Fin del primer acto
Un millar de personas se había congregado en la puerta principal de la universidad, gritaban, forcejeaban con el cordón policial. Aquel descontento se multiplicó cuando llegó la primera ambulancia y los cadáveres entraron uno por uno, dentro de bolsas cerradas. Entre la muchedumbre habían estudiantes, madres, padres, hermanos, periodistas, profesores, cada quien con su propio motivo para superar el cordón de aislamiento.
La universidad llevaba cerrada desde la tarde del día anterior. La única certeza acerca de los acontecimientos en la ciudad universitaria era que la policía, por alguna razón, había decidido abrir fuego. Un grupo de estudiantes había salido de la universidad la noche anterior, escoltados por un escuadrón de las fuerzas especiales.
La prensa teorizaba alrededor de la última noticia que la policía había comunicado: un estudiante había perdido los estribos y atacado a otros. La cifra oficial de muertos, hasta el momento, era de tres. No obstante, la cantidad de bolsas negras no concordaba con dichos números.
«Debido a los disturbios en el estadio, se decidió suspender el partido de hoy. La policía está organizando un operativo para disuadir a los alborotadores»
Era, quizá, la noticia del momento, misma que intercalaba con los reportajes de los periodistas acreditados y de estudiantes que habían salido de la universidad antes de que la misma cerrara.
La puerta de la habitación se cerró, un hombre había entrado. Llevaba dos cafés consigo, uno de ellos para la huésped. Lo dejó sobre la mesa, su aroma era apetecible. Ella lo aceptó, no tenía hambre y eso era lo más cercano que tendría al agua. Dio el primer sorbo, tragó con dolor y dejó el vaso de regreso en su lugar. Se había quemado.
—Sus padres han sido notificados. Estarán bien, pronto podrá salir. Primero, debe hacerse unos cuantos... estudios médicos.
—¿Y Víncent? ¿Cómo está? ¿Cómo está Alex? ¿Y el policía que nos ayudó?
Aquel hombre dio un sorbo a su café, el suyo no estaba tan caliente. Ojeó su celular y miró de reojo a Jane, con indiferencia.
—Lo que a ellos les ocurra no es de su incumbencia—dijo—, de hecho, usted debería estar más preocupada por conservar su salud.
Sus recuerdos eran confusos. ¿Qué había pasado? ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Podía sentirlo, era una sensación extraña; era como si tuviera algo importante que decir, aunque ya lo había olvidado. Creía saber quién era: su nombre era Vincent, su apellido... ¿Era importante? Lo había olvidado, de seguro era irrelevante.
Su cuerpo le molestaba, en especial su ropa, sentía que le apretaba. Se le había pegado a la piel, se sentía sudoroso.
«¿Puede alguien abrir la puerta? ¿Alguna ventana?»
Un hombre entró a la habitación en la que se encontraba. Vincent lo miró confundido, vestía una camisa y un guardapolvo blanco. ¿Era un médico?
«No lo es, ¿lo recuerdas? Él quiere hacerte daño, quiere herir a tus amigos, por eso te preguntó por ellos»
Una voz le dijo aquello, no sabía de donde provenía, ni por qué lo decía. Vincent confió en que tenía razón.
—Hola, ¿te acuerdas de mí?
«Defiéndete, quítalo de en medio. Quizá, puedas alcanzar a tus amigos»
Vincent intentó mover su brazo, pero no pudo hacerlo. Alguien lo había inmovilizado con un chaleco de fuerza.
—¿Recuerdas mi nombre?
No lo sabía, ¿se conocían siquiera? ¿Por qué jugaba con él de esa forma? La voz ya no estaba allí, pero en su lugar permanecía una sensación aterradora.
—¿Quién eres? —preguntó.
El doctor sacó una agenda de su bolsillo e hizo una anotación breve.
—¿Recuerdas a tus amigos?
—¡¿Dónde están?! —exclamó Vincent—¡¿Qué les han hecho?!
Hizo una anotación más.
—¿Los recuerdas, Vincent?
Intentó hacer memoria, debería recodarlo. Ellos eran importantes para él, ¿por qué no podía recordarlos? Sentía una extraña nostalgia, una tristeza que atravesaba su alma de par en par, misma que incluso disuadía su instinto de supervivencia.
—¿Cuántos eran, Vincent? ¿Recuerdas el número?
—¡Deja de jugar conmigo! Ustedes... ¡Me están drogando!
—Ni siquiera has comido desde que llegaste, Vincent. ¿No tienes hambre?
Sí, Vincent estaba muriendo de hambre y sed. Y, tal como ese hombre había dicho, no recordaba haber comido nada, ¿o lo había olvidado?
—Si te pido comida... ¿No me hará daño?
El médico hizo una anotación más en su agenda.
—¿Sabes donde estamos?
Vincent guardó silencio.
—¡SÁQUENME DE AQUÍ!
Sacudió su cuerpo, usó toda la fuerza que tenía, pero apenas logró moverse. Lo habían atado a la silla con correas, no había nada que él pudiera hacer. El médico se puso de pie con una mueca impertérrita y dio la espalda a Vincent.
Sintió sus ojos humedecerse y su vista se volvió roja enseguida. Sintió a sus densas lágrimas bajar por sus pómulos, pero, por alguna razón, estas parecieron secarse enseguida.
—¡SÁQUENME DE AQUÍ!
Vincent no lo recordaba, pero aquella noche había comido más de seis veces.
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