Parte 7
Mérida suspiró profundamente, tratando de recuperar la compostura mientras procesaba las palabras de Incógnito. La verdad era que, aunque detestaba la idea de depender de él, no tenía otra opción realista en ese momento. Su tobillo estaba en mal estado, y las opciones seguían disminuyendo rápidamente.
—Está bien —dijo finalmente, con un tono cortante—. Pero si intentas algo, te juro que me las arreglaré para patearte con el pie bueno.
Incógnito soltó una risa, claramente disfrutando del comentario, pero asintió.
—Mensaje recibido, oficial. Ahora, ¿listos para el acto final?
Sin esperar una respuesta, se agachó frente a ella, ofreciéndole la espalda.
—Sube.
Mérida lo miró, evaluándolo. La idea de dejarse cargar por un extraño enmascarado, especialmente en su estado, no era precisamente tranquilizadora, pero sabía que quedarse ahí no era una opción.
—Si te caes, nos tumbamos los dos.
—No te preocupes, soy más fuerte de lo que parezco —replicó él con un tono burlón—. Además, he cargado cosas más difíciles que tú.
Con un gruñido resignado, Mérida se acomodó sobre su espalda, evitando poner demasiado peso en su tobillo. Incógnito la levantó con aparente facilidad y comenzó a avanzar, sus pasos ligeros y silenciosos mientras mantenía los ojos y oídos atentos.
—¿Siempre has sido así de molesto? —preguntó Mérida, tratando de distraerse del dolor.
—No, pero esta máscara me da cierto... encanto especial.
—¿Encanto? Más bien ganas de lanzarte por un barranco.
—Eso dicen al principio. Luego terminan agradeciéndome.
Mérida rodó los ojos, pero una parte de ella no pudo evitar sentir que la actitud despreocupada de Incógnito aliviaba ligeramente la tensión de la situación.
Al cabo de unos minutos, llegaron a un callejón parcialmente iluminado. Incógnito se detuvo un momento, bajándola con cuidado para que pudiera sentarse en una caja de madera apilada contra la pared.
—Necesitamos idear algo antes de seguir. La ciudad está más cerca, pero no podemos entrar por la vía principal si realmente hay alguien buscándonos.
—Podemos intentar el antiguo paso subterráneo cerca de la fábrica abandonada —sugirió Mérida—. Es un camino largo, pero nos llevará directamente a una zona segura.
Incógnito asintió.
—Eso suena mejor que mi plan D.
—¿Plan D?
—¿Sabes? Correr gritando para asustarlos y esperar que funcione.
Mérida lo miró, incrédula, pero al final dejó escapar una risa breve y apagada.
—Eres imposible.
Él sonrió bajo la máscara.
—Y tú no eres tan seria como pensé al principio.
Ambos compartieron un momento de relativa calma antes de que un ruido en la distancia rompiera la tranquilidad. Las voces de los hombres armados se escuchaban cada vez más cerca, junto con el eco de las sirenas.
—No hay tiempo. Vámonos.
Incógnito volvió a ayudarla, esta vez permitiéndole apoyar parte de su peso en él mientras avanzaban con cuidado hacia el paso subterráneo que ella había mencionado. La oscuridad del callejón los envolvía, pero ambos sabían que estaban jugando una partida peligrosa, donde cada decisión podía significar la diferencia entre sobrevivir o no.
La ciudad aún parecía distante, pero al menos, por primera vez tenían una dirección clara.
El sonido de las botas y las voces detrás de ellos se hacía cada vez más cercano. Mérida yacía apoyada contra Incógnito, obligándose a mantener la calma mientras avanzaban por las sombras. Cada paso que daba, aunque ayudada, era un recordatorio punzante de que su tobillo seguía en pésimas condiciones.
Incógnito giró la cabeza hacia atrás rápidamente antes de continuar.
—¿Ese paso subterráneo está lejos? Porque no creo que tengamos tiempo para un paseo turístico.
—Solo un par de calles más —respondió Mérida, intentando que su tono sonara seguro, aunque por dentro dudaba de que tuvieran tanta suerte.
—Bien, porque ya tenemos compañía —murmuró él, señalando discretamente hacia la esquina donde un par de linternas iluminaban el callejón desde lejos.
—Maldita sea, están cubriendo las salidas.
Incógnito la miró de reojo.
—Eso no es lo peor. Si están organizados, puede que estén esperando para cerrarnos el paso por ambos lados.
—No son tan organizados, no parecen mercenarios bien entrenados —replicó Mérida—, pero sí lo suficiente para ser una amenaza.
—Estupendo. Entonces supongo que podemos jugar a las escondidas un poco más.
Llegaron al final del callejón y se detuvieron detrás de un contenedor de basura. Desde su posición, Mérida pudo ver el puente peatonal que conducía al paso subterráneo. Pero un grupo de tres hombres con armas patrullaba cerca de la entrada.
—¿Ideas? —preguntó Incógnito en un susurro.
Mérida evaluó rápidamente la situación. El puente estaba demasiado expuesto, y aunque podían intentar escabullirse, el riesgo de ser vistos era demasiado alto. Necesitaban otra distracción, pero esta vez tendría que ser algo más elaborado.
—Podemos intentar atraerlos al otro lado del puente —sugirió Mérida—. Si logramos que se separen, tendremos tiempo para cruzar.
—Perfecto, te quedas aquí. Yo me encargo.
—¿Otra vez con eso? —respondió ella con incredulidad—. No puedes seguir asumiendo que puedes manejar todo solo.
—¿Y tú vas a pelear con ese tobillo y vestido? —respondió Incógnito con un tono de voz burlona.
Mérida apretó los dientes, sabiendo que tenía razón.
—Está bien. Pero asegúrate de volver.
—Soy luchador Mérida, ni siquiera se si al subir bajaré con vida.
Sin esperar a que dijera otra cosa, Incógnito se deslizó entre las sombras, moviéndose con sorprendente rapidez. Mérida lo observó, su mente dividida entre la preocupación por su situación y la creciente curiosidad sobre como es que estaba tan tranquilo en esta situacion.
Mérida mantuvo la vista fija en las sombras, observando cómo Incógnito desaparecía como un espectro. La idea de quedarse atrás la carcomía, pero sabía que intentar algo con su tobillo en ese estado solo los pondría en más peligro.
El eco de los pasos de los hombres armados la devolvió a la realidad. Debía concentrarse. Si Incógnito fallaba, ella tendría que idear algo rápido para cubrirlos a ambos. Sus ojos buscaron frenéticamente algo útil en su entorno: una barra metálica tirada junto al contenedor de basura llamó su atención. La recogió, probando su peso, sintiendo cómo el metal frío en su mano le devolvía una pizca de control en la caótica situación.
A lo lejos, un estruendo rompió el silencio. Algo grande y metálico había caído, seguido por el sonido de gritos y pasos apresurados. Mérida apretó los labios; Incógnito había hecho su movimiento.
Los hombres armados reaccionaron de inmediato, dirigiéndose hacia el ruido.
—¡Por allí! ¡Rápido! —gritó uno, mientras los otros dos lo seguían con las armas levantadas.
Mérida sabía que ese era su momento. Con esfuerzo, se levantó, apoyándose en la barra para equilibrarse. Su tobillo protestó, pero no tenía tiempo para dudar. Cojeó hasta el borde del callejón y miró hacia el puente. Estaba despejado, al menos por ahora.
Unos segundos después, Incógnito apareció de nuevo, esta vez desde una dirección diferente. Sus pasos eran ágiles y silenciosos, pero sus ojos estaban fijos en ella.
—¿Qué haces ahí parada? ¡Vamos! —susurró con urgencia mientras llegaba a su lado.
—¿Funcionó tu pequeño truco? —preguntó ella mientras se apoyaba en él para moverse más rápido.
—Claro que sí. Aunque no les di mucho tiempo antes de que vuelvan a darse cuenta de que no hay nada allá.
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Incógnito ayudó a Mérida a cruzar las últimas calles hasta que finalmente las luces de la ciudad los envolvieron. El bullicio de los autos y los transeúntes nocturnos les daba cierta sensación de anonimato, pero Mérida seguía en alerta.
—La jefatura no está lejos de aquí —murmuró ella, intentando ignorar el dolor punzante en su tobillo—. Tengo que averiguar qué pasó con los refuerzos.
—¿Estás segura de que es buena idea?—respondió Incógnito, caminando a su lado y vigilando cada esquina.
—No tengo otra opción. Necesito respuestas, y no confío en que nadie más lo investigue por mí.
Incógnito suspiró, pero no dijo nada más. La obstinacion de Mérida era inquebrantable, y aunque prefería evitar exponerse más, sabía que era inútil intentar disuadirla.
Llegaron a la jefatura en unos minutos. El edificio, un imponente bloque de concreto con luces brillantes en la entrada, parecía tan tranquilo como siempre. A simple vista, no había indicios de que algo estuviera fuera de lugar.
—Quédate cerca —advirtió Mérida mientras se acercaban a la puerta principal.
—Como si tuviera otra opción —replicó Incógnito, siguiéndola.
Al entrar, el ambiente era inusualmente silencioso. Algunos agentes estaban en sus escritorios, pero el movimiento era mucho menor de lo esperado. Mérida se acercó al oficial de turno en recepción, un joven con expresión nerviosa.
—Ávila —dijo Mérida, presentándose—. Necesito hablar con el comisario.
El joven levantó la vista, sorprendido al verla.
—¿Detective Mérida? Pensábamos que... —Se detuvo, claramente incómodo—.
—¿Qué? ¿Por qué no llegaron los refuerzos cuando los pedí? —preguntó Mérida, su tono endureciéndose.
El joven vaciló antes de responder.
—Recibimos la solicitud, pero alguien la anuló. Decían que la situación estaba bajo control y que no había necesidad de enviar a nadie.
Mérida sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Quién anuló la orden?
El oficial miró la pantalla de su computadora, tecleando rápidamente.
—Fue el alcalde.
—¿El alcalde?, porque haría eso, ¿que paso con el teniente Isaac?.
—Ignoro las ordenes del alcalde y salió de aquí con todo un equipo hacia donde estaba usted, pero al ya estar aquí, regresaron con bien—Ramires al ver mejor vio que el teniente no estaba y en su lugar estaba incógnito el cual tenía la camisa blanca del traje sucia al igual que Mérida con su vestido.
—Pero y el tenie.....—No termino ya que Mérida se quito el antifaz poniéndolo en el escritorio y le dijo claramente molesta que llamara al teniente y le dijera que estaba aquí y que tenía a un testigo de lo ocurrido a lo que Ramírez rápidamente marca tratando de contactar al teniente Issac y al darse vuelta y ver a incógnito le dice que la siga.
Lo que no se había dado cuenta era que cuando la vio sin el antigas se sorprendió más de lo linda que era, en estos momentos agradecía tener su máscara para que pudiese ocultar sus expresiones, Pero salió de sus pensamientos al recordar que está seguía lastimada de su tobillo por lo que antes de que ella diera un paso más este sin previo aviso la carga a lo estilo nupcial.
Mérida soltó un jadeo sorprendido mientras Incógnito la levantaba con aparente facilidad.
—¿Qué demonios haces? —espetó, su rostro enrojeciendo de inmediato—. ¡Bájame ahora mismo!
Él, sin inmutarse, ajustó su agarre y caminó hacia el interior del edificio con una tranquilidad desconcertante.
—Tu tobillo está mal, oficial. Además, alguien tiene que asegurarse de que no vuelvas a hacer algo imprudente como caminar sola por aquí —replicó con su tono burlón habitual—. Y no tienes pinta de que puedas correr si pasa algo.
Mérida lo fulminó con la mirada, pero se dio cuenta de que protestar solo llamaría más la atención. Resignada, cruzó los brazos con irritación mientras murmuraba:
—Eres increíblemente irritante, ¿lo sabías?
—Un talento natural —respondió Incógnito, sin dejar de moverse.
Los agentes que estaban en la jefatura observaban la escena con asombro y curiosidad, aunque ninguno se atrevió a decir nada. El silencio en el lugar ahora se sentía más denso, como si todos estuvieran esperando algún tipo de explicación para la inusual pareja que acababa de entrar.
Ramírez, quien había terminado de contactar al teniente Isaac, los alcanzó justo cuando Incógnito entraba a una pequeña sala de interrogatorios, dejando a Mérida con cuidado sobre una de las sillas.
—El teniente Isaac está en camino —informó Ramírez, aunque su mirada seguía fija en Incógnito—. ¿Quién es él, Mérida?
—Un testigo clave —respondió ella rápidamente, aunque su tono dejaba claro que no quería dar más detalles en ese momento—. Necesitamos privacidad.
Ramírez dudó, pero finalmente asintió.
—Muy bien. Si necesitan algo, estaré afuera.
Cuando la puerta se cerró, Mérida respiró hondo, aliviada de estar lejos de las miradas curiosas. Incógnito se apoyó contra la pared, cruzando los brazos mientras la observaba con su característica calma.
—¿Vas a explicarme qué estamos haciendo aquí exactamente? —preguntó él, rompiendo el silencio.
—Necesitamos saber por qué el alcalde anuló mi pedido de refuerzos —dijo Mérida, su tono volviendo a ser profesional—. Esto no es algo que pueda pasar desapercibido. Si alguien está manipulando las operaciones de la jefatura, podría haber una red más grande detrás.
—Y si el alcalde está involucrado, estás pisando terreno peligroso —añadió Incógnito—. No soy fan de los políticos, pero sé que no hacen movimientos como este sin un propósito.
—Lo sé —admitió Mérida, masajeándose la sien con frustración—. Pero no puedo quedarme sin hacer nada.
La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo su conversación. Era el teniente Isaac, acompañado de dos agentes más. Su rostro reflejaba una mezcla de alivio y preocupación al ver a Mérida.
—¡Mérida! Pensé que... —Se detuvo al ver a Incógnito, quien lo observaba en silencio desde la esquina—. ¿Hermano?
—¿Issac?—
Mérida al escuchar a incógnito llamarlo por su nombre y al teniente decirle hermano claramente la confundió y tuvo que preguntar con sorpresa y confusión
—¿Ustedes se conocen?—Se los dijo mirándolos a ambos a lo que Issac ordenando le a los dos agentes que salieran lo cual obedecieron para después cerrar la puerta.
—Pero ¿Que estás haciendo aquí?—
—Bueno resulta que me involucre en eso sin que yo quisiera y termine salvando a tu oficial—
Mérida observó la interacción con los brazos cruzados, claramente irritada y aún más confundida. Su mirada oscilaba entre el teniente Isaac y el misterioso enmascarado que, hasta hace unos momentos, había sido su improbable salvador.
—¿Alguien me va a explicar qué está pasando aquí? —preguntó, interrumpiendo el momento entre los dos hombres.
Isaac suspiró y pasó una mano por su cabello, claramente incómodo.
—Nos conocemos desde la universidad es uno de mis mejores amigos, y no solo eso también es el padrino de mi hija—
Mérida frunció el ceño, mirando alternativamente a Isaac y a Incógnito, sin poder creer lo que acababa de escuchar. La revelación le llegó como un golpe directo a la cabeza.
—¿El padrino de tu hija? —preguntó, tratando de asimilar la información—. ¿Y tú, Incógnito, tienes una vida fuera de este... circo de mascarada?
—Si, no es como si fuera a mi casa y durmiera con esto puesto—Antes de que la discusión escalará Isaac trato de apaciguar las aguas, pero Mérida en un grito le dijo a Isaac
—¡Acaso usted sabía que el iría a esa fiesta!—
—Para nada, de haberlo sabido le hubiera dicho que no fuera—
Mérida, furiosa, no podía creer lo que estaba escuchando. La incredulidad se mezclaba con la frustración, y por un momento, pensó que todo lo que había vivido hasta ahora había sido una broma cruel.
—¿Así que este tipo... —señaló a Incógnito—, ¿es uno de los padrinos de tu hija? Y ¿tú... tú sabías que él iba a esa fiesta, pero nunca me dijiste nada? —Su voz temblaba de ira y desconcierto.
Isaac levantó las manos en un gesto de rendición, tratando de calmarla.
—Mérida, espera. No es lo que piensas. No lo sabía, de verdad. Si hubiera tenido idea, te lo habría dicho, pero las cosas se complicaron...—
—¿Se complicaron? —Mérida se rió con amargura—. ¿De qué hablas? ¿Cómo es que alguien con un enigma como él en tu vida nunca me lo mencionó? ¡Me has estado ocultando cosas, Isaac!
Incógnito, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, dejó escapar un suspiro resignado. Su actitud calmada y la máscara que llevaba le daban una extraña autoridad en la sala.
—Mérida, te aseguro que todo esto no es más que una coincidencia. Yo no quería involucrarme en esto, pero las circunstancias me arrastraron. Y sí, Isaac y yo nos conocemos, pero esto no tiene nada que ver con lo que estás pensando—explicó, su voz serena.
Mérida lo fulminó con la mirada, pero algo en su tono la hizo dudar por un instante. De todas formas, su frustración era más fuerte que cualquier intento de razonamiento. No podía dejar de sentirse traicionada.
—¿Coincidencia? ¡¿Cómo?! ¿Te aparece aquí para salvarme y resulta que eres un amigo cercano del teniente? ¡Y no me lo dices hasta ahora! ¿Qué es lo que está pasando realmente?
—Respondiendo una de esas preguntas se que trabajaba en la policía, Pero a decir verdad no me acordaba que lo ascendieron a teniente y creme muchas personas en el mundo se llaman Issac entonces....bueno entiendes mi punto—
—Eso es cruel viejo—
—Lo siento Issac, Pero sinceramente no me acordaba que te ascendieron—
Isaac miró a Mérida, consciente de que las palabras no serían suficientes para calmar la tormenta que se desataba. Sin embargo, era momento de aclarar la situación, aunque sabía que no sería fácil.
—pasando a otro punto, tenemos que llevarte al hospital y mañana te contaré todo lo que sucedió—
—¿Y que sucede con el?—Lo dijo señalando a incógnito que estaba recargado en la pared y este al levantar la mirada con un tono de voz dudosa dice—¿Yo?—
A lo que Isaac dice con un suspiro
—Ya que el estuvo involucrado es un testigo, por lo que tendrá que pasar la noche aquí—
La tensión en la sala era palpable. Mérida seguía con la vista fija en Isaac, el enojo y la confusión luchando por apoderarse de ella. Incógnito, por su parte, se mantenía en su actitud relajada, aunque algo en su postura indicaba que estaba esperando una respuesta. Isaac, viendo el desorden que acababa de crear, trató de calmar los ánimos, pero su voz sonaba vacía.
—Mérida, sé que todo esto parece un caos. Pero necesitamos respuestas, y yo... —miró a Incógnito, que seguía en silencio—... necesitamos a este tipo aquí. Él sabe más de lo que crees, y no puedo dejar que se marche sin que tenga su versión de los hechos.
Mérida, aún iracunda, miró a Incógnito de arriba a abajo, como si intentara desentrañar alguna respuesta oculta en su comportamiento.
—¿Así que ahora soy la que tiene que confiar en él? —dijo con sarcasmo. Sus palabras estaban impregnadas de frustración, pero también de una angustia más profunda, la de no tener todas las piezas del rompecabezas.
Incógnito se encogió de hombros con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Soy un testigo, como dijo Isaac. Aunque no estoy aquí para ser un buen chico.
—No se trata de ser buen chico, se trata de ser... ¿honesto? —respondió Mérida, entrecerrando los ojos. El tono de su voz había perdido algo de su dureza, pero la incredulidad seguía dominando.
A lo que incógnito girando un poco su cabeza le dice
—Mejor llévala al hospital antes de que si tobillo se lastime más—
Mérida, aún con el enojo a flor de piel, no pudo evitar fruncir el ceño ante la recomendación de Incógnito. Su tobillo ardía, y aunque no quería admitirlo, sus palabras tenían sentido. El dolor había empeorado durante la última hora, y estaba empezando a cuestionar si realmente podría seguir caminando sin agravar la lesión.
—Ya me lo dijiste antes —replicó con un tono más suave de lo que le hubiera gustado—. Pero no te creas que me olvido de lo que ha pasado. Tú también tienes que hablar, tarde o temprano.
—Lo haré. Pero primero, deberías preocuparte por ti misma. No me sirve de nada que sigas empeorando si no puedes caminar después.
Isaac, que observaba el intercambio, suspiró, sintiendo la tensión palpable entre ellos.
—Mérida, por favor... No es el momento para discutir. Necesitas que te atiendan ese tobillo, y no podemos perder más tiempo. Vamos, te acompañaré —dijo Isaac, acercándose a ella y ayudándola a levantarse de la silla, aunque su mirada no dejaba de pasar de Incógnito a Mérida, como si intentara encontrar una solución que los dejara a todos en paz.
Mérida lo miró, reconociendo que, a pesar de sus frustraciones, necesitaba la ayuda de ambos. La situación era más complicada de lo que parecía, y aunque estaba furiosa por las revelaciones recientes, sabía que seguir peleando no la llevaría a ningún lado.
—Está bien... —murmuró, evitando mirar a Incógnito por un momento. A pesar de su actitud arrogante, no podía negar que había sido útil, incluso si sus métodos le resultaban insoportables.
Con la ayuda de Isaac, salió de la sala de interrogatorios y se dirigieron hacia la salida, mientras Incógnito los seguía con su habitual silencio, consciente de que aún quedaba mucho por resolver. La noche, que había comenzado con tantas incógnitas y peligros, parecía solo ser el principio de un laberinto mucho más profundo.
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