Epílogo

—¿Quedarse en Grecia no es un riesgo par usted, señora?

—Que va, estoy más a salvo aquí que con la carnada. El nuevo rey está dolido e irá primero a por ellos.

Se dice que quien inicia los movimientos en pro de la libertad es el más comprometido con la causa, sin embargo, no era esto lo que se notaba en la postura de Hypta...o Athea. Los nombres no eran preocupación para ella. Más bien nada lo era, tenía a todo un séquito encargado de pelear por ella y le gustaba ser solo el rostro de la revolución.

Posada de espaldas a un chico y admirando lo majestuoso del mar Egeo, esta mujer de largos cabellos blancos y mirada resuelta sabe lo que se avecina para su especie. No es la primera guerra de la que es testigo, pero sus sueños sangrientos y premonitorios le dicen que probablemente sea la última. 

—Arion no es tan tonto cómo para no pedir ayuda, la mayoría de los que nos apoyan lo hacen por los Vriklas, si el dice rana, todos van a saltar a su lado.

—Tus modismos me siguen desconcertando —ríe la ex-concejera real—. Tengo a Arion bajo control, además queremos lo mismo y mi trato para con él es justo.

—¿Otorgarle el perdón y darle su preciada vida lejos del régimen?

—Cuando ganemos si es lo que quiere, lo tendrá.

—Querrás decir si ganamos.

—Esta es una guerra con un bando en clara ventaja y ese es el nuestro.

El rubio acompañante de la mujer sonríe, tendiéndole a esta una de esas pantallas electrónicas que tanto detestaba, en la misma se vean cifras alarmantes, noticias de lo al rededor del mundo sucedía, todo como consecuencia del protocolo post-mortem de la Gran reina. 

—Sabe mover sus fichas, pero sé cómo emplear las mías mucho mejor. Humanos más, humanos menos, al final esto es más un favor que un conflicto. Los mortales estarán demasiado ocupados en buscar una solución para esto que en tenernos bajo su mira.

El chico ríe, consciente de la nula capacidad de empatizar que Athea posee, uno de los rasgos que él encuentra más atractivos en ella, principalmente porque eso los hace iguales. Ambos buscan escalar por encima de todos, sin detenerse a pensar en cuantas cabezas se llevan en el proceso. Por ello la buscó como aliada, por ello le planteó lo que podría lograr con todo su poder.

Podría decirse que él inicio la revolución, desde las sombras, fingiéndose manipulado. Gracias a Athea pudo ser más fuerte y alcanzar un poder digno de un gran antiguo, gracias a ella pudo cumplir sus deseos y por eso ahora le devolvía el favor impulsándola hasta la cúspide del poder: El gran trono inmortal.

Claro que, al llegar ahí no dejaría que reinase sola, él era la clave de todo, él y solo él había labrado este camino con muy arduo esfuerzo. Tuvo que morir para lograrlo. ¡Dos veces!

—Erzsébet ofreció a sus clanes, parece muy feliz de pelear en contra del nuevo rey.

—No es imbécil, sabe lo que le conviene.

Athea sonríe, sabiendo que la condesa esconde muchas verdades, casi tantas como ella.

—¿Y a mí? ¿Qué me conviene?

En un acto osado, el joven se atreve a rozar sus labios con los de su superior, que con descaro alza las comisuras de sus rojos labios e impulsada por el deseo lo tumba de espaldas en la enorme y adosada cama tras de ellos.

—Yo —responde con simpleza—. Soy lo que te conviene a ti y a todo el mundo inmortal. Ahora, por el poder que tengo te ordeno desvestirte.

—Solo soy un simple soldado, mi señora. Vivo para servir.

Y acatando sus ordenes se despoja de sus vestiduras, dejando a la vista sus cicatrices casi mortales, aquellas dejadas por la misma daga que atravesó el pecho de la reina. Perdido en sus pensamientos sonríe, esperando que la chica que ha ocasionado todo esto se dé cuenta de la verdad que la guerra esconde.

—Y sirves del lado correcto, pequeño Elliot.

Solo esperaba que, como él, Anabelle supiese escoger sus cartas. Y tuviese en cuenta que en su nuevo mundo nadie veía por nadie, que la ganancia de poder es lo que mueve a todos y sobretodo, que ningún bando será un buen ganador.

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