitación de Cole. Un segundo después salté con los cinco sentidos alerta al percibir un sonido fuera de lo habitual. Me detuve y escuché de nuevo. Unos suaves ronquidos.

Después de llamar un par de veces sin recibir respuesta corrí el shōji muy despacio, con temor de recibir un regaño del ninja negro por invadir su privacidad. Al contrario, lo encontré durmiendo de cara contra la mesa.

Al verlo rodeado de libros y todo tipo de apuntes entendí que Cole hacía lo que yo no, pensar.

Cole pensaba en cada detalle, cada cosa, cada variante que pudiera salir mal en una pelea. Pensaba por nosotros como equipo, por Jay para ayudarlo a concentrarse, por Zane para hacerlo sentir cómodo, por mí como el idiota que siempre arriesgaba su seguridad. Se desvelaba por nosotros y se negaba a descansar hasta tener un plan que nos garantizara el éxito.

Se negaba a fallarnos como líder, nos hacía las cosas más fáciles. Nos ponía a todos antes que a sí mismo.

Me incliné sobre su hombro y por un momento presté atención a las bolsas oscuras bajo sus ojos, resultado exigirse a sí mismo más que a cualquier otro. Apagué la llama y lo dejé dormir tranquilo.

Combatir con ese martillo como si fuera una extensión de su cuerpo no le había costado menos. Le tomó tiempo, disciplina.

Ahora el arma se encontraba en el mismo lugar en donde la dejó antes. Ninguno de nosotros se atrevió a moverla, o a tocarla siquiera.

Era demasiado peso para cualquiera de nosotros.

La veladora entre mis manos se sentía horrorosamente fría. Miré la mecha arder con mi propio fuego por un momento, incrédulo de que fuera real.

De que todo eso fuera real.

De rodillas dejé la vela frente al martillo, llenando el vacío en el círculo en el suelo que habíamos formado alrededor de él.

Encontré la fuerza para ponerme de pie sin tambalearme, sintiendo que era tirado por los hilos invisibles de la realidad y estiré mi mano derecha suavemente. Mis dedos se encontraron con los nudillos del Ninja Verde, quien apenas sintió el contacto estrechó mi mano con desesperación.

El agarre de Lloyd era firme. Busqué su mirada y lo encontré viendo el arma con un gesto de frustración que pude comprender. Una ira que provenía desde lo más profundo de mi pecho reclamandome no haber hecho nada. Las lágrimas corrían por sus mejillas enrojecidas, tibias, llenas de impotencia.

Por el contrario, la mano de Jay buscó la mía. Estaba fría y sus dedos escalaron en mi palma débilmente, temblando a la par de su pecho. Tampoco pudo regresarme la mirada, sumido en un llanto que no le dejaba respirar.

Los ojos azules de Zane se encontraron con los míos, y por el gesto de dolor que se formó en su rostro supe que me veía tan roto como me sentía.

No podía creerlo.

Ahí, tomados de las manos, los cuatro le dimos el último adiós a Cole.

Aquellos hilos de la realidad dejaron de ser dulces conmigo ante aquel pensamiento. De repente se volvió muy difícil estar de pie y lo mejor que pude hacer fue culpar a un par de grilletes invisibles, porque Cole solía molestarse cada vez que insistía en culparme de algo.

Su voz diciéndome que no fuera tan egoísta salió de algún lugar de mi mente haciéndome imposible ocultar un sollozo. Sin estar seguro de en qué momento había comenzado a llorar decidí ignorar a Cole al igual que en un principio, y me culpé.

Me culpé por las peleas, ya que más de una vez le grité algo fuera de lugar y me tardé más de lo necesario en pedirle una disculpa. Me culpé por hacerlo enojar un par de veces al desobedecer sus órdenes y arrojarme al peligro por mi cuenta. Me culpé de aquella vez que casi nos intoxica al prepararnos la cena, debí decirle que el pollo estaba crudo pero no quería herir sus sentimientos.

Me culpé por los golpes, los moretones, y los dolores de cabeza que debí causarle.

Me culpé por pensar que era un grillete cuando lo único que él quería era que cada uno diera lo mejor de sí mismo.

Sin embargo, por más que lo intenté no pude culparme de que él ya no estuviera para impulsarnos.

No era culpa de nadie, realmente.

El olor a cera derretida comenzó a asfixiarme. Apreté el agarre de mis hermanos, incapaz de apartar mi vista de las velas.

«Quédense» rogué con egoísmo a la vez que un viento furioso golpeó la Bounty.

«Solo está vez» las llamas danzaban de un lado a otro, débiles y diminutas.

«No alejen a Cole de nosotros»

Ninguno tuvo fuerza para moverse de su lugar o levantar el martillo, mucho menos para cargar con el peso de la muerte de Cole cuando la brisa extinguió el círculo de luz.

Por última vez las velas se apagaron para dejar al maestro de la tierra descansar.

Le pedí que no se preocupara demasiado por nosotros mientras la imagen de su cuerpo cayendo a la oscuridad se repetía una y otra vez en mi cabeza.






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Perdí la cuenta de cuántas veces he visto "la caída", dura un minuto pero duele toda la vida:')

Finalmente lo menos que podía hacer era escribir algo posterior a ese evento con una pequeña pisca de nostalgia a aquellos primeros pasos de los chicos en su camino Ninja.

Les agradezco mucho por leer y los invito a pasarse por otras de mis obras.

¡Abrazos y besos, frijolitos!♡

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