24
Sala de crisis, comisaría central de Westmore
Sus pensamientos estaban agitados, no sabía qué pensar. Se contradecía, una y otra vez. Lo había visto, pero no había ninguna explicación que mantuviera fija la premisa que sus superiores habían planteado. No, aquello no podía ser humano. A su lado estaba el teniente Dressler, el hombre más inteligente que hubiera conocido jamás, tan confundido como ella. Rita esperaba escuchar una respuesta convincente. Y observaba su rostro, confuso y perdido en pensamientos que no le llevaban a ninguna parte. Lo cierto era que, dadas las circunstancias, la policía ya no tenía autoridad alguna sobre la operación. Al principio, se dijo que la intervención gubernamental se debió a la incompetencia del comisario, no obstante, era muy probable que el verdadero motivo estuviera relacionado con aquella monstruosidad (sí, voy a decirlo) humana. Porque no había otra forma de describirla.
El teniente Dressler se puso de pie y se regresó con dirección al jefe de la operación, un hombre de apellido Brown, un militar de pocas palabras y mirada penetrante. Enfrentarlo era una locura, pedirle explicaciones también, no obstante, eran sus compañeros los que estaban ahí fuera, mismos que combatían contra los enloquecidos, expuestos a esa monstruosidad.
—Señor, ¿cuáles son sus órdenes? —preguntó.
El militar continuó mirando la repetición por un monitor del televisor central. Su mirada reflejaba duda, tal vez a causa de su desconocimiento acerca de lo que acontecía. No cruzó su mirada con el teniente, pero respondió su pregunta.
—Continúa la operación según lo planeado—dijo.
Guardó silencio, su expresión no cambió. Rita tuvo un mal presentimiento, Dressler era incapaz de cambiar la situación, el jefe de la operación no parecía entender lo que sucedía; en el peor de los casos, la aparición de aquella monstruosidad era parte de los planes y ellos, los policías, carne de cañón.
—Necesito que regresen a la cámara del agente Turner, por favor—ordenó.
Rita miró de reojo al jefe Brown, confundida por el repentino interés de su jefe en el agente rebelde, el mismo que tantos problemas le había traído. Ella no guardaba rencor al novato, de hecho, le tenía algo de lástima. Le estaba haciendo un favor, ni más, ni menos. Nadie en aquella sala tenía intenciones de ayudarlo, pues ninguno lo conocía, ni siquiera el teniente Dressler, quien le había aconsejado, en su momento, que lo dejara a la de Dios. Después de todo, jugar a ser héroe fue su decisión. Por desgracia, los héroes solían morir de forma prematura.
—¿Procederá a su extracción? —preguntó Dressler.
El jefe Brown fijó su atención en su subordinado, mismo que soportó el filo de su mirada para retener su interés. El militar ladeó su cabeza en señal de negación y uno de sus ayudantes sintonizó en el monitor la transmisión de Arthur Turner en tiempo real.
—¿Qué haría usted con este agente? —preguntó Brown.
—Su conducta no fue adecuada, señor, pero sus acciones salvaron personas.
—Esa no fue mi pregunta, ¿qué haría usted con este agente?
Dressler entendió que Brown había visto algo más, un detalle que él no estaba viendo.
Arthur Turner era un agente de campo, un simplón al que habían incorporado desde las oficinas de la central para ser los ojos y oídos del comisario, un agente más, ni más ni menos. No obstante, sus delirios de grandeza lo habían llevado a sumergirse en una misión que nadie le había impuesto. Su utilidad como agente independiente podía permitir localizar supervivientes, no obstante, a riesgo de su vida. No poseía ningún tipo de entrenamiento especial, ni experiencias previas en operaciones de alta complejidad. El agente era, en ese momento, un dolor en el culo carente de total utilidad. No había nada que hacer con él, mucho menos en ese momento, pues había encontrado un contingente de supervivientes en la azotea del edificio central. Lo más sabio era, quizá, mantenerlo allí.
En ese momento, la prioridad era rastrear y eliminar a la monstruosidad que había arrasado con el equipo de evacuación. Aquella bestia, estimó, todavía rondaba en el segundo piso del edificio central.
—Hay que sacar al agente de ahí—dijo Dressler.
El jefe Brown guardó silencio por un breve instante y acarició su barbilla, pensativo.
—No dejen que se meta la prensa—dijo el jefe Brown.
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