Primera Taza

Hay un tipo de calidez que un omega como Katsuki sólo puede experimentar cuando está lloviendo afuera y él tiene una colcha enorme encima, un vinilo moviéndose en el tocadiscos y un libro en las manos. Uno romántico, porque le gustan esa clase de estupideces.

Cuando tiene todo eso, casi deja de importarle que sus vecinos son unos idiotas ruidosos y molestos, que su madre lo ha estado molestando desde que cumplió 22 y que está a unas pocas páginas de terminar el último libro pendiente de su repisa.

Oh, es el último.

Suspiró pesado al darse cuenta de que lo ha terminado. Ese extraño vació que queda cuando terminas cualquier cosa se apoderó de él mientras cerraba el libro y se cubría un poco más con la colcha, aspirando su aroma.

La calma no le duró mucho. Los pensamientos sobre el final de ese último libro giraban en su cabeza, como todos los finales románticos. ¿Para qué ocultarlo cuando estaba solo? Amaba las cursilerías.

Se envolvió por completo y se dejó ser debajo de la colcha. Sonrió y pataleó soltando pequeñas risas que le daban vergüenza apenas se daba cuenta de lo que hacía.

Ugh, estúpido.

Miró el reloj que tenía en la mesita de la sala, frente al sofá donde había estado leyendo. Eran las siete en punto, entonces pensó que podía pasar el resto de su noche fuera, tomando un café luego de pasar a la librería por nuevas cosas para leer.

Se levantó con algo de pereza y se apresuró a ponerse su abrigo antes de que el frío lo atacara tras salir de su escondite calientito bajo la colcha.

Tomó sus llaves de la misma mesita y no pudo evitar ver de nuevo la nota que le dejó su madre esa misma mañana:

¡Consíguete un jodido alfa, Katsuki! Haz que todas esas novelas de amor que lees, sirvan de algo.

Frunció el ceño al ignorar el mensaje, tal como lo hizo cuando se levantó a hacer su desayuno y encontró el papelito. «Patrañas» pensó y salió dando un portazo, esperando que eso genere el suficiente aire como para botar el mensaje de su madre de la mesa.

Caminó rápido entre las calles hacia la librería, antes de que comenzara a llover con fuerza, pues seguían cayendo algunas gotas y él olvidó su paraguas por haberse distraído con su madre diciéndole que busque pareja.

Era una idiotez, se repetía. Puede que se sienta algo solo; en su casa, con la única compañía de sus libros —pues ni en la universidad tenía amigos—. Pero si de algo podía estar seguro, es que un novio no es lo que necesita. Un gato quizá.

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Hay un tipo de calidez que un alfa como Shoto sólo puede experimentar cuando está lloviendo afuera y él se encuentra en el interior de una librería acogedora, con su abrigo encima y admirando al omega más hermoso que haya visto en su vida.

Un momento. ¿Admirando qué cosa?

Sus ojos disparejos se cierran tras darse cuenta de que habían estado abiertos mucho tiempo. Recobró la compostura y reparó en la dirección en la que estaba mirando unos instantes atrás. La espalda de un chico rubio, cubierto con un enorme abrigo y una bufanda roja que, a pesar de cubrir la mayor parte de su cara, permitía que sus mejillas igualmente rojas asomaran friolentas.

Aquel muchacho acomodaba constantemente su bufanda hacia sus orejas, cubría su nariz y su boca. Todo rojo y frío, parecía estar hecho manzana. Manzanas rojas en medio de la nieve, porque su piel era muy blanca.

Se sintió avergonzado. Y un poco confundido también. Esto no era propio de él en ningún sentido.

Dio media vuelta. Mirar por tanto tiempo a un omega no podía ser apropiado. No quería parecer alguna clase de pervertido.

Quiso alejarse un poco, hasta que el dulce aroma a pan caliente que provenía del rubio de manzana dejara en paz a sus —de cierto modo— intimidadas fosas nasales.

Respiró profundo, fingiendo no estar al tanto de la mirada divertida que le lanzaba Yaoyorozu desde la caja, haciéndole saber que notaba lo que estaba ocurriendo. «Metiche» le dijo mentalmente.

No lo malentiendan, él quiere mucho a Momo, es su mejor amiga, después de todo. Pero era algo molesto que nada se le escapara y sólo se lo hiciera saber con sus miradas y sonrisas de saberlo todo.

La ignoró todo lo que pudo, analizando estantes y contraportadas de todo libro que le pareciera interesante. Leía los títulos, las reseñas y revisaba los precios. Hizo de todo por evitar la mirada de su amiga y el aroma del extraño.

Hasta que escuchó la voz de Yaoyorozu desde la caja.

—Buenas noches —saluda—. ¿Qué te llevas hoy?

—Esto es todo —la segunda voz, atenuada por la tela roja sobre la boca de su dueño, fue lo que logró que girara su cabeza en la dirección que había estado ignorando.

¡Es él! El rubio de manzana está pagando. Notó que Momo alzó un poco la voz, obviamente para atraer su atención. El pitido de la caja registradora, el sonido de los billetes intercambiados y la despedida amable de Yaoyorozu lo terminaron sacando un poco de quicio.

Después del poco rato que pasó aspirando la esencia del omega y fingiendo que no le importaban las sonrisas cómplices de Momo, simplemente dejó de concentrarse. Así no podía.

Su ceño se había mantenido apretado inconscientemente y cuando la campana de la puerta tintineó indicando que el muchacho de las mejillas heladas se había marchado, caminó con pasos pesados hacia donde su mejor amiga lo miraba como siempre lo hacía.

—Eres una pesada —le suelta aún con las cejas fruncidas en un gesto indescifrable. En serio, ¿quería enojarse con ella o estaba triste por no haberle hablado a ese último cliente? Ni siquiera él lo sabía.

—¿Qué? ¿Te gusta? —la voz de Yaoyorozu salió como si aún estuviera en secundaria, burlándose de su compañero con más pinta de virgen—. Nunca te había visto así, ni cuando me agarraste una teta por accidente.

—Carajo, cierra la boca —y por fin sonríe, avergonzado de recordar uno de sus momentos más estúpidos durante la preparatoria.

—Oye, a todo esto —dice la alfa regresando al tema, esta vez un poco más seria—. No te estoy juzgando ni nada, Shoto. Sólo que es divertido verte así.

—¿Así cómo? —pregunta como si no supiera. Claro que sabe a lo que se refiere, pero le es difícil admitirlo por su cuenta.

Siempre le era más fácil dejar de negar las cosas luego de escuchar a la lista Yaoyorozu mencionarlas.

—Ya sabes, interesado en alguien. Hasta ahora habías demostrado ser el típico alfa de las novelas para abuelas—oh, sí. Eso era lo que esperaba. Pero la comparación le pareció un poco injusta.

—No soy tan ridículo. Me gustan los omegas y no los veo como criaturas inferiores.

—Ya sé. Pero nunca te había gustado algún omega. ¿O sí?

—Izuku.

—Él no cuenta —responde tranquila. Shoto ya lo imaginaba. Conoció a Izuku en un retiro religioso. Creía que era muy lindo, pero el crush —si le podía llamar así— se le terminó junto con el retiro.

—¿Y Kyoka?

—Okay, ella tampoco —respondió cruzándose de brazos y con un tono de voz ligeramente irritado.

—Lo sé —sonrió un poco, divertido de ver la reacción de Momo ante la mención de su reciente exnovia.

Ambos la habían conocido en el último año de la preparatoria. Era una chica interesante y físicamente linda. Llegó a atraerles a ambos, pero al resultar que la omega era completamente lesbiana, Momo fue la afortunada.

El crush de Shoto por ella —de nuevo, si se le podía llamar así— se fue tan pronto como llegó el nuevo noviazgo de Yaoyorozu. Esto le hizo entender que sus sentimientos por Kyoka nunca fueron en serio, contrario a la situación de su amiga, que estaba profundamente enamorada.

Pero bueno, las cosas cambian y dejan de funcionar, por lo que ellas terminaron hace unos meses.

Lástima, fueron una muy linda pareja.

—Oye —lo llama Yaoyorozu al notar que su amigo se había quedado pensativo luego de recordar a las dos únicas personas que habían llamado su atención, aunque sea un poquito—. No pierdes nada intentando acercarte a él, ¿sabes? Tal vez Bakugo despierta algo en tu frío corazón de amargado.

—¿Tú crees? —pregunta, haciendo oídos sordos a las partes en las que se burla de su personalidad y poniendo atención al nombre del muchacho.

Bakugo.

—Por supuesto —Responde Momo sin dudarlo— Él viene seguido, puedes encontrarlo en otra ocasión. O puedo ayudarte y pedir su número por ti.

—¿Harías eso?

—Claro, no es la gran cosa —dice sonriendo, pero luego lo mira como si fuera su madre y lo quisiera regañar. Es algo que hace a menudo—. Pero debes animarte, o terminaré pidiendo su número para mí... Es medio mi tipo.

—Eso no, Momo —le sonríe, pero sus cejas se tuercen un poco. No le gusta la idea de Yaoyorozu coqueteando con el chico que ella misma le dice que podría ser algo más que un gusto pasajero—. Haré mi movimiento, no te preocupes.

Se acomoda el abrigo, disponiéndose a salir luego de despedirse de ella. Todavía quiere ir a tomar algo y si se distrae mucho, no alcanzará la cafetería abierta.

—Bien, nos vemos.

—Ah, una cosa más —Shoto se detiene y voltea a verla de nuevo—. Sé más sutil. Creo que lo asustaste.

—¿A qué te refieres?

—Por favor. Siempre que viene se lleva varias cosas. Hoy sólo se llevó un libro y creo que tiene que ver con que apestaste todo el lugar con tus feromonas.

—Mierda.

Salió de la librería, con las risas de Momo de fondo. Esa chica debió haberle dicho algo antes.

Caminó rápidamente entre las personas que salían de noche a tomarse de las manos. Él sólo llevaba en su propia mano el libro que había traído de su casa para leer en la cafetería, pero se le atravesó la librería y quiso entrar a ver, y a saludar a Momo de paso.

Sus zapatos chocaban contra el agua encharcada en el suelo, las pequeñas gotas que comenzaban a caer de nuevo del cielo mojaban su abrigo sin ser un problema aún. Aquí el único problema era el cerebro de Shoto, lleno de pensamientos revueltos.

Bien, lo admite. Es un total inepto en cuanto a omegas. Sus únicas dos experiencias no llegaron a nada:

Cuando conoció a Izuku, tenía quince años. Sus hormonas de alfa estaban en pleno auge. Se quiso acercar al mocosito ese, que tartamudeaba en cada oración, se avergonzaba por todo y balbuceaba de nervios. Era adorable.

Pero no era una bestia. No lo tocaría, no lo besaría, no lo cortejaría si el otro no quería —pasando un poco por alto que era un retiro religioso—. Y bueno, el chiquillo no quería. Era un omega cristiano, criado a lo tradicional y antiguo. Virgen hasta el matrimonio y no tener ninguna relación con un alfa si este no sería su futuro esposo y padre de sus hijos.

Dios, no gracias.

Luego el retiro terminó. Se despidieron con un insípido «Nos vemos» y todo acabó. Cabe aclarar que no, no se vieron de nuevo. A Shoto no le importó demasiado.

Unos años después, conoció a Kyoka. Una chica impresionante. Todo lo contrario a Izuku. Era atrevida y parecía que siempre tenía una idea en la cabeza que luego tocaba en su guitarra. Era bastante genial.

Con ella las cosas fueron un poco más lejos, pero sin llegar a nada todavía. Si el inicio de algo interesante estaba en 0, con Midoriya se quedó en –7 y con Jiro tal vez avanzó a -4.

Fueron amigos, ella le platicaba sus cosas, se ayudaban mutuamente. Amigos haciendo lo que hacen los amigos, con un ligero toque de picardía de vez en cuando, que se podía confundir con coqueteo.

Hasta que una vez, fue en una fiesta llena de hormonas y alcohol, que tuvo la fuerza de acercarse a ella, fuera de su relación amistosa. Los dos estaban borrachos para el momento en el que Shoto fue y la tomó por la cintura, acercándose un poco y diciéndole cosas que al otro día no recordó. Mentiría si dijera que en el momento se emocionó por que las cosas llegaran más lejos.

La emoción no le duró mucho. Kyoka se giró a verlo y le dijo arrastrando las palabras «Oh, no, Todoroki. No me gustan los chicos». Él quitó las manos y se disculpó con ella como pudo. Porque, vamos. Estar borracho no le impide reconocer un rechazo y aceptarlo como cualquier persona con sentido del respeto haría.

Luego de eso, concluyó que era suficiente alcohol para una noche y se fue a servir algo de refresco en un vaso que encontró por ahí. Fue entonces que alcanzó a divisar a la misma muchacha besuqueándose con su mejor amiga en una esquina, apenas iluminadas por las luces neón.

«Muy bien, Momo. Ganaste esta batalla» y no le importó mucho haberla perdido. Sólo se recordó a sí mismo felicitarlas cuando estuviera sobrio.

Y ya. Fuera de eso no había nada. Su única vida social era Yaoyorozu, sus hermanos y sus gatas. Seguía siendo virgen a los malditos 22 —sus hermanos suelen burlarse de este hecho—, lo único que sabía de romance lo había aprendido en novelas y películas, y sus únicos dos crushes —sigue sin saber qué nombre es más apropiado— no habían sido ni serios, ni correspondidos.

Y bueno. Pretendientes no le faltan. De todas las castas y géneros, pero no le interesaban.

Era un perdedor en la materia. Y lo confirmó cuando se quedó parado en la entrada de la cafetería, mirando sin saber qué hacer, a la cabellera rubia de la librería, al fondo, con un libro sobre la mesa y una taza de café humeante.

La bufanda había abandonado su rostro, dejándolo descubierto, y juró que era incluso más hermoso de lo que recordaba.

Pasó una mano por su cabello, peinándolo un poco para darse seguridad.

«Bien, Shoto. Puedes con esto» se dijo a sí mismo, para luego abrir la puerta de cristal y buscar sentarse con él.

No sabía bien por qué le molestaba la idea de Momo ligándolo. Y tampoco por qué se sentía tan nervioso, si en ninguna de sus dos experiencias pasadas le pasó algo parecido.

—Disculpa. ¿Puedo sentarme aquí?

Esperaba no haberse escuchado estúpido. 

☔︎☔︎☔︎

Mañana vuelvo a la escuela. Ayuda


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