11
«Esto tiene que ser una maldita broma»
El complejo de almacenamiento era un lugar triste, apagado, con luces pálidas y cajas repartidas por doquier. Muebles metálicos se extendían junto a las paredes, con cajas metálicas donde se guardaban documentos administrativos. Arthur se había encerrado allí con los estudiantes, quienes le aseguraron que allí no habría nadie más que el repositor. Era el lugar perfecto para detenerse a tomar aire, aunque el oficial todavía tenía fuerzas para luchar; no obstante, los estudiantes se hallaban demasiado cansados.
Con la seguridad que les proporcionaba el repositorio, ambos tuvieron tiempo de frenar a pensar, sin embargo, Arthur no les iba a conceder mucho tiempo. Había contactado con la base de nuevo, pero la respuesta era la misma, caprichosa y casi cíclica.
«No enviaremos refuerzos hasta que rescates al hijo del jefe»
—¡Maldición! —exclamó, propinando un golpe a una de las estanterías frente a él.
El eco resonó por la habitación y los estudiantes voltearon hacia él, espantados. El oficial los observó de reojo y pudo ver el miedo en sus miradas. Culpable, desvió su atención y suspiró.
«No debo perder la calma. Lo último que les falta a estos chicos, es estar encerrados con un lunático»
Arthur necesitaba recuperar el control de la situación. Todo había ocurrido muy rápido, de forma frenética. Había tomado una decisión precipitada, ¿qué estaría haciendo si no hubiera decidido adentrarse en la universidad? De seguro, algo menos riesgoso. Sí, por supuesto. Si él no estuviera allí, el comisario hubiera enviado a las fuerzas especiales a por su hijo, no a un simple policía. Quizá, si él no estuviera allí, ya hubiera comenzado un operativo para evacuar al alumnado.
«Pero no, todo esto es por el niñito mimado»
¿Cuánta gente había muerto hasta el momento? Esa pregunta no dejaba de atormentarle. Lo poco que había visto le terminó por revolver el estómago, pero dudaba que alguien pudiera enfrentar tal salvajismo. Él pudo enfrentar a los enloquecidos gracias a su arma, pero... ¿Y el resto de la universidad? Una posibilidad estremeció su cuerpo, ¿abarcaría toda la ciudad? ¿O se trataba de un hecho aislado? Lo que había visto no tenía explicación lógica, ¿cómo esa mujer pudo mantenerse con vida a pesar de sus heridas? ¿Acaso valía la pena reportarlo a la central? Él decidió guardárselo para sí, lo último que deseaba era ser tratado como un loco.
Regresó su mirada hacia los estudiantes, quienes se mantenían juntos, pero en silencio. ¿Qué estaría pasando por sus mentes en ese momento? Estaban con un poli, esa era la única certeza, si es que significaba algo. Arthur sintió aquello como una puñalada, pues era inútil en esa situación. No podía salvarlos, tampoco garantizar su seguridad. Los tres estaban en las mismas circunstancias, atados a una misión que los excedía. Quizá, lo mejor que podía hacer por ellos, en ese momento, era intentar charlar como una persona normal.
—¿Cómo se llaman? —preguntó, rompiendo el silencio que se había instalado.
Ambos alzaron sus miradas hacia el oficial, quien les observaba de brazos cruzados, apoyado sobre una estantería.
El muchacho, un veinteañero de barba descuidada y profundas ojeras, le miró extrañado. Quizá, intentar ser sociable no fue la mejor idea.
—Alexander—dijo él.
—Mihaela—dijo la otra joven—, ¿qué pasará ahora? ¿Qué hacemos?
Arthur negó con la cabeza. ¿Debía ser honesto con ellos y confesarles que estaban abandonados a su suerte? ¿O era mejor guardar silencio y esperar?
—No quiero ser pesimista—dijo Alexander—, pero creo que no iremos a ningún lado. ¿Verdad, oficial?
Tragó saliva, ¿estaba provocándolo?
—Estoy esperando órdenes, pero... —Se llevó la mano al cabello y se rascó la nuca, pensativo—, por ahora tendremos que esperar.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó Mihaela—¡¿Por qué vino la policía si no es a salvarnos?!
Arthur le hizo una seña veloz a la muchacha, una joven de cabellos finos, de tintura amarilla y raíces oscuras. Su mirada se desvió hacia el suelo, con una expresión que se hallaba entre el pánico y el nerviosismo.
—Eh, tranquila, vas a atraer a todo el vecindario—le reprendió el oficial—. Estoy aquí para... Rescatar a un civil, si lo encontramos, quizá los de arriba hagan la vista gorda y...
—¿Un simple policía rescatando a un objetivo? —preguntó Alexander—¿Por qué intentas mentirnos? ¿Quién eres en realidad?
¿Y si les mentía? Tal vez, lo mejor para esos estudiantes era creer que él era un agente especial, un enviado por el gobierno, un agente del FBI, algo. Sin embargo, Arthur decidió decir la verdad.
—Mira, no pienso discutir lo que vine a hacer. Es lo que hay, si no te gusta, sal y piensa qué hacer para que esos no te coman—le recriminó el oficial—. Por lo que pude ver, no te estaba yendo muy bien. Tuviste suerte, si yo no hubiera aparecido, ahora serías el almuerzo de ese tipo.
Alexander bajó la mirada y tragó saliva.
—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Mihaela—No lo entiendo...
—Me gustaría que me lo dijeran ustedes, porque no tengo la menor idea—dijo el oficial.
Ambos se miraron de reojo, igual de confundidos, conscientes de que se encontraban en una situación delicada. No tenían una respuesta para ofrecerle, aquel evento les había tomado por sorpresa. Mihaela se había quedado dormida en un aula y una alarma de emergencia la había despertado; Alexander estaba buscando a un profesor cuando comenzó la crisis, pero no pudo seguir al grupo que había evacuado con dirección a la salida de emergencia, misma que se hallaba en el centro de estudiantes. Él sonrió, de no ser por su decisión, estaría a salvo, con su hermana. Pero él había decidido detenerse, observar y buscar una forma de llevarse a Mihaela con él.
La radio del oficial emitió un pitido, sucedida por la voz apresurada de una mujer.
—Arthur, responde, tenemos nuevas instrucciones.
Él se alejó del grupo, que, de inmediato, mostró interés por la extraña misión del oficial. Ambos se acercaron a hurtadillas y agudizaron el oído para escuchar, por mínima que fuera, alguna señal de lo que ocurría o de lo que pasaría con ellos.
—Más vale que tengas buenas noticias, linda—dijo Arthur, quien acostumbraba a bromear con Rita.
Un suspiro hastiado se oyó por la radio. Era el peor momento para jugar a ser galán, pero él necesitaba distraerse, pensar en algo que no fuera aquel infierno. Sabía que ella lo comprendería.
—¿Acaso la misión te hizo perder la cabeza? —le respondió.
—Bueno, no volveré a llamarte así—se disculpó, pero su tono de voz indicó que, por supuesto, se trataba de una mentira.
—No es hora de jugar, Arthur. El hijo del comisario está en el segundo piso del anexo, en el edificio central. Parece que un grupo de estudiantes han subido hasta donde se encuentran, les hemos indicado que no los dejen pasar, pero...
—Sí, sí, lo que quieras. ¿Cómo diablos se supone que llegaré a un segundo piso? —preguntó—Me estoy por quedar sin balas, afuera está lleno de lunáticos y no pienso atravesar la universidad completa para ver qué pasa, en cada pasillo me encuentro con algo nuevo, esto es increíble.
Un breve silencio interrumpió la conversación.
—¿Cuántos mataste? —preguntó ella.
Arthur se estaba esforzando por no pensar en ello. No obstante, debía reportarlo.
—Dos—aseguró.
—La mujer del principio, ¿verdad? ¿Y el segundo?
—Un estudiante, sé que esto sonará raro, pero él estaba...
—Sí, eso no importa ahora—le interrumpió—, ya identificaremos los cuerpos, notificaremos a sus representantes cuanto antes.
«Me espera mucho papeleo», pensó Arthur.
El oficial desvió la mirada hacia el pasillo, estaba aterrado. No de los enloquecidos, ni de la extraña situación que los rodeaba. Había matado a dos personas: una mujer, posiblemente estudiante, quizá una empleada de la universidad, y un joven, sin duda estudiante. Hasta hace poco, ambos compartían espacios de recreación, tenían sueños, objetivos, motivos para proyectarse a futuro. Quizá, alguno fuera conocido de los refugiados, de alguno de los evacuados; alguno pudo ser amigo, hermano, incluso padre o madre. Él los había matado y, sin embargo, no sentía arrepentimiento alguno. De hecho, lo volvería a hacer.
—Escucha, hemos trazado un plano y creo que encontramos una forma de que llegues allí sin cruzarte con nadie—dijo—, ¿los civiles siguen contigo?
—Sí, uno se llama Alexander, la otra... Mihaela.
—¡Richards! ¡Mihaela Richards! —exclamó ella.
—Notificaremos que se encuentran a salvo—dijo la operadora—. ¿Dónde te encuentras ahora mismo?
—En un repositorio—dijo el oficial—, una especie de almacén de documentos. ¿No puedes usar el rastreador del traje?
Un breve silencio sucedió a sus palabras.
—Qué desafortunado, tendrás que volver al salón principal o... En el peor de los casos, tendrás que trepar un poco y salir por una ventana.
—Créeme, no pienso salir de regreso al pasillo, ahí fuera me quieren convertir en carne picada —bromeó— ¿Dónde se encuentra esa ventana? Aquí no hay un solo rayo de sol.
—Tendrás que avanzar hasta el final del repositorio, allí se encuentra la oficina del conserje, verás una ventana, alta, contra una pared y cercana al techo. Con un poco de suerte podrás pasar por ahí.
«¿Pero ella piensa que yo soy un acróbata o qué?»
El oficial miró de regreso a los estudiantes que, esperanzados, ya habían comenzado a husmear por los pasillos, ansioso por hallar la oficina del conserje.
«Parece que no me queda de otra»
—Dile al jefe de mi parte que me debe una.
—Nos debe una, ese hombre está revolucionando la comisaría—respondió ella—. Cuídate Arthur, me da igual si regresas o no con el hijo del jefe, mantente a salvo; corto transmisión.
Universidad de Westmore: su extraña arquitectura está inspirada en una universidad real que el autor en persona conoce muy bien.
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