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"Efecto Lázaro", un nombre creativo para un fenómeno sin explicación, pero nada original en esas circunstancias. El doctor Walker había convocado a una reunión de directivos e investigadores. Lisa formaba parte de los especialistas elegidos, no por su conocimiento médico en el área, sino por su amplia experiencia en el monitoreo y la reducción de los enfermos. Una especialista en medicina forense (a la que, dicho sea de paso, Lisa no había visto nunca), lideraba la reunión. Ella era pequeña en comparación con el resto de médicos, razón por la que miraba a todos con una leve flexión de su cuello.
El doctor Walker, acompañado por Osler, fue el último en llegar.
—Tomen asiento, tenemos mucho de lo que hablar.
Lisa bostezó. Se preguntó por cuanto tiempo podría mantener su atención. Sus párpados le pesaban y sus pensamientos fluían con lentitud. Debería estar durmiendo.
—La doctora Leda Rowland dirigirá esta reunión—dijo Walker—, como recordarán, es nuestra asesora legal y especialista en medicina forense.
—Un placer—dijo Leda—, pero lamento decirles que solo traigo malas noticias.
La doctora Rowland llevaba un pilón de hojas en su mano. Ella las deslizó por la mesa de reuniones, eran muchas copias de un informe médico titulado: efecto lázaro.
—Les iré mencionando los detalles más importantes u omitidos en el informe. Pronto lo haremos llegar a todos los médicos del establecimiento. Hemos logrado establecer la historia natural de la enfermedad. Como recordarán, si bien los medios de contagio no se han confirmado, sí tenemos certeza de que la misma se contagia mediante fluidos, con una mecánica similar a virus como lo son el VIH, la Hepatitis B y la Hepatitis C.
—¿Eso incluye la transmisión sexual?
El que preguntaba era Lloyd Westmarch, el jefe de la guardia, un hombre entrado en años y con una calva brillante, cubierta por lunares.
—Si la transmisión sexual está confirmada, entonces debemos avisarlo—dijo Cassandra Hauser, responsable de la comunicación periodística—, no podemos esconderlo más.
Cassandra Hauser se ajustó la corbata de su camisa, misma que no lucía ni una sola arruga.
—Es teórico, no está confirmado —dijo Leda.
—Es una especulación basada en el comportamiento de patógenos similares—añadió Walker.
Lisa miró de reojo a su jefe, el doctor Osler, quien parecía desinteresado por lo que pudiera hablarse en la reunión. Estaba recostado sobre el respaldo de su silla, con su mirada perdida.
—Hasta ahora, lo que sabemos es lo siguiente: las dos variantes de la enfermedad tienen una manifestación clínica distinta. La presentación delirante, por ahora, no nos ha arrojado certezas acerca de la forma de adquisición, pero hemos confirmado que eventualmente progresa a la variante furiosa. El tiempo promedio es de un mes.
—¿Algún factor de riesgo en común? ¿Estadística?
—En su mayoría son hombres, muchos trabajaban en alguna empresa hidroeléctrica, unos pocos en la planta purificadora—dijo Leda.
—¿La planta purificadora? —interrumpió Cassandra—Luego me los adjuntas, por favor. La última vez, el asesor del gobernador anduvo de acosador con preguntas acerca de esa empresa, dice que no le envían reportes desde el mes pasado. ¿Hace cuanto que tienen esta información?
Cassandra parecía enojada con Leda o, mejor dicho, con el doctor Walker, a quien dedicaba miradas que no disimulaban su desprecio.
—Le daré una copia—le interrumpió Walker—, el punto es claro: creemos que está asociado a la propagación por el agua.
—Y la variante furiosa de la enfermedad—dijo Leda—siempre es secundaria a contacto con el infectado, sea con su sangre o saliva.
—Imagino que ya saben como terminan los pacientes luego de un tiempo de padecer la variante furiosa—dijo el Jared Osler—. ¿Desea decirnos algo que no esté escrito en el informe, Lisa?
Lisa levantó la vista sorprendida. Se estaba quedando dormida y no había leído el informe.
—Nada del otro mundo—dijo ella.
—Algo debe haber—respondió Leda.
Cassandra parecía haberse interesado en lo que Lisa tenía por decir y clavó su mirada sobre la doctora que, adormilada, intentó fingir su agotamiento.
—Bueno, eventualmente hacen arritmias y se mueren. Es posible mantenerlos vivos con altas dosis de algunos antiarrítmicos, pero suelen complicarse con daño de órgano blanco, generalmente de riñones e hígado, algunas veces asociado a los fármacos, otras veces la etiología es desconocida.
—¿Cómo evolucionan? —preguntó Cassandra.
Lisa entendía la curiosidad de su compañera, pues era la más lejana a los cuidados hospitalarios. No obstante, su mala predisposición la volvía una persona difícil de soportar.
—Sindrome nefrótico, luego enfermedad renal rápidamente progresiva. Desconocemos la razón, ocurre incluso en pacientes a los que no medicamos, así que se lo adjudicamos a la enfermedad. Respecto al daño hepático, inicialmente presentan con un síndrome coledosiano, la etiología es desconocida y las causas prevalentes no fueron positivas en ninguno de los casos. Luego elevan transaminasas x5, a los dos días x10, luego pierden la función hepática.
—Que horror—dijo Cassandra—, ¿no pueden controlar el daño de alguna forma?
Lisa sonrió. Si Cassandra fuera médica, sabría que tanto la enfermedad hepática terminal como la renal, no tenían tratamiento curativo.
—Nada que no sea paliativo. Luego se mueren, si no es la arritmia es una fibrilación ventricular, también asociada a la alteración en la conducción. Algunas veces hacen cardioembolia pulmonar, mueren por insuficiencia cardíaca. Otras hacen ACV, mueren por parálisis de los músculos respiratorios cuando les retiramos el soporte vital.
—Si, bueno, la enfermedad no termina allí.
Confundida, Lisa miró la copia del informe que sostenía en su mano. La misma describía un proceso de reanimación, el mismo no tenía ninguna base fisiológica. Era una descripción escueta, misma que señalaba la reconstitución de las lesiones en tiempo récord y la "resurrección" de un paciente previamente diagnosticado como muerto. El efecto Lázaro tenía, en promedio, una demora de 24 horas.
—Uno de los muertos que llegaron de la universidad de Westmore revivió—dijo Leda—. No me miren así, en serio regresó a la vida, ahí tienen las fotos.
—No juegues con nosotros, no se puede volver de la muerte—dijo el doctor Westmarch.
—Primero mueren de forma horrible y luego reviven—dijo Cassandra—, ya parecemos teóricos de la conspiración. ¿Esto es en serio?
Lisa se salteó el reporte del caso que Leda había descrito. Al final del informe, el mismo destacaba la exhumación de diez cadáveres provenientes del incidente en la universidad, todos vivos. Ella miró el rostro de uno, boquiabierta. El chico se llamaba Matt, su apellido no lo recordaba. Recordó que había llegado a la guardia hospitalaria con heridas deformantes en el rostro, así como lesiones de gravedad en sus extremidades. Él había muerto a causa de una arritmia.
Cada uno estaba vivo e ileso.
—Es muy real—dijo Osler—, yo mismo lo vi.
—Yo también estuve ahí—dijo el doctor Walker—, los infectados regresan igual de altrados, pero más estables en lo orgánico. Verás, aquellos que murieron por arritmia tenían una función cardiovascular perfecta. Los que sufrieron insuficiencia renal no mostraron vestigio alguno de su alteración, los que murieron con insuficiencia hepática no mostraron signos de falla en la función hepática.
—Sus marcadores estaban perfectos—comentó Leda—, de hecho, estaban mejor de lo que estaban antes. Uno de los chicos, Matt, era jugador de Fútbol Americano, tenía múltiples callos fracturarios en la costilla, la cápsula glenohumeral hiperlaxa por una luxación y una lesión de los ligamentos cruzados que le limitaba la movilidad. Bueno, ya no están.
—Otra paciente tuvo un parto por cesarea, la cicatriz ya no estaba.
—Maldición—comentó Cassandra, llevándose una mano a la frente—, ¿cómo se supone que le diga esto al gobernador? ¿Que los muertos caminan? ¡Esto es una locura!
—¿Teorías? —preguntó el doctor Westmarch—Esto es una locura, pero es real. Uno de los chicos pasó por mis manos y está vivo, ileso, perfecto. Estaba desfigurado cuando lo ví, nunca pensé que lo vería... completo.
Las miradas se clavaron sobre Leda, quien se sintió intimidada por al ímpetu de sus compañeros. Lisa había perdido el sueño, no podía pensar en otra cosa que no fuera el efecto Lázaro.
—Bueno... Esa pregunta se la tenemos que hacer a la especialista que enviará el departamento de control de enfermedades —comentó, nerviosa al no tener la respuesta—. Llegará al caer el sol, según dicen.
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