28
El doctor Walker observaba el cuarto procedimiento del día, practicado sobre uno de los pacientes de interés. El muchacho ya estaba anémico, pero aun así requería de un chaleco de fuerza, mismo que ya se había comenzado a romper. El chico había lastimado sus labios y lengua a causa de mordiscos. Lo estaban manteniendo con vida gracias a los fármacos, pues había generado arritmias y sus órganos habían comenzado a claudicar. Una esplenomegalia era responsable de un secuestro masivo de plaquetas, la causa del mismo era desconocida. Había comenzado a sufrir daño renal y, como consecuencia, múltiples alteraciones iónicas.
El paciente M-34, antes conocido como Vincent Douglas, se había vuelto un conejillo de indias. Las enfermeras habían terminado los procedimientos de extracción y procedieron a retirarse del salón.
—¿Cómo está el otro? —preguntó el doctor Walker.
El doctor Locke desvió la mirada.
—No enloqueció todavía. Es extraña la evolución de este, muy distinta a lo que hemos visto hasta ahora.
—¿Ya lo viste? —preguntó—No tendré tiempo de verlo, los de la morgue quieren mostrarme algo. Dicen que requiere de mi atención inmediata.
—¿La morgue? —dijo, con una mueca de confusión—¿Qué puede ser tan maravilloso en un muerto?
—La verdad, ni idea—respondió.
—Sobre el chico, su amnesia se ha vuelto generalizada, ha olvidado su identidad por completo. Tiene instalado un ideal delirante, le estamos haciendo resonancias seriadas, no muestra daño cerebral a pesar de su clara degeneración. Quizá, tenga que ver con la teoría de los neurotransmisores. ¿Alguna novedad en los exámenes?
—Ninguna.
El teléfono del doctor Walker vibró. Miró su pantalla de reojo.
—Me están apurando en la morgue.
—¿Quién es el que te llama? ¿Rotten?
—Osler. Dice que veré algo que nunca antes se vio en la historia de la medicina.
El doctor Locke miró de reojo al paciente. Vincent se hallaba recluido del otro lado del cristal, mismo que era de visión unidireccional. Se trataba de un área de aislamiento, anteriormente diseñada para tuberculosos, de paredes blancas y con una camilla en el centro de la sala.
—¿Más impresionante que estos? No lo creo.
—No lo sé. ¿Qué piensas de esto?
Fred Locke se había recibido hace muy poco tiempo. Todavía no había comenzado su residencia médica, no por falta de ganas, sino porque se le había ofrecido una oportunidad muy superior. Trabajar como ayudante del doctor Walker era, tal vez, lo mejor a lo que hubiera podido aspirar jamás. Buenos horarios, buena paga, mucho aprendizaje y pacientes peculiares. En teoría, aprendería lo suficiente como para certificarse como especialista al cabo de cinco años, sin necesidad de someterse al sistema de residencias.
—¿En qué sentido?
—Clínico, infectológico, histórico, humano. El que vos quieras.
—Estamos enfrentando a una rabia 2.0—dijo, sin desviar su atención del paciente aislado—, produce daño multiorgánico, no sabemos la fisiopatología, su forma de contagio, ni su etiología. Si me apuras, yo diría que es una bacteria mutante y productora de toxinas, algo así como el botulismo del lactante, pero infinitamente peor.
—Tiene sentido—dijo Walker—, salvo por un detalle...
—Sí, lo sé, no hay ni rastros de toxinas en ninguna biopsia.
—Nada eh, nada de nada. Aunque todavía faltan los estudios moleculares. Tengo una sospecha, un delirio. Quizá me equivoque, pero solo por las dudas...
—Lo que no entiendo, es por qué el departamento de control de enfermedades no ha venido todavía. ¿A qué esperan?
—Están confiados, el gobernador no deja que nadie salga sin autorización médica y policial.
—Eso no garantiza nada, ni siquiera sabemos cómo se contagia. ¿Sabes si traerán a alguien?
—Ah, ellos enviarán a su infectóloga estrella, y también a un destacamento militar. Ya sabes, quieren tenerlo todo bien controlado. Supuestamente llegaba hoy. La investigué, una mujer en sus treintas, perfil bajo, se formó en un hospital de leprosos y especializó en epidemiología. Pensé que enviarían a alguien más... no sé, Interesante.
—¿El gobierno nacional no ha enviado a un especialista de verdad? —dijo, con asco en su voz—Quizá, no confían en que lo que sucede aquí sea real.
Esa teoría, de hecho, era lo que el doctor Walker más temía.
—Voy a la morgue, ¿quieres venir?
—No, gracias, tengo suficiente con el piso de internados.
En realidad, el doctor Walker sabía que Fred era demasiado orgulloso como para abandonar su puesto.
—¿En serio? Tú te lo pierdes.
Lo que a Nicholas le preocupaba, muy en el fondo, era que el departamento de control de enfermedades no aprobara sus experimentos con los enfermos terminales, después de todo, ya había recibido varias cartas de los comités de ética. Por otro lado, era cuestión de tiempo para que la prensa entrara en consciencia de lo que acontecía. La suspicacia social se multiplicaba con cada día que transcurría, en especial por el silencio de la gobernación.
Nicholas odiaba la morgue. Era un lugar oscuro, seco y frío. Los olores no se sentían gracias al cerrado hermético, el cual era reciente, mismo que se volvía insoportable durante los veranos. Por otro lado, no tenía mucha experiencia con autopsias, pero tampoco la tenía Jared Osler, quien era el supervisor general. Las pesadas puertas de la morgue cedieron ante su fuerza y el helado frío del interior le hizo sentir escalofríos. Abrió sus ojos de par en par, sus piernas le temblaron. Aquella escena parecía sacada de un libro antiguo, de los tiempos en los que se intervenía sobre un paciente sin anestesia. Había un hombre en la camilla, con un corte vertical en la zona abdominal y las vísceras expuestas. Aquella escena sangrienta paralizó al doctor, pues el individuo en la camilla forcejeaba contra sus ataduras, entre tanto, profería gritos que distaban del dolor o la angustia. Aquella persona parecía poseída por una ira inhumana.
Las ataduras estaban fijas en sus muñecas y sus manos, amoratadas por la falta de circulación, estaban hechas un puño.
—¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué hacen con este hombre?! —exclamó, sorprendido.
—En realidad, doctor, hace unos cuantos minutos estaba muerto—dijo el doctor Osler.
Nicholas Walker volteó hacia su compañero, mismo que lucía demacrado y pálido.
—Antes de comenzar hicimos todo lo protocolar. Constatamos la muerte, ¡no tenía reflejos del tronco! Llevaba más de seis horas en apnea y con atonía, pupilas midriáticas, incluso le habían aparecido livideces—comentó Leda Rowland, la médica forense.
La doctora Rowland era una mujer muy pulcra, correcta y protocolar. Su trabajo era ordenado, sistematizado. Nicholas Walker la había visto trabajar, sabía que ella no cometería un error tan terrible.
—Yo lo veo bastante vivo—dijo Walker, confundido a pesar de la explicación—, ¿qué sugieren? ¿Entonces resucitó? ¿Como Lázaro?
Leda se acercó a la camilla y el muchacho comenzó a sacudirse con más fuerza.
—Está ido, por completo. Este es uno de los chicos que había muerto en la universidad—señaló la forense.
—¿Causa de muerte?
—Una mordida que diseccionó la carótida—dijo Leda.
Nicholas miró el cuello de aquel muchacho.
—¿Cuál mordida?
Leda sonrió.
—Exacto, la mordida no está más.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top